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¿Un milagro económico?

«Muchas veces me he preguntado si hubiese actuado

de forma distinta de haber sabido lo que sucedió.

La respuesta es siempre la misma. De alguna forma

hubiese ayudado a aquel hombre a ganar su guerra».

Albert Speer.

Hitler nunca olvidó la penuria que había observado tras el fin de la Primera Guerra Mundial. La inflación devastó Alemania. Los comensales en los restaurantes observaban atónitos cómo sus comidas se hacían más caras mientras comían. Los trabajadores veían que el poder adquisitivo de sus salarios disminuía mientras hacían cola para cobrarlo. Los campesinos se negaban a vender sus cosechas por dinero señalando: «no deseamos confeti judío de Berlín[1]». Los mendigos se negaban a aceptar dinero por debajo del millón de marcos. Las entradas al teatro era vendidas por una docena de huevos y las prostitutas ofrecían sus servicios a cambio de unos cigarrillos. La situación llegó a tal punto que los burócratas del Ministerio de Finanzas aceptaban patatas como parte de su sueldo. Según una historia popular, una mujer que había dejado una cesta llena de dinero frente a su casa, al regresar a buscarla se encontró con que se habían llevado la cesta y habían dejado el dinero[2]. D. H. Lawrence escribió: «El dinero se vuelve loco y la gente con él[3]». Al final costaba más dinero imprimir los billetes que su valor en la calle. Los billetes eran utilizados como papel higiénico, lo que hizo que la gente comenzase a hablar de «la muerte del dinero». El escritor Stefan Zweig describía una metáfora de esa muerte a través de la historia de un hombre ciego cuya familia había vendido su apreciada colección de pinturas para poder sobrevivir y las había sustituido por cartulinas en blanco[4].

Los que poseían dinero extranjero eran imposiblemente ricos ya que sólo se podían cambiar las denominaciones más bajas. Diez dólares eran suficientes para adquirir una casa moderna, algo que fue aprovechado por los norteamericanos, que se lanzaron a comprar, mientras pudieron, grandes casas y terrenos, lo que exacerbó el chauvinismo alemán. En palabras de un ciudadano: «Alemania era un cuerpo en descomposición sobre el cual se abatían presas desde todas las direcciones[5]». «La burguesía se proletarizó[6]». La situación de desamparo en Alemania quedaba reflejada en el alto número de suicidios. Hacia 1932 las cifras cuadriplicaban las de Gran Bretaña y prácticamente doblaban las de Estados Unidos[7]. La economía alemana se encontraba en bancarrota con una tasa de desempleo de seis millones que en realidad se acercaba más a los nueve millones[8]. La producción industrial había sido reducida a los niveles de 1890 mientras que el comercio había disminuido a la mitad[9].

La recuperación económica, 1933-1936

La depresión económica había alcanzado su punto más bajo durante el invierno de 1932-1933 y posteriormente el ciclo del comercio experimentó una cierta recuperación[10]. Este hecho fue de gran ayuda para los nazis. La recuperación económica con los nazis se basó, en gran parte, en la inversión pública, debido a los grandes proyectos para estimular la demanda y aumentar el nivel de vida.

Hitler sabía que tenía que actuar con gran cautela para no enajenarse la confianza del mundo de los negocios. Hitler prometió a los hombres de negocios que no habría «experimentos» y señaló que «la economía debía ser tratada con una prudencia extraordinaria[11]». En los primeros años del nazismo la economía alemana estaba bajo el estricto control de Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y posteriormente ministro de Economía. Schacht ya era, por entonces, un respetado financiero internacional debido a su papel protagonista en la creación de la nueva moneda tras la hiperinflación de 1923. Schacht introdujo el «Nuevo Plan» en septiembre de 1934, el cual otorgaba al Gobierno enormes poderes para regular el comercio y las transacciones económicas. Lanzó un vasto programa de inversión pública para reducir el desempleo y entre 1932 y 1935, el Gobierno invirtió millones de Reichsmarks en proyectos públicos. Para evitar la inflación Schacht necesitaba un aumento de impuestos, bajos sueldos y precios estables, lo que no le fue difícil de obtener de Hitler. Hitler señalaba de forma sorprendentemente simple: «La inflación no es más que falta de disciplina de los compradores y de los vendedores. Me ocuparé de que los precios se mantengan estables. Para eso están las SA». Para financiar la inversión pública sin incrementar los impuestos, ni aumentar la inflación, Schacht necesitaba conseguir otros recursos. Para ello introdujo las llamadas «obligaciones Mefo», que, a un interés del 4 por 100, podían ser cobradas cinco años después. Demostraron ser un instrumento muy popular y ayudaron enormemente a conseguir el capital tan necesario para la inversión[12].

