«¿Resistencia sin el pueblo?».
La oposición alemana al nazismo
«Hitler muerto es más peligroso que Hitler vivo».
Mariscal Erwin Rommel.
El 9 de noviembre de 1939 la policía de fronteras alemana detenía a un carpintero de treinta y seis años de edad, de la región de Suabia, que estaba intentado desesperadamente cruzar a Suiza. Sus documentos no estaban en regla, por lo que los policías realizaron una investigación más profunda. El hombre llevaba una postal del Bürgerbräukeller, una cervecería de Múnich, una insignia del partido comunista y un dibujo del diseño de una bomba. Fue un golpe de suerte para los policías. El hombre que habían detenido era Georg Elser y acababa de intentar matar a Hitler, indignado por la supresión de los derechos de los trabajadores en el régimen nazi. El 8 de noviembre de 1939 era uno de los días favoritos en el calendario nazi, pues se conmemoraba el famoso putsch de la cervecería. Elser había planificado meticulosamente el atentado acumulando una provisión de explosivos, diseñando un mecanismo especial de relojería y escondiendo el aparato en una columna de madera detrás de la tribuna de oradores de la cervecería Bürgerbräukeller, el lugar donde Hitler iba a pronunciar un discurso. Sin embargo, Hitler abandonó el lugar trece minutos antes de lo previsto. «De pronto me asaltó la sensación de que debía regresar a Berlín esa misma noche», señalaría posteriormente Hitler. La bomba mató finalmente a ocho personas[1].
El techo derrumbado de la cervecería Bürgerbräukeller después de la explosión.
Elser fue arrestado y ejecutado en 1945. Hitler creía que Elser era parte de una conspiración internacional, por lo que le mantuvo con vida hasta 1945 para incriminar a los servicios secretos aliados cuando ganase la guerra. Fue el primero de los numerosos intentos por acabar con Hitler, quien poseía una enorme suerte para salir ileso[2].
Tan sólo un año antes, el estudiante Maurice Bavaud había intentado asesinarle durante un desfile. Cuando Bavaud intentó sacar la pistola, los miembros del partido congregado alzaron el brazo para saludar a Hitler bloqueando involuntariamente el ángulo de visión del asesino. Bavaud sería detenido posteriormente y decapitado. La SS desarrolló procedimientos estrictos de seguridad para evitar que un asesino solitario como Elser o Bavaud se situase a distancia de tiro[3]. Desde ese momento, su asesino tendría que provenir de su círculo más íntimo. Y sólo existía un grupo en el Tercer Reich que poseía los recursos para llevarlo a cabo: el cuerpo de oficiales del ejército alemán.
Al final la suerte pareció siempre estar del lado de Hitler. Durante la guerra el capitán Bussche se presentó voluntario para acabar físicamente con Hitler y sacrificar de paso su vida. Bussche planeaba hacer estallar una granada de mano cuando estuviese cerca de Hitler con motivo de la visita de este a una presentación de uniformes del ejército. Sin embargo, el intento fracasó al ser destruido en un ataque aéreo el tren que transportaba los nuevos uniformes. La tarea de acabar con Hitler no era sencilla. Conforme progresaba la guerra, Hitler se fue haciendo cada vez menos accesible. Se negaba a anunciar sus programas de viaje, rara vez se le veía en público, se trasladaba fuertemente escoltado y cancelaba sus compromisos en el último minuto[4]. Aún existía otro problema: aunque se eliminara a Hitler, sus secuaces nazis se mantendrían en el poder.
Resulta muy difícil calcular con exactitud el nivel real de la oposición al nazismo. Existió, por supuesto, una resistencia pasiva. Una necesidad de sobrevivir impidió a muchos ciudadanos manifestar de forma abierta su descontento. La existencia de grupos de resistencia alemana, aunque fragmentarios y débiles, deben evitar una condena indiscriminada contra el pueblo alemán en general. Hubo alemanes cuyos valores morales o religiosos les impidió descender a la barbarie moral.
La resistencia al nazismo fue de distintos niveles, desde la negativa a realizar el saludo nazi, escuchar la BBC y contar chistes sobre el régimen, hasta actuaciones de oposición como rechazar el ingreso en las Juventudes Hitlerianas, participar en huelgas o en los intentos de asesinar a Hitler. Según Kershaw, hacía falta un verdadero «salto cuántico» para cruzar la frontera entre la disensión y la resistencia activa. El régimen estaba basado en el terror y apoyado por sistemas de censura y vigilancia, lo que en la práctica suponía que aquellos alemanes que no eran nazis fueran muy cautos a la hora de criticar al régimen. A diferencia de la resistencia en Francia, país ocupado por los alemanes, cuyos miembros podían encontrar refugio en cualquier parte, en Alemania se enfrentaban a un Gobierno nacional. Como resultado de ello, los opositores al nazismo eran considerados traidores por gran parte de los ciudadanos alemanes, especialmente durante la guerra mundial cuando el nivel de patriotismo alcanzó sus niveles más altos.
La combinación del sistema represivo, unido a la lealtad de aquellos alemanes que apoyaban al nazismo, tuvo como consecuencia que nunca existiese en Alemania un movimiento coordinado y popular de oposición. De hecho, la resistencia activa contra el régimen involucró a menos del 1 por 100 de la población alemana.
Los comunistas y los trabajadores
El Partido Comunista Alemán había sido el mayor del mundo después del de la Unión Soviética. Las áreas de mayor apoyo electoral fueron Berlín, Leipzig, Hamburgo y las zonas industriales del Ruhr y Sajonia. Desde 1933, el Partido Comunista se había convertido en uno de los grupos más numerosos de oposición al nuevo régimen cuyos servicios de seguridad actuaron con brutalidad para acabar con la influencia que el Partido poseía sobre amplios sectores de la sociedad alemana. El 6 de marzo de 1933, el Partido Comunista fue declarado ilegal. De los 300 000 miembros con los que contaba en 1933, 150 000 fueron apresados y enviados a campos de concentración, 30 000 de ellos serían ejecutados[5].
Hacia 1935, la Gestapo se había infiltrado en el Partido, lo que hacía muy complicado cualquier intento de oposición. Ese año la Gestapo estimaba que existían todavía 5000 miembros activos de la resistencia comunista tan sólo en Berlín. A partir de ese momento los comunistas no se atreverían a enfrentarse abiertamente al régimen nazi[6]. Por el contrario, establecieron grupos secretos que publicaban literatura antinazi que era distribuida, sobre todo, en las áreas industriales y escribían en las paredes contra el régimen. También se dieron casos de sabotaje industrial. En 1936 los comunistas organizaron una huelga de la industria automovilística para protestar contra la celebración de los juegos olímpicos. Los trabajadores industriales también opusieron resistencia, en particular en los años treinta contra la subida de los alimentos y la construcción de autopistas. La lentitud deliberada de algunos trabajadores de la industria del armamento obligó al régimen a declararlo delito[7]. Uno de los golpes más duros para los comunistas alemanes fue la firma del tratado germano-soviético de 1939, que confundió y desanimó a muchos oponentes comunistas del nazismo.
La principal actividad de la resistencia comunista y sus organizaciones clandestinas fue la publicación y distribución de literatura y periódicos clandestinos contra el nazismo. El principal diario comunista, Rote Fahn (Bandera Roja) y varios periódicos clandestinos regionales fueron publicados y distribuidos por toda Alemania entre 1933 y 1935. En el mismo período el Partido Comunista distribuyó hasta un millón de octavillas contra el régimen nazi. Según los informes oficiales, la Gestapo incautó 1,2 millones de panfletos antinazis en 1934[8]. La fortaleza que consiguió mantener el Partido Comunista queda de manifiesto en el 20 por 100 de votos que obtuvo en las primeras elecciones libres en la región del Ruhr en 1945.
El «Grupo Antifascista de los Trabajadores»
Uno de los grupos de obreros más organizados fue el «Grupo Antifascista de los Trabajadores» de Alemania Central. Realizaron actos de sabotaje y pasaron información que escuchaban ilegalmente de la BBC a los trabajadores. El grupo fue desarticulado por la Gestapo en agosto de 1944.
El «Grupo Mannheim»
Otro grupo destacado de trabajadores contra el régimen nazi fue el conocido como «Grupo Mannheim», en el área del Rin, que se dedicó principalmente a labores de propaganda antinazi. Editaban un periódico contra el régimen, Der Verbote, que apareció por vez primera en octubre de 1942. La Gestapo encontró una copia del mismo y arrestó a sus principales miembros en marzo de 1943.
El «Frente Interno»
El «Frente Interno» (Innere Front), localizado en las ciudades de Berlín y Hamburgo, fue dirigido por antiguos líderes comunistas (Wilhelm Guddorf, John Sieg, Martin Weise y Jon Graudenz). En 1941 publicaban un periódico, «por una Alemania libre y nueva», que intentaba, según sus miembros, «exponer las mentiras de la propaganda nazi». El periódico circulaba por varias industrias de Berlín. El «Frente Interno» también editaba unos panfletos antinazis en los que se relataban las atrocidades cometidas por los alemanes en Rusia. Su actividad enseguida llamó la atención de la Gestapo. En otoño de 1942 varios miembros del Frente fueron detenidos por la Gestapo incluyendo a Guddorf y Sieg.
