—¿Está muerto?
—Eso parece.
—Joder, qué miedo me ha metido en el cuerpo ese tío. Imagínate que se levante.
—Cierra el pico.
—¿Es que piensas que puede oírte?
—No si está muerto.
Mantenéis la distancia, pues habéis visto muchas películas de terror.
Miras una y otra vez hacia el talud tras el cual ha desaparecido Darian, después de haber disparado contra el hotel como un loco. Habéis estado tumbadas en el suelo de la entrada del hotel, con los brazos sobre la cabeza, y en ese momento pensaste: «Así debe de ser la guerra, así.» Te hubiera gustado tener al padre de Marten a tu lado, preguntarle si era eso a lo que se refería cuando dijo que allí estaríais a salvo, seguras. Y entonces se hizo el silencio fuera. Nada. Ni voces, ni pasos, ni disparos. En alguna parte cantaba un pájaro, y cuando los pájaros cantan, la mayoría de las veces todo está en orden.
Te levantaste y miraste con cuidado a través de uno de los agujeros hechos por las balas. La madera estaba podrida y olía a papel quemado. Viste a Darian caminar hacia el talud.
—Darian se larga.
—¿Y su padre? —quiso saber Stinke.
—Sigue ahí tumbado.
Pretendíais desaparecer antes de que a Darian le diera por regresar.
Nessi no pensaba irse, así que te entregó la llave del coche.
—¿Y esto a qué viene?
—Podéis iros si queréis, pero sin Taja yo no voy a ninguna parte.
Stinke le hizo un corte de mangas.
—Joder, Nessi, Taja se ha largado. ¿O es que la ves por alguna parte?
Nessi miró hacia la escalera.
—¿Y adónde se iba a largar? Debe de estar en el hotel. No voy a dejarla colgada.
—Dios, odio cuando te pones así —dijo Stinke.
—¿Cuando me pongo cómo?
—Cuando te pones tan jodidamente considerada.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Eso quiere decir que te estaremos esperando fuera —dijiste, porque si alguien puede interpretar las palabras de Stinke ésa eres tú.
—Gracias —dijo Nessi, y cuando iba a darse la vuelta, Stinke la retuvo.
—Para que nos entendamos bien: jamás voy a perdonar a Taja. Ella podrá seguir siendo una de nosotras , y eso no va a cambiar, pero jamás le perdonaré esto.
—No tienes por qué hacerlo —respondió Nessi—. Creo que sólo ella puede perdonarse.
Tras esas palabras, Nessi subió las escaleras, y Stinke te miró con ojos inquisitivos, a lo que tú respondiste encogiéndote de hombros; sólo entonces abandonasteis el hotel. Desde entonces estáis al sol, a tres metros de Ragnar Desche, esperando a Nessi y a Taja, confiando en que Darian no regrese.
—Él jamás abandonaría a su padre, ¿no te parece?
Dejas a Stinke allí plantada y te acercas al borde del talud. No se ve a Darian. Miras a tu alrededor. No se ve a nadie. No pasan coches, nadie está paseando un perro, ni siquiera hay un alce junto al agua, bebiendo.
Probablemente todos los noruegos hayan emigrado y vosotras sois las últimas personas en ese país. Miras hacia el hotel y te preguntas si el padre de Marten seguirá sentado a la mesa de la cocina.
Cuando regresas a donde está Stinke, ella está inclinada hacia delante, con las manos apoyadas sobre las rodillas. Está observando detenidamente a Ragnar Desche, pero sin acercarse más.
—No respira. Y tampoco sangra.
—Qué horror.
—¿A quién se lo cuentas?
—¿Tenía que ser un tubo?
—¿Qué piensas? ¿Que debí coger algo más suave, o qué?
—No, no, está bien.
—No me suponía que cayera tan pronto.
—Tú nos has salvado, y ahora cierra el pico.
—Y Taja.
—¿Y Taja qué?
—No lo sé, ¿crees que podemos salvar a Taja?
Casi has estado a punto de decir que ya nada se puede salvar, pero incluso una Schnappi consigue a veces contenerse y no decir nada. Estáis allí, sin saber qué hacer. Observáis a Ragnar Desche durante otro minuto, pero entonces os dais la vuelta y miráis hacia el hotel.
Nada. Ni Nessi ni Taja. Te imaginas al padre de Marten decidiendo de pronto que ha estado sentado demasiado tiempo.
—¿Qué pasa si el padre de Marten se vuelve loco?
—Odio cuando dices esas cosas.
—Sólo estoy pensando en voz alta.
—Pues piensa en voz baja.
Aprietas los labios, trazas una cruz en el suelo y escupes encima.
—¿Qué es eso? ¿Brujería?
—No, es que estoy aburrida. ¿Dónde están esas dos?
—Tal vez Nessi no la encuentra.
—Tal vez Taja no quiere que la encuentren.
Miráis hacia el edificio.
«Ojalá», piensas, y lamentas de inmediato haberlo pensado.