Por encima de las copas de los árboles, Jake surcaba los cielos y nos guiaba a Rachel y a mí.
Qué extraño. Tenía la sensación de que Jake estaba representando mi papel, como si intentara comportarse como yo. Por lo general, era yo quien remontaba los cielos.
<Muy bien, ya no queda mucho —informó Jake—. Estáis llegando. Sabéis qué dirección debéis tomar una vez que los yeerks descubran vuestras huellas, ¿verdad?>
<Sí, ya lo sabemos, mamá —contestó Rachel—. ¿Pero es que nos tomas por idiotas? —después se volvió a mí y me preguntó—: lo sabemos, ¿verdad?>
<Estoy casi seguro, aunque desde aquí abajo es difícil orientarse. Sólo ves árboles y matorrales. Es imposible divisar el horizonte, ni tan siguiera el sol.>
Para un hork-bajir resulta muy difícil avanzar en silencio por un bosque. Y era demasiado temprano para comenzar a arrasar zarzas y arbustos de espino. Atraeríamos demasiado la atención.
Así que intentábamos caminar deprisa sin hacer demasiado ruido. Pero ¿qué queréis que os diga? Los cuerpos de los hork-bajir no están diseñados para moverse con sigilo.
<Para eso estoy yo aquí —añadió Jake—, para guiaros. No os preocupéis. Veo el barranco y hasta veo a Cassie, Ax y los dos hork-bajir dirigiéndose a sus posiciones. Allí está Marco. Ésos ojos de halcón son fantásticos, puedo distinguir hasta las pulgas de Marco.>
<Claro, desde ahí arriba es muy fácil hacerse el valiente —murmuré—; como estás a salvo…>
<¿Puedes ver la línea del fuego? —preguntó Rachel—. Porque yo puedo olerlo.>
<Sí —contestó Jake—. De hecho, el fuego forma un semicírculo a vuestro alrededor. La otra parte del semicírculo la forma los taxxonitas y sus amigos. La única salida es el barranco. Es nuestra única oportunidad.>
<Estupendo>, añadí.
<¡Cuidado, chicos! Tenéis a un par de taxxonitas detrás de esa montaña de piedras.>
<¿Qué montaña de piedras?>, preguntó Rachel.
<Bueno, desde aquí arriba veo que es una montaña de piedras. Desde donde estáis vosotros seguramente parecerá una maraña de hierbajos y espinas.>
<Genial —dijo Rachel sin inmutarse— supongo que ha llegado la hora.>
<Sí. Las damas primero.>
<No, no, por favor, usted primero.>
Nos abrimos paso entre los matorrales y subimos a lo alto de lo que resultó ser una pila de piedras.
Al llegar a la cima nos detuvimos para otear el horizonte.
A tan sólo seis metros de allí divisamos a dos taxxonitas. Esa especie se había convertido en aliada de los yeerks; no eran simples esclavos. Los taxxonitas son malvados y repulsivos. Son capaces de devorar miembros de su mima especie si se les presenta la oportunidad.
No sé si fue mi parte de ratonero la que se puso furioso al ver aquellos gusanos enormes quebrantando la tranquilidad del bosque, o mi lado humano, que sencillamente odiaba a esos asquerosos bichos gigantes y punto. Aunque tal vez fuese un instinto hork-bajir, el caso es que de repente la ira y un odio descontrolados se apoderaron de mí.
El arranque de furia fue tan fuerte que, de repente, cambié de planes. En lugar de huir de aquellos monstruos, sentí la necesidad imperiosa de probar mis cuchillas con aquellos seres repugnantes.
<Vamos por ellos>, ordené a Rachel.
<¿Qué? —exclamó Rachel volviendo su cabeza de serpiente hacia mí—. ¡Ése no era el plan, Tobías!>
<Éste no es su territorio. ¡Míralos! Mira cómo se mueven por el bosque, ¡como si fueran los amos! ¡No deberían estar aquí! No es su sitio. ¡Es nuestro! ¡Es mío!>
<Tobías, tranquilízate. Yo tampoco los soporto, pero tenemos que atenernos al plan.>
<No —repliqué—. Estoy harto de planes.>
Rachel me agarró por un hombro. Estuve a punto de girarme y golpearla. Estaba rabioso. De hecho, levanté un brazo para descargarlo sobre ella.
<Escucha, Tobías —insistió Rachel sin retroceder—. Entiendo que estés dolido. Pero no es el momento ni el lugar. La persona con la que quieres luchar queda fuera de tu alcance. Sabes muy bien que no puedes arremeter contra el Ellimista por haberte traicionado.>
Aquellas palabras calaron en aquel sentimiento de furia ciega que me había invadido. De acuerdo, el Ellimista era inalcanzable, y era él con quien estaba furioso, ¿no? Rachel tenía razón, no podía ser de otra forma.
