Dos minutos después.
—¿Y qué ha sido eso exactamente? —pregunta Schnappi.
—He cumplido con una promesa, nada más —responde Nessi, que se enjuga a continuación las lágrimas y pone la marcha. Tú hablas en voz baja desde atrás porque en realidad no quieres oír lo que ha sucedido dentro del hotel, pero lo que es preciso hacer, hay que hacerlo. Por eso levantas un poco más la voz: —Bien, ¿y cuándo nos lo contarás todo?
—Primero déjame conducir un poco.
Respiras aliviada. Rodáis carretera abajo. Hay una calma agradable dentro del coche. Sólo se oyen el motor y los neumáticos. Sólo vuestras cabezas y los pensamientos encerrados en ellas.
—Oye, mona, no te pongas a llorar otra vez.
Schnappi le alcanza a Nessi un pañuelo, a ella se le cae, Schnappi lo recoge, se inclina hacia su amiga y empieza a secarle las lágrimas del ojo derecho. Nessi ríe. Te ofreces para hacerle lo mismo en el ojo izquierdo. Nessi te advierte que puede estamparse contra el próximo árbol si no dejáis de tratarla como a un bebé.
Schnappi decide que ya es hora de poner fin a aquel silencio y pone un cedé. Escucháis una guitarra que recuerda unas olas que se acercan y se alejan, se acercan y se alejan. Entonces se oye cantar a Damien Rice, tiredness fuels empty thoughts, y mientras tanto Ulvtannen va desapareciendo en el retrovisor, y sabes que Nessi os lo contará todo después de la canción. Lo mismo piensas al escuchar la siguiente canción, y la siguiente. Estás esperando sus palabras. Palabras que no duelan. Palabras que lo reparen todo. Palabras que nunca nadie ha pronunciado.