El «Grupo Baum»
El llamado «Grupo Baum» (por su líder, el electricista Herbert Baum) estaba formado por cerca de treinta judíos comunistas que trabajaban en la fábrica Siemens de Berlín. Publicaban una vez al mes un periódico llamado La vía de salida (Der Ausweg). El grupo hacía un llamamiento a los soldados alemanes a que se unieran para derribar el régimen nazi. El acto más espectacular llevado a cabo por este grupo fue la irrupción en la exposición antisoviética «El paraíso soviético» en 1942, prendiendo fuego a varias de las muestras. También esparcieron octavillas en las que se decía: «Exhibición permanente. El paraíso nazi: Guerra. Hambre. Mentiras. Gestapo. ¿Por cuánto tiempo?». Aquel fue el golpe de muerte para la organización. En pocos días sus miembros fueron arrestados por la Gestapo. Herbert Baum murió en prisión tras ser torturado brutalmente. Como efecto colateral la Gestapo arrestó también a 500 judíos que no tenían ninguna relación con el grupo y los ejecutaron[9].
El «Grupo Ulhrig»
La invasión alemana de la Unión Soviética supuso un aumento de la actividad de los grupos comunistas clandestinos. El denominado «Grupo Ulhrig», liderado por Robert Ulhrig, operó durante 1941 y 1942 en Berlín y contó con unos cien miembros activos. Este grupo consideraba que era preciso defender a la Unión Soviética, único Estado comunista en Europa, de la agresión nazi. Para apoyar esta visión, el grupo realizaba pintadas en las paredes en las que incitaba al sabotaje industrial a los trabajadores. En septiembre de 1941 el grupo consiguió el apoyo de setenta trabajadores de la gran planta industrial Deutsche Waffen und Munitionsfabrik. El grupo también editaba un periódico mensual llamado Informationsdienst (Servicio de Información), que informaba de la verdadera situación de la guerra contra Rusia y de los crímenes nazis. El «Grupo Ulhrig» deseaba socavar el apoyo popular de la guerra contra Rusia. Sin embargo, Ulhrig y doscientos trabajadores del grupo fueron arrestados por la Gestapo en febrero de 1942 y la mitad de ellos fueron ejecutados. Fue un golpe devastador para la resistencia comunista en el área de Berlín. A pesar de ello 67 grupos separados y con vínculos diversos con el «Grupo Ulhrig» continuaron sus actividades de resistencia.
El «Comité Nacional por una Alemania Libre»
El Partido Comunista estableció el llamado «Comité Nacional para una Alemania Libre» que utilizaba una estación de radio (donada por Stalin) para emitir directamente al pueblo alemán utilizando el nombre de Radio Alemania Libre. Las emisiones hacían un llamamiento a los alemanes para que se levantasen contra el nazismo y prometían que la Alemania posthitleriana se basaría en ideas democráticas. El comité también editó un periódico La Alemania Libre (Freies Deutschland) editado por Antón Ackermann, miembro del partido comunista en el exilio. El comité intentó que los resistentes alemanes se uniesen contra el nazismo.
La «Orquesta Roja»
Un grupo de comunistas que se dedicó a ayudar a la Unión Soviética y que realizó actividades de resistencia fue la llamada «Orquesta Roja» (Rote Kapelle). La «Orquesta Roja» era en esencia una célula de espionaje que operaba en el interior del Ministerio del Aire alemán y que incluía a Schulze-Boysen, un alto oficial de inteligencia de la Luftwaffe. La «Orquesta Roja» tenía ramificaciones en Bélgica, Holanda, Francia, Suiza, Alemania y Japón. Los miembros alemanes ligados de alguna forma a la «Orquesta Roja», dirigidos por Arvid Harnack y Harro Schulze-Boysen, no se llamaban a sí mismos «Orquesta Roja», ni sabían que pertenecían a una organización dirigida desde Moscú con conexiones en seis países. La organización se dedicaba a recolectar información en Holanda, Francia, Suiza y Alemania. El círculo de espías tenía tres ramas importantes: la red francesa, la belga y la holandesa; la red de Berlín, y el Círculo de «Lucy», que operaba en la neutral Suiza.
Entre los militantes de esa organización se contaban un buen número de artistas y escritores, estudiantes, comerciantes y militares. Dos agentes soviéticos, Dolf von Schelia, del ministerio de Asuntos Exteriores y el ya mencionado Arvid Harnack transmitían información a Schulze-Boysen de sus departamentos, que posteriormente él comunicaba a Moscú a través de un servicio secreto de radio. Rote Kapelle fue particularmente valioso en entregar información de la Luftwaffe, su fortaleza y sus objetivos. La resistencia llevada a cabo por Orquesta Roja, se concretó en un enorme caudal de información enviado a la Unión Soviética. Gracias esta organización durante la guerra Stalin se enteraría de que los alemanes planeaban cercar y no tomar directamente al asalto Leningrado. Finalmente la Gestapo descubrió parcialmente las actividades de la «Orquesta» y sus miembros fueron ejecutados en 1942.
Los últimos meses de la guerra
La represión contra el Partido Comunista Alemán no cesó durante la guerra. De hecho, esta aumentó tras el intento de asesinato de Hitler en 1944. En agosto de ese año, el líder del Partido antes de 1933, Ernst Thälmann, fue ejecutado en el campo de concentración de Buchenwald con otros veinticuatro antiguos parlamentarios del Partido.
Los socialdemócratas
Antes de 1933 el Partido Social Demócrata (SPD) contaba con un millón de miembros y cinco millones de votantes localizados principalmente en las áreas industriales. Cuando Hitler accedió al poder, el SPD organizó manifestaciones antinazis y en marzo de 1933 votaron contra la Ley de Habilitación. Los fondos del SPD fueron requisados y en junio de 1933 el Partido fue forzado a desaparecer. Con la imposibilidad de llevar a cabo una oposición legal al nazismo, los líderes del SPD tuvieron que exiliarse en Praga (hasta 1937), París (hasta 1940) y finalmente en Londres (hasta finales de la Segunda Guerra Mundial). A partir de 1939 la mayoría de los miembros del SPD activos se concentraron en obtener información sobre el estado de la opinión pública en Alemania elaborada por los miembros locales del SPD (conocidos como informes SOPADE —Sozialdemokratische Partei Deutschlands im Pariser Exile—) que ha sido de gran utilidad para investigar la historia del período. Existieron, sin embargo, algunos grupos que siguieron realizando actividades diversas de oposición al nazismo.
El Partido Socialista de los Trabajadores de Alemania
De los grupos escindidos del SPD, el más numeroso era el Sozialistische Arbeiterpartei Deutschlands o SPAD, que estaba representado en Berlín y en Alemania central pero también en otras grandes ciudades industriales. El SPAD, cuyo miembro más destacado fue el futuro canciller de Alemania Willy Brandt, tenía su cuartel general en París y una cúpula ilegal en Alemania. Cerca de 5000 miembros del SPAD trabajaron para la resistencia entre 1935 y 1936. Sin embargo, hacia 1937 la mayoría había caído en operaciones de la Gestapo. Algunos consiguieron mantenerse activos hasta 1939.
El «Nuevo Comienzo»
Un pequeño grupo de oposición al nazismo surgió en el ala izquierdista del Partido Social Demócrata. Se trataba del grupo «Nuevo Comienzo» (Neu Beginnen) influenciado por las ideas de Lenin. El nombre del grupo provenía de un escrito de Walter Löwenheim (utilizando el seudónimo de «Miles») publicado en Karlsbad en agosto de 1933 y distribuido clandestinamente en Alemania. Sus miembros discutían en casas privadas sobre su idea de Alemania tras el conflicto y deseaban la unión de todos los partidos de izquierda, ya que consideraban que la desunión de la izquierda había llevado a Hitler al poder. El grupo distribuyó panfletos y propaganda. Sin embargo, el liderazgo desechó la idea de la unión, pues consideraban que la «dictadura del proletariado», objetivo prioritario de los comunistas, era incompatible con el deseo del SPD de un gobierno democrático basado en unas elecciones libres. Nunca representó una amenaza seria para el régimen y si continuó tanto tiempo con sus actividades fue debido a que llevaban a cabo sus discusiones en privado.
La «Tropa de Choque Roja»
Dentro del ala socialista del SPD se formó la llamada «Tropa de Choque Roja» (Roter Stosstrupp). Hacia finales de 1933 el grupo contaba con 3000 miembros, la gran mayoría de los cuales eran estudiantes universitarios del área de Berlín. El grupo publicaba un periódico cuyos editoriales sugerían continuamente que el régimen nazi sería derribado por una acción revolucionaria de los trabajadores alemanes. En diciembre de 1933, sin embargo, los principales líderes del grupo fueron arrestados por la Gestapo y llevados a un campo de concentración.
