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Nos costó decidir cómo íbamos a llevar a cabo nuestro plan. Al final, pensamos que Ax vendría conmigo, y que los demás se transformarían y permanecerían lo bastante cerca como para estar al tanto de lo que sucedía.

No sabíamos si contarle la verdad sobre nuestra identidad al hork-bajir. Todavía no estábamos muy seguros de que no se tratase de una trampa. No podíamos revelarle nuestro secreto a nadie.

Veréis, los yeerks están convencidos de que hay una especie de resistencia organizada que les ataca valiéndose de formas animales. Como sólo los andalitas poseen la capacidad de transformación, los yeerks presuponen que somos andalitas y que hemos organizado una guerrilla.

A nosotros, claro, nos encanta que sigan pensándolo porque no nos interesa que averigüen la verdad, que los animorphs sólo son un puñado de niños humanos. Si llegasen alguna vez a descubrir dónde viven Jake, Cassie, Rachel y Marco… bueno, sería nuestro fin.

La cueva donde se hallaba el hork-bajir era demasiado pequeña para una criatura de semejante tamaño. Por suerte, se hallaba oculta por matorrales y ramas caídas. Debía de tener unos seis metros de profundidad, pero de altura no tendría más de un metro.

Me posé sobre una rama caída que había en la entrada de la cueva y esperé a que todo el mundo estuviera en posición.

<¡Hey, hork-bajir! ¡Ahí dentro! Soy yo, el pájaro parlante. Voy a entrar. Traigo a un amigo.>

Entre tanto matorral me resultaba difícil abrirme paso, así que Ax me adelantó y avanzó en primer lugar con extrema delicadeza. Con sus débiles brazos apartó la maraña de ramas y asomó la cabeza al interior de la oscura cueva.

La reacción fue inmediata.

—¡Hruthin! ¡Andalita!

Un brazo acorazado de cuchillas azotó el aire y a punto estuvo de segar la cabeza de Ax, que retrocedió de inmediato y enarcó la cola.

<¡NO! —grité—. ¡Escucha, tú, bestia, tranquilízate! ¡Ax-man, cálmate!>

El hork-bajir retiró el brazo y Ax relajó la cola.

Pasaron unos minutos antes de que los latidos de mi corazón se normalizaran. Cuando un pájaro se asusta, levanta el vuelo de forma automática. Instinto natural se llama. Y a mí me costó lo mío dominarlo y permanecer en mi sitio.

<¿Qué pasa?>, preguntó Cassie.

Miré hacia el cielo. Rachel y Cassie habían adoptado la forma de pájaro. Rachel se había convertido en un águila de cabeza blanca, y Cassie en un búho. El sol se estaba poniendo, y en la oscuridad, un búho es mucho más útil que un águila. Las dos sobrevolaban la zona para asegurarse de que nadie nos molestara.

<Nada —contesté—. Estábamos intercambiando saludos. Y ahí afuera, ¿qué tal? ¿Todo en orden?>

<Sí, no se ve a nadie>, respondió Rachel.

Respiré hondo varias veces seguidas para templar los nervios. Ni Ax ni yo deseábamos volver allá adentro. Con un hork-bajir nunca se sabe lo que puede pasar. Un movimiento rápido y sin saber cómo tu cabeza puede acabar rodando por la hierba.

<Hork-bajir, sal de ahí>, exigí con firmeza.

La enorme criatura salió despacio de su escondrijo y se incorporó. La débil luz de la tarde le hizo parpadear.

—Hork-bajir no —dijo—. Jara Hamee. Me llamo Jara Hamee.

<Es una broma, ¿no? —me comunicó Jake en privado—. ¿Se llama Jeremy?>

Al mirar hacia arriba, vi una cara grande y redonda, blanca y naranja. Su mirada era profunda e inteligente y mostraba unos dientes amarillos de cinco centímetros de largo. Era Jake transformado en tigre. Se hallaba encaramado sobre un saliente de piedra por encima de la cueva. Un movimiento en falso del hork-bajir y Jake saltaría sobre él.

<Será mejor que seas tú quien hables con nuestro querido amigo Jara Hamee>, le pedí a Ax. Supuse que Ax era el más indicado para hablar con otros extraterrestres.

Ax extendió las manos en gesto de paz, y bajó su cola todo lo posible, aunque yo presentía que no le hacía mucha gracia. El aire se podía cortar de la tensión que se respiraba en el ambiente.

<Mi nombre es Aximili>, se presentó Ax.

Hruthin. Andalita.

<Sí.>

—¿Tú matarme?

