15

<Jara Hamee, nos tenemos que ir. Ahora>, les comuniqué a los hork-bajir en cuanto Ax se perdió en la oscuridad de la noche.

Entre los arbustos apareció una cabeza de serpiente acorazada de cuchillas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jara Hamee.

<Los taxxonitas os siguen la pista.>

Os juro que palideció. Sus ojos se dilataron por el miedo.

—Taxxonita —pronunció aquella palabra con tanta rabia que pensé que iba a escupir.

No obstante, enseguida reaccionó. Entró en la cueva y al instante salió con Ket. Me resultaba imposible distinguirlos, por lo menos de noche.

—Oscuro —comentó Ket, mirando a su alrededor.

<Sí, ya lo sé, pero me temo que eso no detendrá a los taxxonitas. Así que será mejor que nos vayamos cuanto antes.>

No tenía ni idea de cómo íbamos a avanzar casi a oscuras por aquel bosque. Ni yo ni los hork-bajir veíamos demasiado por la noche. Ellos no podían volar y yo no podía colarme por entre los arbustos de espino sin que mis alas se quedaran enganchadas. La oscuridad era total y absoluta, no había luces de casas, coches o farolas en kilómetros a la redonda. La noche era tan cerrada que no se distinguía un árbol hasta que lo tenías encima. Avanzábamos a ciegas.

Me acomodé sobre los cuernos de Jara Hamee, tal y como había hecho con Rachel, sólo que esta vez caminábamos más despacio y procurábamos no dejar demasiadas huellas.

—¿Dónde? —preguntó Jara Hamee—. ¿Dónde vamos?

<No lo tengo muy claro —murmuré—. Supongo que la vocecilla de mi cabeza me lo dirá.>

El hork-bajir gruñó como si aquello tuviera mucha lógica.

—La voz de mi cabeza me dice que corramos.

<¿Cuándo? ¿Qué voz?>

Como no podía ver su cara, tampoco capté su expresión. Aunque no creo que el hecho de verla significara que iba a entenderla.

—Ket Halpak y Jara Hamee en estanque yeerk. Yeerk agotado. Yeerk estanque. La voz de mi cabeza dice: «¡Corre! ¡Huye!».

Exhalé un suspiro y apunto estuve de golpearme de frente con una rama. Hablar con un hork-bajir resultaba un tanto frustrante.

<¿Me estás diciendo que la idea de salir corriendo del estanque yeerk surgió de repente en tu cabeza?>, pregunté.

—La cabeza dijo: «Corre, Jara Hamee, toma a Ket Halpak y escapa. Huye de los yeerks». Yo pregunté como podían Jara Hamee y Ket Halpak huir. La cabeza me contestó: «enviaré un guía».

<¿Qué?>

—La cabeza dijo: «Corre Jara Hamee…»

<No, lo último que has dicho, no sé qué de un guía.>

—La voz dijo: «enviaré un guía».

<¿Quién? ¿Yo?>

El hork-bajir no contestó. Empezaba a darme cuenta de que los hork-bajir son incapaces de comprender muchas cosas. El lenguaje les resulta antinatural. No podía decirse que fuesen los genios del universo, desde luego, pero tampoco importaba demasiado.

Todo aquel asunto me iba carcomiendo por dentro. Habían jugado conmigo, me habían llevado de un sitio a otro, habían implantado en mi mente imágenes e ideas ajenas. Me estaban utilizando y ya estaba harto.

<Muy bien, se acabó. Parad>, ordené a los hork-bajir.

Los dos monstruos se detuvieron y permanecieron inmóviles en la oscuridad de los árboles, esperando.

—¿No seguimos?

<No.>

—Los taxxonitas se acercan.

<Sí —añadí—, lo sé.>

—¿Nos vamos?

<No hasta que no me deis una respuesta —repliqué desafiante—. Este pequeño desfile termina aquí a menos que…>

Cuando pronuncié la palabra «respuesta», ya no me encontraba en el bosque. No estaba en ningún sitio, por lo menos no en un sitio que yo pudiera entender.

Sentía que flotaba en el aire, el único problema era que no había aire. No volaba, solo flotaba.

Había luz, una preciosa luz de un tono verde azulado. Era muy extraño porque no parecía provenir de ningún sitio en particular, sino de todas partes al mismo tiempo.

De lo único que estaba seguro era de que ya no me encontraba en el bosque.

HOLA TOBÍAS. NOS VOLVEMOS A ENCONTRAR.

La voz era poderosa, pero suave. Llenaba mi cerebro y parecía resonar por todo mi cuerpo. Mis plumas temblaron y sentí un hormigueo en mis dedos.

¿Dedos?

Fue entonces cuando noté que algo había cambiado. Observé mi cuerpo y, de alguna forma que no logro explicar, tuve la sensación de que podía ver a través de él. Era como si pudiera verlo todo desde cualquier ángulo al mismo tiempo, como si me estuviera contemplando a través de millones de ojos diferentes.

