SCHNAPPI

Durante unos segundos sois como unas gallinas presas del pánico corriendo por un campo minado, antes de que volváis a ser cuatro chicas que estáis sentadas en un coche nuevo que no os pertenece y que no se mueve ni un centímetro de su sitio.

—¡Mierda, no es automático!

—¡Vamos, conduce, conduce! —grita Stinke.

—¿Estás sorda o qué? —dice Nessi, chillando—. No puedo conducirlo, ¡no es automático!

—¡Mierda, nos está mirando! —grita Taja, y sonríe forzadamente hacia fuera, como si con esa sonrisa pudiera mantener alejado a Marten. Os inclináis hacia delante y miráis hacia el café del área de descanso. Cuatro gallinas atascadas en un campo minado, detenidas allí para que os hagan una foto. Marten ha abierto la boca. Está sentado a unos diez metros de vosotras, en el área de descanso, y no da crédito a lo que está viendo. Para él, estáis todavía en los lavabos. Para él, aquello no es real.

—¡ARRANCA YA! —gritas de repente, y tu voz suena como la de una de esas chicas de las películas manga—. ¡VAMOS, VAMOS, VAMOS!

Nessi hace girar la llave. El motor despierta. Nessi pisa el acelerador, el motor aúlla, y Nessi está tan nerviosa que se olvida de las maniobras más simples, tira de la palanca de cambios, el coche salta hacia delante y choca ruidosamente contra el morro del Range Rover, antes de que el motor se ahogue.

Stinke golpea a Nessi en la nuca.

—¡CONTRÓLATE, ESTÚPIDA, TENEMOS QUE SALIR DE AQUÍ!

—¡LO ESTOY INTENTANDO! ¡¿VALE?! ¿ES QUE NO LO VES? ¡LO ESTOY INTENTANDO!

—¡PON LA MARCHA ATRÁS! —le grita Taja—, ¡PON LA MARCHA ATRÁS!

Nessi sacude sus manos como si tuviera un calambre, entonces arranca de nuevo el motor y acciona la palanca de cambio. El coche salta hacia atrás y vuelve a ahogarse.

—¡NO SÉ CONDUCIRLO!

Nessi habla como si estuviera a punto de echarse a llorar. Ves que Marten se ha levantado de la mesa.

—VIENE HACIA AQUÍ —dice Taja.

Tú te echas a reír a carcajadas.

—Deja de reír.

—Eso ha sonado como si alguien te hubiera hecho un nudo en los ovarios.

Stinke patea el suelo.

—¡NESSI, HAZLO YA, HAZLO! ¡¿O ES QUE QUIERES QUE ESE TIPO CONDUZCA ESTE CACHARRO POR TI?!

Nessi tira de la palanca, busca el embrague, patalea con ambos pies, como si aquello no fuera un coche, sino una bicicleta acuática.

—Tienes que soltar el embrague suavemente —le dices desde atrás, tan tranquila como puedes.

—¿Qué?

—El embrague, Nessi, hazlo suavemente.

Nessi empieza a lamentarse. El motor se ahoga. Nessi levanta las dos manos y dice que no sabe hacerlo, que no quiere hacerlo, y que Stinke deje de sacarla de quicio. Stinke tira de ti.

—Hazlo tú.

—Yo soy muy bajita.

—¡No hay bajita que valga!

Stinke tira de ti para atraerte, al tiempo que ella se hace atrás.

Nessi te hace sitio y se desliza hacia el asiento del copiloto. Detrás del volante te sientes como una enana en el país de los gigantes.

Te estiras, la punta de tu pie izquierdo encuentra el embrague, tu pie derecho el freno, mientras que tu espalda se estira y estira a más no poder.

Y ahora sólo tienes que hacer como si supieras lo que haces. Cuando tu padre te estuvo dando clases, tú te sentabas sobre un cojín y podías conducir por un aparcamiento. Pero entonces todo era un juego.

Te concentras y arrancas. Pones la marcha atrás, sueltas el embrague poquito a poco, y os vais moviendo a paso de tortuga hacia atrás. Tus amigas sueltan exclamaciones de júbilo.

Frenas, pisas el embrague y pones la primera. Lentamente, sueltas otra vez el embrague. Lo haces con mucha elegancia, pero lo estropeas cuando pisas el acelerador. El coche sale disparado hacia delante, tus amigas chillan, giras el volante hacia la izquierda, y por un centímetro no te incrustas contra el restaurante del área de descanso, pero consigues girar a tiempo y vas disparada en dirección a la salida, sin hacerle ni un solo rasguño al coche. La lluvia parece aplaudirte, el parabrisas es como una cascada que fluye hacia arriba.