El comité regional del Partido en Berlín continuó con su labor de resistencia contra el régimen nazi entre 1934 y 1937, llegando a publicar un periódico denominado Sozialistische Aktion (Acción Socialista). Sin embargo, sus líderes fueron arrestados por la Gestapo. El continuo arresto de miembros del SPD hizo que sus líderes consideraran muy peligroso continuar la resistencia abierta contra el régimen. Concluyeron que la única forma de derribar un régimen totalitario como el nazi sería consiguiendo el apoyo del ejército alemán[10].
La Liga de Lucha Socialista Internacional (Internationale Sozialistische Kampfbund)
Esta pequeña organización mantenía bases en toda Alemania y su cuartel general en París. Se dedicaron activamente a emitir propaganda antinazi y pintar paredes y calles con lemas contra el régimen. Informaban a los ciudadanos con una publicación Las Nuevas Cartas Políticas. Contaban con varios restaurantes para mantenerse económicamente. En un restaurante vegetariano situado en Frankfurt trabajaba el cocinero de veintiocho años Ludwig Gehm, quien distribuía panfletos y ayudaba a personas en peligro a salir del país. Hasta su arresto en 1937, Gehm y sus colaboradores se convirtieron en eficaces opositores al régimen. Su acción más espectacular se produjo en mayo de 1935 en Frankfurt donde Hitler tenía que inaugurar un nuevo tramo de autopista. Durante toda la noche anterior miembros del ISK pintaron eslóganes como «Hitler = Guerra» o «Abajo Hitler» en las calles y los puentes de la zona. La policía intentó cubrirlos con banderas nazis y esparcieron arena por el pavimento para tapar las consignas antinazis. Sin embargo, la lluvia y el viento dejaron al descubierto las pintadas[11].
Los estudiantes universitarios. «La Rosa Blanca»
Uno de los casos más llamativos de protesta contra el régimen nazi fue el que protagonizaron un grupo de estudiantes bávaros en 1943. El foco del descontento estudiantil contra Hitler era la universidad de Múnich, lugar especialmente sensible para los nazis ya que era considerado «la cuna del nazismo». La protesta la lideró el profesor Kurt Huber y cinco estudiantes universitarios, los más destacadas fueron Sophie Scholl y su hermano Hans que formaron el grupo llamado «La Rosa Blanca[12]». No se conoce con exactitud por qué eligieron ese nombre. Es posible que quisieran destacar con ese color que no se inspiraban en ningún partido político sino en razones morales. Otra teoría apunta a que se basaban en la novela homónima de B. Traven en la que un granjero mexicano lucha contra una tiránica compañía de petróleo.
Sus ideas contra la política de Hitler que había llevado a la derrota de Stalingrado se difundieron por algunas universidades alemanas con pintadas llamando a derribar al régimen. En una de sus declaraciones apuntaban: «El pueblo alemán espera de nosotros que destruyamos el terror nacionalsocialista como se hizo en 1813 con el terror napoleónico… Los muertos de Stalingrado nos lo ruegan…». Otra octavilla preguntaba: «¿No están todos los alemanes decentes avergonzados de este gobierno?». Las octavillas del grupo la «Rosa Blanca» parecen revelar que el asesinato de los judíos era conocido por una gran parte de la población. Uno de esos escritos señalaba que «desde la conquista de Polonia 300 000 judíos han sido asesinados en ese país de la forma más bestial» y terminaba señalando que los crímenes contra los judíos eran los «peores de la historia de la humanidad[13]».
En febrero de 1943 Paul Giesler, el Gauleiter de Baviera, dio una conferencia en la universidad de Múnich. Tras ridiculizar a aquellos jóvenes que habían sido declarados como físicamente no aptos para el ejército, señaló que las mujeres no debían perder el tiempo con libros y que debían dedicarse a «producir hijos para el Führer». El discurso fue interrumpido por los gritos indignados de los estudiantes, que le obligaron a salir apresuradamente de la universidad. Acto seguido se organizó una marcha por Múnich, primera gran manifestación contra el nazismo desde 1933. La reacción de Hitler fue implacable. Debido a la deficiente seguridad del grupo de estudiantes, Sophie Scholl y su hermano Hans fueron pronto delatados, torturados y ejecutados. El hecho de que fueran delatados por ciudadanos corrientes sirve de muestra del papel de los ciudadanos en el sistema de terror nazi[14].
En la actualidad «La Rosa Blanca» es sinónimo de lucha por la libertad y muchas calles, parques, avenidas y escuelas de Alemania llevan el nombre de los hermanos Scholl.
Los movimientos de protesta juveniles
La juventud «Swing» y «Jazz»
La mayor parte de los jóvenes en la Alemania nazi eran miembros de las Juventudes Hitlerianas o de la Liga de Muchachas[15]. Sin embargo, sería erróneo considerar que los nazis consiguieron controlar a toda la juventud. Existieron grupos minoritarios de jóvenes que se oponían fervientemente al adoctrinamiento y a la disciplina, lo que demuestra que la sociedad alemana no era monolítica. En ocasiones se trataba únicamente de inconformistas que escuchaban sobre todo música jazz y eran conocidos como «Juventud Jazz» o «Juventud Swing». En su gran mayoría eran jóvenes adinerados de las grandes ciudades alemanas. Admiraban la música norteamericana y organizaban bailes ilegales a los que llegaron a asistir hasta 6000 personas.
Sus actividades eran seguidas de cerca por la Gestapo, que organizaba violentos ataques a los clubes de jazz. En Frankfurt, por ejemplo, la Gestapo cerró un club de jazz llamado «El Club Harlem». A pesar de la represión, los jóvenes adinerados siguieron reuniéndose y bailando en fiestas privadas. El hecho de pertenecer a las clases pudientes de Alemania les permitía adquirir gramófonos y discos de importación. Himmler consideraba que todos aquellos que escuchasen jazz debían ser «golpeados y enviados a trabajos forzados». A la Gestapo le preocupaban sobre todo los comportamientos hedonísticos de los jóvenes, el gran consumo de alcohol y la vida sexual, al parecer, desenfrenada que llevaban[16].
Sus verdaderos deseos no eran oponerse violentamente al régimen, sino disfrutar de la juventud y de las nuevas tendencias musicales. Como señaló uno de esos jóvenes: «Nosotros no estábamos contra el nazismo pero el nazismo estaba contra nosotros». Los nazis consideraban que esa pasión por la cultura norteamericana suponía una clara falta de patriotismo. En realidad sus miembros no admiraban el sistema político norteamericano, sino tan sólo la libertad cultural en Estados Unidos[17].
Los «Piratas Edelweiss»
Más preocupante para el nazismo eran los jóvenes que integraban pandillas en las zonas industriales del país. Habían surgido en la década de los treinta en barrios de trabajadores. En general estaban compuestas por jóvenes de entre doce y dieciocho años que no tenían una ideología clara pero sí una gran antipatía hacia la uniformidad de las Juventudes Hitlerianas. El grupo antisistema más organizado y localizado en la zona del Rin fue conocido como los «Piratas Edelweiss» (Edelweisspiraten). Estos jóvenes se revelaban contra el reclutamiento en las Juventudes Hitlerianas y se vestían con camisas de cuadros, pantalones cortos oscuros y calcetines blancos. Portaban llamativos parches con una flor edelweiss. Al principio fueron tratados como grupos de adolescentes descontrolados. Sin embargo, al enfrentarse violentamente a los grupos de las Juventudes Hitlerianas durante la guerra, el régimen actuó sin piedad. En conexión con los «Piratas», existía también un número creciente de pandillas juveniles subversivas. Una de las más conocidas eran los llamados «Navajos» (que operaban en la región de Colonia), lo que revela la gran influencia que ejercía la cultura norteamericana sobre los jóvenes alemanes de la época[18].
Los «Piratas Edelweiss» surgieron, en gran parte, de forma espontánea como una rebelión juvenil contra el rígido control de las Juventudes Hitlerianas. Estos jóvenes, nacidos en su mayoría hacia 1925, no habían conocido más que represión y estaban hartos de esa vida. Muchos de ellos habían estado ya en las juventudes y las habían abandonado hartos de la disciplina marcial y los largos períodos de entrenamiento. Los jóvenes de estos grupos cantaban canciones norteamericanas y pintaban las paredes con lemas antinazis. Una de sus consignas era «Guerra eterna a las Juventudes Hitlerianas». Aunque se trataba indudablemente de actividades menores de delincuencia juvenil, entrañaban un grave riesgo, ya que de ser capturados podían ser ahorcados. Para romper con la disciplina impuesta por el régimen, los miembros de estos grupos realizaban largas caminatas y acampadas en el campo. Allí daban rienda suelta a su odio por el nazismo cantando canciones antinazis. La Gestapo creía que los «Piratas Edelweiss» llevaban a cabo orgías sexuales con menores de edad en esas acampadas aunque nada parece indicar que eso fuera cierto.