Schacht se consideraba el «Napoleón económico del siglo XX[13]». En una ocasión afirmó, «deseo una Alemania fuerte y grande y para conseguir ese objetivo yo entraría en una alianza con el diablo[14]». Su verdadera innovación fue el incremento masivo del gasto público. Como consecuencia de tales medidas, al año de asumir el poder Hitler, dos millones de alemanes habían encontrado trabajo. Hacia 1936 la producción industrial había aumentado un 60 por 100 desde 1933 y el producto nacional bruto había crecido un 40 por 100. En 1938 el desempleo había bajado de seis a un millón de personas. Aunque se consideró un milagro económico, esa disminución fue debida a los puestos de trabajo creados por el Estado, a las obras públicas y al incremento exponencial del gasto en armamentos. Se dieron incentivos fiscales a aquellas empresas que contratasen a más trabajadores.

La industria del motor fue estimulada con una serie de medidas impositivas. Se abolió el impuesto de la gasolina, lo que significó una reducción del 15 por 100 en el coste de poseer un vehículo. Las ventas del sector aumentaron espectacularmente en 1933. Sus efectos se hicieron sentir en toda la economía y aumentaron el empleo en las industrias de componentes. Según Richard Overy, si hubo un sector que ayudó a sacar a Alemania de la depresión económica, ese fue la industria del motor. Asimismo, considera que las bases para la potente industria del automóvil en Alemania tras la guerra se pusieron durante el Tercer Reich[15]. En 1934 su expansión aumentó por el programa de Autobahn, la construcción de 7000 kilómetros de autopistas, las cuales, además de servir de estímulo para los alemanes y proporcionar empleo directo, crearon un gran número de puestos de trabajo en una gran cantidad de industrias subsidiarias. En realidad, las enormes autopistas eran innecesarias en ese momento debido al bajo número de vehículos privados y las ventajas de las mismas para el ejército fueron también mínimas por su incapacidad para soportar el paso de los tanques. Tampoco eran una idea original de los nazis, pues en la Italia fascista habían construido ya «autoestradas» y estas habían sido ideadas en Alemania en la década de los veinte por la denominada «Sociedad para la Preparación de la Autopista[16]».

Construcción de una Autobahn.

El crecimiento económico de la Alemania nazi fue debido, principalmente, al rápido incremento en el gasto militar, no a una mayor eficiencia de la economía o al aumento de las exportaciones. En gran parte el «milagro económico» del nazismo puede contemplarse como un mito de la propaganda. En 1938 el ministro de Economía alemán, Schacht, le había advertido a Hitler de que Alemania no contaba con las reservas económicas para librar otra guerra importante. Hacia 1943 esa advertencia se hizo realidad. Incluso sin los bombardeos aliados, Alemania no contaba con los recursos materiales ni las reservas de materias primas necesarias para librar una guerra prolongada con las tres naciones más poderosas del mundo: la Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos. Los éxitos de los primeros años escondían debilidades estructurales profundas que salieron a la superficie en la segunda mitad de 1936 cuando se planteó la dirección que debía adoptar la economía alemana a partir de entonces.

