LXXVI
Hazel

A Hazel casi le dio lástima Clitio.

Lo atacaron por todos los flancos: Leo le disparó fuego a las piernas, Frank y Piper le dieron estocadas en el pecho, Jason voló por los aires y le propinó una patada en la cara. Hazel se enorgulleció de ver que Piper se acordaba de sus lecciones de esgrima.

Cada vez que el velo de humo del gigante empezaba a rodear a uno de ellos, Nico aparecía allí, atravesándolo a espadazos, absorbiendo la oscuridad con su hoja estigia.

Percy y Annabeth estaban de pie, con aspecto débil y aturdido, pero tenían las espadas desenvainadas. ¿Cuándo se había hecho Annabeth con una espada? ¿Y de qué estaba hecha? ¿De marfil? Parecía que quisieran ayudar, pero no hacía falta. El gigante estaba rodeado.

Clitio gruñía, volviéndose de acá para allá como si le costara decidir a cuál de ellos matar primero.

¡Esperad! ¡Quedaos quietos! ¡No! ¡Ay!

La oscuridad que lo envolvía se disipó por completo, sin dejarle más protección que su maltrecha armadura. Le salía icor de una docena de heridas. Los daños se curaban casi tan rápido como eran infligidos, pero Hazel notaba que el gigante estaba cansado.

Jason se lanzó volando contra él por última vez, le dio una patada en el torso, y el peto del gigante se hizo pedazos. Clitio se tambaleó hacia atrás. Su espada cayó al suelo. Se desplomó de rodillas, y los semidioses lo rodearon.

Entonces Hécate avanzó con las antorchas levantadas. La Niebla se arremolinó alrededor del gigante siseando y burbujeando al entrar en contacto con su piel.

—Aquí termina la historia —dijo Hécate.

No se ha terminado. La voz de Clitio resonó desde algún lugar en lo alto, amortiguada y pastosa. Mis hermanos se han alzado. Gaia solo espera la sangre del Olimpo. Ha hecho falta que luchéis todos vosotros para vencerme. ¿Qué haréis cuando la Madre Tierra abra los ojos?

Hécate volvió sus antorchas del revés y las lanzó como si fueran dagas a la cabeza de Clitio. El pelo del gigante se encendió más rápido que la yesca seca, se propagó por su cabeza y a través de su cuerpo hasta que el calor de la hoguera hizo estremecerse a Hazel. Clitio cayó de bruces entre los escombros del altar de Hades sin hacer ruido. Su cuerpo se deshizo en cenizas.

Por un momento, nadie dijo nada. Hazel oyó un ruido angustioso e irregular y se dio cuenta de que era su propia respiración. Tenía el costado como si le hubieran golpeado con un ariete.

La diosa Hécate se volvió hacia ella.

—Debes irte, Hazel Levesque. Saca a tus amigos de este sitio.

Hazel apretó los dientes, tratando de dominar su ira.

—¿Y ya está? ¿Ni «gracias»? ¿Ni «buen trabajo»?

La diosa inclinó la cabeza. Galantis, la comadreja, farfulló algo —tal vez una despedida, tal vez una advertencia— y desapareció entre los pliegues de la falda de su ama.

—Si buscas gratitud, te equivocas de lugar —dijo Hécate—. En cuanto a lo de «buen trabajo», todavía está por ver. Corred a Atenas. Clitio no estaba equivocado. Los gigantes se han alzado; todos, más fuertes que nunca. Gaia está a punto de despertar. La fiesta de la Esperanza tendrá un nombre de lo más desacertado a menos que lleguéis a tiempo para detenerla.

La cámara retumbó. Otra stela cayó al suelo y se hizo añicos.

—La Casa de Hades es inestable —explicó Hécate—. Marchaos ya. Volveremos a vernos.

La diosa se desvaneció. La niebla se evaporó.

—Qué simpática —masculló Percy.

Los demás se volvieron hacia él y Annabeth, como si acabaran de percatarse de que estaban allí.

—Colega —Jason dio un abrazo de oso a Percy.

—¡Los desaparecidos en el Tártaro! —Leo gritó de alegría—. ¡Bravo!

Piper abrazó a Annabeth y se echó a llorar.

Frank corrió junto a Hazel. La rodeó con los brazos con delicadeza.

—Estás herida —dijo.

—Probablemente me haya roto las costillas —reconoció ella—. Pero… ¿qué te ha pasado en el brazo, Frank?

Él forzó una sonrisa.

—Es una larga historia. Estamos vivos. Eso es lo importante.

Ella se sentía tan aliviada que tardó un instante en fijarse en Nico, que estaba solo, con una expresión llena de dolor y de embarazo.

—Eh —lo llamó Hazel, haciéndole señas con el brazo bueno.

Él vaciló y acto seguido se acercó y le besó la frente.

—Me alegro de que estés bien —dijo—. Los fantasmas tenían razón. Solo uno de nosotros ha llegado a las Puertas de la Muerte. Tú… habrías hecho sentirse orgulloso a nuestro padre.

Ella sonrió, acariciándole suavemente la cara con la mano.

—No podríamos haber vencido a Clitio sin ti.

Hazel deslizó el dedo pulgar debajo del ojo de Nico y se preguntó si había estado llorando. Anhelaba desesperadamente entender lo que le pasaba, lo que le había pasado las últimas semanas. Después de todo lo que habían vivido, Hazel daba gracias más que nunca por tener un hermano.