Los «Piratas Edelweiss» asistieron en las labores de guerra cuando fue necesario. Durante los devastadores bombardeos de Colonia a finales de mayo de 1942, los «Piratas» formaron grupos auxiliares para colaborar con la policía y los bomberos en las labores de rescate y reconstrucción.
La inclusión de estos jóvenes en los grupos de oposición al nazismo se debió a sus actividades subversivas. En diciembre de 1942 más de 700 de sus miembros fueron arrestados y muchos de ellos ejecutados tras varios ataques realizados por estos grupos de jóvenes contra instalaciones militares y el asesinato de un oficial de la Gestapo. En noviembre de 1944 los líderes de los «Piratas» de Colonia fueron ahorcados públicamente para disuadir a otros jóvenes de ingresar en sus filas. A pesar de todo, los grupos juveniles antinazis continuaron existiendo hasta el final de la guerra, reforzados, en muchos casos, por los desertores de la guerra que pasaban a engrosar las filas de las bandas juveniles.
La presencia de estos grupos de jóvenes disidentes nos muestra que una minoría significativa de la juventud alemana se oponía a la rigidez del nazismo y que el sistema no controlaba totalmente la sociedad a pesar de los enormes esfuerzos de la propaganda nazi. La imposición de una rígida disciplina sobre la juventud alemana estaba comenzando a venirse abajo incluso antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque algunos de estos grupos, como sucedió en Leipzig, estaban influenciados por el Partido Comunista, en general los miembros de los «Piratas» deseaban, en esencia, una sociedad más abierta que la existente en la Alemania nazi sin contar con ideas políticas claras[19].
Las Iglesias
En la década de los treinta la mayoría de la población alemana era cristiana, dos tercios de los alemanes eran protestantes y un tercio católicos. El ascenso del nazismo al poder planteaba problemas políticos y éticos enormes a las Iglesias cristianas. Por su parte el régimen nazi no podía ignorar el poder de las Iglesias, que eran instituciones con una larga tradición y gran influencia en la sociedad. En su carrera hacia el poder, Hitler había evitado los ataques directos a las Iglesias y el vigésimo cuarto punto de los 25 del partido hablaba de un «cristianismo positivo» ligado a su visión racial y nacional. Sin embargo, el cristianismo era considerado el producto de una raza inferior debido a que Jesucristo era judío y, por lo tanto, no podía existir una fácil coexistencia con los principios nazis. En lugar del cristianismo, los nazis aspiraban a desarrollar un «paganismo teutónico» basado en las creencias de los antiguos paganos alemanes y que sería conocido como «Movimiento Alemán de la Fe». Este movimiento, desarrollado por Alfred Rosenberg, tenía cuatro objetivos básicos: la propagación de la ideología «Sangre y Suelo»; la sustitución de las ceremonias cristianas, bautismo y matrimonio, por equivalentes paganos; el rechazo a la ética cristiana, y el culto a la personalidad de Hitler. Aunque nunca desarrollaron una clara ideología religiosa, las Iglesias católica y protestante expresaron su descontento por los intentos nazis de socavar las doctrinas cristianas[20].
Las Iglesias cristianas fueron las únicas organizaciones que conservaron su autonomía de organización en Alemania. Hitler había atacado repetidamente a las Iglesias por «ignorar el problema racial». Por otro lado, resultaba evidente que Hitler estaba intentando educar a los alemanes en el nazismo como una nueva y única religión[21]. En 1933 se centralizó a las 28 Iglesias provinciales en una sola «Iglesia del Reich». El objetivo de Hitler era utilizar al grupo denominado «los cristianos alemanes» (también conocidos como «las SA de la Iglesia») para promover las ideas del nazismo en la religión. Se formuló una nueva constitución religiosa en julio de 1933 y se nombró a Ludwig Müller como primer obispo del Reich.
Un grupo disidente conocido como la «Iglesia Confesional», liderado por el reverendo Martin Niemöller, se enfrentó al nazismo y a su política religiosa, en particular por su deseo de eliminar el Antiguo Testamento, que era considerado por los nazis como «un libro judío». La Iglesia Confesional obtuvo el apoyo de 7000 pastores religiosos de un total de 17 000. Aunque la actuación de Niemöller como opositor al régimen nazi fue limitada, pronunció unas frases que se harían inmortales: «Primero vinieron a buscar a los comunistas, y como yo no era comunista, no dije nada. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, pero yo no era ni lo uno ni lo otro, así que no dije nada. Después vinieron a por los judíos, pero yo no era judío, así que no dije nada. Cuando vinieron a por mí ya no quedaba nadie que pudiera defenderme[22]».
La respuesta nazi ante el desafío de las iglesias no se hizo esperar y los miembros de la Iglesia confesional fueron arrestados y 800 pastores de la Iglesia fueron enviados a campos de concentración. Sin embargo, Hitler fue cediendo paulatinamente en su enfrentamiento con la Iglesia protestante debido a su amplio apoyo popular[23].
La Iglesia católica temía una repetición de la Kulturkampf del siglo XIX, por lo que los obispos alemanes se apresuraron a asegurar la posición de la Iglesia frente al Estado[24]. Hitler (que había sido bautizado como católico) llegó con la Iglesia católica a un concordato en 1933. El mismo incluía los siguientes puntos: la religión católica obtenía el derecho a dirigir con independencia sus asuntos; se protegían los derechos de propiedad de la Iglesia, así como el derecho de la cúpula eclesiástica a elegir a los obispos; la Iglesia católica continuaría teniendo un papel destacado en temas educativos. Como contrapartida Hitler consiguió que la Iglesia no interviniese en temas políticos[25]. Sin embargo, pronto trató de controlarla con grupos que diseminaban propaganda nazi y de hacerse con el control de la enseñanza católica. A través del ministro de Asuntos Religiosos, cargo creado en 1937, se debilitó la posición de la Iglesia. A pesar de la resistencia de esta, el poder nazi se fue imponiendo, lo que generó una profunda insatisfacción entre los católicos. El asesinato del religioso católico Erich Klausener en 1934, la prohibición de los crucifijos en las escuelas y la ideología pagana de los radicales nazis alarmaron a los católicos y llevaron al Papa a escribir la encíclica Mit brennender Sorge. La misma condenaba no sólo la persecución de la Iglesia en Alemania, sino también el neopaganismo de las teorías raciales nazis. La escala de la resistencia de la Iglesia católica al régimen nos viene dada por los 400 curas católicos que fueron enviados al campo de concentración de Dachau. Por otra parte, durante la Segunda Guerra Mundial aumentó en gran medida la asistencia de los fieles a las Iglesias católicas.
El único grupo religioso que se opuso unánimemente al nazismo fueron los Testigos de Jehová (conocidos entonces como Los Estudiantes Internacionales de la Biblia o Ernste Bibelforscher). La comunidad alemana fue ilegalizada en 1933. Los Testigos de Jehová se negaron a realizar el saludo nazi y a servir en el ejército. El régimen respondió con una persecución implacable. Unos 1200 miembros de esa comunidad religiosa pagaron con la vida su resistencia.
La oposición de la derecha. La «Organización Negra»
Bajo el término «Organización Negra» (Schwartz Kapelle) la Gestapo se refería a todos aquellos miembros de la derecha política que eran sospechosos de ser contrarios al nazismo. Nunca constituyó un grupo organizado, de hecho, la característica principal de la «Organización Negra» era su falta de coordinación y de fuerza efectiva. Tan sólo en el sentido más amplio se podía considerar como una organización, lo que a menudo hacía muy difícil que las fuerzas de seguridad pudiesen controlarla. El único punto de unión era el convencimiento de que Hitler suponía un peligro para Alemania. Entre ellos destacaban elementos de la sociedad tradicional alemana cuyo disgusto por el carácter brutal del nazismo les hacía desear la desaparición de Hitler, pues creían que este llevaba a Alemania a su destrucción.
Marburgo, 1934
En 1934 un conjunto de conservadores católicos, incluyendo al vicecanciller Von Papen, a Herbert von Bose, Edgar Jung y Wilhelm von Ketteler, formó un grupo de oposición cuya acción más destacada fue el discurso de Marburgo en junio de 1934 escrito por el «conservador revolucionario» Jung. Pronunciado por Von Papen, el discurso fue el más directo desafío al régimen hasta el intento de asesinato de Hitler en el verano de 1944. Von Papen advertía sobre una posible «segunda revolución». Pocos días después Von Papen era recibido en un acto público al grito de «¡Heil Marburg!» («Salve Marburgo»). La respuesta del Gobierno fue contundente. Se prohibió la difusión del discurso, Jung fue fusilado y Von Papen fue enviado a Viena[26].
