XXXIV
Jason

Jason estaba vivo… por los pelos.

Más tarde sus amigos le explicaron que no lo habían visto caer del cielo hasta el último segundo. No habían tenido tiempo para que Frank se transformara en un águila y lo atrapara ni para formular un plan de rescate.

Se había salvado gracias a la agilidad mental y la capacidad de persuasión de Piper. La chica había gritado ¡DESPIERTA! tan fuerte que Jason se sentía como si le hubieran aplicado las palas de un desfibrilador. Sin perder un milisegundo, él había invocado los vientos y había evitado convertirse en una mancha flotante de grasa de semidiós en la superficie del Adriático.

De nuevo a bordo del barco, había llevado a Leo aparte y había propuesto una corrección de rumbo. Afortunadamente, Leo se fiaba lo bastante de él para no preguntarle por qué.

—Un destino turístico un poco raro —Leo sonrió—. ¡Pero tú eres el jefe!

Sentado ahora con sus amigos en el comedor, Jason se sentía tan despierto que dudaba que pegara ojo durante una semana. Le temblaban las manos. No podía parar de dar golpecitos con el pie. Se imaginaba que así era como Leo se sentía siempre, pero Leo tenía sentido del humor.

Después de lo que Jason había visto en el sueño, no le apetecía mucho bromear.

Mientras comían, Jason les comunicó la visión que había tenido en el aire. Sus amigos se quedaron callados suficiente tiempo para que el entrenador Hedge terminara un sándwich de mantequilla de cacahuete y plátano, junto con el plato de cerámica.

El barco crujía surcando el Adriático, y los remos que quedaban seguían desalineados a causa del ataque de la tortuga gigante. De vez en cuando Festo, el mascarón de proa, chirriaba y rechinaba a través de los altavoces, informando del estado del piloto automático con aquel extraño lenguaje mecánico que solo Leo entendía.

—Una nota de Annabeth —Piper movió la cabeza con gesto de asombro—. No entiendo cómo es posible, pero si lo es…

—Está viva —dijo Leo—. Dioses mediante, y pásame la salsa picante.

Frank frunció el entrecejo.

—¿Qué quiere decir eso?

Leo se limpió los restos de patatas fritas de la cara.

—Significa que me pases la salsa picante, Zhang. Todavía tengo hambre.

Frank le acercó un bote de salsa.

—No puedo creer que Reyna intente encontrarnos. Venir a las tierras antiguas es tabú. Le quitarán la pretoría.

—Si sobrevive —dijo Hazel—. Os recuerdo lo que nos ha costado llegar hasta aquí con siete semidioses y un buque de guerra.

—Y conmigo —el entrenador Hedge eructó—. No te olvides, yogurín, de que contáis con la ventaja de un sátiro.

Jason no pudo por menos que sonreír. El entrenador Hedge podía ser muy ridículo, pero Jason se alegraba de que los hubiera acompañado. Pensó en el sátiro que había visto en el sueño: Grover Underwood. No se imaginaba a un sátiro más distinto del entrenador Hedge, pero los dos parecían valientes, cada uno a su manera.

Eso le hizo preguntarse si los faunos del Campamento Júpiter podrían ser también así si los semidioses romanos esperasen más de ellos. Una cosa más que añadir a su lista…

«Su lista». No se había dado cuenta de que tenía una hasta ese momento, pero desde que había abandonado el Campamento Mestizo había estado pensando formas de hacer el Campamento Júpiter más… griego.

Él había crecido en el Campamento Júpiter. Le había ido bien allí. Pero siempre había sido alguien poco convencional. Las normas le irritaban.

Se unió a la Quinta Cohorte porque todo el mundo le aconsejaba que no lo hiciera. Le advertían que era la peor unidad, de modo que pensó: «Muy bien. Yo la convertiré en la mejor».

Cuando lo ascendieron a pretor, hizo campaña para cambiar el nombre de Duodécima Legión por el de Primera Legión con el fin de que simbolizara un nuevo comienzo para Roma. La idea estuvo a punto de provocar un motín. La Nueva Roma se basaba en la tradición y la herencia; las normas no cambiaban fácilmente. Jason había aprendido a vivir con ello e incluso había llegado a lo más alto.

