Esperamos hasta que Visser Tres y el resto de los yeerks, tanto humanos como hork-bajir y taxxonitas, se hubieran marchado.
Entonces, escalamos hasta el borde del barranco y, una vez allí, recuperamos nuestras formas naturales. Una vez reunidos todos, nos pusimos en marcha a través del bosque calcinado. Debíamos darnos prisa porque la patrulla de incendios forestales llegaría en cualquier momento, a pesar de que el fuego se había extinguido casi por completo.
Encontramos el valle. Era el mismo valle pequeño que el Ellimista me había mostrado, el mismo que, de no saber de su existencia de antemano, jamás hubiera encontrado.
Había hecho un trabajo estupendo. Era la marioneta perfecta del Ellimista. No me arrepentía de lo que había hecho, jamás lamentaría haber ayudado a alguien que escapara de los yeerks.
Pero volvía a ser un ratonero, y seguiría así para siempre.
La abertura en la pared de piedra que conducía al valle era tan estrecha que, por un momento, pensamos que los hork-bajir no cabrían por ella. Aquel lugar parecía una de esas guaridas de bandidos que salen en las películas de vaqueros. Era asombroso.
—¿Sabéis una cosa? Me pregunto si este valle existía ya antes —inquirió Jake.
<¿Estás diciendo que tal vez lo creara el Ellimista?>, pregunté.
—¿Por qué no? —contestó Jake encogiéndose de hombros—. Es demasiado perfecto.
Preferí no seguir con el tema. El Ellimista me había mentido. No me había devuelto mi forma humana. Y aquél no era momento de hablar de ello. Habría sido muy egoísta por mi parte estropearles la fiesta a los hork-bajir.
Mientras mis amigos entraban en el valle, aproveché una corriente de aire ascendente y me elevé por los aires.
Incluso desde allá arriba resultaba difícil divisar el valle, a no ser que supieras que existía. Desde lo alto parece una zona de árboles muy tupida. Hasta que no descendí por debajo de los árboles no alcancé a ver el lago de aguas poco profundas y orillas arenosas. Había árboles de todas las clases. Arbustos de bayas rodeaban una pequeña pradera soleada que yo había visto en mi mente.
Para ser sinceros, aquel lugar habría sido el paraíso para un ratonero, el territorio perfecto de un ave rapaz.
Di la vuelta y volé hasta donde se encontraban mis amigos, que observaban el lugar boquiabiertos.
—Es precioso —dijo Cassie.
—¿Hemos llegado? —me preguntó Jara Hamee.
<Sí, éste es el sitio.>
—Buen sitio —añadió Ket Halpak—. Buen sitio para kawatnoj.
—¿Para qué? —preguntó Jake intrigado.
<Ya lo han mencionado otras veces. Jara Hamee, ¿qué significa kawatnoj?>
—Kawatnoj significa pequeño hork-bajir. Pequeño Jara Hamee, pequeño Ket Halpak.
—Niños —tradujo Rachel—. Van a tener bebés hork-bajir.
<Serán los primeros hork-bajir que nazcan en libertad en mucho tiempo —observó Ax—. El Ellimista no mintió. El valle existe.>
<No, no mintió —añadí—, al menos no en eso.>
—Bien. Hay que quitarse la ropa —añadió Marco con decisión—. Ya conocéis las reglas. En el Jardín del Edén hay que ir desnudo. Rachel, puedes empezar tú misma.
—¿El Jardín del Edén? —repitió Jara Hamee—. ¿Así se llama este lugar?
—No, a no ser que te cambies de nombre y pases a llamarte Adán —respondió Marco—. Era una broma, grandullón. Pero, dime una cosa, ¿cómo se distingue una hembra hork-bajir de un macho?
—¿Hembra? ¿Macho? ¿Qué es? —preguntó Jara Hamee, confundido.
—Venga, Marco, explícaselo —se burló Cassie.
Pero Ket Halpak lo había comprendido.
—Jara Hamee y Ket Halpak diferentes. Jara Hamee tiene tres aquí —explicó señalando las cuchillas de los cuernos—. Ket tiene dos.
—¿Ésa es la única diferencia? —preguntó Marco.
—Otra diferencia, sí —contestó Ket con afección—. Pero saber sólo hork-bajir.
Aquello resultó divertido, incluso Ax soltó una carcajada, lo cual dejó aún más sorprendidos a los hork-bajir.
Después de un buen rato, todos se marcharon, excepto yo, que me quedé con los hork-bajir para ayudarles a inspeccionar su nuevo hogar. Encontré cuevas donde podrían pasar las noches de frío, y les expliqué que no podían salir del valle, al menos hasta que la Tierra estuviera libre de yeerks.
Luego me fui a casa, a mi pradera, a mi territorio.
Los hork-bajir habían encontrado el Edén. Los otros habían vuelto a sus casas. Y a mí me quedaba la pradera.