Antes de que pudiera decirlo en voz alta, el techo vibró. Unas grietas aparecieron en los azulejos que quedaban, y cayeron columnas de humo.

—Tenemos que largarnos —dijo Jason—. ¿Frank…?

Frank negó con la cabeza.

—Creo que solo puedo conseguir un favor de los muertos por hoy.

—Espera, ¿qué? —preguntó Hazel.

Piper arqueó las cejas.

—Tu increíble novio pidió un favor como hijo de Marte. Invocó los espíritus de unos guerreros muertos y les hizo guiarnos por… No estoy segura. ¿Los pasadizos de los muertos? Lo único que sé es que estaba muy muy oscuro.

A su izquierda, una sección de la pared se rajó. Los ojos de rubíes de un esqueleto tallado en piedra asomaron y rodaron a través del suelo.

—Tendremos que viajar por las sombras —dijo Hazel.

Nico hizo una mueca.

—Hazel, apenas puedo viajar yo solo. Con siete personas más…

—Te ayudaré.

Ella trató de mostrar seguridad. Nunca había viajado por las sombras y no tenía ni idea de si podría hacerlo, pero, después de alterar el laberinto con la Niebla, tenía que creer que era posible.

Una sección entera de baldosas se desprendieron del techo.

—¡Cogeos todos las manos! —gritó Nico.

Formaron un círculo a toda prisa. Hazel visualizó el campo griego por encima de ellos. La caverna se desplomó, y sintió que se deshacía en las sombras.

Aparecieron en la ladera que daba al río Aqueronte. El sol estaba saliendo y hacía relucir el agua y teñía las nubes de naranja. El frío aire matutino olía a madreselva.

Hazel iba de la mano de Frank a la izquierda y de Nico a la derecha. Todos estaban vivos y en su mayoría sanos. La luz del sol entre los árboles era lo más hermoso que había visto en su vida. Quería vivir ese momento, libre de monstruos y dioses y espíritus malignos.

Entonces sus amigos empezaron a moverse.

Nico se dio cuenta de que estaba cogiendo la mano de Percy y la soltó rápidamente.

Leo se tambaleó hacia atrás.

—¿Sabéis…?, creo que me voy a sentar.

Se desplomó. Los demás hicieron otro tanto. El Argo II seguía flotando sobre el río a varios cientos de metros de distancia. Hazel sabía que debían comunicarse por señas con el entrenador Hedge y decirle que estaban vivos. ¿Habían estado en el templo toda la noche? ¿O varias noches? Pero en ese momento el grupo estaba demasiado cansado para hacer cualquier cosa que no fuera quedarse sentados, relajarse y sorprenderse de que estuvieran bien.

Empezaron a intercambiar historias.

Frank explicó lo que había pasado con la legión espectral y el ejército de monstruos, la intervención de Nico con el cetro de Diocleciano y el valor con el que Jason y Piper habían luchado.

—Frank está siendo modesto —dijo Jason—. Él controló la legión entera. Deberíais haberlo visto. Ah, por cierto… —Jason miró a Percy—. He renunciado a mi puesto y he ascendido a Frank a pretor, a menos que tú no estés de acuerdo con la decisión.

Percy sonrió.

—No hay nada que discutir.

—¿Pretor? —Hazel miró fijamente a Frank.

Él se encogió de hombros, incómodo.

—Bueno…, sí. Ya sé que parece raro.

Ella trató de abrazarlo, pero hizo una mueca al acordarse de sus costillas rotas. Se conformó con besarlo.

—Me parece perfecto.

Leo dio una palmada a Frank en el hombro.

—Bien hecho, Zhang. Ahora puedes mandarle a Octavio que se clave su espada.

—Tentador —convino Frank. Se volvió con aprensión hacia Percy—. Pero vosotros… La historia del Tártaro debe de llevarse la palma. ¿Qué os pasó allí abajo? ¿Cómo conseguisteis…?

Percy entrelazó sus dedos con los de Annabeth.

Hazel miró por casualidad a Nico y vio el dolor reflejado en sus ojos. No estaba segura, pero tal vez estaba pensando en la suerte que tenían Percy y Annabeth de contar el uno con el otro. Nico había atravesado el Tártaro solo.

—Os lo contaremos —les prometió Percy—. Pero todavía no, ¿vale? No estoy listo para recordar ese sitio.

—No —convino Annabeth—. Ahora mismo… —miró hacia el río y vaciló—. Creo que nuestro transporte se acerca.

Hazel se volvió. El Argo II viró a babor, con sus remos aéreos en movimiento y sus velas recibiendo el viento. La cabeza de Festo brillaba al sol. Pese a la distancia, Hazel podía oír sus chirridos y sonidos metálicos de júbilo.

—¡Bravo! —gritó Leo.

A medida que el barco se acercaba, Hazel vio al entrenador Hedge en la proa.

—¡Ya era hora! —gritó el entrenador. Estaba haciendo todo lo posible por fruncir el entrecejo, pero sus ojos brillaban como si tal vez, y solo tal vez, se alegrara de verlos—. ¿Por qué habéis tardado tanto, yogurines? ¡Habéis hecho esperar a vuestra visita!

—¿Visita? —murmuró Hazel.

Detrás del pasamanos, al lado del entrenador Hedge, apareció una chica morena con una capa morada y la cara tan cubierta de hollín y arañazos ensangrentados que Hazel casi no la reconoció.

Reyna había llegado.