Introducción
El pasado que no quiere pasar
«Oíd, oíd lo que los hombres han hecho».
Eugenio D’Ors.
Historia del mundo en quinientas palabras.
La tarde del 4 de mayo de 1945 llovía copiosamente sobre la región alemana de Lüneburg Heath. Los fuertes y gélidos vientos provenientes del Mar del Norte barrían de manera incesante con enormes cortinas de agua esa zona conocida por sus hermosos bosques de pinos y abetos. En un pequeño claro de un bosque se encontraba una tienda de campaña cuyas lonas eran continuamente zarandeadas por el viento. En su reducido interior sólo había espacio para una mesa de cocina cubierta por un mantel de color azul sobre la que se habían colocado dos micrófonos. Al lado de la tienda se encontraba estacionada una caravana. Se trataba del cuartel general móvil del mariscal británico Sir Bernard Montgomery «Monty».
A las cinco en punto de aquella desapacible tarde, un grupo de oficiales alemanes se acercó a la caravana. Iban encabezados por el almirante Von Friedeburg y el general Kinzel, jefe de Estado Mayor de las fuerzas alemanas en Alemania del Norte, bien vestido con un abrigo verde de la Wehrmacht en el que destacaban las relucientes solapas rojas de los generales alemanes y en su rostro un monóculo. Para los soldados y oficiales aliados presentes, Kinzel parecía la representación clásica del ejército prusiano. Iba acompañado de un grupo diverso de oficiales vestidos con uniformes desgastados de color gris. Los alemanes permanecieron unos interminables minutos, desconsolados y ateridos bajo la fría lluvia, rodeados de los corresponsales de guerra aliados que intentaban describir los detalles de aquel histórico momento.
Tras esperar pacientemente, el almirante alemán ingresó en la caravana de «Monty». Unos minutos más tarde reaparecería. Posteriormente, lo hacía Monty. «Ha llegado la hora», les dijo a los impacientes corresponsales antes de pasar al interior de la tienda de campaña. Montgomery, con rostro serio, se sentó y con un gesto de la mano invitó a los oficiales alemanes a hacer lo mismo alrededor de la mesa. Monty se ajustó sus gafas y desplegó un grupo de documentos que llevaba en la mano. En voz alta y firme leyó: «Instrumento de la rendición de todas las fuerzas alemanas en Holanda, Alemania del Noroeste, incluyendo todas las islas y Dinamarca. El Alto Mando alemán acuerda…». Una vez que hubo finalizado los oficiales alemanes firmaron cariacontecidos el solemne documento: el almirante Von Friedeburg, el general Kinzel, el contralmirante Wagner y el general Pauhle. Finalmente Montgomery tomó la pluma. «Y ahora», dijo, «firmaré en nombre del Comandante Supremo Aliado, el general Eisenhower», «B. L. Montgomery, Mariscal de Campo[1]».
De aquella forma, en aquella reducida tienda de campaña, la terrible y devastadora Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin. La escena se repitió en el Sur de Alemania y en el Este con las tropas rusas. Europa era tan sólo un montón de ruinas. El «Reich de los Mil Años» había llegado a su apocalíptico final. En el verano de 1945 Churchill afirmó que Europa era tan sólo «un montón de escombros, un osario, un semillero de pestilencia y odio[2]».
El Tercer Reich alemán tuvo un impacto global, su destrucción dio paso a la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética —con la consiguiente división de Alemania durante cuarenta y cinco años—, aceleró el proceso de descolonización y propició la creación del Estado de Israel.
Una vez que se apagaron las cenizas del búnker de Hitler comenzó otra batalla muy diferente, la batalla de la historia que, incluso hoy, parece resucitar con fuerza. Así, el año 2005 se estrenaba la controvertida película El Hundimiento, en la que se presentaba a un Hitler más «humano» que chocaba con la visión demoníaca que se había mostrado hasta ese momento. La película, aunque polémica, tuvo una buena acogida por parte del público. Su éxito y el interés creciente por la Segunda Guerra Mundial en todo el mundo demuestran claramente que el fenómeno de Hitler y el nazismo dista mucho de haber sido enterrado definitivamente[3].