—¡NO VEO NADA! ¡LLUVIA DE MIERDA! ¡NO VEO ABSOLUTAMENTE NADA!

Nessi mete las manos por debajo de tus brazos y el limpiaparabrisas se pone en movimiento, pero tú sigues sin ver nada, porque está oscuro, y porque es de noche. Y porque falta algo. Stinke te lo grita en la oreja:

—¡LAS LUCES! ¡JODER, SCHNAPPI, ENCIENDE LAS LUCES DE UNA VEZ!

Zigzagueáis por la carretera, intentas mantener la línea central a tu izquierda, mueves todas las palancas cercanas al volante hacia arriba y hacia abajo, y por fin se enciende la luz y ves que estás en el carril contrario. Y por supuesto, en ese instante, un coche viene de frente hacia vosotras, y una voz grita en tu cabeza: «¡HASTA AQUÍ LLEGAMOS!» Das un volantazo y el otro coche pasa volando por vuestro lado.

La carretera delante de ti está vacía e iluminada como un estadio de fútbol.

—Tienes puestas las largas —dice Nessi.

—Bueno ¿y qué? —respondes, y crees saborear la adrenalina. Te gusta el papel de conductora acelerada.

Nessi pasa otra vez las manos por debajo de ti y encuentra el botón correcto.

Las largas se apagan, se encienden las cortas.

—¿Todo bien ahí detrás? —preguntas, y estiras la mano hacia el retrovisor, como lo has visto hacer en las películas, pero tu brazo es demasiado corto. Ni siquiera puedes llegar al retrovisor. Joder, tía, ¿cómo es que eres tan pequeñita? Echas un vistazo por detrás de ti. Taja está pálida por las sacudidas, y Stinke pone una cara como si hubiera mordido un limón.

Mira su mano derecha y se queja:

—¡Se me ha roto una uña!

—¡Chúpatela! —dice Nessi.

—Gilipollas —dices tú.

Stinke da una patada contra tu asiento, tú haces que el coche serpentee a propósito, de izquierda a derecha, y tus amigas chillan de nuevo, y luego ríen, porque lo tienes todo bajo control y siempre es tranquilizador saber que alguien tiene algo bajo control. Si tu padre pudiera verte ahora sabrías lo que diría.

«Es pequeñita, pero, uy, uy, uy…»

Al cabo de media hora deja de llover, y vosotras miráis con recelo hacia fuera, sentís como si alguien hubiera quitado emoción a la noche. La tormenta ha pasado, y estáis todavía en la carretera. Ahora es más fácil conducir, pero tienes los hombros entumecidos, porque todavía tienes que estirarte mucho para poder ver la carretera delante. «Lo divertido es divertido —piensas—, y cuando ya no es divertido, es que no sirve para nada.»

Taja dice que tiene que orinar, y de repente todas tenéis ganas. Te arrimas a la cuneta, y buscáis un sitio entre los matorrales, os agacháis y meáis. No puedes evitar sonreír. Cuatro chicas en un círculo, con las bragas a la altura de las rodillas y los culos hacia atrás. Nessi reparte pañuelos, os limpiáis y los dejáis caer. Sabes que Nessi está pensando en recogerlos.

—Eso es celulosa, se disuelve —dice Taja, y se sube de nuevo los pantalones.

—Porque tú lo dices.

—Porque lo sé.

Nessi tiene que conducir de nuevo. Le explicas cómo funciona el embrague, y te sientes llena de valor. Os encontráis en una especie de limbo, como si nada pudiera pasaros mientras os mantengáis en movimiento. Pero ¿qué mentira es ésa? La muerte de Rute os ha pillado por sorpresa, aunque estabais en movimiento. Por un momento has querido incluso desistir.

Echarte al suelo y no levantarte más, no respirar más, sencillamente desaparecer. Pero Taja y Nessi se te adelantaron. Cuando las viste a las dos llorando desconsoladamente, supiste que desistir no era la opción, porque entonces sólo quedaríais Stinke y tú para sosteneros a todas. Y eso de tumbarse en el suelo y dejar de respirar no hubiera sido justo con Stinke.

—Bueno, continuemos viaje —dice Taja.

Está nerviosa, mira hacia atrás una y otra vez, porque quién sabe lo que va a hacer Marten cuando entienda que no vais a volver.

—Me siento una miserable, ese chico era tan simpático.

