Por norma, paso las noches en una de las ramas altas de un viejo roble del bosque. Me gusta su corteza áspera porque puedo clavar en ella mis garras y abandonarme al sueño. Además, la rama de la que os hablo está escondida en el interior del árbol y me mantiene oculto de los depredadores nocturnos. Animales como los mapaches, los zorros y los lobos salen de caza por la noche. No me quitan el sueño, la verdad, especialmente los zorros y los lobos, porque eso de subir árboles no se les da demasiado bien.
Con los mapaches es diferente porque ellos sí que escalan árboles y pueden resultar muy desagradables y peligrosos. Pero es raro el que consigue hacerlo sin que mi oído lo capte. Los peores y que más me preocupan son los búhos. Por lo general, no cazan pájaros tan grandes y fuertes como yo porque prefieren a los ratones. Pero, de cualquier modo, me infunden mucho respeto porque tienen cualidades de las que yo carezco.
Estoy acostumbrado a jugar con ventaja sobre las otras criaturas. Durante el día oigo mejor que la mayoría y veo mejor que nadie. Mi visión supera con mucho a la de los humanos. Si yo estuviera en la portería de un campo de fútbol y tú en la otra con un libro abierto, sería capaz de leerlo. Si caminaras por la acera opuesta de la calle, podría divisar una pulga deslizándose por tu pelo. Pero sólo, claro está, a plena luz del día. Por la noche veo más o menos como los humanos, algo mejor tal vez, aunque no mucho más.
Ésa es la razón por la que los búhos me dan miedo. Ven tan bien en la oscuridad como yo durante el día. Para un búho resulto tan visible como si una luz de neón roja recorriera el contorno de mi cuerpo. Y lo peor es que, cuando van a por la presa, se deslizan por el aire en absoluto silencio. No se oye nada. Aquello me ponía muy nervioso, pero qué iba a hacer. Supongo que todos tenemos nuestras limitaciones, ¿no?
Por las noches nunca duermo tranquilo. Debo mantenerme alerta por si oigo a los mapaches rondar cerca de mi árbol y, si abro los ojos, veo cómo los búhos matan a sus presas. En esos momentos, desearía vivir en una casa. Si me preguntaseis «¿te gusta ser un ratonero?», os daría dos respuestas, dependiendo del momento del día. Si el sol está en lo alto, las corrientes térmicas arremolinan las nubes y yo remonto los cielos llevado por la brisa, a miles de kilómetros por encima de los humanos… entonces os diría que es fantástico.
En cambio, por la noche, cuando me encojo de miedo en mi rama y escudriño la oscuridad, casi ciego, a través de las hojas, ante una luna fría, y lo único que oigo son los ruidos de los depredadores buscando algo que llevarse a la boca… entonces, la cosa cambia.
Aquella noche en particular era muy diferente a las demás por varios motivos. No me encontraba en mi árbol, sino en un pino desaliñado que había cerca de la cueva. Mi misión consistía en vigilar a los hork-bajir y avisar de cualquier amenaza imprevista. Me encontraba fuera de mi territorio, en un árbol desconocido. Eran razones más que suficientes para sentirme intranquilo.
Traté de conciliar de nuevo el sueño, intenté recordar la sensación de dormir en una cama, pero apenas me acordaba. Sólo podía imaginar a mis amigos tapados hasta las orejas, con la cabeza sepultada en la almohada y sus luminosos despertadores en la mesita.
Oí un ruido y abrí los ojos. Me asomé a través de las hojas y divisé la sombra de un ciervo deformado al que la luz de la luna daba un tono pálido fantasmal.
<Hola, Ax-man>, saludé.
<Hola, Tobías. ¿Me has oído? No quería despertarte.>
<Para ser un enorme extraterrestre de cuatro patas, dos manos, cuatro ojos y cola de escorpión, no lo has hecho nada mal.>
<Una de estas noches te vas a enterar>, se rió Ax.
<Sí, claro, cuando las ranas críen pelo.>
<¿Eso es posible?>, preguntó Ax alarmado.
<No, ésa es la gracia>, le expliqué.
<Ah, ya lo entiendo>, dijo sin entender una palabra.
Desde que Ax se unió al grupo, las noches en el bosque han mejorado. No es comparable a dormir tapado en una cama pero, al menos, tienes a alguien con quien hablar. El resto de los animales no tienen mucho que decir, la verdad.