Ninguna figura domina la historia del siglo XX (con la posible excepción de Lenin y Stalin) como Adolf Hitler. Resulta casi imposible comprender los acontecimientos de la Alemania nazi entre 1933 y 1945 sin entender la personalidad, la ideología y la increíble carrera de Hitler. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, no puede explicarse sin el estudio de su figura. El historiador Ian Kershaw apuntaba acertadamente que «parece que incluso las mejores biografías a veces corren el riesgo de elevar el poder personal de Hitler hasta un nivel en que la historia de Alemania entre 1933 y 1945 se reduce a poco más que la expresión de la voluntad del dictador». Trevor Roper, tras una vida dedicada al estudio del período, señalaba que Hitler «era un misterio terrorífico». El biógrafo de Hitler, Alan Bullock, reconocía: «Cuanto más estudio a Hitler, más difícil me resulta explicarlo[4]».
Los límites de la historiografía sobre Hitler fueron reconocidos por Yehuda Bauer, fundador de la disciplina de estudios sobre el Holocausto: «No es imposible explicar a Hitler, pero puede que sea ya demasiado tarde. Demasiado tarde porque muchos testigos cruciales han fallecido sin dar su testimonio, porque muchos documentos cruciales han sido destruidos, muchas memorias fallan, porque muchas lagunas en la documentación no serán ya superadas, demasiadas ambigüedades no pueden ser ya resueltas». Según Bauer, «Hitler no es inexplicable, pero el hecho de que algo sea explicable no quiere decir que haya sido ya explicado[5]». Albert Speer, arquitecto personal y lo más cercano a un amigo que tuvo Hitler, señalaba durante sus años en la cárcel: «Tengo la impresión de que la gente está representando a Hitler como un dictador dado a los ataques incontrolados de furia… Esto me parece un camino equivocado. Si las características humanas de Hitler son eliminadas, si su poder de persuasión… e incluso el encanto austriaco que podía desplegar son dejados de lado en el análisis, nunca se obtendrá una imagen fiel de Hitler[6]».
Se trató, sin duda, de un hombre que ha marcado de manera persistente nuestra época. Los doce años de Hitler en el poder cambiaron para siempre Alemania, Europa y el mundo. Se trata de uno de los pocos individuos del que se puede decir con absoluta certeza que sin él, la historia habría sido completamente diferente. Su legado inmediato, la Guerra Fría, una Alemania dividida en una Europa partida en dos, en un mundo donde dos superpotencias se enfrentaban con armas capaces de hacer desaparecer el planeta, finalizó hace tan sólo unos años. Su legado más profundo, el trauma moral, todavía permanece. Su peor herencia, la de peores consecuencias, fue el pánico que apareció tras su muerte, ya que demostró de lo que era capaz una persona contra otros seres humanos. «Desde entonces, hay una profundísima grieta en la patética imagen que el ser humano ha confeccionado de sí mismo, a pesar de los delitos de los que la historia está llena[7]». Es por ello que no podemos comprender el mundo que nos ha tocado vivir sin el conocimiento de ese período en el que se rompieron los diques de la civilización.
La enorme atención que ha suscitado el nazismo no ha conseguido disipar ciertas visiones falsas sobre el mismo que se resisten a desaparecer de la cultura popular. Una de las más persistentes es la idea de que el Estado nazi era monolítico y todopoderoso. El Estado nazi entre 1933 y 1945 debe ser analizado como una suma de pequeños Estados que configuraron una identidad política utilizando ideas-fuerza del pensamiento nacionalsocialista como el nacionalismo, el militarismo, la lucha de clases, la superioridad racial o la creación del Volksgemeinschaft o Comunidad del Pueblo. El poder relativo y la importancia de estos pequeños Estados dependían de la efectividad con la que sus líderes tuviesen acceso y se ganasen el favor de Hitler.
