Al día siguiente era domingo, como si aquello me importara.
Rachel vino a verme, pero no me apetecía recibir visitas, así que me fui y la dejé llamándome a voces.
—¡Tobías! ¡Tobías! ¿Dónde estás?
Imaginaba el motivo de su visita. Iba a decirme que no me preocupara, que todo iba a salir bien. Quería asegurarse de que no estaba demasiado abatido. Y, conociendo a Rachel, seguro que me ayudaría a maldecir y echar la culpa al Ellimista.
Lo siento pero no quería la compasión de nadie, ni siquiera de Rachel. Ya me las apañaría, aunque por el momento me estaba costando lo mío, la verdad. Y sabía que si alguien me dirigía dos palabras de cariño, me desplomaría por completo.
Soy un depredador, un ave rapaz, un ratonero. No quería que nadie sintiese lástima por mí.
Durante el día retomé mis actividades. Fui a vigilar las entradas del estanque yeerk y observé el ir y venir de los controladores.
Me encontraba bien, hasta que se hizo de noche.
Volví a mi rama favorita en el viejo roble y desde allí contemplé el quehacer de zorros, mapaches, búhos y otras criaturas nocturnas.
Ax pasó por allí. Tampoco tenía ganas de hablar con él, pero mi amigo sabía que me encontraría allí.
<Hola, Ax-man>, saludé.
<Hola, Tobías. ¿Cómo estás?>
<Como siempre, pero hoy no me apetece hablar mucho>, respondí sin rodeos.
Supongo que Ax lo entendió y, tras un par de segundos, puso una excusa y se fue.
Era consciente de que me regodeaba en mi desgracia. Pero ¿y qué? Tenía motivos de sobra, ¿no?
«Así que esto es todo —me dije con amargura—. Ésta será tu vida para siempre. Olvídate de un hogar, de una cama, del colegio. No volverás a ser humano».
Me dibujé una imagen mental de la vida humana. Vi una luz dorada y cálida, una televisión, sillones, camas y mesas. Comida en pequeñas cajas y enlatada. Libros, revistas, juegos. Y más cosas.
Y vi a mis padres, al menos, como yo los recordaba por las fotografías. Yo era demasiado pequeño cuando se fueron para acordarme de ellos.
Aquél era el tipo de vida que jamás recuperaría.
Pero ¿sabéis una cosa? Incluso sumido en la pena más absoluta, era consciente de que no estaba siendo del todo sincero. Porque aquella vida cálida y dorada tal vez la vivían otros, pero la mía no había sido así.
«De acuerdo —pensé—. Quizá mi vida como humano no haya sido tan maravillosa, pero eso no significa que me guste la idea de pasar el resto de mis días convertido en pájaro».
Entonces me vino a la mente otro recuerdo, más reciente esta vez. Me vi a mí mismo con aquella forma, mitad pájaro, mitad humano, en que me convertí cuando apareció el Ellimista en la neblina turquesa.
«¡No!», me dije al tiempo que sacudía la cabeza. Es un truco del Ellimista.
Intenté alejar aquellos pensamientos de mí. Necesitaba conciliar el sueño. Debía descansar. Por la mañana me sentiría mejor.
Cerré los ojos… y cuando los volví a abrir, ya no estaba en el árbol.
Me encontraba en la habitación de una casa.
Era de noche y a mi lado brillaban los números azules de un despertador. Había alguien durmiendo en una pequeña cama toda revuelta y, sobre la almohada, se distinguía la cabeza de un niño rubio.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Conocía la habitación y la cama, y a la persona que se revolvía sin parar a causa de sus sueños tristes.
Me posé en la mesita y mi aleteo le despertó.
—¿Un pájaro? —preguntó pestañeando varias veces seguidas para despejarse.
<No es más que un sueño>, le expliqué. Mi corazón latía tan fuerte que parecía a punto de explotar. Aunque, al mismo tiempo, sentía una calma extraña, como si supiera lo que iba a ocurrir, como si ya hubiera pasado antes.
Entonces vi el calendario. Era un calendario de Star Trek. Qué extraño, según aquel calendario estábamos a un día de producirse el suceso del recinto abandonado, cuando Jake, Marco, Cassie, Rachel y yo tomamos un atajo de regreso a casa.
—¿Un sueño? —el niño se incorporó y me miró con expresión preocupada—. Te conozco, ¿verdad?
<Más o menos —repliqué—, y yo sé quién eres…, Tobías.>
—¿Cómo sabes mi nombre?
<No te lo puedo decir. Escucha, Tobías, yo…>
¿Qué podía decirle? ¿Qué podía decirle a mi antiguo yo? No podía decirle que todo iba a salir bien. Ni siquiera lo sabía. No podía decirle lo que le iba a ocurrir. Ninguna persona en su sano juicio lo hubiera creído.
Y yo, ¿había olvidado ese sueño?
<Tobías —continué—, vuelve a casa con Jake. Cortad por el recinto abandonado.>
—¿Qué?
Me reí con tristeza. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Por qué le había recomendado que atravesase el recinto abandonado? Allí fue donde empezó todo. Allí fue donde yo iniciaría el camino que me convertiría para siempre en un ratonero.
Entonces comprendí lo que estaba ocurriendo. Me estaba viendo a mí mismo cuando todavía era humano. Y de esa forma, mirándome desde fuera, me resultaba imposible escapar de la verdad: aquel chaval no era yo.
Yo no era Tobías, el humano. Me había convertido en otra cosa, en algo diferente. ¿Qué me había dicho el Ellimista?: «Tobías… eres un principio, un punto en el que una línea de tiempo puede dar un giro».
<Tobías, ahora duérmete>, le pedí al niño.
—Ya estoy dormido, ¿no? Esto tiene que ser un sueño porque si no lo es, jamás conseguiré dormirme.
<Yo puedo ayudarte a dormir —me ofrecí—. Extiende un brazo. No temas.>
El humano Tobías siguió mis indicaciones. Desplegué las alas y de un salto me posé en su brazo. No quería hacerle daño con las garras. No era necesario clavarlas en su piel, bastaría con el simple contacto.
Tobías parpadeó ligeramente y enseguida languideció. Igual que cuando se adquiere el ADN de los animales. Cerré los ojos y me concentré en él, en el ADN humano que estaba entrando en mi cuerpo.
Cuando los abrí de nuevo, me encontraba en mi árbol.
¿Había sido real o se trataba simplemente de un sueño?
«NO LO OLVIDES —resonó una voz enorme—. DOS HORAS, TOBÍAS».
No le pregunté al Ellimista lo que quería decir. Lo había comprendido a la perfección. Había adquirido mi propio ADN humano, pero tan solo era una forma más. Si permanecía en mi cuerpo humano más de dos horas, me quedaría atrapado para siempre, y eso significaría que no podría volver a transformarme nunca más. Ni ser un ratonero, ni volar.
«¿HE CUMPLIDO MI PROMESA?».
<Sí>, contesté.
«¿ESTÁS CONTENTO, TOBÍAS?».