SCHNAPPI

Ella te insulta. Te insulta a través de la puerta cerrada, como si fueseis extrañas y como si tu vida fuera una porquería y ella pudiera escupirla. Al fondo oyes a tu padre murmurando, diciendo que no es tan grave. Ella lo ignora y te insulta de nuevo. Uno de los vecinos grita algo desde abajo, en la escalera, y dice que os calléis. Pero tú le gritas que se calle él.

Golpea una puerta.

La cosa sigue.

Te llama puta. Te llama bastarda. Esperas a que se le acabe el aire y aprietas el timbre. Sus pasos se alejan, y tú no levantas el dedo del timbre, lo aprietas tanto que el pulgar se te pone blanco, pero entonces el timbrazo para de repente. Rompes a reír. Ha desconectado el timbre. Ríes hasta que se te saltan las lágrimas, hasta que esas lágrimas dejan de tener que ver con la risa.

El dedo se aparta del timbre, te sientas en el felpudo, con la espalda pegada a la puerta.

«Y eso que hoy sólo he llegado con tres horas de retraso. ¿Qué son tres horitas?»

Algunas noches logras entrar en el piso a hurtadillas, para pasar desapercibida. En un par de ocasiones tu padre ha estado sentado en la cocina, esperándote, y ha sacudido la cabeza y dicho que se había preocupado. Pero en realidad a él no le molesta, confía en ti y te llama su «pequeño sol».

«Si ella no estuviera…»

Tu madre debe de haber escondido el llavero. Jamás le hubieses atribuido tanta imaginación. Ella te contó una vez que las casas de su aldea no tenían puertas, porque la gente confiaba la una en la otra, y si alguien robaba algo, se expulsaba a toda su familia del lugar. Así eran las cosas en su aldea de origen, y es un enigma para ti cómo a alguien que ha crecido sin puertas puede ocurrírsele la idea de esconder una llave.

Estás muy cansada.

Ahora esperarás a que se duerma, y luego tu padre te dejará entrar.

Media hora de espera, una hora a lo sumo. El día pasa por tu cabeza como un vagón de metro que uno ha estado esperando toda una eternidad. Ves a Nessi en el agua, os veis en el cine, y puedes saborear las palomitas rancias.

Te gusta mirar en retrospectiva al día anterior. Es un poco como regresar a casa a última hora de la tarde, encender el televisor y, luego, ver una serie que sólo te muestra a ti, que te enseña andando por la vida, con todos tus errores, tus heroicidades. Le hablarás a tu padre de la película. A él le gusta Denzel Washington. Pero ¿cuál no será la sorpresa de tu padre cuando, dentro de veinte minutos, abra la puerta y vea que has desaparecido? ¿Y cuál no será la tuya cuando tu vida tome un nuevo rumbo en cuestión de segundos, arrastrándote a varios kilómetros de Berlín?

Todo es posible. Y todo comienza con dos breves sonidos de móvil.

Estás sentada en el oscuro rellano, porque no piensas estar accionando una y otra vez el interruptor de la luz. Estás sentada en medio de la oscuridad, y el teléfono suena dos veces. Lo sacas del bolsillo y lees en la pantalla rojiazul el sms, y reaccionas como habéis reaccionado todas esa noche a aquel mensaje.

Echas a correr.