RUTE

También a ti te llega el mensaje a la misma hora. Estás tumbada de nuevo junto a Eric y te zumban los oídos. Esta vez no ha habido sexo. Estáis los dos muy borrachos. Tus padres piensan que vas a pasar la noche en casa de Stinke. Una mentira más o una mentira menos. Tú tienes otros problemas, porque no puedes dejar que todo siga así. Cuatro cócteles en el pequeño bar de la Savignyplatz, que abre toda la noche, y en el que sólo se os sirve porque una de las camareras es la hermana de Eric. Schnappi y Stinke se fueron tras la segunda copa, tú no pudiste parar, y te bebiste también las copas que correspondían a Nessi. Y por eso ahora estás acostada junto a Eric. En tu defensa has de decir que no tenías ninguna oportunidad real de irte a casa en tu estado. Tu madre te habría cortado la cabeza, y tu padre hubiera bailado sobre tu cadáver.

El colchón está en el suelo, y huele un poco a moho, a lo que se añade el olor penetrante de un joven sudado que se pone demasiada colonia. Son cosas que no vas a echar de menos. Tampoco la mano en tu hombro.

—¡Lárgate!

Eric insiste. Te sacude como si fueses una máquina de jugar que le ha robado su último euro. Gimoteas, podrías hasta vomitar, inclinarte fuera del colchón y vomitar. Pero no, no lo haces. Todavía te queda un poco de respeto por ti misma. De modo que abres los ojos y, como por arte de magia, se abren también tus oídos.

—… eso está parpadeando tanto que me va a volver loco. Loco del todo.

¿Cómo se apaga esto? Dime cómo se apaga este chisme.

—¿Qué?

Eric te muestra una estrella verde, que a veces se ilumina y a veces se apaga. Sientes la saliva saliéndote por la comisura de los labios, te la limpias.

—Hazlo ya —dice Eric.

Reconoces tu móvil. Adoras ese parpadeo, es pulsante como una luz bajo el agua, tú lo has programado así a propósito.

—Llévatelo —dices.

—Primero apágalo.

—¡Mételo debajo de la almohada y déjame dormir!

—¡Tú no me vas a joder ahora!

Eric se levanta y te quita la manta.

—Este chisme está vibrando y se enciende y apaga. ¡Desconéctalo!

Tú quisieras estrangularlo. «Es tan estúpido que no sabe apagar un móvil», piensas, y se lo quitas de la mano. Miras el mensaje que ha entrado y lo ves doble, luego triple, y luego otra vez doble. Te frotas los ojos, vuelves a mirarlo. Tu dedo pulgar teclea el PIN y el móvil deja de iluminarse. Eric suelta un resoplido de alivio, pero su felicidad sólo dura unos segundos.

—¡Mierda! ¡¿Y ahora qué estás haciendo?!

Recoges tus ropas del suelo y deseas desaparecer, pero entonces te das cuenta de que has bebido demasiado, incluso como para cruzar un paso de cebra de un modo seguro. Vuelves la vista hacia la cama. Eric se cubre los ojos con el antebrazo. No, con él no puedes contar.

«Tal vez haya sido sólo una ilusión —piensas—. Tal vez encienda de nuevo mi móvil y no haya nada allí.»

Entras al cuarto de baño, te arrodillas delante del inodoro y te metes los dedos en la garganta. Después de eso te sientes mejor. Te echas un poco de agua en la cara y metes la mano en tu monedero. Cinco euros. Eso no va a alcanzar. Regresas a la habitación. Eric se ha quedado dormido con el brazo sobre la cara. Sacas la cartera de sus pantalones. Nada, sólo un par de monedas. Dejas caer la cartera, tomas aire y miras por segunda vez el móvil.

«Venid.»

Sabías que no era una ilusión. Los móviles no mienten. Te pones las botas y sales corriendo.