Stinke le acaricia el brazo a Taja.

—La próxima vez buscaremos a uno que sea un cabrón.

—La próxima vez nos quedamos todas en casita —dices tú.

Nessi se huele su camiseta empapada por la lluvia y dice que necesita ponerse algo limpio. Stinke le pide que le traiga una sudadera. El maletero se abre, y oís a Nessi revolviendo en las bolsas. Mientras, haces algo razonable y te pones a trastear el sistema de navegación, y le preguntas a Taja cómo se llama ese sitio tan extraño.

—Ulvtannen —responde ella.

—Deletréamelo.

Taja te lo deletrea, se ha tumbado y ha puesto las piernas sobre el regazo de Stinke. Sólo falta un jacuzzi y un minibar. El navegador muestra la ruta y tú ya te dispones a anunciar que estáis en el camino correcto, cuando Nessi grita: —¡Stinke, eres la mayor hija de puta de todos los tiempos!

Os quedáis rígidas y miráis a Stinke.

Ella pone cara de sorprendida.

—Yo no he hecho nada —dice.

—Ven aquí —dice Nessi.

Bajáis y vais hasta la parte trasera del coche. Dos de las mochilas están abiertas. En una hay una bolsa deportiva amarilla. Nessi sostiene un paquetito blanco en la mano.

—¡No puede ser! —dice Taja.

—¡Joder, Stinke! —gritas, y quieres poner voz de furiosa, pero el tono te traiciona. Te resulta demasiado difícil enfurecerte con Stinke.

—¿Cómo has podido? —pregunta Nessi.

Stinke se encoge de hombros.

—Estaba segura de que Darian me la jugaría, así que me llevé dos bolsas. En una había libros. Tampoco fue tan estúpido de mi parte, ¿no?

Seguro que pusieron caras largas cuando sacaron la otra bolsa de la taquilla.

Nessi tiene un centelleo extraño en los ojos, y entonces le arroja la bolsita a Stinke, que se aparta a un lado con desgana. La heroína pasa volando junto a su cuerpo y aterriza en la carretera, donde se desliza sobre el asfalto con un sonido sibilante. El envoltorio de plástico se rompe. El polvo blanco se vuelve gris de inmediato.

—Sí, claro, estupendo, seguid así, tirando nuestra jubilación.

Ves que Taja se pasa la lengua por los labios y que probablemente esté pensando si vale la pena lamer el polvo blanco del asfalto. No entiendes por qué Nessi ha armado tanto jaleo. Ya da igual cómo Stinke metió la droga en su mochila, porque el material está aquí y no en Berlín, y en realidad hasta podríais celebrarlo.

Nessi no parece tener ganas de celebrar nada.

—No me extraña que no nos dejen en paz —dice—. Y para colmo también se la has jugado a Neil.

—¿Qué? ¿Cómo que se la he jugado?

—Él le dio al tío de Taja la llave de la taquilla, lo que él pretendía era protegernos, pero ahora…

—Ahora nosotras estamos en Noruega y seguras —la interrumpe Stinke. Ya nadie tiene que protegernos, Nessi, nos protegeremos nosotras mismas. Tu querido Neil ya se las arreglará, no nació ayer. Si lo deseas, podemos parar en la siguiente oficina de correos, hacemos un paquetito y le enviamos toda esa mierda al tío de Taja. A mí me da igual.

—Una idea estupenda —dice Taja—, como si en las aduanas no controlaran los paquetes. Mi tío se pondrá a dar saltos de alegría cuando la policía se plante delante de su puerta y le pregunte quién es su suministrador de heroína.

—Pues se lo tiene merecido.

—Claro que se lo tiene merecido —te da la razón Taja—. Pero ése no es el asunto.

Hay una tregua. Nadie pregunta cuál es el asunto. Taja hunde sus manos en los bolsillos delanteros de su vaquero y pregunta si, por favor, podíais seguir viaje. Nessi cree que no ha oído bien.

—¿Cómo? ¿Eso es todo? Stinke nos la juega, trae la droga sin decirnos ni una palabra, ¿y vosotras sólo queréis continuar viaje, así, sin más?

—¿Y qué otra cosa vas a hacer? —preguntas—. ¿Vas a castigarla o qué?

—Prueba —dice Stinke, y se pone con ambos puños delante de la cara, de modo que sólo se le ven los ojos. Lo único que falta es que se ponga a dar saltitos y le muerda una oreja a Nessi.

—Eres una hija de puta —dice Nessi, y no se lo dice en broma, ahora va en serio. Stinke baja los puños e intenta parecer sincera.