Todas las aproximaciones a la naturaleza del nacionalsocialismo (nazismo) han provocado un debate interminable. No existe consenso sobre el papel de Hitler como Führer, ni sobre la política exterior o económica, ni sobre la estructura del Estado nazi, ni sobre los acontecimientos que llevaron al Holocausto[8].
Para los historiadores marxistas, el nazismo fue un movimiento de masas manipulado por los grandes industriales en un último intento de frenar el avance del socialismo por parte de los Estados capitalistas. En ese contexto, Hitler no era más que un peón en manos de la burguesía industrial alemana. Para la escuela de historiadores nacionalistas, Hitler llevó a cabo una verdadera revolución que era a la vez antiliberal y antimarxista. En ese sentido se ha argumentado que contó con el apoyo de Gran Bretaña. No deja de ser paradójico que en una fecha tan tardía como 1937, Churchill señalara que Hitler sería considerado por la historia como «una de las grandes figuras que han enriquecido la historia de la humanidad». A su vez, el político británico Lloyd George le veía como el liberador del pueblo alemán.
Hasta los años sesenta la definición del nazismo fue el tema de debate fundamental en la investigación histórica en Occidente. Un cambio radical se produjo con la llamada «controversia Fischer». Este historiador defendía, a principios de esa década, la tesis de la continuidad en la historia alemana según la cual los objetivos de las élites alemanas durante la Primera Guerra Mundial no diferían en lo esencial de los de Hitler. El debate aún no puede darse por concluido. En respuesta a esa crítica contra la historia alemana, historiadores como Friedrich Meinecke y Gerhard Ritter argumentaron que el nazismo debía enmarcarse en el contexto amplio de la crisis europea general desencadenada por la Primera Guerra Mundial.
Historiadores como Martin Broszat y Hans Mommsen entre otros, de la escuela denominada «estructuralista», han discutido la visión ortodoxa de un Hitler todopoderoso y han señalado que el estudio de las «grandes» (en sentido de «importantes») figuras históricas debe ser completado con el análisis estructural de las sociedades en las que vivieron. Para estos historiadores, Hitler era a menudo prisionero de fuerzas y estructuras que él había podido desencadenar o crear pero que no siempre podía controlar. Esta visión es fuertemente contestada por los historiadores ortodoxos (Andreas Hillgruber y Klaus Hildebrand entre otros), también llamados «intencionalistas», quienes consideran que Hitler es el eje central sobre el que debe estudiarse el Tercer Reich y el nazismo en general. El núcleo de ese debate histórico-filosófico versa sobre el papel del individuo en la forja del curso de los acontecimientos históricos (la «intención») contra las limitaciones de la libertad de acción del individuo impuestas por los «determinantes estructurales».
El final de la guerra anglo-alemana. El mariscal de campo Montgomery recibe la rendición alemana. 4 de mayo de 1945. Sería una escena que se repetiría con otros enemigos de Alemania.
El gran problema del estudio del nazismo es la dificultad de «historización» del tema. Las atrocidades cometidas durante el período hacen que la objetividad histórica sea una misión casi imposible. Al enterarse de la orden que abandonaba a su suerte a los prisioneros de guerra soviéticos en 1941, el comandante general Von Tresckow señaló a un oficial amigo suyo que la culpa caería sobre los alemanes por cien años «y no sólo sobre Hitler, sino sobre ti y sobre mí, sobre tu mujer y la mía, sobre tus hijos y sobre los míos, sobre la mujer que cruza ahora la calle y sobre el niño jugando con la pelota por allí». La larga sombra de la guerra de exterminio en Rusia y del Holocausto ha hecho muy difícil que los historiadores puedan «normalizar» el estudio del nazismo y tratarlo como un período más. Para Dan Diner, historiador opuesto a la «normalización», Auschwitz «es una tierra de nadie del entendimiento, un agujero negro sin explicación, un vacío de interpretación[9]».
