18

Todavía me temblaba el cuerpo cuando ya casi besaba el azul del cielo. Entonces divisé un halcón peregrino.

Esas aves rapaces no suelen atacar a los ratoneros, aunque en esos momentos yo no las tenía todas conmigo. Sólo quería regresar junto a la pareja de hork-bajir y esfumarme cuanto antes.

<¿Tobías? ¿Eres tú?>

Solté un largo suspiro de alivio. Se trataba de Jake.

<No sabes lo que me alegra oír tu voz —contesté—. El bosque está lleno de taxxonitas, hork-bajir, y controladores humanos.>

«Y de linces ya ni te cuento», pensé.

<Ya, ya lo hemos visto —añadió Jake—. Un poco más y acaban con la vida de dos hombres que estaban pescando en uno de los riachuelos. Por suerte, logramos asustarlos a tiempo, si no, a estas horas, descansarían en el estómago de los taxxonitas.>

<¿Hemos? ¿Los otros también están por aquí? —escudriñé el cielo. Sí, allí había un águila de cabeza blanca y un águila pescadora—. Veo a Rachel y Cassie, ¿o es Marco?>, enumeré.

<El de abajo es Ax y Marco debe de estar por ahí en algún sitio. ¡Ah, mira! ¡Allí esta! ¡Encima de ti!>

Alcé la vista a tiempo para ver cómo un águila pescadora se lanzaba en picado tras rasgar un puñado de nubes.

<¡Yu-hhhuuu! ¡Tobías! —gritó Marco tan tranquilo—. ¡Ya eres mío!>

<¡No es momento de bromas! —bramé—. He estado a una pluma de convertirme en comida para perros. Tengo hambre, estoy muy cansado y he perdido el juicio.>

<Tranquilízate, Tobías —añadió Jake con calma—. Ya te puedes relajar. Estamos aquí para ayudarte.>

<Tobías, hemos estado pensando —era la voz de Cassie que me llegaba desde lejos—. ¿Verdad que siempre apareces en el sitio adecuado en el momento oportuno?>

<O en el sitio equivocado, según se mire>, murmuré.

<Creemos que tal vez haya alguna… algún tipo de fuerza. Alguien que está interfiriendo, que está manipulándote.>

De no haber sido Cassie la que hizo el comentario, habría soltado un comentario irónico del tipo: «¿no me digas?», pero es imposible ser sarcástico con Cassie.

<Sí, está claro que alguien anda fastidiándome —añadí— y además es un viejo amigo nuestro.>

<¿Quién?>

<Parece que el Ellimista intenta salvar a los hork-bajir, aunque nunca lo admitiría.>

<Hmmm. Ax tenía razón al imaginar que eso era obra del Ellimista>, reconoció Cassie.

<Sí —intervino Rachel, ya lo bastante cerca para comunicarse telepáticamente—, y ya sabes la opinión de Ax sobre ese tipo, criatura o lo que sea. Ax dice que te andes con ojo porque le gusta jugar con las personas.>

Me acordé de la promesa del Ellimista. Aceptó darme aquello que yo más deseaba. Reviví en mi mente la conversación mantenida con él y me resultó imposible recordar el momento exacto en el que se había comprometido a cumplir lo pactado. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Y si al final no había existido tal promesa?

<¿Te encuentras bien?>, me preguntó Rachel. Por el tono adiviné que la pregunta iba dirigida sólo a mí. Los demás no podían oírnos.

<Sí… eso creo —contesté—. Verás, el Ellimista me dijo… me dijo que…, ya sabes, que me convertiría en humano.>

Dicho así no sonaba muy convincente. Y, sin embargo, era lo que yo más deseaba en el mundo. Sí, volver a ser humano de nuevo: vivir como los demás, desayunar cereales fríos y no tener que matar para comer, caminar, ver la televisión o estar sentado sin más.

<Tobías, ¡eso es fantástico!>, exclamó Rachel.

<Sí, pero como dice Ax, al Ellimista le gusta jugar con las personas, y además todavía tenemos que salvar a los hork-bajir sin que nos maten a nosotros. Seguidme —indiqué dirigiéndome también a los demás—. Os guiaré hasta nuestros amigos.>

Me giré un poco para aprovechar la brisa que corría por detrás del ala derecha. Si el viento es demasiado fuerte, el vuelo no resultaba nada fácil. A cada momento tienes que corregir la posición si no quieres que el viento se cuele y te desvíe de la trayectoria.

Tras mucho esfuerzo, conseguimos alejarnos del ejercito yeerk. Enseguida divisamos, a través de los árboles, a los dos hork-bajir. Parecían estar hablando pero, a medida que nos acercábamos, y que la imagen se hacía más clara, me percaté de que tenían las manos entrelazadas.

Me sentí avergonzado por entrometernos de aquella manera y aparecer de repente llovidos del cielo.

