—¿Y es ahora cuando nos enteramos de todo eso?
No puedes quedarte callada, así que das un paso hacia delante y empujas al tío de Taja hacia un lado, como si fuese un mueble atravesado. No tienes ni idea de cuándo alguien lo empujó por última vez, pero por el rabillo del ojo ves cómo su rostro se ensancha, como una maldita crepe que se ha salido de la sartén. Bueno, da igual, tu problema aquí es otro. Y la torre Eiffel, en comparación, es sólo como una caja de cerillas.
—¡Taja, dame una respuesta!
Ella no responde. Tú la golpeas con ambas manos en el pecho, y ella se tambalea hacia atrás, casi a punto de caerse. En realidad, no tiene que responder, su cara te lo revela todo. Y tú no lo crees, sencillamente no lo crees. Vuestra buena amiga os ha mentido. Le habéis salvado el culo y habéis limpiado su mierda, y ella os ha mentido. Señalas a Ragnar Desche, tu voz es un chillido: —¡¿Entonces tu madre está muerta y este cabrón la mató?! ¿Es así?
¿Cuándo pensabas contárnoslo?
En el instante siguiente te estalla la cabeza. Sientes como si una bomba te hubiera dado un beso con lengua. No entiendes lo que ha pasado. «Ahora mismo estaba aquí de pie.» Intentas levantarte, pero el brazo se te resbala, tu equilibrio va en una montaña rusa, yaces en el suelo. Que te sirva de lección: la violencia imprevista es una hija de puta que se alimenta de la sorpresa. Y esa hija de puta lleva ahora un traje elegante y dice: —Qué ganas tenía de hacerlo.
El tío de Taja se sacude la mano, y en ese mismo instante Taja echa a correr. Pretende llegar hasta la carretera, y cree de verdad que será capaz de pasar de largo junto a su tío, el cual sólo necesita estirar el brazo para agarrarla. Ragnar tira de ella bruscamente, y la espalda de su sobrina golpea contra su pecho.
—¿Adónde piensas ir? Si acabamos de llegar.
Él se da la vuelta con Taja, para que vosotros podáis verla. Tus amigas te levantan, Nessi te rodea con su brazo. Oyes un clic en tu oído izquierdo que se disipa sólo lentamente. «Está utilizando a Taja como escudo», piensas, y la lógica te lo revela todo: «Quien necesita escudarse es porque está cagado de miedo.»
—Aún no hemos acabado —dice el tío de Taja—. Aún no lo hemos escuchado todo. ¿No es verdad, Taja? Ahora vas a contarnos lo que le pasó realmente a Oskar.
—Fue… Fue un accidente —dice Taja, y os mira con expresión suplicante.
«Salvadme, vamos, ayudadme», os dice su mirada.
—¿Qué clase de accidente? —pregunta su tío.
—Él… Oskar estaba allí sentado y… discutimos, y de repente… ya no estaba… dejó de respirar. Sencillamente… Se acabó. Como el abuelo…
También el abuelo murió así, ¿no? Eso me lo contó Oskar. .
—Taja…
—¡Lo juro! ¡De verdad!
Su tío saca una pistola y apunta, claro, hacia ti. Estaba claro, tiene una deuda privada contigo, estaba más claro que el agua. Que se atreva a enfrentarse contigo sin pistola, entonces le aplastarías los huevos, y chillaría como un ratón.
—Mira bien a tus amigas —dice él—. Les voy a cerrar esas bocas con un disparo si no cuentas lo que pasó de verdad.
—Ya lo dije…
—¡DEJA YA DE MENTIR! ¡YO LO VI TODO!
Taja cierra los ojos.
—Lo vi todo —le susurra su tío, pero vosotras entendéis cada palabra, porque de pronto reina un silencio absoluto en aquel acantilado, no hay gaviotas, no hay viento que estorbe cuando él le dice a Taja en un susurro—: tres de las cámaras estaban funcionando. Estuvieron funcionando durante los últimos diez días. Es como si hubiera estado allí. ¿Vas a poner en riesgo las vidas de tus amigas por tu mentira?
Todas miráis a Taja, pero no tenéis ni idea de qué cámaras está hablando. Pero podéis notar que Taja sí lo sabe. Su rostro cobra una expresión tan triste que estás segura de que se va a echar a llorar. Ella abre los ojos, no hay lágrimas en ellos, Taja os mira y, en esos instantes, algo sucede con vuestra amiga, como si una parte de ella se desprendiera de su persona y desapareciera para siempre. Y entonces ella dice dos palabras que vosotras no queréis oír. Lo que queréis oír es: «¡Corred, este hombre está enfermo!»
Queréis oír que Ragnar Desche es un cerdo miserable, y que todo eso no son más que pérfidas mentiras. Querríais oírlo todo, pero no esas dos palabras.
Sin embargo, ahí están. Vivid con ello.
—Lo siento.