Inevitablemente todos aquellos que vivieron durante la época nazi van desapareciendo. En unos años no habrá ya nadie que haya vivido durante ese trágico período y es posible que en Alemania se esté desvaneciendo el sentimiento de culpabilidad que ha prevalecido hasta ahora entre la población. El deseo de estudiar de forma objetiva el período nazi se concretó durante los años ochenta cuando un grupo de historiadores alemanes intentó analizar esa época como cualquier otro período histórico y consideraron que había llegado el momento de pasar la página del nazismo. Según el historiador Broszat, la maldad del período nazi había sido mostrada tan a menudo que había perdido su capacidad para impresionar. Había llegado el momento, según Broszat, de tratar de abordarlo en el contexto más amplio de la historia alemana. Los intentos de llevar a cabo una «normalización» de la historia del nazismo encontraron una respuesta acalorada en Alemania. Los críticos de este enfoque, que pertenecían en su mayoría a la izquierda liberal, consideraban que se estaba intentando relativizar el nazismo (y muy especialmente el Holocausto) para proporcionar a Alemania un «pasado utilizable». Resultaba innegable que hacia la década de los ochenta la imagen de la República Federal de Alemania era un tanto esquizofrénica. Por un lado, era el país del milagro económico que había proporcionado prosperidad y estabilidad a sus ciudadanos y a Europa y, por otro, era un Estado condenado a vivir para siempre bajo la sombra de los crímenes cometidos por los nazis durante el Tercer Reich. Para los historiadores y los políticos conservadores, era necesario trazar una línea sobre la historia del nazismo y emerger «de las sombras del Tercer Reich» para volver a sentir el orgullo de ser alemanes y acabar con los complejos que había provocado el nazismo[10].
En este sentido, el historiador Ernst Nolte lanzaba en junio de 1986 una verdadera bomba historiográfica. En un artículo titulado «Un pasado que no quiere pasar», planteaba la relativización histórica del Holocausto[11]. Según Nolte, la idea del Holocausto judío no era original, sino que se trataba de una reacción defensiva contra el deseo marxista de erradicar totalmente a la burguesía mundial en un «genocidio de clase» y que al menos un factor que influyó en el Holocausto fue su reacción frente a la declaración de guerra de los líderes judíos mundiales contra Alemania en septiembre de 1939. Nolte consideraba que el momento álgido del siglo XX fue la Revolución Rusa y presentaba al nazismo como una reacción al comunismo soviético en la larga «guerra civil europea» de 1917 a 1945[12]. El Holocausto fue para Nolte un acto de barbarie al que se vieron forzados los alemanes por el temor a Stalin, quien, según este historiador, contaba con un gran apoyo judío. Si tras el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 las autoridades norteamericanas internaron a toda la población japonesa que residía en Estados Unidos, por esa misma lógica los alemanes tenían el mismo derecho a «internar» a la población judía de Europa en campos de concentración[13]. Según Nolte, el Holocausto había sido un episodio más de una era terrible de violencia, una «era de genocidio». En esa era de terror destacaba, entre otros, el terror estalinista, el maoísta en China, la Camboya de Pol Pot, etc. A juicio de Nolte, la muerte masiva de los judíos habría perdido su monstruosa singularidad en comparación con las matanzas de los bolcheviques durante la Revolución y la época de Stalin. «¿No fue el “archipiélago Gulag” más original que Auschwitz?», se preguntaba Nolte[14]. Historiadores como Steven T. Katz señalaron que lo que Nolte denominaba la «Era del Genocidio» «trivializaba» el Holocausto reduciéndolo a uno más de los numerosos genocidios del siglo XX[15].