El Plan Cuatrienal

Alemania sufría en 1936 una verdadera crisis de materias primas que se hizo más aguda debido a que el coste de las importaciones estaba aumentando en un momento en que las reservas de oro y de divisas extranjeras, necesarias para adquirir materias primas en el exterior, disminuían rápidamente. En abril de 1936 Goering fue nombrado comisario de Materias Primas con la responsabilidad de hacer autosuficiente a la economía. Este nombramiento fue una victoria para aquellos que consideraban que Alemania debía seguir una política de autarquía disminuyendo las importaciones y produciendo lo más posible. Tomando el control de la economía de producción y del llamado Plan Cuatrienal de 1936-1940, Goering aumentó su poder en el régimen nazi. El objetivo económico principal de Hitler era crear una economía que pudiese mantener el rearme[17]. «La nación no vive para la economía», escribió Hitler, «son las finanzas y la economía, los líderes económicos y las teorías económicas las que deben supeditarse sin reservas en esta lucha para que nuestra nación haga valer sus derechos[18]». Hacia el verano de 1936 el «Nuevo Plan» no había solucionado la persistente necesidad de materias primas de Alemania para su rearme.

Para hacer frente a ese estado de cosas se estableció el Plan Cuatrienal en septiembre de 1936 bajo el inexperto mando de Hermann Goering que poco o nada sabía de economía y aún menos de planificación económica. Goering reconoció que no entendía los gráficos ni las estadísticas y se negaba a leer documentos que tuvieran más de cuatro páginas. Goering afirmó orgulloso: «Yo no sé nada de economía, pero tengo una voluntad irrefrenable». Favorecía la cantidad por encima de la calidad como reconoció él mismo: «El Führer no me pregunta cómo son de grandes mis bombarderos sino cuantos hay[19]». Ordenó a las autoridades económicas que dirigieran todos sus esfuerzos para «una guerra prolongada». Para Schacht, era el principio del fin.

El objetivo del Plan Cuatrienal era conseguir que Alemania fuese autosuficiente en alimentos y materias primas y estuviese preparada para una guerra en 1940. Sin embargo, el plan fracasó en sus objetivos y no preparó a Alemania para la guerra. En 1939 la Alemania nazi estaba importando todavía el 20 por 100 de sus alimentos y el 33 por 100 de sus materias primas. En algunas materias vitales para el armamento la necesidad de importaciones era enorme. Alemania tenía que importar el 66 por 100 de su petróleo, el 70 por 100 de su cobre, el 85 por 100 de su caucho y la mayor parte de su aluminio[20].

El «Plan Krauch»

A Goering le ayudaron industriales como Carl Krauch, quien, en 1938, había sido puesto al mando de la importante agencia de planificación estratégica. En 1938 el «Plan Krauch» supuso un mayor esfuerzo para obtener la autarquía económica en industrias relacionadas con el armamento como el petróleo y el caucho. En realidad, Krauch y sus colaboradores no eran nazis convencidos, tan sólo deseaban aumentar su poder en Alemania. Aquellos como Schacht que desconfiaban de la política de autarquía nazi vieron cómo su poder comenzaba a disminuir rápidamente. En noviembre de 1937 Schacht renunció como ministro de Economía, siendo reemplazado por Walter Funk, quien era un firme defensor del Plan Cuatrienal. Schacht alertó de la «desaparición del orden económico y de la introducción de la moral de la jungla». La autarquía económica, según Schacht, llevaba a la autarquía mental, al estrechamiento de la mente y a la tensión internacional. Nadie quiso escucharle.

Reichswerke-Hermann Goering

Desde 1936 el Estado nazi se involucró directamente en la producción industrial. El ejemplo más claro fue el complejo industrial Reichswerke-Hermann Goering. El objetivo era impulsar la producción de armamento. Como Alemania carecía de mineral de hierro de gran calidad el complejo comenzó a utilizar el de menor calidad. Sin embargo, este sucedáneo no podía compensar el incremento de la necesidad militar, lo que hizo que Alemania fuese totalmente dependiente de la producción sueca.

Hacia 1938 el déficit de la balanza comercial alemana era ya gigantesco. El proceso de rearme acentuaba la demanda de materias primas de las que Alemania carecía, un factor que influyó enormemente en la política exterior y militar del Tercer Reich. En 1939 Alemania no estaba preparada para un conflicto y Goering no había conseguido establecer una economía capaz de mantener una guerra. El ejército dependía enormemente del petróleo y Alemania no contaba con reservas. Se realizaron enormes esfuerzos para producir petróleo sintético pero no alcanzaron el éxito esperado. Hacia 1939 Alemania producía tan sólo 18 por 100 del petróleo sintético que necesitaba para la guerra[21].

