Tienes los brazos muy pesados, los músculos muertos, tu sangre bulle, los ojos te duelen, y tu cerebro intenta procesar lo que está pasando.
«¡¿Que Taja ha hecho qué?!»
Intentas entenderlo, pero no hay nada que entender, y entonces te das la vuelta. Y en ese momento Stinke empieza a golpear a Taja, una bofetada, otra, y las demás chicas se interponen y la retienen, pero en eso tu padre dice:
—Soltadla. Tiene derecho a estar furiosa.
Tu padre se equivoca. Es tu misión estar furioso. Sólo tuya. «¿Cómo pudo ella hacer eso?» Tienes intenciones de interponerte, quieres decir que tu misión es darle una mano de hostias a la psicópata de tu prima. De no ser por ella, ahora no estaríais todos ahí. Ella lo ha destruido todo, ella ha destruido el cuento de hadas de Ulvtannen. Pero antes de que puedas decir una palabra, Stinke coge un tubo y echa a correr hacia donde está Taja.
«Esto ha sido todo.»
Tu padre está satisfecho. No tiene que ensuciarse las manos, Stinke lo va a hacer por él. Te mira, te ve allí, desconcertado, con el arma en la mano, sin entender el mundo. Tu padre ha hecho sus deberes, lo ha sabido todo el tiempo y te lo ha estado advirtiendo. Por eso jamás pudisteis ver las grabaciones de las cámaras. No quería revelarlo. Ni siquiera quiso decírselo a Tanner. Y ahora te sonríe satisfecho. «Así se hacen estas cosas, chaval», te dice su mirada.
«Es maquiavélico», piensas, en el momento en que Stinke pasa corriendo junto a Taja y le pega con el tubo a tu padre en la sien, con toda su fuerza. Tu padre cae al suelo, y tú te quedas allí de pie, incapaz de procesar todo aquello.
«¿Qué…?»
Tus brazos se hunden, un sordo gemido sale de tu boca. Las chicas ven lo asustado que estás, como si ellas tampoco supieran lo que está pasando.
Stinke está de pie delante de tu padre, hay sangre en el extremo del tubo, y ella también te mira, deja caer el tubo, se da la vuelta y les grita a sus amigas:
—¡CORRED!
Todas corren en dirección al hotel. Tienes sus espaldas delante de los ojos, tienes un arma en la mano, y levantas los brazos, sostienes la pistola con tranquilidad. Nessi va en retaguardia, y empuja a Schnappi; Taja corre justo detrás de Stinke. Cabellos rojos, negros y rubios. Tu dedo reposa sobre el gatillo, los pasos de ellas apenas se oyen sobre el suelo, y sólo cuando han llegado a la zona embaldosada, delante de la entrada del hotel, resuena un ritmo agitado, y eso te libera de tu rigidez. Respiras hondo y contienes el aliento. He ahí de nuevo el hielo bajo tus pies, y el cielo sobre tu cabeza, y lo sabes: «Si dudo ahora, todo habrá acabado.» Ésas son las reglas, así que ni lo pienses, nada de dudar.