Ya no era un ratonero, aunque tampoco era humano. Al menos no el humano que era antes de convertirme en ave rapaz. Mis brazos eran alas, mis piernas terminaban en garras y tenía pico que al mismo tiempo era una boca.

Sé que suena fatal y que es imposible de imaginar, pero era las dos cosas a la vez: humano y pájaro, y un tercer ser que era la combinación de los dos anteriores.

Habíamos presenciado muchas cosas increíbles desde el día en que nos topamos con aquel príncipe moribundo en el solar abandonado. He visto a los yeerks y a todos sus esclavos, taxxonitas, gedds, y hork-bajir. He conocido a los andalitas y a los chee, androides con forma humana. He viajado en el tiempo y en naves espaciales, y he visitado el estanque de los yeerks.

Y sólo hay una especie capaz de provocar aquello, capaz de emitir aquella voz imponente que inunda tu cabeza.

—El Ellimista —concluí con voz propia.

En ese instante, y de la vaga niebla turquesa que me rodeaba, lo vi flotar hacia mí. Era un ave rapaz, un depredador, con una forma imposible de definir, una mezcla de halcón, águila y ratonero. Tenía un vientre blanco como la nieve, el lomo marrón rojizo y la cola mostraba una gama de colores oscuros.

El pájaro se acercó hacia donde yo me encontraba, se detuvo y permaneció flotando en el aire.

SÍ, TOBÍAS. EL ELLIMISTA O, AL MENOS, UN ELLIMISTA.

Se echó a reír y todo el universo turquesa rió con él.

—Así que tú eres el que maneja los hilos —dije—. Lo debería haber imaginado. La última vez que te vi tenías otro aspecto.

Sonrió. No me preguntéis cómo se puede reír alguien que tiene pico, el caso es que lo hizo.

ELIJO UNA FORMA CON LA QUE TE PUEDAS IDENTIFICAR.

—Tonterías. Sabes que soy humano.

¿AH, SÍ? PUES A MÍ NO ME LO PARECES.

Sentí nauseas. Observé mi cuerpo, mitad pájaro, mitad humano.

—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me obligas a hacer cosas que no quiero?

¿QUÉ ES LO QUE YO TE HE OBLIGADO A HACER, TOBÍAS?

—Me has trasladado a sitios a los que yo no tenía intención de ir. Me has metido en este lío con los dos hork-bajir.

El Ellimista pasó de pájaro a humano, pero un humano un tanto especial porque conservaba las alas. En aquel momento se parecía a mí, y cuando habló, lo hizo con voz humana.

—Una vez os concedí una segunda oportunidad. Contemplé el futuro y encontré una forma de ayudaros, sin utilizar mi poder de forma directa. Ahora, estáis en posición de ayudar a los hork-bajir. ¿Acaso no se merecen la misma oportunidad que os di a los humanos?

—¿Intentas salvar a la raza hork-bajir de los yeerks? —pregunté.

—Nosotros no interferimos —replicó el Ellimista moviendo la cabeza de un lado a otro al tiempo que sonreía—. Nosotros no utilizamos nuestro poder para favorecer a una especie en contra de otra.

—Bobadas —le espeté.

—No pienso obligarte a nada, Tobías —continuó el Ellimista ignorando mi comentario con una leve sonrisa—. No te garantizo que salgas bien de ésta. Tienes todos los números para fracasar y morir en el intento, tú y los dos hork-bajir, y entonces todos los esfuerzos habrán sido inútiles.

—Gracias por darme ánimos —dije—. ¿Por qué yo? ¿Por qué me tiene que tocar a mí? ¿Te crees que soy un héroe o algo así?

—Tobías —declaró el Ellimista muy serio—, eres un principio, un punto en el que una línea de tiempo puede dar un giro.

Supongo que debería haberme sentido halagado, pero en aquel momento no estaba para cumplidos.

—¿Quieres mi ayuda? —pregunté al Ellimista—. De acuerdo, pero a cambio de la tuya. Según Ax, tu poder es inmenso. Si quieres, puedes hacer desaparecer galaxias enteras. No entiendo por qué no haces que ocurran las cosas según tu voluntad, pero en fin, allá tú —lo miré fijamente a aquellos ojos que eran como la imagen perturbadora de mí mismo en un espejo—. ¿Me pides que guíe a los hork-bajir a ese sitio que me has colado en el cerebro? De acuerdo, pero quiero algo a cambio.

—¿El qué, Tobías?

—Lo sabes muy bien —añadí haciendo un gran esfuerzo por articular—. Muy bien.

—Sí, pero ¿estás seguro de lo que quieres? —me preguntó el Ellimista—. Y si lo consigues, ¿no te arrepentirás?

De repente, y sin notar el más mínimo movimiento, me encontré de nuevo en la oscuridad del bosque.