Aunque claramente distorsionado, el enfoque de Nolte intentaba demostrar la ferocidad del conflicto ideológico de la Europa de entreguerras. El filósofo Jürgen Habermas acusó a Nolte de tratar de expiar los brutales crímenes nazis haciendo uso de comparaciones fraudulentas. «¿Puede alguien reclamar el legítimo legado del Imperio alemán y de las tradiciones de la cultura alemana sin asumir la responsabilidad histórica por las formas de vida que hicieron posible Auschwitz[16]?». Las críticas a la visión de Nolte ponían el énfasis en el hecho de que el antisemitismo violento hundía sus raíces en la Alemania del siglo XIX y que el impulso hacia la «Solución final» contra los judíos provino de Alemania y no fue el resultado de acontecimientos exteriores. Algunos historiadores afirmaron que Hitler no tenía necesidad alguna de la Revolución Rusa como excusa para el genocidio judío. El historiador Eberhard Jäckel señaló que, dado el desprecio de Hitler por la Unión Soviética, este no podía haberse sentido tan amenazado como para lanzarse a una política genocida «defensiva[17]».
Al mismo tiempo se publicaba una obra del historiador Andreas Hillgruber en la que abogaba por el reconocimiento de la lucha desesperada de los alemanes frente al temible avance de los ejércitos soviéticos al final de la guerra[18]. El consiguiente debate historiográfico sobre la relativización del período nazi (el Historikerstreit, la controversia o polémica entre historiadores) se llevó a cabo no sólo en las publicaciones académicas, sino también en la prensa nacional alemana, principalmente en las páginas del diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung y en el Die Zeit, semanario de tendencia más liberal de la ciudad de Hamburgo. El Historikerstreit revelaba, en suma, la enorme dificultad de aplicar los instrumentos clásicos de la historiografía a un tema de tanta sensibilidad como el nazismo[19]. Resulta indudable que algún día el nazismo pasará definitivamente a la historia. Por muy grande que haya sido su impacto, en algún momento del futuro es posible que podamos contemplarlo con absoluta imparcialidad, de manera muy similar a como hoy en día todos contemplamos la Revolución Francesa o la época napoleónica. Sin embargo, todavía nos encontramos muy lejos de ese momento.
A pesar de la brutalidad de la era nazi, es preciso subrayar que la historia moral produce casi siempre una mala historia o, al menos, una historia incompleta. La maldad es un concepto filosófico, más que histórico. Identificar a Hitler con el mal puede muy bien ser veraz y al mismo tiempo moralmente satisfactorio, pero no explica nada[20]. En el estudio del nazismo debemos tener muy presente el consejo del historiador Martin Broszat cuando advertía de que no debemos estudiar siempre la historia «hacia atrás[21]». Hitler no llevaba escrito en la frente que iba a asesinar a millones de personas y que llevaría a Alemania a una catastrófica derrota militar y a un trauma moral sin precedentes. Es necesario retrotraerse al momento en que todo sucedió y estudiar así la historia «hacia delante».
En la actualidad, además del intenso y rico debate sobre el nazismo, lo que podemos denominar como «industria sobre Hitler» crece diariamente, alimentada por miles de programas diarios que se consagran a cualquier aspecto de la vida de Hitler. Existen, asimismo, cientos de libros escritos para un gran público que acaban trivializando a Hitler y al Tercer Reich. Desde hace unos años esta tendencia se ha extendido a Internet con consecuencias igualmente funestas.
Paradójicamente, a pesar de la enorme producción bibliográfica que ha producido el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, en realidad las fuentes primarias sobre el período son muy fragmentarias. Una gran parte de las mismas se perdieron en los bombardeos masivos de las ciudades alemanas durante el conflicto y otra parte fue deliberadamente destruida por los nazis ante el avance de las tropas aliadas[22].