Pero una vez que había visto los dos campamentos, no podía quitarse de encima la sensación de que en el Campamento Mestizo podía haber aprendido más cosas sobre sí mismo. Si sobrevivía a la guerra contra Gaia y volvía al Campamento Júpiter como pretor, ¿podría cambiar las cosas a mejor?

Era su deber.

Entonces ¿por qué la idea le infundía tanto miedo? Se sentía culpable por haber dejado a Reyna al mando sin él, pero, aun así, una parte de él deseaba volver al Campamento Mestizo con Piper y Leo. Suponía que eso lo convertía en un líder espantoso.

—¿Jason? —preguntó Leo—. Argo II a Jason. Cambio.

Se dio cuenta de que sus amigos lo estaban mirando con expectación. Necesitaban consuelo. Tanto si volvía a la Nueva Roma después de la guerra como si no, Jason tenía que tomar la iniciativa y comportarse como un pretor.

—Sí, perdón —se tocó el surco que el bandido Escirón le había hecho en el pelo—. Cruzar el Atlántico es un viaje duro, sin duda. Pero yo nunca apostaría contra Reyna. Si alguien puede conseguirlo es ella.

Piper daba vueltas a su cuchara en la sopa. A Jason todavía le ponía un poco nervioso la idea de darle celos con Reyna, pero cuando ella levantó la mirada, le dedicó una sonrisa irónica que parecía más burlona que insegura.

—Me encantaría volver a ver a Reyna —dijo—. Pero ¿cómo se supone que va a encontrarnos?

Frank levantó la mano.

—¿No puedes mandarle un mensaje de Iris?

—No funcionan muy bien —terció el entrenador Hedge—. La recepción es terrible. Os juro que cada noche me dan ganas de patear a la diosa del arcoíris…

Vaciló. Se le puso la cara roja como un tomate.

—¿Entrenador? —Leo sonrió—. ¿A quién ha estado llamando todas las noches, vieja cabra?

—¡A nadie! —le espetó Hedge—. ¡Nada! Solo quería decir…

—Quiere decir que ya lo ha intentado —intervino Hazel, y el entrenador le lanzó una mirada de gratitud—. Una magia está interfiriendo… tal vez Gaia. Contactar con los romanos es todavía más difícil. Creo que se están protegiendo.

Jason desvió la mirada de Hazel al entrenador, preguntándose qué le pasaba al sátiro y cómo lo sabía Hazel. Ahora que lo pensaba, el entrenador no había hablado de su novia Mellie, la ninfa de las nubes, desde hacía mucho tiempo…

Frank tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—Me imagino que Reyna no tiene teléfono móvil… No. Da igual. Probablemente no tenga cobertura sobrevolando el Atlántico en un pegaso.

Jason pensó en el viaje del Argo II a través del océano y en las docenas de enfrentamientos que habían estado a punto de costarles la vida. No sabía si la idea de que Reyna hiciera ese viaje sola le aterraba o le impresionaba más.

—Nos encontrará —dijo—. En el sueño dijo algo… Espera que yo vaya a cierto sitio camino de la Casa de Hades. Me… me había olvidado, la verdad, pero tiene razón. Es un sitio que tengo que visitar.

Piper se inclinó hacia él, su trenza color caramelo le caía sobre el hombro. Sus ojos multicolores impedían a Jason pensar con claridad.

—¿Y dónde está ese sitio? —preguntó.

—Es… ejem, es una ciudad llamada Split.

—Split.

Ella olía muy bien a madreselva en flor.

—Sí.

Jason se preguntó si Piper estaba obrando algún tipo de magia de Afrodita sobre él, como por ejemplo confundirlo tanto cada vez que pronunciaba el nombre de Reyna que él solo pudiera pensar en Piper. No era la peor venganza del mundo.

—De hecho, deberíamos estar acercándonos. ¿Leo?

Leo pulsó el botón del intercomunicador.

—¿Qué tal por ahí arriba, colega?

Festo chirrió y expulsó humo.

—Dice que faltan unos diez minutos para llegar al puerto —informó Leo—. Aunque sigo sin entender por qué quieres ir a Croacia, sobre todo a una ciudad llamada Split. En inglés, split significa «darse el piro». Si le pones a tu ciudad ese nombre es porque quieres advertir a la gente, como si la llamases «¡Lárgate!».

