SCHNAPPI

Nessi mira a través de la calle y evita tus ojos. No quiere ir con vosotros al parque, no quiere ver a los demás, no quiere hablar, no quiere nada. La cuestión es: ¿qué quieres hacer tú ahora? Tu mejor amiga está embarazada y tu no puedes desaparecer ahora así, sin más, y dejarla sola, eso no está bien.

—No se lo cuentes a nadie —dice Nessi.

—Primero te llevo a casa —dices, evitando su ruego, lo cual no es nada estúpido, porque no sabes si podrás mantener la boca cerrada. Siempre te ha costado guardar los secretos. Sólo existen para ser compartidos.

—Gracias.

Y aunque no te queda de camino, llevas a Nessi en la bicicleta hasta la Nollendorfplatz. Es una imagen graciosa. Una enana que apenas llega a los pedales, y detrás una gigante abrazando a la enana, como si la más tenue brisa pudiera separarlas.

Atravesáis la Kurfürstendamm, y al llegar a la iglesia memorial, bajáis por la acera, los turistas os ladran. Durante el viaje le hablas de tu madre en la bañera, aunque en realidad no sabes lo que tu madre estaba haciendo aquel día. Tu boca es como una ametralladora a la que nunca se le acaba la munición. En dos ocasiones se te escapa la palabra «aborto», y te muerdes la lengua para frenar el torrente de palabras. Nessi no reacciona. Sigue aferrada a tus caderas y tiene la cabeza apoyada en tu espalda. Cuando os detenéis en la Winterfeldplatz, ella se queda sentada y tú esperas un minuto, y otro, hasta que le dices que ya habéis llegado. Nessi se baja, se seca los ojos y mira hacia arriba, al bloque de pisos de alquiler, como si la hubieras traído hasta un campo del Gulag.

—¿Adónde vas en realidad?

Te asustas. Vuelves la cabeza. Deberíamos empezar a preocuparnos por ti. Nessi sigue sentada en la parte trasera de la bicicleta, y tú estás todavía encima del sillín, sintiendo su cálido seno sobre tu espalda. Nessi ha hecho una buena pregunta. ¿Adónde vas en realidad? No estáis en la Winterfeldplatz, delante del edificio de Nessi, ni siquiera estáis en los alrededores, sino que os encontráis viajando a toda pastilla por Charlottenburg, más exactamente a través de la Krumme Strasse, y, para ser más exactos aun, camino de la Stuttgartplatz.

«En algún momento la voy a palmar», piensas, e intentas controlar el temblor de tus brazos.

Durante tu primer apagón mental, hace dos años, estabas en una clase, y en eso sonó el timbre del recreo. Saliste al exterior para comprarte un chocolate en el kiosco, y estuviste charlando con un chico con el que siempre habías querido charlar. Stinke fue la que te trajo de nuevo a la realidad, dándote una patada a la silla, por atrás, y en ese momento volviste al aula, y Stinke quiso saber si podías darle un chicle. Tú no entendiste lo que había ocurrido. Lo habías sentido todo de un modo tan auténtico y real que aún podías saborear el cacao en tu boca.

La segunda vez fue un mes más tarde, en una fiesta. Habíais pasado casi todo el rato jugando al strip-poker, y cuando te aburriste, bajaste para bailar un rato. Dos canciones más tarde estabas completamente sudada y feliz, y querías ir a buscar algo de beber, cuando Rute te dio un golpecito en la frente y dijo que le gustaría ver si te estabas marcando un farol o no, porque quien sudaba tanto como tú sólo podía estar marcándose un farol.

Miraste a las que estaban a tu alrededor desconcertada. Estabas todavía jugando al póquer, y tu mano era una mierda. Pero allí estaba el recuerdo del baile y también las gotas de sudor en tu frente.

Tus amigas no saben nada del asunto. Tienes miedo a que te tomen por una loca y te internen en una clínica. Probablemente eso lo heredaste de tu madre. Ella dice de sí misma que es una chamán, y afirma que puede sentir cuándo los muertos le pasan al lado. También cree firmemente que cada persona ha de cruzar un abismo, antes de ser una persona auténtica. Sea lo que sea eso de ser una persona auténtica, tu madre dice muchas cosas, cuando el día es largo, y también dice que ella sólo puede morir en Vietnam, en ningún otro lugar, y no hay quién la haga desistir de esa idea. Tú has consultado esa palabra y estás segura de que tu madre no es una chamán, porque ella jamás ha puesto sus capacidades al servicio de la comunidad, así que lo que mejor le pega es el calificativo de bruja.