El «Círculo de Kreisau»
Un grupo de resistencia, no demasiado activo y de poco impacto real, fue el llamado «Círculo de Kreisau», frase acuñada por la Gestapo. Se trataba de un grupo de intelectuales de la alta sociedad alemana que se reunía habitualmente en el castillo de Kreisau, en Silesia, hogar del conde Helmut James Graf von Moltke. Sus principales figuras, aparte de Von Moltke, eran Adam von Trott zu Solz, Peter Graf York von Wartenburg y el jesuita Alfred Delp. Formaban un grupo variopinto de personas cuyo vínculo era su odio a Hitler, aunque nunca consideraron la posibilidad de eliminarle físicamente. Las reuniones se centraban únicamente en discutir sobre el régimen que debía sustituir al nazismo[27]. También debatían sobre la relación entre el Estado y la Iglesia y sobre temas educativos. Estaban de acuerdo en que un sistema democrático tenía que suceder al nazismo y que Alemania perdería territorios tras la guerra, aunque eran firmes partidarios de conservar la región de los Sudetes y partes de Prusia. Sus principios serían plasmados en 1943 en la obra Principios de un Nuevo Orden. Abogaban por la creación de una Europa federal similar a la actual Unión Europea que evitase nuevos conflictos entre los países europeos.
Tras el fallido intento de acabar con la vida de Hitler en julio de 1944, la Gestapo descubrió las actividades del Círculo. Gran parte de sus principales miembros fueron ahorcados, como señaló Von Moltke en su juicio, por el simple delito de «hablar». Von Moltke fue ejecutado tres meses antes de la derrota de Alemania. Hitler se referiría despectivamente al Círculo como «un pequeño grupo conspiratorio de debate[28]».
A pesar de que la mayor parte de los historiadores lo ha considerado como un grupo de «idealistas» sin ningún vínculo con la conspiración para acabar con Hitler, representaron un destacado foro de discusión política que mantenía contactos con miembros de la conspiración contra Hitler. Si el atentado de julio de 1944 hubiese conseguido acabar con Hitler, los miembros del «Círculo de Kreisau» hubiesen sido parte destacada del Gobierno[29].
El «Grupo Beck-Goerdeler» y el Ministerio de Asuntos Exteriores
El «Grupo Beck-Goerdeler» estaba formado por dos conservadores: el coronel Ludwig Beck y Carl Friedrich Goerdeler, alcalde de la ciudad de Leipzig de 1930 a 1937. Cuando Beck averiguó que Hitler estaba planeando una guerra contra Checoslovaquia, ideó un golpe para evitarlo enviando emisarios a Inglaterra para advertir sobre los agresivos planes de Hitler. Los planes conspiratorios de Beck no tuvieron éxito por dos motivos. El coronel general Walter von Brauchitsch, comandante en jefe del ejército, apoyado por la gran mayoría de los altos oficiales, rechazó involucrarse en la conspiración. Sin embargo, su lealtad hacia el ejército le impidió revelar la existencia de la conspiración. Por otra parte, la política de apaciguamiento del primer ministro británico Nivelle Chamberlain (apodado irónicamente «J’aime Berlin» por los conspiradores) hizo fracasar los intentos. Uno de los conspiradores, Hans Gisevius, señaló: «Chamberlain salvó a Hitler[30]». Desesperado, Beck renunció a su puesto tras la firma del acuerdo de Múnich que evitó, en ese momento, la guerra[31]. Beck se convertiría en la principal figura militar de una compleja red de conspiradores que deseaban acabar con el régimen nazi.
Goerdeler dimitió como alcalde de Leipzig en 1937 tras la orden de derribar una estatua del compositor judío Mendelssohn del centro de la ciudad. A partir de ese momento trabajó en estrecha colaboración con Beck para establecer una resistencia al régimen nazi en el Ministerio de Asuntos Exteriores, el ejército, la policía de Berlín y los servicios de inteligencia. En la llamada «Sociedad de los Miércoles de Berlín» (Mittwochgesellschaft), una sociedad de debate de figuras liberales y conservadoras, Goerdeler trabó contacto con personalidades contrarias al nazismo. Las fáciles victorias de Hitler en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial tuvieron como consecuencia que fuera muy difícil obtener el apoyo del ejército. Sin embargo, hacia 1941 Goerdeler había establecido un grupo informal de simpatizantes (conocido como el «Grupo Beck-Goerdeler») que discutían la mejor forma de acabar con el régimen nazi. El Grupo coordinaba la resistencia conservadora y militar contra Hitler y estableció importantes contactos diplomáticos fuera de Alemania.
Goerdeler fue el centro de un círculo de resistencia que se expandió en diversas direcciones en estrecho contacto con el ejército a través de Beck. Se unieron al grupo sindicalistas como Jakob Kraiser y el socialdemócrata Wilhelm Leuschner, así como los empresarios Robert Bosch y Paul Reusch. Las actividades del grupo tenían dos objetivos prioritarios. Goerdeler abogaba por un golpe de Estado para derribar a Hitler antes de que se expandiese la guerra. En segundo lugar, trabajaba en un proyecto de orden social y político basado en la moralidad, el civismo y la constitucionalidad. Sin embargo, el «Grupo Beck-Goerdeler» no deseaba el regreso a una democracia parlamentaria, sino a un régimen autoritario parecido al existente en Alemania antes de la Primera Guerra Mundial. Goerdeler sería nombrado canciller y Beck sería el jefe de Estado (los conspiradores le llamaban el «Regente»). Por otro lado, deseaban mantener la hegemonía alemana en Europa central[32]. Sobre la cuestión judía, el grupo proponía la creación de un Estado judío.
El «Grupo Beck-Goerdeler» estaba formado por dos elementos diferentes. Una generación mayor de alemanes conservadores, y nacionalistas, compuesta por diplomáticos y generales, y una generación más joven integrada por diplomáticos y oficiales del ejército. El grupo de mayor edad sentía nostalgia por la Alemania de antes de la Primera Guerra Mundial y la mayor parte se oponía a la democracia. Beck consideraba que el ejército tenía que haber seguido luchando en la Primera Guerra Mundial para salvar la monarquía. Los miembros más jóvenes del grupo deseaban una Alemania postHitler más basada en los principios democráticos[33].
Beck y Goerdeler fueron los autores en 1941 de un ensayo titulado Das Ziel (El Objetivo) que constituyó una de las obras más destacadas de la resistencia. En 1942 Goerdeler trató, en vano, de ganarse al popular mariscal Von Kluge. Ante el rechazo de los militares en activo, Goerdeler y los conspiradores que llevaron a cabo el atentado de 1944 se dieron cuenta de que sólo podían contar con los oficiales del ejército de reserva.
A los diplomáticos ingleses y norteamericanos que mantuvieron conversaciones secretas con representantes del «Grupo Beck-Goerdeler» desde 1941 a 1945, los objetivos de la política exterior del grupo les parecían extremadamente militaristas. Parecían desear que Gran Bretaña y la Estados Unidos abandonasen su alianza con la Unión Soviética y entrasen en una alianza con algunas figuras del ejército alemán. El grupo daba la imagen de seguir muchos de los objetivos de política exterior de Hitler aunque por medios más pacíficos[34]. En realidad, un Gobierno Goerdeler-Beck que hubiese asumido el poder tras la caída de Hitler no podría haber hecho mucho más que firmar la rendición incondicional de Alemania. Incluso antes del intento de atentado contra Hitler de julio de 1944, la Gestapo seguía de cerca a Goerdeler, lo que le obligó a pasar a la clandestinidad.
En el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán existían numerosos diplomáticos descontentos con el régimen nazi. Nunca fue un Ministerio muy partidario del nazismo. Entre los diplomáticos sobresalió Adam von Trott zu Solz, quien estuvo vinculado en negociaciones con los británicos y los norteamericanos para intentar conseguir un acuerdo diplomático con Alemania si Hitler era derribado. Otro diplomático que llevó a cabo negociaciones con los aliados al final de la guerra fue el embajador en Roma, Ulrich von Hassell[35].
En agosto de 1944 Goerdeler fue arrestado y sentenciado a muerte. Fue ejecutado en febrero de 1945 tras numerosos interrogatorios. También fue ejecutado Ulrich von Hassell entre un grupo numeroso de personas del círculo Beck-Goerdeler y del Ministerio de Asuntos Exteriores.
El ejército
Como grupo de resistencia al nazismo, los militares alemanes contaban con numerosas ventajas sobre el resto de opositores al régimen. El ejército era inmune a la penetración por parte de los agentes de la Gestapo y los órganos de seguridad nazis. Lo más importante es que se trataba de la única institución con los medios para deshacerse de los líderes nazis mientras mantenía simultáneamente el orden, tanto en el interior como en los frentes de batalla y estaba en condiciones de proporcionar una administración de reemplazo. Un punto crucial era que unos cuantos líderes militares, del Estado Mayor y superiores, tenían acceso a Hitler, algo fundamental en cualquier intento de asesinato. Por otro lado, el ejército tenía también importantes debilidades. En primer lugar, el ejército mantenía una larga tradición de no involucrarse en temas políticos. Aunque este principio de neutralidad política se había erosionado durante los años de entreguerras aún estaba notablemente arraigado entre la mayoría de los oficiales alemanes. El Gobierno de Hitler, aunque dictatorial, había llegado al poder por vías legales y durante gran parte de su duración contó con el respaldo de una amplia mayoría de la población alemana. En esas condiciones, un golpe de Estado se hacía inviable. La lealtad del ejército alemán era inquebrantable. Hitler no sólo se había autodesignado comandante supremo, también había exigido un juramente personal de los soldados a su persona. De esa forma, cualquier acto de deslealtad o desobediencia podía ser considerado como un desafío directo al Estado. Sin embargo, para unos pocos oficiales alemanes acabar con Hitler y poner fin a los horrores que se estaban cometiendo en el frente del este se convirtió en «eine Frage der Ehre» («una cuestión de honor[36]»).
