NEIL

Sabes que vendrán. Te parece apropiado regresar al principio, porque todo comenzó aquí, en la orilla, así que todo va a terminar aquí. Tienes la cabeza embotada, desconectada. Pensar no ayuda en este momento, es hora de actuar.

El agua centellea ahí abajo, y te recuerda un vestido de mujer. Entonces eras muy pequeño y ya no recuerdas dónde se celebró aquella fiesta, sólo te acuerdas de que había mucha tarta y cómo era al tacto el vestido de tu madre.

Como si su piel se hubiera vuelto líquida. Sabes, es hábil lo que estás haciendo. Te olvidas de tu problema y piensas en otra cosa. Sigue así. Piensas en sorprender a tu padre. Tal vez hagas ese viaje hasta Berlín. Secuestras a tu madre y reúnes a tu familia. Tu padre no te lo perdonará nunca, pero de todos modos sería una proeza. Te sientes como un héroe desde que saliste de aquel Range Rover. Pero también tienes conciencia de que para ti ya no habrá un después.

Niegas con la cabeza. Sabes que es un sinsentido. Hay tantas cosas sin aclarar. Aún no has resuelto tu problema del gran amor. Has conseguido tan pocas cosas en tu vida que es vergonzoso. No has escalado una montaña ni te has bañado en el océano. Si ahora desaparecieras, no quedará ningún rastro tuyo.

Los pasos a tus espaldas son distintos. No son los pasos de los que pasean, que se dirigen a alguna parte. No son esos pasos. No. No quieres tener miedo, nadie debería tener miedo. El miedo es cosa de memos, te inculcó tu abuelo Maxe. Tú nunca quisiste ser de esos que bajan la cabeza. Ni antes ni ahora.

No te das la vuelta.

El sudor se acumula en la nuca, tienes las manos pegajosas y se quedan adheridas en la barandilla. Miras el agua que fluye, como si allí estuvieran ocultas todas las respuestas a tus preguntas. Los pasos se acallan a tu lado. El agua fluye y fluye. La gente que pasea sigue su camino, el día avanza, incansable, hacia el anochecer, y tus instintos te gritan que deberías largarte.

«Corre, desaparece, hazlo.»

Pero es cierto, eres el hijo de tu padre, si bien, al mismo tiempo, eres su contrario. Así que no echas a correr y te pasas ocho años lamiéndote las heridas.

Tú no.

«No, yo no.»

Ellos se apoyan a derecha e izquierda del pretil, junto a ti. No te tocan, tú no los miras. Esperas. Tienes las negras y eso significa que debes ser paciente, porque son las blancas las que deben hacer el primer movimiento, así ha sido siempre y así será. Transcurre una eternidad, y entonces las blancas salen, una voz a tu izquierda dice:

—Aquí estamos.