La culpa era del Ellimista.
<No estropees los planes, Tobías. Tranquilízate. Enfadarse sólo empeorará las cosas. ¿No te das cuenta de que podríamos morir?>
<Sí, tienes razón. Dejemos las cosas como están.>
Rachel soltó mi hombro. Miré fijamente a los taxxonitas, que se habían quedado paralizados al vernos. Sabían de sobra que no tenían nada que hacer contra dos hork-bajir desesperados.
Pero entonces comenzaron a desfilar sombras entre los árboles. Se trataba de guerreros hork-bajir, de controladores hork-bajir.
—¡Ssssrrrreyyyaa ssseewwwitt! —chillaron los taxxonitas en su idioma siseante.
Debían de ser una docena y se acercaban a toda velocidad.
<¡Salgamos de aquí!>, gritó Rachel.
<¡Los tenéis detrás!>
Reaccionamos de inmediato y echamos a correr sin preocuparnos de si dejábamos demasiadas ellas los hork-bajir nos pisaban los talones.
<Por ahora el plan marcha sobre ruedas>, exclamó Jake.
<Sí, nos están persiguiendo>, replicó Rachel.
Nos abrimos camino por entre matojos y arbustos al igual que lo haría un hork-bajir, azotando frenéticos el aire con nuestros brazos que parecían serpientes al ataque. Destruíamos matorrales y arbolillos, como si fuéramos un par de cortadoras de césped nucleares descontroladas.
¡SLASH! ¡SLASH! ¡SLASH! ¡SLASH!
Pero no contábamos con una enorme desventaja frente a nuestros perseguidores. Vernos obligados a cortar todo aquello que se interponía en nuestro camino nos hacía perder tiempo, mientras que los enemigos encontraban vía libre y nos iban ganando terreno.
<¡Os están alcanzando!>, advirtió Jake.
<Ya nos hemos dado cuenta. ¿Cuánto falta hasta el barranco?>
<¡Demasiado! No lo conseguiréis si seguís ese camino.>
<¡Pues búscanos tú uno!>, grité. Los perseguidores ya asomaban por detrás. Las cuchillas de sus cuernos se agitaban por encima de la maleza. No tardaríamos en percibir el mal olor de su aliento.
<Desde aquí no… no puedo calcular dónde están las cosas —se justificó Jake—. Es como leer un mapa. ¿Qué debo buscar?>
<Busca un desnivel —le indiqué—. Tiene que haber una cuenca o un arroyo cerca. Cuanto más profundo mejor.>
<Oh. No veo nada. ¡Un momento! Allí hay un desnivel. Sí, y además baja un arroyo.>
<¡Izquierda o derecha!>, grité.
<Está bien. ¡Izquierda! ¡No! ¡No! ¡Es mi izquierda! Vosotros, ¡a la derecha! Diez pasos más…>
Los teníamos encima. Unos segundos más y nos verían con toda claridad.
<¡Ahí está!>, exclamó Jake.
<¡Sí! —confirmé. Llegamos a un arroyo poco profundo, oculto casi por completo por enredaderas y ramas bajas—. Por aquí, Rachel.>
Me agaché tanto como mi cuerpo rígido de hork-bajir me permitía y continué corriendo río abajo en esa postura. Rachel me seguía a un palmo de distancia.
<¡Ay!>, exclamó.
<¿Qué pasa?>
<Me has rozado en el cuello con la cola. ¡Sigue! ¡Sigue! ¡No tiene importancia!>
Poco a poco, el ruido de los perseguidores se fue amortiguando.
<Muy bien —se congratuló Jake—. Los habéis despistado. Ahora, girad a la izquierda para retomar la dirección hacia el barranco.>
Salimos de la cuenca del río. Pisamos tierra firme sobre un campo abierto de altos árboles.
<Oh, no. Esto tiene muy mala pinta>, se lamentó Jake.
<¿El qué? ¿Qué pasa?>
<El fuego se acerca al borde del barranco por el norte y los yeerks cierran el paso por el sur.>
<¿Qué vamos a hacer?>, pregunté.
<Escuchad, no hay forma de escapar, Tobías. Entre vosotros y el barranco hay una tropa de hork-bajir. No queda elección, tenéis que atacarlos.>
<Espero que no hayas perdido del todo tu furia —me dijo Rachel—. Parece que, después de todo, vamos a luchar.>