La Abwehr
Un grupo ligado a la resistencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán fue la Abwehr, una organización que se ocupaba de la inteligencia militar[37]. Las principales figuras opuestas a Hitler en la misma eran el almirante monárquico, Wilhelm Canaris, quien dirigía la organización, y el coronel general Hans Oster, jefe del Departamento Central. Oster había decidido en 1937 que Hitler, al que se refería como «el cerdo», tenía que ser asesinado[38]. Canaris junto con algunos miembros de la Abwehr apoyaron secretamente la resistencia contra Hitler. La Abwehr proporcionaba información valiosa sobre los movimientos de Hitler que eran transmitida a los conspiradores en el ejército. También facilitó contactos con agentes y diplomáticos en el extranjero. Asimismo, la Abwehr confeccionó un informe secreto sobre los crímenes nazis (los documentos «Zossen») que esperaba podía ser útil para llevar a juicio a Hitler y a los principales líderes del nazismo. Canaris y Oster fueron ejecutados en abril de 1945 por sus vínculos con los conspiradores que intentaron acabar con la vida de Hitler en julio de 1944[39].
«Operación Destello»
En 1943 se produjeron una serie de intentos de asesinato de Hitler, pero todos fracasaron por «una sucesión casi increíble de acontecimientos triviales[40]». El comandante-general Henning von Tresckow y el comandante Fabian von Schlabrendorff intentaron acabar con Hitler en numerosas ocasiones. Destinados en Rusia, consiguieron introducir en el avión de Hitler un paquete bomba que supuestamente consistía en unas botellas de coñac para unos amigos en el cuartel general del Führer. El nombre en código de la operación para acabar con Hitler fue el de «Destello». La idea era que el avión de Hitler explotara en el aire y presentarlo así como un accidente. A pesar de que habían realizado pruebas en los días anteriores, las bombas fallaron y Hitler pudo llegar sano y salvo a su destino. Los conspiradores escucharon aterrorizados que el avión de Hitler había aterrizado sin novedad en su cuartel general de Rastenburg. Al día siguiente Schlabrendorff voló a Rastenburg. Una vez recuperado el paquete de las bombas, Schlabrendorff partió esa noche en coche-cama a Berlín. En su compartimiento se apresuró a abrirlo para comprobar que había sucedido. Retiró la espoleta y la examinó. Había un pequeño defecto en el mecanismo; el detonador no había funcionado al ser golpeado por el percutor[41].
Von Stauffenberg y el 20 de julio de 1944
Los líderes del ejército tardaron en oponerse al hombre que les había devuelto el protagonismo y que había prometido restaurar la grandeza de Alemania. Las principales figuras de la resistencia a Hitler en el ejército fueron Henning von Tresckow, en el Grupo de Ejército Centro en Rusia; el mariscal Erwin von Witzleben, que tenía el papel asignado de comandante en jefe de las fuerzas armadas cuando Hitler hubiese muerto, y Claus Graf Schenk von Stauffenberg, quien intentó el asesinato en julio de 1944.
Von Stauffenberg fue el oficial del ejército que llevó a cabo el intento más serio por acabar con Hitler. Stauffenberg nació en 1907 en el seno de una familia aristocrática. En 1936 ingresó en la Academia de Guerra de Berlín. Al igual que otros muchos militares de carrera, se mostró entusiasmado cuando Hitler tomó el poder. A partir de 1941, durante la campaña de Rusia, mostró una gran desilusión con el régimen cuando supo las brutales acciones llevadas a cabo por los comandos de las SS. «Están fusilando en masa a los judíos», le dijo a un amigo, «estos crímenes no pueden seguir[42]». Posteriormente fue trasladado a Túnez para detener el irresistible avance del ejército norteamericano. Había sido transferido por órdenes del general Kurt Zeitzler, quien conocía sus visiones antiHitler y que llegó a la conclusión de que era mejor apartar a Stauffenberg del principal teatro de operaciones[43].
En Túnez, en 1943, resultó gravemente herido, perdiendo el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda. Durante su convalecencia en Múnich, logró acercarse a grupos disidentes que formaban la resistencia. Se enteró de que Beck había dado el visto bueno a un atentado contra Hitler. Goerdeler apoyaba el golpe de Estado pero consideraba que Hitler debía ser llevado a juicio en vez de ser ejecutado. A pesar de su estado físico que le hubiese permitido retirarse, Stauffenberg pidió permanecer en el ejército, lo que le otorgaba mayores oportunidades de acercarse a Hitler. En el verano de 1943 decidió tomar la responsabilidad de salvar a Alemania, tenía para entonces el rango de teniente coronel y trabajaba para el general Friedrich Olbricht, miembro del «Grupo Beck-Goerdeler». Mientras tanto, la oposición a Hitler había conseguido el apoyo del mariscal Erwin von Witzleben, quien debía asumir el papel de comandante en jefe de las fuerzas armadas tras el golpe de Estado, y el coronel general Karl Heinrich von Stülpnagel, gobernador militar en la Francia ocupada. Pero la figura más conocida que atrajo la oposición era el popular mariscal de campo Erwin Rommel. Rommel se oponía a la idea de matar a Hitler, pero estaba dispuesto a apoyar las ideas de Goerdeler de llevarle a juicio. Arguyó que un Hitler muerto se convertiría en un mártir y que surgiría una teoría de la «puñalada por la espalda» similar a la que muchos alemanes asociaban a la derrota de 1918.
En el verano de 1944, con las derrotas sucesivas de Alemania en el campo de batalla, los conspiradores se vieron impulsados a actuar. Esta vez contaban con un círculo más amplio de simpatizantes entre los militares de alta graduación, el asesinato fue planeado como parte de un golpe de Estado general que pusiese fin a la guerra. Intentaron abrir negociaciones diplomáticas con Gran Bretaña y Estados Unidos para proseguir la guerra con Rusia. Estas iniciativas fueron totalmente rechazadas por los aliados occidentales, que señalaron que no habría una paz separada de la Unión Soviética. La mayor dificultad era conseguir a alguien convencido de la conspiración que estuviese físicamente cerca de Hitler para intentar acabar con su vida. Por un golpe de suerte, Stauffenberg fue ascendido a jefe de Estado Mayor del general Fromm, comandante en jefe del ejército de la reserva. En tal posición tenía que asistir de vez en cuando a las conferencias con Hitler en representación de su jefe. Stauffenberg estuvo en su presencia por vez primera el 7 de junio de 1944, el día después de los desembarcos de Normandía.
El golpe había sido planificado con tiempo. Beck emitiría un comunicado como jefe de Estado provisional que sería publicado inmediatamente después del atentado contra Hitler. Para controlar el país, el general Friedrich Olbricht junto a Stauffenberg y Mertz von Quirnheim diseñaron el llamado plan «Valkiria», que se basaba en un plan existente para reprimir un levantamiento de los trabajadores extranjeros en Alemania.
Stauffenberg fue convocado el 20 de julio a Rastenburg para tomar parte en las conferencias militares como jefe del Estado Mayor del comandante en jefe del ejército de reserva. Una vez en la sala de reuniones colocó una bomba bajo la mesa. La conferencia no se celebró en el búnker de hormigón donde la explosión habría sido mortal, sino en un pequeño edificio de madera. Debido a las prisas del último minuto Stauffenberg no pudo instalar el mecanismo de un segundo explosivo que llevaba consigo y que habría supuesto, con toda probabilidad, la muerte de todos los que se encontraban aquel día en la sala de reuniones[44]. Con la excusa de una llamada telefónica Stauffenberg abandonó apresuradamente el recinto y, tras ver a lo lejos el efecto de la explosión, se dirigió en avión a Berlín para esperar la consumación del golpe de Estado convencido de que Hitler había muerto. Sin embargo, dentro del lugar de la conferencia, el coronel Brandt había alejado el maletín con la bomba y lo había colocado en la parte externa de la sólida pata de la mesa sobre la que Hitler se encontraba inclinado en ese momento. Las delgadas paredes de madera de la sala cedieron ante la onda expansiva y la mayoría de los presentes salieron despedidos. Hitler había sido protegido por la pesada plancha de madera de la mesa sobre la que estaba apoyado al producirse el estallido y sobrevivió con tan sólo pequeñas heridas superficiales[45]. Hitler exclamó «¡soy invulnerable, soy inmortal!»[46].