—Un momento —dijo Hazel—. ¿Por qué vamos a Croacia?

Jason se fijó en que los demás eran reacios a mirarla a los ojos. Desde que Hazel había empleado su treta con la Niebla contra el bandido Escirón, hasta Jason se ponía un poco nervioso delante de ella. Sabía que no era justo. Ser hija de Plutón era bastante duro, pero Hazel había obrado una magia impresionante en aquel acantilado. Y después, según ella, el mismísimo Plutón se le había aparecido. Eso era algo que por regla general los romanos consideraban un «mal augurio».

Leo apartó las patatas fritas y la salsa picante.

—Bueno, técnicamente hemos estado en territorio croata durante el último día más o menos. Todo el litoral que hemos dejado atrás pertenece a Croacia, pero supongo que en época de los romanos se llamaba… ¿Tú que dices, Jason? ¿Acrobacia?

—Dalmacia —dijo Nico, y Jason dio un brinco.

Santo Rómulo… A Jason le habría gustado ponerle a Nico di Angelo una campana alrededor del cuello para saber dónde estaba. Nico tenía la molesta costumbre de quedarse callado en un rincón, confundiéndose con las sombras.

Dio un paso adelante, sus ojos oscuros fijos en Jason. Desde que lo habían rescatado de la vasija de bronce en Roma, Nico había dormido muy poco y había comido todavía menos, como si siguiera subsistiendo a base de los granos de granada del inframundo. A Jason le recordaba mucho a un demonio necrófago contra el que había luchado una vez en San Bernardino.

—Croacia era antes Dalmacia —explicó Nico—. Una importante provincia romana. Quieres visitar el palacio de Diocleciano, ¿verdad?

El entrenador Hedge soltó otro heroico eructo.

—¿El palacio de quién? ¿Dalmacia es el lugar de dónde vienen los perros dálmatas? La película esa, 101 dálmatas, todavía me da pesadillas.

Frank se rascó la cabeza.

—¿Por qué tiene pesadillas con la película?

El entrenador Hedge se disponía a empezar un importante discurso sobre los males de los dálmatas de dibujos animados, pero Jason decidió que no quería saberlo.

—Nico tiene razón —anunció—. Tengo que ir al palacio de Diocleciano. Es el primer sitio al que irá Reyna porque sabe que yo iría allí.

Piper arqueó una ceja.

—¿Y por qué piensa Reyna eso? ¿Porque siempre te ha fascinado la cultura croata?

Jason se quedó mirando su sándwich sin comer. Le costaba hablar de su vida antes de que Juno le borrara la memoria. Los años que había pasado en el Campamento Júpiter parecían inventados, como una película en la que hubiera actuado décadas antes.

—Reyna y yo solíamos hablar de Diocleciano —dijo—. En cierto modo, los dos lo idolatrábamos como líder. Hablábamos de lo mucho que nos gustaría visitar el palacio de Diocleciano. Por supuesto, sabíamos que era imposible. Nadie podía viajar a las tierras antiguas. Pero, aun así, acordamos que si alguna vez lo hiciéramos, iríamos allí.

—Diocleciano… —Leo meditó sobre el nombre y luego negó con la cabeza—. No me suena. ¿Por qué fue tan importante?

Frank puso cara de ofendido.

—¡Fue el último gran emperador pagano!

Leo puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no me sorprende que lo sepas, Zhang?

—¿Por qué no iba a saberlo? Fue el último que adoró a los dioses del Olimpo antes de que Constantino apareciera y adoptara el cristianismo.

Hazel asintió.

—Recuerdo algo sobre el tema. Las monjas de St. Agnes nos dijeron que Diocleciano fue un gran villano, junto con Nerón y Calígula —miró de reojo a Jason—. ¿Por qué lo idolatráis?

—No fue del todo malo —dijo Jason—. Sí, persiguió a los cristianos, pero por lo demás fue un buen gobernante. Ascendió desde lo más bajo alistándose en la legión. Sus padres eran unos antiguos esclavos… o, por lo menos, su madre. Los semidioses saben que era hijo de Júpiter: el último semidiós que gobernó en Roma. También fue el primer emperador que se retiró, digamos, pacíficamente y que renunció al poder. Era de Dalmacia, así que se trasladó allí y construyó un palacio de retiro. La ciudad de Split creció alrededor…

Titubeó cuando miró a Leo, que estaba haciendo como si tomase notas con un lápiz invisible.