El nivel de vida

Uno de los mitos más persistentes sobre la Alemania nazi es el de que sus ciudadanos vivían en la opulencia y con gran comodidad. Existió, por supuesto, una mejora notable con respecto a los años de Weimar y la gran depresión. La demanda de bienes de consumo aumentó, aunque no está claro que Alemania fuese una sociedad de consumo. El indicador de bienestar en los años treinta era la posesión de un automóvil. Sin embargo, el número total de automóviles en Alemania durante el período fue de 500 000, muy inferior al millón en Gran Bretaña e insignificante frente a los 23 millones de coches adquiridos en Estados Unidos. Uno de los símbolos del régimen nazi fue el nuevo Volkswagen (o vehículo del pueblo). Cientos de miles de alemanes participaron en un proyecto de ahorro dedicando cinco marcos a la semana para obtener su flamante Volkswagen «escarabajo». Sin embargo, la fábrica tuvo que ser reconvertida para construir vehículos militares. La gente nunca vio los deseados vehículos. Los pocos vehículos que se produjeron fueron destinados a oficiales de las SS y a otros jerarcas del partido[22].

El historiador Detlev Peukert, en su pormenorizado estudio de la vida cotidiana en Alemania, ha concluido que el pueblo alemán estaba mucho más orientado al consumo a partir de 1933 que anteriormente. Según su estudio, Hitler promovió activamente una sociedad de consumo, que aumentó los beneficios sociales e incrementó las oportunidades de ocio[23].

Los economistas consideran que cuanto mayor es la proporción de los ingresos que se dedican a la comida menor es, en general, su nivel de vida. En 1938 el alemán medio gastaba 45 por 100 de sus ingresos en comida (comparado con el 41 por 100 en Gran Bretaña). El consumo de carne (que en el período suponía un índice de bienestar) entre 1933 y 1938 era un 33 por 100 inferior al de Estados Unidos. En 1938 los alemanes compraban el 25 por 100 menos de mantequilla, un 50 por 100 menos de huevos y el 25 por 100 menos de azúcar que los británicos. El alemán medio comía un 50 por 100 más patatas (el vegetal más barato) que los británicos y el consumo de alcohol era mucho mayor. Por otra parte, el consumo de tabaco aumentó enormemente. El aumento de estas dos variables pudo estar relacionado con el aumento del estrés y la tensión en la vida diaria en Alemania[24].

Resulta evidente que el nivel de vida en Alemania era peor que el de Gran Bretaña y muy inferior al de Estados Unidos. Lo que los nazis consiguieron, en gran parte a través de la propaganda, es que la gente se sintiese mucho mejor de lo que estaba en realidad[25].

Por otra parte, y aunque Hitler señalaría en septiembre de 1939 que la prioridad era la autarquía para preparar la guerra, su instinto político le aconsejaba mantener el nivel de vida y los niveles de consumo. Debido a las catástrofes económicas de los años veinte y principios de los años treinta, esa fue una de sus prioridades económicas. Hitler no estuvo nunca dispuesto a llevar a cabo un recorte en el nivel de vida alemán, lo que hubiera sido esencial para la movilización total de la economía para la guerra. Deseaba gastar enormes sumas en armamento y proteger el nivel de vida de las familias alemanas.

La economía nazi en guerra

La movilización de la economía alemana para la guerra estuvo marcada por la ineficiencia y la falta de coordinación. La fuerza aérea aumentó de 8290 aviones en 1939 a 10 780 en 1941, mientras que en ese mismo período en Gran Bretaña se había triplicado hasta los 20 100. Hacia finales de 1941 Alemania se encontraba en guerra con Gran Bretaña, la Unión Soviética y Estados Unidos mientras su producción de armamentos seguía siendo inferior a la británica. En vista de esa situación Hitler lanzó un «Decreto de racionalización». El estallido de la guerra supuso que la responsabilidad para la planificación de la misma fuese compartida entre diversas agencias. En el Ministerio de la Guerra, el general Thomas estaba a cargo del programa de armamento. Contaba con fuertes rivales en la figura del ministro de Economía, Walter Funk, y la oficina del Plan Cuatrienal. En marzo de 1940, para intentar acabar con la confusión, se creó un Ministerio de Municiones bajo el mando de Fritz Todt.