Estado en el que quedó la sala de conferencias tras el atentado.
En Berlín los conspiradores estaban esperando en las oficinas del Alto Mando del Ejército en la Bendlerstrasse para poner en marcha el plan «Valkiria» y movilizar a los distritos de defensa. Sin embargo, no pudieron convencer a Friedrich Fromm, comandante en jefe del ejército de reserva, de que se uniese a la resistencia. Stauffenberg le mandó arrestar. Las dudas de los comandantes en los distritos, unidas al rápido mensaje radiofónico de que Hitler había sobrevivido, llevaron al fracaso del intento de golpe. En Praga, París y Viena, los conspiradores tuvieron un éxito momentáneo. Tomaron el control de la situación y arrestaron a los oficiales de las SS.
En Berlín, Goebbels había actuado con determinación para poner fin al golpe. Stauffenberg intentó infructuosamente conseguir el apoyo del ejército para la ya condenada conspiración. A las nueve de la noche las tropas leales a Hitler tomaban el edificio donde se encontraban los conspiradores. Tras un breve intercambio de disparos, Stauffenberg fue herido. Beck intentó sin éxito quitarse la vida hasta que tuvo que ser ejecutado por uno de los guardias leales a Hitler. Stauffenberg sería ejecutado a medianoche junto con otros conspiradores. Sus últimas palabras fueron: «larga vida a Alemania». Los cuerpos de los cuatro conspiradores ejecutados, junto con el de Beck, fueron enterrados en Schöneberg. Himmler ordenó posteriormente que sus cuerpos fueran desenterrados y sus cenizas esparcidas por el campo.
La causa del fracaso del atentado no hay que buscarla, pues, en el recinto donde fue depositada la bomba, ni en la imposibilidad de instalar el detonador de un segundo explosivo, sino en el hecho de que la mayoría de los oficiales en Berlín no se atrevió a actuar con decisión hasta tener constancia de que Hitler había muerto. El retraso incomprensible en poner en acción el llamado plan «Valkiria» fue fundamental. De haber actuado de forma decisiva la tarde del 20 de julio, el golpe de Estado podía haber triunfado. Los conspiradores habían dejado pasar demasiadas oportunidades. No destruyeron el centro de comunicaciones en el cuartel general del Führer, no planificaron la toma de las principales radios en Berlín ni arrestaron a miembros destacados del partido o de las SS. De esa forma, cuando supieron que Hitler estaba vivo el ejército se negó a actuar.
Fuera de las fronteras alemanas existió muy poca simpatía hacia aquellos que habían intentado matar al dictador nazi. El New York Herald Tribune señalaba: «Dejen que los generales maten a Hitler o que este mate a los generales, preferiblemente ambas opciones[47]». El Times de Londres afirmaba que los generales que habían intentado matar a Hitler era «militaristas enemigos de la democracia y la libertad[48]».
El fracaso del asesinato del 20 de julio tuvo consecuencias funestas para aquellos alemanes que se oponían a la guerra. Hitler desató una brutal represión contra todos los grupos de oposición en Alemania. «Ahora tengo por fin al cerdo que ha estado saboteando mi tarea», señaló Hitler, «ahora tengo pruebas. Todo el Estado Mayor está contaminado (…). Ahora ya sé por qué tenían que fracasar todos mis grandes planes en Rusia estos últimos años. ¡Era todo traición! Si no hubiese sido por esos traidores, hace mucho que habríamos triunfado. Esa es mi justificación ante la historia[49]». Las SS desencadenaron una orgía de violencia y torturas por toda Alemania. Se trataba de la operación «Tormenta» que llevó a la detención de 5000 miembros de la oposición aunque muchos de ellos no tuvieron ninguna relación con el atentado. Al laureado mariscal Rommel, a quien se le relacionó con la conspiración, no se le ofreció otra opción que envenenarse (lo que permitía presentar su muerte como una consecuencia de un accidente de automóvil que había tenido días antes). Hitler, conociendo la popularidad de Rommel, quiso realizar un funeral de Estado con todos los honores al que él no asistió. Stauffenberg fue fusilado y muchos de los conspiradores fueron ajusticiados de forma terrible, colgados de ganchos de carne suspendidos con cuerdas de piano para prolongar su agonía. Hitler insistió en que no se prestase a los condenados ningún tipo de ayuda espiritual. «Yo quiero que sean colgados, colgados como reses de matadero», señalaban sus instrucciones[50].
Toda la barbarie que los alemanes habían utilizado en Rusia se volvió contra el pueblo alemán. No habría respiro para los alemanes hasta el fin de la contienda a pesar de que los datos recogidos en la posguerra señalaban que tres cuartas partes del pueblo alemán deseaban dejar de combatir hacia mediados de 1944. Las consecuencias de no acabar con Hitler y de la continuación de la guerra serían devastadoras. Desde julio de 1944 a mayo de 1945 murieron más alemanes que en todos los años anteriores juntos. Aproximadamente 290 000 soldados y civiles alemanes murieron al mes durante esas fechas.
¿Por qué no se produjo una revolución en Alemania en 1945?
A pesar de las derrotas militares y del descontento creciente con el régimen nunca se dio un estado revolucionario como el de 1918. El motivo principal fue que el régimen aún contaba con un control decisivo sobre el frente interior a diferencia del final de la Primera Guerra Mundial. El aparato del terror nazi se había fortalecido durante la guerra gracias a los esfuerzos de Himmler y contaba con una gran capacidad para destruir cualquier movimiento de oposición. Un trabajador resumió bien el estado de ánimo: «Antes de que me cuelguen estaré encantado de creer todavía en la victoria». Por otra parte, la cohesión de los trabajadores se había resquebrajado por el enorme número de trabajadores extranjeros que habían sido llevados a Alemania. Tampoco existían muchas alternativas a la lucha. La decisión de Roosevelt de pedir la rendición incondicional y la reputación de brutalidad del Ejército Rojo no ofrecían muchas opciones más que luchar hasta el fin. La campaña de bombardeo aliada, en vez de acabar con la moral de la población civil, convirtió la supervivencia en la prioridad distrayendo a la población de cuestiones políticas. Los civiles temían también a los ocho millones de trabajadores extranjeros en el interior de Alemania que podían aprovechar una situación de descontento para sembrar el caos y el terror, lo que motivaba la adhesión con el orden establecido[51].
Por otro lado, a diferencia de Italia, donde Mussolini había sido depuesto, en Alemania no existía un equivalente del Gran Consejo Fascista que pudiese juzgar las decisiones de Hitler. Había destruido la estructura institucional del Estado que podía haber servido de contrapeso a su poder. No existían reuniones de gabinete ni asambleas nacionales, ningún foro en el cual los alemanes pudiesen legítimamente reunirse para cuestionar la conducción de la guerra. El sistema había evolucionado de tal forma que protegía a Hitler no sólo de ser cesado constitucionalmente, sino también de críticas de toda índole.
Al final existió muy poco entusiasmo por la guerra del pueblo para luchar por cada metro de suelo alemán. La moral del Volkssturm o ejército del pueblo fue muy baja, mientras que los intentos por establecer grupos guerrilleros como los Wehrwolf reclutados entre las Juventudes Hitlerianas fueron un fracaso. En octubre de 1944, un informe secreto de la SD señalaba que «en áreas de Alemania, en contraste con lo sucedido en Rusia, la resistencia de la población es impensable. No debe olvidarse que estamos en el sexto año de guerra y que la población se encuentra ya muy cansada». Cuando los norteamericanos ocuparon Aachen en octubre de 1944, los habitantes recibieron a los invasores como libertadores.
Los motivos del fracaso conspiratorio
¿Por qué tuvieron tan poco éxito las conspiraciones contra Hitler? En primer lugar, la astuta decisión de Hitler de consolidar su poder por vías legales tuvo profundas repercusiones. Suponía que cualquier desafío al Führer tuviese que crearse fuera de la ley. Esto les hacía aparecer a ojos de los alemanes como traidores. Atados por su juramento a Hitler, los generales alemanes fueron reducidos a la impotencia absoluta. No podían rebelarse contra Hitler sin antes quebrantar su código de honor.
Tampoco encontraron los conspiradores ayuda en los aliados que, frecuentemente, no les tomaron en serio. Los británicos rechazaron los llamamientos de ayuda principalmente por dos motivos. En 1944 el Gobierno británico manifestó que tan sólo aceptaría la rendición incondicional de Alemania. La desaparición de Hitler y su reemplazo por otro político ponían en peligro tal condición. El segundo motivo era el miedo a que los contactos con opositores a Hitler fueran maniobras de la Gestapo para humillar a los servicios secretos británicos[52]. Por otro lado, es muy probable que el asesinato de Hitler hubiese dado pie a una nueva teoría de la «puñalada por la espalda». Habría servido para un revanchismo que habría tardado mucho tiempo en desaparecer en Alemania. El mito hubiese girado en torno a la idea de que justo cuando parecía que Hitler estaba a punto de utilizar sus armas milagrosas, había sido asesinado por un grupo de traidores aristócratas, liberales y cristianos.