<No, no voy a matarte>, contestó Ax.

Hruthin matan hork-bajir —replicó el hork-bajir—. Hork-bajir matan hruthin.

<Vaya, ¿no es entrañable?>, comentó Marco con sorna.

Divisé a Marco detrás de un grupo de árboles que había a la izquierda. Recordaba a un enorme hombre peludo, un gorila para ser más exactos. Pensamos que si las cosas se complicaban con el hork-bajir, íbamos a necesitar fuerza bruta en abundancia.

<Los andalitas intentaron salvar a los hork-bajir de los yeerks>, se defendió Ax.

Darkap. Fallasteis —le contestó el hork-bajir, fulminándole con la mirada.

<Sí, fallamos, pero ahora estoy aquí y no mato hork-bajir…, a no ser que sirvan a los yeerks>

El hork-bajir hizo un gesto brusco con la cabeza y emitió un ruido áspero con la garganta. Sonaba a risa irónica, pero a saber. No podía imaginar cómo sería la risa de hork-bajir, ni siquiera sabía si reían.

¡PLAF!, el hork-bajir se golpeó el pecho con la mano izquierda.

Me sobresaltó tanto que levanté el vuelo.

—Jara Hamee se escapó de los yeerks —exclamó la criatura agitando el brazo—. ¡Jara Hamee libre! ¡Jara Hamee tiene cabeza propia! —con las dos manos ejerció una ligera presión en su cabeza de serpiente.

<¿Cómo sabemos que estás libre? ¿Cómo sabemos que realmente tienes cabeza propia?>, le preguntó Ax con frialdad.

El hork-bajir parecía confundido. A continuación, y ante mi sorpresa, realizó un rápido movimiento de brazo, que sólo yo con mi vista de ratonero pude apreciar.

<¡NO!>, chillé horrorizado. Se acababa de abrir la cabeza con las cuchillas de su muñeca. ¡Se había segado el cerebro él mismo!

<¡Arrgghh!>, exclamó Jake.

Aquel corte debía de tener unos trece centímetros de profundidad. Acto seguido, se agarró la cabeza con sus temibles manos y abrió aún más el corte. ¡Dios, se estaba abriendo la cabeza! Y no es que no le hiciera daño, el gesto de dolor en su rostro era evidente.

De la herida manaba sangre, o algo por el estilo, unas veces de color rojo intenso, y otras de un verde azulado aún más intenso. Se sostuvo la herida abierta para que Ax y yo examináramos su interior. Supongo que Jake y Marco también lo vieron con claridad.

<¡Madre mía! —exclamó Marco—. ¡Uff! ¡Eso tiene que doler!>

Jara Hamee juntó las dos partes del corte y apretó durante unos segundos. Ante nuestra sorpresa, la sangre se coaguló a una velocidad asombrosa y enseguida se formó una gran costra.

Entonces respiré de nuevo y recuperé el pulso.

<¿Has visto algún yeerk ahí dentro?>, le pregunté tembloroso a Ax.

<No —respondió temblando tanto como yo—. No he visto yeerks por ninguna parte.>

<Ax-man, dime una cosa, ¿se te han puesto los pelos de punta o ese tipo de cosas os dan un poco igual a los andalitas?>

<No, Tobías, estoy tan impresionado como tú.>

<No tenías que haber hecho eso>, le dije a Jara Hamee.

Su cara, si es que a aquello se le podía llamar cara, todavía se retorcía de dolor. Respiraba con dificultad y sudaba el mismo fluido verde azulado que habíamos visto en el interior de su cabeza.

—Era necesario —gruñó en medio del dolor—. Jara Hamee es fuerte, pero Jara Hamee necesita ayuda.

<¿Ayuda para hacer qué?>, le preguntó Ax con suavidad.

El hork-bajir observó a Ax, y a continuación, posó la vista sobre mí.

—El animal volador vio a mi kalashi. Jara Hamee debe encontrarla. Jara Hamee… —le costaba dar con la palabra adecuada. Entonces hizo un gesto con las manos como si alguien le estuviera arrancando algo, como si alguien le estuviera quitando el corazón.

No cabía la menor duda de lo que quería decir. A pesar de la enorme diferencia entre nuestras especies, reconocí aquella emoción.

<La amas>, dije

—Jara Hamee ama —repitió el hork-bajir—. Kalashi, Jara Hamee libre. Quiere libertad.

Ax giró los ojos en mi dirección.

<Creo que dice la verdad>, declaró Ax.

<Sí, yo también>

<¡Eh, chicos! —llamó Cassie desde lo alto—. Tenemos compañía.>