A la izquierda, el fuego. A la derecha la tropa de choque de taxxonitas.
Y por delante, un barranco de miles de metros de profundidad. Parecía que alguien hubiese hecho un tajo en la tierra tan hondo que se podría arrojar un rascacielos por él.
El barranco no era muy amplio. Mediría unos doce metros de ancho. Al fondo corría un río, que aumentaba su caudal en primavera con el deshielo.
En aquella época, el río bajaba poco crecido, formando depósitos de arena a ambos lados.
<¡Estáis a quince o veinte segundos del barranco! —informó Jake—. Pero tenéis a seis monstruos bloqueando el paso. Dos taxxonitas y cuatro guerreros hork-bajir.>
<¡Oh, no!>, murmuré.
Quince segundos, había dicho Jake. Empecé a contar en silencio.
«Uno…dos…tres…cuatro…».
—¡Grrrroooouurrr! —un hork-bajir me salió al paso. Aquella piel oscura y correosa y aquellos destellos de cuchillas eran inconfundibles. Enseguida aparecieron más. ¡Estaban por todas partes!
<¡Rachel! ¡Detrás!>
¡FLASH!, una de las cuchillas me dibujó un hilo de sangre en el pecho.
¡FLASH!, contraataqué a gran velocidad con todas mis fuerzas y despedacé a mi contrincante.
<¡AHHHH!>, bramé de dolor. Uno de los hork-bajir se había precipitado sobre mí y me había golpeado por detrás. Toda la parte izquierda de mi cuerpo había quedado paralizada.
¡FLASH!
¡FLASH!
¡FLASH!, mis cuchillas desgarraban a troche y moche la carne de los hork-bajir. Creo que perdí el control porque llegó un punto en el que no sabía lo que estaba haciendo. Me había convertido en una máquina asesina de encendido automático.
Aunque yo también estaba recibiendo lo mío. Éramos menos. Yo luchaba contra tres y Rachel contra dos. Mi amiga había logrado deshacerse de uno.
¡FLASH! ¡FLASH! ¡FLASH! Aquello era un cruce de navajazos. Conseguí bloquear a uno que venía directo a mi cabeza. Levanté una rodilla y lancé las garras hacia atrás, de golpe, para hincárselas en el muslo al hork-bajir que tenía a mi espalda.
Los movimientos se sucedían a cada décima de segundo. Mientras frenaba dos golpes, ya había repartido tres.
De repente… ¡BUM!, mi pierna izquierda cedió y me caí de espaldas al suelo. Dos hork-bajir se abalanzaron sobre mí. Uno de ellos levantó un pie, dispuesto a clavarme sus garras en el pecho.
Inmóvil e indefenso como estaba miré hacia el azul del cielo. De pronto, divisé un destello de color gris pálido, un objeto que descendía a la velocidad de un cohete. Parecía una flecha disparada desde una nube. Tenía las alas pegadas al cuerpo y bajaba a más de doscientos kilómetros por hora.
¡Un halcón peregrino! El ave más rápida de todas.
¡Jake!
En el último segundo, desplegó las alas, frenó la caída y extendió sus garras en un movimiento perfecto.
Incluso dominado por el dolor, tirado como estaba y en el umbral de la muerte, pensé que nunca había visto nada tan elegante en toda mi vida.
Visto y no visto, Jake desapareció y el hork-bajir, en medio de gritos de dolor, se tapaba los ojos.
Era mi oportunidad. Moví mi pierna de izquierda a derecha y golpeé a mi adversario en las piernas de modo que perdió el equilibrio, pero antes de que tocara el suelo, yo ya me había puesto en pie sobre la pierna sana.
Me acerqué hacia Rachel y la ayudé a derrotar a su último contrincante.
<¿Preparada para largarse de aquí?>
<Hace rato>, contestó Rachel.
Aunque una de mis piernas estaba por completo inutilizada, me valía de la cola para no perder el equilibrio y poder avanzar, aunque fuese cojeando, a una velocidad relativamente decente. Rachel me sacó ventaja enseguida, pero después de todo no nos habíamos apartado demasiado de nuestros planes.
<Jake —le dije—, nos has salvado, amigo. Deja que te diga que te quiero.>
<¡Ja, ja, ja! ¡Eso sí que tiene gracia! ¡Vaya, vaya! ¡Ha sido genial!>, exclamó Jake.