El Tercer Reich fue la consecuencia de lo que sucedió cuando sectores de las élites alemanas y las masas de gente corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades críticas individuales a favor de una política basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su raza y nación. Fue, sin duda, el colapso moral y progresivo de una sociedad industrial avanzada, muchos de cuyos ciudadanos cesaron de pensar por sí mismos «a favor de lo que George Orwell describió como el ritmo de tam-tam de un tribalismo de nuestro tiempo[23]». Es la historia de cómo un pueblo civilizado y culto arremetió contra la caridad, la razón y el escepticismo depositando su fe absoluta en Hitler. El nombre de Hitler representa siempre justificadamente el del instigador del hundimiento más profundo de la civilización en los tiempos modernos[24]. Sin embargo, el mito de una nación raptada de «gente corriente» llevada por el mal camino por un demagogo que secuestró unas instituciones políticas razonables no resulta verosímil. La historia del nazismo es, además, un terrible recordatorio de que las amenazas a la democracia no provienen tanto de la inestabilidad política como de aquellos que la manipulan.
En algunos estudios históricos el nazismo parece reducirse al antisemitismo, mientras que en otros la obra de Hitler y el nazismo se nos muestra centrada únicamente en los aspectos tácticos y estratégicos de la Segunda Guerra Mundial. La simplificación del fenómeno nazi a su dimensión antisemita permite interpretarlo como un estallido de irracionalismo general manipulado a voluntad por unos fanáticos que consiguieron hacerse con el poder debido a la ansiedad popular por la depresión económica, y evita así la cuestión de la responsabilidad alemana. El Tercer Reich aparece, de este modo, como un régimen arbitrariamente impuesto al pueblo alemán y explicable por la capacidad demoníaca de seducción que poseía Hitler y por el éxito con el que supo manejar a las masas atomizadas[25].
La presente obra pretende ser un estudio temático conciso de los aspectos claves del período nazi. El objetivo es proporcionar al lector una visión de conjunto sobre una etapa compleja y cuyos debates historiográficos son, a menudo, muy difíciles de seguir. La profusión de biografías y estudios sobre Hitler y sobre la Segunda Guerra Mundial, y el maremágnum de los datos dificultan la tarea e impiden a menudo obtener una visión amplia de los temas tratados. En un momento en que resurgen en Europa los cantos de sirena de grupos neonazis con la negación del Holocausto y los esfuerzos por relativizar el Tercer Reich, resulta hoy más necesario que nunca contar con una información completa pero accesible sobre el nazismo.
Sin disminuir la importancia innegable de Hitler en la organización y la existencia del régimen nazi, en esta obra se ha querido situarle en un contexto social, económico e internacional más amplio. Para poder profundizar en el tema se ha incluido un amplio aparato crítico y una selección bibliográfica en la que se citan las obras que considero más útiles para el estudio de la figura de Hitler y del período del nazismo, así como un glosario, una breve selección de las principales personalidades del régimen y una cronología. Se ha intentado realizar un repaso de los principales debates historiográficos sobre el tema para que el lector pueda tener elementos de juicio suficientes y extraiga sus propias conclusiones. Si con esta obra el lector obtiene una visión de conjunto del complejo y terrible fenómeno del nazismo y de los profundos y sensibles debates que ha originado y que aún hoy origina, el autor habrá visto cumplido su objetivo.
El nazismo fue un período único y brutal, y su historia levanta todavía una terrible polémica. En Alemania los debates en torno al nazismo son seguidos con gran atención por parte de una opinión pública que se debate todavía entre el olvido y el doloroso recuerdo. El dilema de olvidar fue enfrentado por Chaim Herzog en 1987, cuando se convirtió en el primer presidente de Israel que visitaba Alemania tras la creación del Estado de Israel. En el transcurso del viaje visitó el antiguo campo de concentración de Bergen-Belsen, que él había conocido cuando servía como oficial del ejército británico en 1945. Enfrentado al horror del recuerdo de aquel campo afirmó: «No traigo el perdón conmigo, ni tampoco el olvido. Los únicos que pueden perdonar están muertos, los vivos no tienen derecho a olvidar[26]».