Han transcurrido dos años, y en este tiempo has tenido uno de esos lapsos por lo menos una vez al mes. Ésa es la denominación para esos sueños que tienes despierta, que, en realidad, no son sólo sueños. No es un corte en la película, tampoco un fundido en negro. Tengas lo que tengas, nadie ha escrito sobre ello. La pena es toda tuya. Por eso no te sorprende ni un segundo que hayas llevado a Nessi en la parte de atrás de la bici durante un kilómetro a través del tráfico de Berlín sin que hayáis ido a parar bajo las ruedas de un coche.

«La práctica hace al maestro», piensas, y te gustaría que tus brazos dejaran de temblar de una vez.

Y ahí estás de nuevo, con arena en el engranaje. Has cometido un error, debiste llevar a Nessi a casa. Mírala, no está del todo presente, es como una de esas muertas en apariencia, que van con la mirada perdida por el barrio y un día se te tirarán al cuello si no prestas atención.

Nessi deja la mitad de su pizza y vacía una cerveza entera, luego da una calada a un porro y aguanta la respiración, hasta que el humo ha desaparecido en ella y sólo sale aire caliente.

«Eso no está bien, nada bien.»

Desearías que esos chicos desaparecieran, entonces podríais hablar. Los chicos son Indi, Eric y Jasper. Pero también podrían llamarse Karl, Tommi y Frank. Hace un año hubiera supuesto una gran diferencia, pero en algún momento todo eso cambió. Como si el final del instituto hubiera apagado también vuestro interés. Rute es la única excepción. Ella flirtea con los tres chicos, y tú podrías apostar a que por lo menos uno de ellos tiene una erección. Te deslizas hasta donde está Nessi y no puedes dejar de pensar en Taja. Solas sois unas inútiles, juntas sois fuertes.

Primero desaparece Taja, luego Stinke. «Las hermanas de sangre no deberían dejarse tiradas.» Eso es lo que te gustaría susurrarle a Nessi, sobre todo, pero Nessi pensaría de inmediato que es ella la que te ha dejado abandonada, así que mejor cierra el pico.

Suena un pitido dos veces, Nessi saca su móvil de la chaqueta. «Que no sea ese Henrik —piensas—, que sea cualquier otro, pero no Henrik.» Conoces a un montón de idiotas, pero Henrik está entre los primeros de la lista. Nadie debería quedarse embarazada de un tío como ése. Sabes de lo que hablas. Os habéis besuqueado un par de veces y te dejó tirada cuando no quisiste acostarte con él. Henrik es como un anuncio de la tele, que a todo el mundo le parece chistoso y olvida de inmediato, porque hay muchos otros anuncios que son igual de graciosos.

Rute señala a algo por encima de tu hombro.

—¡Vaya, mira quién viene por ahí!

Te das la vuelta. Stinke se baja de un cochazo, hunde sus manos en los bolsillos traseros del pantalón y empieza a caminar hacia vosotros.

El alivio inunda tu cuerpo con tal fuerza que empiezas a reír estúpidamente.

«Ahora todo saldrá bien.»

—Oye, ¿dónde has estado? —pregunta Rute.

—¿Dónde piensas que he estado? —responde Stinke, y ni siquiera se da la vuelta cuando el Jaguar rojo se marcha.

—He estado de viaje, primero en Tenerife, luego en Malibú.

La pandilla silba y ríe, Nessi levanta la vista de su móvil y sonríe con gesto de cansancio. Stinke dice que necesita comer algo, pero pronto, rápido, y va hacia el kiosco de las pizzas. A Rute le viene a la mente la misma idea que a ti, y las dos corréis detrás de Stinke. Nessi ha quedado olvidada por un instante. Queréis saber lo que Stinke ha estado haciendo con el tío del Jaguar.

—Apenas puedo caminar —responde ella—, así de cachondo era el tipo.

Rute y tú pegáis un chillido; aunque no quieres hacerlo, ese chillido se te escapa de la boca, sencillamente. Te llevas de inmediato la mano a la boca y la envidia hace que los ojos se te pongan vidriosos. Si te los frotases ahora, saldría polvo de estrellas, sin duda.

—¡No es cierto! —dice Rute.

—Claro que es cierto.