El saqueo de los países conquistados fue realizado de forma sistemática por grandes sectores industriales alemanes. Tal vez lo más notable fue la expansión de la empresa IG-Farben, que utilizó su influencia en el Gobierno nazi para establecer su posición como el mayor productor de químicos europeo en 1942[26]. Otras compañías adquirieron grandes secciones de territorios ocupados. Así, por ejemplo, la compañía Reichswerke adquirió empresas de acero y minería. Tras el Anschluss con Austria y la toma de Checoslovaquia se hizo con grandes empresas del país bajo la dirección de Goering[27].

Speer y la guerra total

El arquitecto Albert Speer era lo que hoy se denomina un «tecnócrata». A partir de 1942, como sustituto de Todt (fallecido en un accidente aéreo), coordinó y racionalizó el esfuerzo de producción bélica y explotó de forma mucho más efectiva el potencial de los recursos de Alemania y de su fuerza laboral. Su amistad con Hitler le sirvió para enfrentarse a diversas autoridades del Reich. Entre las medidas que adoptó destacan el aumento del empleo femenino en la industria de armamentos, la utilización efectiva de mano de obra esclava proveniente de los campos de concentración y el mantenimiento de los trabajadores especializados evitando que tuviesen que ser reclutados por el ejército. La falta de coordinación y las disputas entre las diversas instituciones alemanas tenían consecuencias nefastas para el esfuerzo de guerra nazi. Cinco «Autoridades Supremas del Reich» reclamaban sus competencias en el campo de los armamentos, empezando con el Plan Cuatrienal de Goering, seguido por el Ministerio de Asuntos Económicos, el Ministerio de Trabajo, el Alto Mando de las Fuerzas Armadas y la organización que crearía Speer. Según Speer, la economía alemana se parecía a una «pastelería, donde todo el mundo quería algo diferente y todos querían ser servidos los primeros[28]».

Speer formó rápidamente un eficiente equipo de industriales e ingenieros. Por primera vez en la historia del Tercer Reich, se centralizaron todos los recursos industriales y se impuso la racionalización industrial. El equipo de Speer impulsó un asombroso aumento de la producción de armas. En tres años se lograron resultados notables. La adopción de la producción en serie, aunque distó mucho de ser universal, produjo un incremento instantáneo de la eficiencia[29].

La producción de armas se triplicó en tres años; la productividad de los obreros alemanes se dobló. Las fábricas grandes se ampliaron, al tiempo que se cerraban las pequeñas. En 1944, el caza Messerschmitt-109 se producía a razón de mil unidades al mes en tres plantas gigantescas, mientras que anteriormente se producían 180 en siete plantas pequeñas. Los industriales gozaban de libertad para trabajar, sin el temor de las injerencias de los militares. Como reconoció el propio Speer, sin su labor es muy probable que Hitler se hubiese visto obligado a pedir la paz en 1943 como muy tarde. Speer realizó una enorme labor aproximándose a los problemas con soluciones poco ortodoxas. Improvisando se ocupaba de las líneas de transporte que habían sido destruidas, reconstruía fábricas de forma eficiente y rápida, se desplazaba al frente para averiguar personalmente las ventajas o debilidades de las nuevas armas que se iban introduciendo. Era una actividad frenética plagada de obstáculos administrativos y de recelos profesionales[30].

Fabrica de armas de la empresa Krupp.

La disciplina en el trabajo siguió siendo muy alta en Alemania, hasta tal punto que la producción de armamento aumentó en un 230 por 100 entre 1941 y 1944 mientras que la mano de obra utilizada se incrementó tan sólo un 28 por 100. Esta medida se debió también a la severidad de la legislación alemana. En ella se estipulaban tres meses de prisión por retrasos, un año por negarse a realizar horas extraordinarias y hasta dos años por faltar dos veces al trabajo sin justificación[31]. Durante el conflicto el régimen nazi puso todos los medios para que la población alemana estuviese adecuadamente alimentada y para que no se produjese un levantamiento debido al hambre. No aspiraba a mantener los niveles de vida en tiempos de paz, sino a crear un sistema justo de raciones y un «Existenzminimum» (nivel mínimo de subsistencia).