—¡Continúe, profesor Grace! —dijo, con los ojos muy abiertos—. Quiero sacar un «excelente» en el examen.

—Cállate, Leo.

Piper tomó otra cucharada de sopa.

—Entonces ¿por qué es tan especial el palacio de Diocleciano?

Nico se inclinó y cogió una uva. Probablemente era su dieta completa del día.

—Se dice que en él mora el fantasma de Diocleciano —dijo.

—Que era hijo de Júpiter, como yo —dijo Jason—. Su tumba fue destruida hace siglos, pero Reyna y yo solíamos preguntarnos si podríamos encontrar el fantasma de Diocleciano y preguntarle dónde estaba enterrado… Según la leyenda, su cetro fue enterrado con él.

Nico esbozó una inquietante sonrisa.

—Ah… esa leyenda.

—¿Qué leyenda? —preguntó Hazel.

Nico se volvió hacia su hermana.

—Supuestamente, el cetro de Diocleciano podía invocar a los fantasmas de las legiones romanas, a cualquiera que adorara a los antiguos dioses.

Leo silbó.

—Vale, esa parte me interesa. Estaría bien tener un ejército de zombis paganos malotes de nuestra parte cuando entremos en la Casa de Hades.

—Yo no lo expresaría con esas palabras —murmuró Jason—, pero sí.

—No tenemos mucho tiempo —advirtió Frank—. Ya es 9 de julio. Tenemos que llegar a Epiro, cerrar las Puertas de la Muerte…

—Que están vigiladas —murmuró Hazel— por un gigante de humo y una hechicera que quiere… —vaciló—. No estoy segura. Pero, según Plutón, se propone «reconstruir sus dominios». No sé lo que eso significa, pero es lo bastante grave para que mi padre quisiera avisarme en persona.

Frank gruñó.

—Y si sobrevivimos a todo eso, todavía nos quedará averiguar dónde están despertando los gigantes a Gaia y llegar allí antes del 1 de agosto. Además, cuanto más tiempo pasen Percy y Annabeth en el Tártaro…

—Lo sé —dijo Jason—. No estaremos mucho en Split. Pero merece la pena intentar encontrar el cetro. Cuando estemos en el palacio, podré dejarle un mensaje a Reyna avisándola de la ruta que vamos a seguir hasta Epiro.

Nico asintió con la cabeza.

—El cetro de Diocleciano podría dar un vuelco a los acontecimientos. Necesitaréis mi ayuda.

Jason procuró que no se notara su incomodidad, pero la idea de ir a alguna parte con Nico di Angelo le ponía la piel de gallina.

Percy había contado historias inquietantes sobre Nico. Sus lealtades no siempre estaban claras. Pasaba más tiempo con los muertos que con los vivos. En una ocasión había hecho caer a Percy en una trampa en el palacio de Hades. Puede que Nico hubiera compensado ese detalle ayudando a los griegos contra los titanes, pero aun así…

Piper le apretó la mano.

—Pinta bien. Yo también iré.

A Jason le entraron ganas de gritar: «¡Gracias a los dioses!».

Sin embargo, Nico negó con la cabeza.

—No puedes, Piper. Solo debemos ir Jason y yo. El fantasma de Diocleciano podría aparecérsele a un hijo de Júpiter, pero lo más probable es que cualquier otro semidiós lo asuste. Y yo soy el único que puede hablar con su espíritu. Ni siquiera Hazel puede hacerlo.

Los ojos de Nico tenían un brillo desafiante. Parecía sentir curiosidad por ver si Jason protestaba o no.

La campana del barco sonó. Festo empezó a emitir chirridos y zumbidos por el altavoz.

Frank gruñó.

—Hemos llegado —anunció Leo—. Banana Split.

Frank gimió.

—¿Podemos dejar a Valdez en Croacia?

Jason se levantó.

—Frank, tú te encargarás de defender el barco. Leo, tú tienes reparaciones que hacer. El resto, echad una mano donde podáis. Nico y yo… —se volvió hacia el hijo de Hades—. Tenemos que encontrar a un fantasma.