Rachel y yo corrimos hacia el precipicio. Notábamos el calor que desprendía el fuego. Entonces, la dirección del viento cambió y me vi rodeado por un denso humo negro que me impedía distinguir a Rachel.
Cuando el humo se disipó, me encontré frente a frente con un Taxxonita.
<Has tenido suerte de que tenga prisa porque si no te haría picadillo de gusano>, le amenacé y seguí mi camino.
<¡Rachel! Tres metros a tu izquierda —indicó Jake—. Sigue, sigue. ¡Ahí entre esos dos arbolillos!>
Miré justo a tiempo para ver cómo Rachel se lanzaba al vacío… y desaparecía de mi vista.
Mis corazones dejaron de latir. Los dos. Y sentí un nudo en la garganta.
Había kilómetros y kilómetros hasta el fondo de aquel barranco. Ni siquiera un hork-bajir sobreviviría al impacto.
Era mi turno. Me acerqué al borde del precipicio.
<¡Cuidado! ¡Tobías! —chilló Jake—. ¡A tu izquierda! ¡Delante de ti! ¡Dios mío con tanto humo no los había visto a todos! Tobías, ¡es él!>
Una gruesa muralla de humo se arremolinó y después se disipó, como si alguien realizara un escalofriante truco de magia. Cuando parecía que sólo existía el barranco ante mí, surgieron de repente tres hork-bajir y un andalita.
Un andalita que, en realidad, no era un auténtico andalita, sino Visser Tres transformado e interponiéndose en mi camino.
Los hork-bajir son rápidos pero, ante la cola de un andalita, no tienen nada que hacer. Además, jamás saldría victorioso de una pelea contra tres hork-bajir y Visser Tres. Imposible.
Hasta que, de repente, tuve una brillante idea…
Sonreí, al menos para un hork-bajir eso era sonreír, y le miré fijamente a los ojos principales.
—¡Ket Halpak libre! —grité con voz de hork-bajir.
Cargué contra él, ignorando el dolor agudo que sentía en mi pierna herida.
Visser Tres me observó impasible durante un par de segundos y, entonces, cayó en la cuenta. Veréis, podría clavarme su aguijón e, incluso, matarme antes de llegar al borde del barranco, pero lo arrollaría con el impulso y lo arrastraría conmigo al vacío.
En el último segundo, Visser Tres se apartó.
—¡Ket Halpak y Jara Hamee libreeeess! —grité desafiante al tiempo que me lanzaba al vacío.
La caída me pareció una eternidad.
De repente, apareció ante mi vista un enorme brazo, con un puño del tamaño de un jamón, que me agarró de una de las piernas y frenó mi descenso. Me golpeé contra la pared del barranco. Acto seguido, el brazo tiró de mí hasta colocarme sano y salvo en una cueva poco profunda de la pared del barranco.
No existe animal en la Tierra capaz de detener la caída de un hork-bajir de dos metros de alto. Excepto el gorila, claro está.
<Buen puño>, le dije a Marco.
Me transportó hasta el interior de la cueva y me empujó hasta donde Rachel me esperaba tan tranquila.
Nos agazapamos en la cueva y aguardamos pacientemente en silencio. Nos hallábamos a pocos metros por debajo del borde del barranco.
Por encima de la cueva, la pared formaba un saliente que nos permitía mirar hacia el fondo del barranco sin ser vistos desde arriba. Allá abajo, en la arena, se distinguían las formas deshechas de dos hork-bajir de aspecto moribundo, y de un par de lobos hambrientos devorando su carne «muerta».
Jara Hamee y Ket Halpak permanecieron inmóviles mientras Cassie y Jake, que había descendido en forma de halcón y se había trasformado en lobo, fingían devorarles. Por suerte, los hork-bajir son capaces de soportar el dolor, entre otras cosas porque sus heridas cicatrizan deprisa. Os aseguro que, de no haber sabido la verdad, pensaría que aquellos dos iban a ser pasto de los lobos.
Contuve la respiración. ¿Conseguiríamos engañar a los yeerks? ¿Se creería Visser Tres que Rachel y yo habíamos muerto?
En mi mente resonó el eco de una risa cruel.
<Idiotas —se burló Visser Tres—. Nadie escapa del imperio yeerk, y menos un par de imbéciles como vosotros. ¡Miradlos todos vosotros! ¡Eso es lo que os espera si alguno más intenta escapar! —les amenazó Visser Tres soltando una carcajada cruel—. Los lobos les darán el entierro que se merecen.>