Los éxitos de Speer no fueron suficientes. Es muy probable que Alemania contase con los recursos para igualar la producción de Estados Unidos o la Unión Soviética, pero Speer no pudo vencer en su lucha con los poderosos Gauleiters, y las SS siguieron siendo un «Estado dentro del Estado». Asimismo, a pesar de que los territorios ocupados fueron sistemáticamente saqueados, nunca fueron explotados con eficiencia económica. Además, Speer nunca pudo recuperar las pérdidas causadas por el bombardeo sistemático de Alemania. Es cierto que tras la guerra se consideró inmoral el bombardeo aliado y se restó importancia a su efectividad debido a los resultados económicos de Speer. Sin embargo, los bombardeos evitaron que Alemania alcanzase con Speer unos resultado aún mejores. Los bombardeos causaron una gran destrucción de industrias y de vías de comunicación. Alemania tuvo también que dirigir grandes recursos a la construcción de instalaciones antiaéreas e industrias subterráneas. Como resultado de todo ello, en agosto de 1944 la producción alemana alcanzó su punto más alto muy por debajo de su auténtico potencial[32].

Al final el régimen nazi se vio incapaz de hace frente a las exigencias de la guerra total y el coste del fracaso fue evidente en el colapso económico de 1945.

La «Solución final» como «irracionalidad económica»

Para Kershaw, la «Solución final», además de sus aspectos brutales e inmorales, fue una irracionalidad económica. La misma utilizó enormes recursos para el transporte de seres humanos que podían haber sido utilizados como mano de obra. De hecho existieron versiones contradictorias en el seno de las SS sobre la «Solución final». Cuando el sistema de campos de concentración se extendió, existieron voces en el seno de las SS, como la de Oswald Pohl, que pidieron que se utilizase la mano de obra de esos campos. Pohl estaba a cargo del desarrollo de la WVHA, que era la administración económica de las SS. Deseaba que los campos se convirtiesen en algo parecido al Gulag soviético. Asimismo, aquellos con responsabilidad en la administración de los territorios del Este, como Wilhem Kube, consideraban que la retirada masiva de mano de obra hacia Alemania les dejaba sin mano de obra para explotar sus territorios, algo que podía ser compensado utilizando a los judíos. Sin embargo, y a pesar de los deseos económicos de algunos de sus miembros, la idea de la destrucción de los judíos se impuso en la práctica. Las decisiones técnicas que se tomaron en la Conferencia de Wannsee en enero de 1942 incluyeron el movimiento masivo de trenes que necesitaba desesperadamente la industria.

A pesar de todo, la industria alemana explotó a parte de la mano de obra judía durante la guerra. Por ejemplo, la IG-Farben, en el gigantesco complejo industrial de Monowitz-Buna cerca de Auschwitz, utilizó a prisioneros judíos para trabajar en sus instalaciones.

El veredicto de los historiadores

Para la mayor parte de los historiadores económicos del período, la economía alemana nunca creció lo suficiente para hacer frente a las demandas de la «guerra total». Esto fue debido a varios factores, en especial a la falta de materias primas y de mano de obra que no pudieron obtenerse en las tierras conquistadas. En los primeros años de la guerra otros factores influyeron también negativamente en la economía. El sector de producción de bienes de consumo se transformó para hacer frente a las demandas del sector militar, pero no profundamente. El lento desarrollo en armamentos y la falta de reestructuración de la economía reflejó la continuidad con el período anterior al conflicto. El régimen había llegado al poder en un momento de caos económico y deseaba evitar de nuevo esa situación. A partir de 1942 la economía y la industria en particular, atravesaron un proceso de racionalización que las hizo más productivas. Mientras esto sucedía, millones de personas eran transportadas para ser aniquiladas, en vez de ser utilizadas para compensar la falta de mano de obra.

¿Contaba Alemania con una economía de guerra durante los años de paz?

