NESSI

Ella no te escucha, desde hace un buen rato ya no te escucha, cualquier promesa y cualquier perdón ya no tiene ningún sentido si ella no puede escucharte. Su cabeza está apoyada contra la tuya. Todavía tienes su sabor en los labios, como si con su beso te hubiese entregado una parte de ella. Le acaricias la mejilla, le tomas el pulso en el cuello. No la sacudes; aunque todo en tu cuerpo clama por hacerlo, para que la despiertes de nuevo a la vida.

Pero la dejas marchar.

«Es suficiente.»

Le colocas la cabeza suavemente hacia atrás, te quitas la chaqueta y la cubres con ella. El sol ya ha llegado hasta sus manos, que parecen desnudas y desprotegidas. No puedes levantarte. Coges sus manos entre las tuyas y les brindas protección. Sus ojos están entreabiertos, ella mira hacia el fiordo y así la dejarás: en paz consigo misma, en un sitio que sólo le pertenece a ella.

Le sueltas las manos, te levantas y la besas en la frente antes de marcharte.

Ellas te esperan delante del hotel.

—¿Tía, por qué has tardado tanto? —pregunta Stinke.

—Imagínate que Darian hubiera regresado —protesta Schnappi, pero entonces ve la expresión de tu cara, frunce el ceño y quiere saber lo que ha pasado.

—Nada, no la he encontrado.

—¡¿Has estado una hora ahí dentro y no la has encontrado?!

—Stinke, el hotel es grande.

—Mi culo también es grande cuando miento. ¿Y dónde está tu chaqueta?

Stinke guarda silencio, Schnappi dice en voz baja: —¿Y cómo es que tienes sangre en la mano?

Te miras la mano, sorprendida, eres una miserable mentirosa. Sin darles una respuesta a tus amigas, pasas de largo junto a ellas. Ellas no te siguen. Al cabo de un par de pasos, te das la vuelta.

—¿Venís o no?

—¿Y Taja?

Por la voz, parece como si Stinke fuese a llorar.

—Taja está bien —dices, y te tragas las lágrimas, y reúnes todo tu valor para continuar hablando—: Taja no quiere venir con nosotras. Se siente muy culpable, y sólo debo deciros, de su parte, que os quiere, que debéis saber que jamás quiso mentiros, pero sucedió, y ahora lo lamenta, y sólo espera que la podáis perdonar, aunque tampoco tenéis por qué hacerlo, porque, como dije, ella misma tendrá que perdonarse. Sólo eso es lo importante.

—¿Que…? ¿De qué estás hablando? —balbucea Schnappi, y cuando Schnappi se pone a balbucear, es que el mundo está a punto de venirse abajo.

Ella mira hacia el hotel, y luego te mira a ti, con una expresión casi suplicante.

—Nessi, ¿qué ha pasado ahí dentro?

—Nada. Y ahora no os deis la vuelta, ¿lo entendéis? Nos vamos. Si no nos vamos ahora, me pondré histérica y empezaré a gritar hasta que me oigan en Berlín. Así que, por favor, venid ya.

Jamás te habían visto así, ni tú misma te reconoces, estás ahí y esperas, deseas volver a ser tú, amable y cariñosa, no dura y decidida. Por fin tus amigas se ponen en movimiento.

—Respira, deja salir un poco de aire —dice Schnappi, cogiéndote la mano.

—Ya vamos —dice Stinke, y te coge la otra mano.

El camino por la sinuosa carretera hasta abajo, donde está el coche, es un lento sueño en retrospectiva. No sientes los pasos. A veces Stinke dice algo, otras veces habla Schnappi, pero tú guardas silencio y no intentas ni pensar, ni sentir, ni caminar con cuidado. Subís al coche, las puertas se cierran, tú respiras y arrancas el motor, estás allí sentada, simplemente, sin poner la marcha, con las manos sobre el volante, ligeramente inclinada hacia delante, como si esperases la señal de arrancar. Schnappi te pregunta si todo está bien, y tú estás casi a punto de soltar una carcajada, porque ya nada volverá a estar bien, pero eso no se lo dices a tus amigas, sino que te das la vuelta hacia donde está Stinke y le preguntas dónde está el móvil. Ella te lo alcanza, y tú levantas las manos del volante y cumples la promesa que le has hecho a Taja.