—¡Di que no es verdad! —le exiges.

—Sí que lo es.

—Bueno, ¿y qué se le va a hacer?

El tipo de las pizzas os sonríe. Tendrá unos cuarenta y tantos, lleva una camiseta estúpida y tiene tanta grasa en el pelo como si hubiese pasado la semana metido en una freidora. Stinke lo ignora y estudia el menú, aunque siempre pide la misma pizza.

—¿Quién es? —pregunta Rute.

—¿Quién es quién?

—Joder, el tío del Jaguar.

—Ah…

Stinke tuerce la cara, como si tuviera dolor de muelas.

—¿Qué pasa? —preguntas tú.

—Joder, tía, ¿qué tienes? —replica Rute.

Hasta el tipo de las pizzas se inclina hacia delante, como si supiera de qué estáis hablando.

—Pues mira, he olvidado preguntarle su nombre —dice Stinke, y pone grandes ojos de niña inocente, como sólo puede ponerlos alguien que sabe exactamente que la inocencia es para un pedazo de mierda hipócrita que se abre de piernas por un trozo de pizza.

Camináis hasta el Lietzensee. Los chicos quieren ir al parque, porque creen que cuando la luna brilla y todos estéis sentados en la orilla, la cosa se pondrá romántica y quizá alguno pille cacho. Vosotras les dejáis que se lo crean, porque así cierran el pico y tratan de hacerlo todo bien.

Junto a la orilla, hacéis un hoyo en la hierba, arrugáis un poco de papel y metéis algunas ramas secas. Indi lía el segundo porro de la noche, y os sentáis allí, soplando el humo para espantar a los mosquitos y hablando en voz baja, como si no quisierais molestar a la noche. Jasper pone alguna musiquilla en su móvil, un perro ladra en la otra orilla, y ahora sería magnífico que pudieras cerrar los ojos y entrar en uno de esos lapsos mentales tuyos, porque lo que va a pasar ahora mismo no te gustará.

Uno de los chicos fue el primero en darse cuenta.

—Oye, ¿qué le pasa a Nessi?

Miras a tu alrededor. Nessi ya no está sentada con vosotras, está agachada junto a la orilla, y extiende primero una pierna, luego la otra. Sin hacer ruido, se va metiendo en el agua. Totalmente vestida, por supuesto. Los chicos sueltan una risotada. Tú intentas levantarte, pero Eric te retiene y pregunta si tú también quieres ir a bañarte o qué.

—¡Nessi!

Stinke corre hacia la orilla, de repente todos están allí, mientras tú sigues sentada sobre la hierba, como un paquete que alguien ha olvidado enviar, y cuando por fin te ves al lado de tus amigas, ves a Nessi con los brazos extendidos, flotando en medio del lago. Sencillamente, flota allí, y se hace la muerta, mientras los chicos gritan y la llaman el «monstruo del lago Nessi», y vosotras le gritáis que debe regresar, e incluso desde el hotel de enfrente alguien le grita alguna tontería desde una ventana, pero Nessi no reacciona.

—Ya volverá —dice Stinke, y señala hacia la hierba, donde están la cartera y el móvil de Nessi.

—Si no quiere que su móvil se le moje, es porque tiene intención de volver.

—En todo caso, yo no voy a ir a buscarla —afirma Indi, y escupe en el agua.

—Vaya sorpresa —dice Stinke.

Los chicos se sientan de nuevo alrededor de la fogata. Para ellos es algo interesante lo que está sucediendo, pero allí, en el lago Lietzensee, no está pasando nada en ese momento. Vosotras, las chicas, os quedáis de pie junto a la orilla, y Rute dice que seguramente Nessi ha tenido algún disgusto con Henrik, tú agregas que Henrik es idiota, y Stinke que vaya descubrimiento, y añade:

—Tal y como se está comportando Nessi, no cabe duda de que está embarazada.

—Yo no lo he dicho.

Tus amigas te miran sorprendidas.

—De verdad, no lo he dicho —añades rápidamente.

—Mierda —dice Rute.

—Joder —dice Stinke.

Nadie necesita confirmar ahora que eres una de las peores personas en este mundo para guardar un secreto.

—De verdad, no he sido yo la que lo ha dicho —repites, y suena tan débil que durante un rato no se te ocurre nada más que hacer, salvo mirar fijamente al Lietzensee y confiar en que Nessi permanezca todavía un rato más en el agua.