—Lo siento.

—No te creo una palabra.

—De acuerdo, en realidad, no lo siento, pero ha sucedido así.

Nessi asiente, sí, ha sucedido así, y entonces dice algo que ninguna de vosotras quiere oír: —¿Sabéis que tengo ganas de irme a casa? Estoy hasta las narices de todo este caos. Nos mentimos unas a las otras, puteamos a gente que se porta bien con nosotras, y no hacemos más que seguir acumulando mierda y más mierda. Si seguimos huyendo de esta manera, ni siquiera estaremos allí cuando entierren a Rute. ¿Es lo que queréis?

Todas apartáis la mirada. Por supuesto que no es lo que queréis.

—Nadie quiere eso —dice Taja—, pero ahora no podemos regresar.

—Lo sé. Sólo quería que lo supierais. Sois mis amigas, pero preferiría estar en Berlín.

Nessi le lanza a Stinke una sudadera limpia y dice que ahora podéis continuar viaje. No tienes buenas sensaciones, algo se ha vuelto diferente, en este momento no pondrías un hacha en las manos de Nessi. Subís de nuevo al coche. Stinke te da un golpe en el costado y te susurra que todo será peor cuando a Nessi le crezca la barriga.

—Cierra el pico de una vez —le dice entre dientes Taja a Stinke, y Stinke cierra el pico. Nessi espera a que todas estén sentadas de nuevo en el coche y se hayan acomodado, y entonces arranca. Oís un golpe, luego un segundo y miráis hacia atrás. Una bolsa de plástico tras otra golpea contra la carretera. Te gusta eso, te gusta que tus amigas se vuelvan un poquito locas.

No por casualidad son tus amigas. Y cada una necesita una válvula para soltar el vapor, aunque ese vapor cueste un par de millones de euros.

Taja maldice y salta fuera del coche. Stinke la sigue, y tú vas detrás, pero, por supuesto, sois demasiado lentas, y antes de que podáis poner un pie en el asfalto, Nessi ya ha lanzado la séptima bolsa y parece como si hubiera nevado inmediatamente después de la lluvia.

—¡No te acerques! —advierte Nessi.

Ella sostiene la siguiente bolsa en una mano. Parece enloquecida. Si la tocas ahora, va a explotar de ira.

—Estás como una auténtica cabra —dice Stinke.

Nessi lanza la bolsa, Stinke intenta capturarla, pero se le rompe entre los dedos y se abre, manchándole los vaqueros, desde los pies hasta las rodillas. Parece como si Stinke llevara unas botas muy altas. Nessi sacude las siguientes dos bolsas sobre el asfalto. Queda una. Nessi va hasta allí y la aplasta. Luego se planta delante de Stinke.

—¿Dónde están las pastillas y la otra mierda?

Stinke dice a media voz que están en la bolsa deportiva, en el fondo.

Nessi lanza las pastillas y la otra mierda a los matorrales.

Cuando acaba, respira con dificultad y cierra el maletero de golpe. Se queda detrás del coche, para que no la veáis vomitar, entonces regresa y dice: —Eso ha sido por Rute.

De inmediato las lágrimas te acuden a los ojos. Stinke baja la mirada, ella ha entendido. Nessi pasa por vuestro lado y se sienta detrás del volante.

Un minuto después ya estáis de nuevo en camino. El ambiente está tenso.

Stinke murmura algo, dice que no había querido ofender con lo de la barriga.

Nessi murmura de nuevo que vale, que ya está bien. El silencio se cierne de nuevo sobre vosotras. Revisas la caja de los cedés de la guantera. Depende de ti el salvar el momento. Seleccionas el disco con el nombre más raro.

Experimental Pop Band. Lo metes en el reproductor y esperas, interpretando que no sea ninguna de esas idiotas orquestas sinfónicas que se hacen las modernas con una sonata de Bach con acompañamiento de motosierra. La música y el texto tienen que encajar. Quieres que tus amigas vuelvan a sonreír, de modo que te fías de los dioses, de que te vean con piedad, como siempre ha predicado tu madre: «Sé una buena chica del país y los dioses te mirarán con piedad.» Como si los dioses no tuvieran nada mejor que hacer.

El reproductor arranca, subes el volumen y cierras los ojos. Durante un respiro, no sale ningún sonido del reproductor, puede que los dioses se estén preguntando qué está sucediendo. Entonces, por fin, una voz de mujer susurra: «Bang, bang, you’re dead. »