DARIAN

El hombre que ya no es tu padre yace en el suelo y alza la vista hacia ti.

Lo has negado. Le has dicho: «No.» Tú, maldito Judas. La satisfacción no desata explosiones en tu cuerpo, pero ahora te sientes seguro ante él. Al menos por el momento.

Al hombre que ya no es tu padre se le pone la cara roja, le tiembla la barbilla, un hilillo de sangre le sale por la nariz, la sangre es casi negra, y él te grita:

—¡ENTONCES ESFÚMATE! ¡PROCURA LARGARTE! ¡Y CUANDO VUELVA A ESTAR EN PIE, ACABARÉ CONTIGO!, ¿LO ENTIENDES? PUEDES ESCONDERTE DONDE TE PLAZCA, ACABARÉ CONTIGO. ¡¿ME HAS ENTENDIDO?!

Asientes, lo has entendido, vuelves a ser un chico sin músculos que ve a su madre al borde de una calle con dos maletas, esperando un taxi, prometiéndote que te llamará pronto. Eres otra vez el chico sin músculos que corre llorando hacia donde está su padre, porque espera recibir un abrazo, pero en lugar de un abrazo sólo recibe burlas. Durante mucho tiempo has sido un chico con músculos. Pero ya no quieres seguir siendo tú. Así que te levantas y miras hacia el hotel, y en ese momento el hotel representa todo lo que has sido. Tu tío y sus historias sobre los lobos, y el recuerdo de una época que jamás volverá a existir, porque tu tío ha dejado de existir. Sólo este hotel ha quedado, y tu desesperación tiene una meta. Levantas el arma con ambas manos, quitas el seguro y aprietas el gatillo, una y otra vez, agujereando la puerta de la entrada, como si ella fuera la culpable de todo. Tras catorce disparos, el cargador se queda vacío, y sólo el eco de tu desesperación flota en el aire, persistente.

«Se acabó. Finito

Te das la vuelta y vas hacia el talud que has subido con tu padre. Tu vida va marcha atrás. Oyes vociferar a tus espaldas al hombre que ya no es tu padre, pero él ya no habla tu idioma. Caminas, te marchas, porque ya no estás furioso con nadie. No estás furioso con Taja ni con lo que ha hecho, no estás furioso con tu padre, que nunca te quiso. Los perdonas. Y perdonas a tu madre. A tu primera novia, que te dejó al cabo de dos semanas sin darte explicaciones. A esos cerdos que os sacudieron a ti y a Mirko. A todos.

Incluso perdonas a Mirko, que se dejó matar. Y en especial perdonas a tu padre, que ya no lo es. Has cambiado, sea lo que sea eso, ya no eres la persona que eras esa mañana. Los perdonas a todos, sólo conservas tu propia culpa, porque todavía no puedes perdonarte el asesinato de ese chico cuyo nombre has olvidado. Eso no tiene perdón. Su muerte te acompañará mucho tiempo. En algún momento estarás en Berlín, en el cruce de alguna calle, y te quedarás mirando un autobús que pasa de largo, un autobús que te haya tocado el claxon. Y en ese momento recordarás el nombre del chico. Pero para ello tendrán que transcurrir veintiún años. Veintiún años sin perdón. Así que tómate tu tiempo. Las heridas tienen que curar. En cada cruce mira a tu alrededor y tómate tu tiempo.