B. H. Klein. Para este investigador la movilización económica de Alemania fue muy limitada en los primeros años del conflicto. Según su tesis, la economía alemana estaba ligada a la estrategia militar de la Blitzkrieg o guerra relámpago. Según Klein, Hitler sabía perfectamente que la producción de materias primas alemana era muy débil, por lo que planificó una serie de guerras cortas, lo que evitaría a Alemania la rigidez de una guerra total. De esa forma Alemania podía contar con «cañones y mantequilla». Consideraba que, hasta la batalla de Stalingrado, la movilización económica para la guerra fue muy limitada y que los niveles de consumo interno se mantuvieron en niveles muy aceptables. Esta teoría fue adoptada por el historiador A. J. P. Taylor para afirmar que Hitler no planeaba una guerra[33].

A. Milward. Las tesis de Klein serían revisadas por A. Milward que aceptaba que la Blitzkrieg se ideó para evitar la guerra total, pero señaló que «ninguna nación había gastado tanto dinero en la preparación de la guerra». Según Milward, Alemania había logrado un dominio económico «informal» sobre Europa del Este y, en consecuencia, la invasión de Polonia en 1939 no estaba justificada. Por otro lado, Milward sugería que el fracaso en tomar Moscú hacia finales de 1941 fue el momento culminante de la guerra económica. Para este historiador, la Blitzkrieg era el sistema bélico que mejor se adaptaba al carácter y a las instituciones de la Alemania nazi, pues no conllevaba la movilización total de todos los recursos económicos, y no exigía grandes esfuerzos a una población que distaba mucho de estar convencida de la necesidad de una nueva guerra[34].

T. Mason. Para este historiador marxista, la economía alemana se encontraba bajo una gran presión desde 1937. Los objetivos de guerra de Hitler habían supuesto una carga insoportable para la economía alemana, que corría el riesgo de una expansión descontrolada. Como indicadores económicos, Mason citaba la escasez de materias primas; la falta de mano de obra, con el consiguiente aumento de sueldos; el déficit en la balanza de pagos; y el enorme incremento en el gasto público que era cada vez más difícil de atajar. Consideraba que la única forma para resolver esas presiones era el Anschluss con Austria en 1938 o guerras cortas y limitadas. De acuerdo con Mason, el Tercer Reich era una gigantesca apuesta social imperialista en la que la satisfacción material de las masas tan sólo podía alcanzarse con una exitosa expansión territorial en el exterior. Sin embargo, las posibilidades de éxito de tal expansión se encontraban disminuidas por la reticencia del régimen a imponer medidas que se tradujesen en una disminución del nivel de vida para poder hacer frente a la enorme producción de armamentos[35]. En ese sentido, la destrucción del Tercer Reich no era simplemente una cuestión de derrota externa, sino que iba implícita en su esencia, estaba «determinada estructuralmente» por sus contradicciones internas.

R. Overy. Según este autor, las tesis tradicionales carecen de validez. Overy considera que Hitler había previsto siempre un gran conflicto para el dominio del mundo y, por lo tanto, precisaba transformar la economía alemana para hacer frente a las exigencias de una guerra total. Sin embargo, no tenía previsto poner a punto sus preparativos hasta 1943. La guerra con Polonia debía ser una guerra limitada que Hitler erróneamente consideraba que no iba a involucrar a Francia ni a Gran Bretaña. El estallido prematuro de una guerra continental se produjo cuando la economía alemana se encontraba sólo parcialmente movilizada[36]. Por lo tanto, considera que los principios de la economía alemana ya estaban claros en 1936. El pleno empleo se había conseguido con el rearme y en el último año de paz, el 17 por 100 del PNB alemán se dedicaba a gasto militar en comparación con el 8 por 100 de Gran Bretaña o el 1 por 100 de Estados Unidos. Se esperaba que la guerra total no llegase hasta 1943. Según Overy, «aunque Gran Bretaña y Francia no lo sabían entonces, al declarar la guerra en 1939 evitaron que Alemania se convirtiese en una superpotencia[37]». Si Hitler deseaba seguir proporcionando recursos para los sectores no militares de la economía, señala Overy, fue porque no entendía que los dos objetivos eran incompatibles: las autopistas, los Volkswagen y los proyectos de reforma de Berlín eran tan necesarios en la mente de Hitler como la guerra.