Por otro lado, algunas acciones de la oposición facilitaron el trabajo de la policía alemana. Los comunistas persistieron en diseminar propaganda que era fácilmente localizable, creando y reconstruyendo redes de células clandestinas que eran infiltradas por los agentes sin demasiada dificultad. Los Testigos de Jehová llevaban a cabo su oposición al régimen de forma abierta, por lo que no planteaban problemas de detección.
El veredicto de los historiadores
La definición del término «resistencia» ha sido siempre el eje central del debate historiográfico sobre la oposición al nazismo. El problema de una definición demasiado limitada es que restringe su estudio a una élite poco numerosa de personas que intentó asesinar a Hitler. Por otro lado, una visión demasiado amplia incluiría hasta personas que contaban chistes contra Hitler y el nazismo[53]. Los actos de «resistencia» en Alemania durante el Tercer Reich son mucho más complejos de definir que la «resistencia» en los países ocupados por Alemania durante la guerra, donde la palabra era sinónimo de cualquier intento de oponerse y de trabajar por la liberación del invasor y ocupante.
El historiador Broszat definió la resistencia en Alemania como «toda forma de rebelión» contra el dominio absoluto nazi. Esta visión amplia ha sido criticada por historiadores como Walter Hofer, quien considera que tan sólo aquellas acciones que comportaban una «voluntad clara» de derribar al régimen nazi pueden ser definidas como resistencia. Otros historiadores, como Boberach, sostienen que se debe englobar en la categoría de resistencia a aquellos actos que el régimen nazi estimaba como tal. Un amplio sector de la historiografía, sin embargo, concuerda con la visión de Detlev Peukert y su pirámide de «resistencia». En la base se encontrarían todos los actos de inconformismo, entre los que figuraba la difusión de chistes y en el vértice se situaba la resistencia política, que incluía actos de sabotaje, de conspiración, de distribución de literatura antinazi, el ataque a organizaciones nazis y los intentos de acabar con el régimen[54].
Un esquema similar fue defendido por el historiador austriaco Gerhard Botz. En la base de su pirámide figuraban actos de absentismo laboral. En el siguiente nivel, denominado «protesta social», aparecían actos como contar chistes sobre Hitler, divulgar sermones contrarios a la política antirreligiosa nazi, propagar rumores y escuchar radios extranjeras. La categoría más alta, la «resistencia política», comprendía la conspiración, el sabotaje o la distribución de panfletos contra el régimen[55].
Lo más razonable, así, parece reservar el término resistencia para aquellos grupos de personas que intentaron acabar con el régimen y utilizar el término oposición para explicar las acciones de disconformidad con las políticas específicas del régimen nazi sin que entrañaran el deseo de derribarlo por la fuerza. Tal vez el término más apropiado para referirse a la actitud de la mayoría de la población alemana en especial durante los años 1933 a 1939 sea el de «lealtad reticente». Este es un término utilizado por los historiadores Klaus-Michael Mallmann y Gerhard Paul en su estudio sobre la región del Sarre durante el período. El punto crucial de esta versión es que la indiferencia, el inconformismo o incluso las quejas explícitas no suponían una amenaza para el consenso ni constituían una deslealtad hacia el régimen. Muchos pasaron a formar parte de lo que el historiador Rothfels ha denominado la «oposición silenciosa», que desafiaba a Hitler escondiendo a judíos, escuchando las emisiones de la BBC, leyendo literatura prohibida o contando chistes sobre los nazis[56].
Un sector de la historiografía ha intentado incluir la resistencia pasiva como oposición que no llegó a provocar la respuesta represiva del régimen. En la década de los setenta el historiador Martin Broszat denominó el disenso y el inconformismo como «Resistenz», un término médico que en el contexto de la historia del período implicaba inmunidad a la ideología nazi. En un meticuloso estudio de la región de Baviera se centró en aquellos alemanes que eran indiferentes al régimen. Consideraba que esa actitud, su «Resistenz», limitaba la autoridad y el impacto del régimen. Sin embargo, tal concepto resulta cuestionable. La gran mayoría de los que eran indiferentes al régimen lo eran también a la política en general. La desafección era tan sólo la muestra palpable de que los nazis no podían motivar y entusiasmar a toda la población alemana. Muchos ciudadanos optaron por lo que se llamó la «emigración interior», una forma de autosuficiencia moral e intelectual que no desafiaba abiertamente al régimen y que intentaba evitar llamar la atención del mismo llevando a cabo una inhibición personal de toda participación pública y política. Por otra parte, el terror no era normalmente arbitrario (a diferencia de la Unión Soviética de Stalin) a no ser que se perteneciese a los grupos que eran considerados enemigos del régimen como los pordioseros, delincuentes, comunistas, judíos, gitanos, etc.
¿Quiénes resistieron al nazismo? Los primeros trabajos de historiadores, como Hans Rothfels y Gerhard Ritter, exageraban el papel de los grupos conservadores minimizando el de los comunistas y socialistas, aunque no ignoraban el papel de los estudiantes y las Iglesias. El historiador J. Wheeler-Bennett también ponía el énfasis en el papel de esa élite, aunque consideraba que la motivación de los oficiales del ejército no era idealista sino que buscaba sus propios intereses[57].
La visión centrada en la élite tradicional y conservadora fue corregida por Hans Mommsen, que puso el énfasis en la oposición de la izquierda política. Esta teoría fue apoyada por el historiador Hillgruber, que considera que sólo los comunistas lucharon activa y persistentemente contra los nazis. Una visión de consenso es la de Martyn Housden, que valora la importancia de ambos sectores en la oposición al nazismo[58].
El historiador Trevor Roper despreció a la resistencia alemana calificándola como una «criatura tan imaginaria como el centauro», una afirmación, tal vez, demasiado dura, aunque lo cierto es que la verdadera amenaza para el régimen fue bastante limitada. La tesis opuesta fue defendida por A. Hillgruber, que sostuvo que Alemania era, en realidad, un país ocupado en el cual todos los alemanes, en mayor o menor medida, resistían a los nazis. Una visión más equilibrada es la de Joachim Fest, que afirmaba que aunque la resistencia contaba con una base social amplia y fue persistente, los resistentes encontraron muy poco apoyo en el pueblo alemán[59].
En todo caso, es preciso tener muy presente que las posturas de gran parte de la población no fueron estáticas, las circunstancias cambiaron dramáticamente en los doce años que duró el Tercer Reich. Cualquier generalización sobre la opinión pública alemana debe tener en cuenta los cambios que se produjeron a lo largo del tiempo. De hecho, algunas de las figuras más destacadas en la resistencia activa entre las élites conservadoras habían apoyado inicialmente al régimen nazi.
La auténtica oposición al régimen sólo podía provenir de las élites y los sectores desilusionados con el nazismo que no actuaron unidos hasta finales de los años treinta. Existen serias dudas sobre si los conspiradores hubiesen recibido el apoyo de la población alemana que era necesario para poner fin al régimen de haber tenido éxito la bomba de Stauffenberg. Hasta las derrotas militares, la aceptación popular del régimen fue amplia y basada en cuatro puntos principales: la recuperación económica y la creación de puestos de trabajo; el «mito de Hitler» que le glorificaba como un líder efectivo, casi como un «salvador»; las victorias diplomáticas de 1936-1938; y las victorias militares de 1939 a 1941. Un estudio de 45 000 cartas enviadas por los soldados alemanes después del atentado del 20 de julio concluía: «La traición de la conspiración es rechazada como el mayor crimen contra el pueblo alemán[60]». Por supuesto, conociendo que existía una férrea censura, ningún soldado expresaba sentimientos contrarios a Hitler, pero tampoco tenían obligación alguna de condenar el atentado. Las cartas apuntan a que existía un sentimiento mayoritario de haber sido traicionados por los oficiales que habían roto su juramento.
En suma, gran parte de la historiografía estima que existió un amplio consenso en torno a Hitler y que la oposición consistió en grupos desunidos y, en general, con poca fuerza en la sociedad alemana. El historiador Mommsen lo definió como la «resistencia sin el pueblo[61]». Hoy en día, si bien no se puede afirmar lo contrario (que existiese una «resistencia con el pueblo»), sí resulta posible señalar que existieron diversas manifestaciones y niveles de «resistencia» en los diversos sectores de la sociedad alemana. La extensión de la represión en Alemania contra elementos contrarios al régimen (aunque sus actividades fueran poco efectivas) fue enorme. Hacia 1939, 150 000 comunistas y socialdemócratas había permanecido períodos de tiempo en campos de concentración, 40 000 alemanes se habían exiliado por razones políticas, 12 000 habían sido condenados por alta traición y unos 40 000 más habían estado en la cárcel por diversos motivos políticos.