<Los hork-bajir están muy callados —le comenté a Ax—. Hace un rato estaban hablando, en su idioma sobre todo, pero, a veces, utilizaban palabras del nuestro. ¿Cómo es eso?>
<Los hork-bajir no son lo que se dice una especie muy desarrollada intelectualmente —explicó Ax en tono de superioridad—. Su idioma era ya de por sí primitivo. Sólo contaba con quinientas palabras. Al menos eso es lo que nos enseñaron en el colegio y supongo que es verdad. Cuando llegaron a la Tierra, imagino que los yeerks pensaron que sería conveniente que aprendieran algunas palabras de un idioma humano.>
<No era mi intención escuchar lo que decían —admití—, pero no lo pude evitar. Repetían constantemente una palabra. Algo así como kawatnoj.>
<No la conozco —confesó Ax—. No hablo su idioma. Mañana les preguntaré qué quiere decir.>
<Quizá no sea una buena idea. Creo que no sienten demasiado aprecio por los andalitas.>
<Intentamos salvarlos de los yeerks —se defendió Ax furioso— y vale, no lo conseguimos pero, al menos, lo intentamos. ¿Por qué nos iban a guardar rencor?>
<No lo sé, Ax-man. Quizá, de llevar tanto tiempo un yeerk en la cabeza, se les ha contagiado el odio yeerk hacia los andalitas.>
<Comprendo que los yeerks nos odien. ¡Los andalitas venceremos! Con ayuda de los humanos, por supuesto.>
Me reí en silencio. Me gusta Ax, pero está convencido de que su especie es superior al resto.
<Voy a echar otro vistazo a la zona —informó Ax—, aunque no he oído nada fuera de lo normal. ¿De veras crees que podemos llevar a los hork-bajir a ese valle del que hablabas antes?>
No contesté a su pregunta, sin embargo la mención del valle me recordó algo.
<Ax, ¿te ha pasado alguna vez que, de repente, te llega información al cerebro que no sabes de dónde la has sacado?>
<Pues no. A veces se me olvida algo, pero me acuerdo más tarde.>
<No, me refiero a cosas que es imposible saber. Es como… > me quedé petrificado.
¡Taxxonitas! Docenas de ellos avanzaban por el bosque. Sí, los veía en mi mente. Enormes ciempiés, anchos como secuoyas, se deslizaban propulsados por docenas de hileras de patas afiladas semejantes a clavos de acero. Caminaban con una tercera parte de su cuerpo erguida, por lo que las frágiles patas superiores, dispuestas en filas, no tocaban el suelo.
¡Los veía en mi mente! Veía sus bocas circulares llenas de dientecillos, y aquellos globos oculares suyos tan característicos, que parecían estar hechos de gelatina.
<¿Qué ocurre, Tobías?>, preguntó Ax preocupado.
<Taxxonitas —contesté—. ¡Vienen hacia aquí!>
<¿Dónde?>, preguntó Ax, alarmado con la cola en posición de ataque.
<Yo…, vienen hacia aquí. Yo… > miré a mi alrededor. No observé nada extraño, y menos aún taxxonitas. Sin embargo, estaba completamente seguro de que venían hacia nosotros.
<Ax, ¿recuerdas que te estaba hablando de saber cosas que es imposible saber? Pues acaba de ocurrirme otra vez. Ahora mismo hay una docena de taxxonitas acercándose. Siguen el rastro de los hork-bajir como los sabuesos, pueden olerlos.>
<Los taxxonitas rastreadores —explicó Ax mirándome fijamente con sus cuatro ojos y una expresión severa— pueden percibir el olor a carne fresca a kilómetros de distancia si cuentan con una muestra. Constituyen una raza especial de taxxonitas. ¿Cómo lo sabías? ¿Cómo es posible que supieras que los taxxonitas rastreadores se guían por el olfato para cazar?>
<No lo sé, Ax. Pero lo averiguaré —declaré furioso—. Alguien o algo me está utilizando, y no me hace ninguna gracia.>
<Si los yeerks —continuó Ax, ignorando mi explosión de cólera— han enviado a los taxxonitas, detrás vendrá un ejército de hork-bajir o humanos. Los taxxonitas, por muchos que sean, jamás podrían con un par de hork-bajir. Jara Hamee y Ket Halpak podrían estar exterminando taxxonitas todo el día sin cansarse.>
<¿Es posible despistarlos?>, pregunté.
<No. Una vez que han asimilado el olor de los hork-bajir, nada les hará perder la pista.>
<Entonces habría que sacar de aquí a los hork-bajir. Los taxxonitas no son tan rápidos, pero hay que largarse ya. Yo espabilaré a los hork-bajir, tú avisa a Jake cuanto antes. Dile lo que está ocurriendo.>
<De acuerdo, Tobías, pero ¿cómo te encontraremos si estás escondido?>
<Transformaos en aves rapaces. Sus ojos pueden verlo todo. Yo me dirigiré hacia las montañas.>
En efecto, iría hacia las montañas con un par de hork-bajir, mientras alguien o algo me manipulaba como a una marioneta. Pero eso se iba a terminar. Yo era el depredador, el cazador, y no estaba dispuesto a permitir que nadie me utilizara de aquella manera.