<Hey, vosotros dos —avisé—, me estoy acercando y traigo compañía.>

Nos posamos sobre unos árboles cercanos. Debíamos tomar una decisión crucial, de vida o muerte. Mis amigos estaban a punto de superar las dos horas de plazo que tienen para permanecer transformados. Debían recuperar su estado natural.

Hasta entonces lo habíamos mantenido en secreto ante los hork-bajir. Si los yeerks los capturan, tendrían acceso a todos y cada uno de sus recuerdos.

<Jake, ¿qué vais a hacer?>, le pregunté.

<Si permitimos que esos dos se enteren de quiénes somos en realidad, estaremos arriesgando mucho>, contestó Jake.

<No quisiera alarmar a nadie —añadió Marco—, pero no sé si os dais cuenta de que si averiguan quiénes somos, significa que no podemos dejarles caer en manos yeerks. O dicho de otra manera…>

<Sé muy bien lo que quieres decir>, interrumpí.

<Antes muerto que controlador>, concluyó Marco.

<Claro, para ti es fácil decir eso>, replicó Rachel.

<Voy a hablar con Jara y Ket. Después de todo son mis amigos>, sugerí.

<¿Los hork-bajir? —graznó Marco—. ¿Esas dos picadoras de carne, esas dos cortadoras de césped de dos metros de alto, esas cuchillas andantes son amigos tuyos?>

<Jara Hamee, necesito saber una cosa. Si los yeerks os capturasen…>

Entonces blandió uno de sus brazos armados en el aire y me interrumpió.

—No más yeerks en la cabeza —sentenció—. ¡Libre! O no más Jara Hamee ni Ket Halpak. ¡Libres!

—Libres o muertos —añadió Ket Halpak con firmeza.

<Ahora entiendo por qué te gustan, Tobías>, observó Rachel. A continuación, descendió del árbol y comenzó a trasformarse.

<Bueno —convino Jake soltando un suspiro—, supongo que no queda más remedio.>

En un par de minutos, todos recuperaron su forma humana.

Creo que los hork-bajir se llevaron una buena sorpresa. No sé qué forma esperaban que tuviésemos pero, desde luego, humana, no. Aquellos dos grandullones se nos quedaron mirando y cuando se dieron cuenta de lo que Jake, Cassie, Rachel, y Marco eran en realidad, estallaron en carcajadas.

—¡Keeeraw! ¡Keeeraw!

Al menos eso era lo que a mí me parecía que hacían, aunque ¿quién sabe cómo se ríe un hork-bajir?

—¡Humanos! —exclamó Ket Halpak perpleja, y hasta contenta me atrevería a decir.

—¿Eres humano? —me preguntó Jara Hamee.

<Lo era —respondí—. Yo…, um…, esto, no soy exactamente igual que antes. He cambiado.>

—Jara Hamee ha cambiado también. Antes no libre, ahora libre.

Fue entonces cuando apareció Ax, como un relámpago, por entre los árboles, y de un salto se colocó en medio del grupo. Llevaba una bolsa con zapatos para los otros. Veréis, al cambiar de forma, sólo la ropa ajustada permanece intacta; los zapatos, en cambio, se hacen jirones.

Ax depositó la bolsa en el suelo y nos observó a la manera andalita, es decir, mirando en todas direcciones a la vez.

<Lo que estáis haciendo es muy peligroso —nos advirtió Ax nervioso—. Ahora no podemos permitir que capturen a estos hork-bajir. ¡No pueden atraparlos vivos!>

<No los atraparan —repliqué—. Vivirán libres.>

—Libres o muertos —gritó Jara Hamee.

—Me encantan estos dos —comentó Rachel ladeando la cabeza y levantando la vista hacia Jara Hamee—. ¡Libres o muertos! —repitió tan alto como lo había hecho el hork-bajir.

Cassie, Jake y yo también gritamos, aunque con menos entusiasmo. En mi caso era normal, había estado a un paso de la muerte hacía tan sólo unos minutos.

—Tenéis una entre dos probabilidades de morir —vaticinó Marco—, y si seguís gritando con un puñado de taxxonitas a vuestras espaldas, se reducirán a una entre diez.

Rachel echó a correr, agarró a Marco por los hombros y lo agitó con fuerza.

—Venga, chiquitín, dilo… ¡Libres o muertos!

—Bueno, bueno, libres o muertos —repitió Marco y se echó a reír—. Rachel, has perdido el juicio, eres consciente, ¿verdad?

—Sí, pero ha sido condecorada como mejor estudiante por la fundación Packard —puntualizó Cassie.

—Estoy seguro de que los yeerks se quedarán impresionados —comentó Marco.

—Venga, va. Tenemos que irnos —indicó Jake al tiempo que me lanzaba una curiosa sonrisa.