6

<Para empezar, dejad ya de cargaros la vegetación, genios. Estáis dejando un rastro bien visible. Y en segundo lugar, cuando yo os diga… ¡saltad a la izquierda! ¡Ahora! ¡Saltad!>

Los hork-bajir saltaron a la izquierda justo en el momento en que dos motos pasaban de largo, no se los llevaron por delante de milagro.

Uno de los controladores vació dos cargadores enteros y redujo a serrín el tronco de un árbol.

<Muy bien, seguid en esa dirección>, indiqué a los hork-bajir.

La telepatía se parece al correo electrónico, puedes enviar mensajes a todo el mundo o a una persona en particular. Al principio es un poco complicado, pero enseguida te acostumbras.

<¿Se te ocurre algo?>, me preguntó Rachel.

<La verdad es que no me ha dado tiempo de pensar>, admití.

<¿Sabes de algún sitio seguro donde puedan ocultarse?>

Repasé mentalmente. En momentos como aquellos debía utilizar mi cerebro humano, no el del ave rapaz. Es imposible esconder a un par de hork-bajir en un árbol.

<Ya lo tengo. Hay una cueva que podría servir, si es que logramos que sobrevivan>

Los hork-bajir siguieron corriendo sin bajar el ritmo. ¡Oh, no! Dos camionetas a toda velocidad se acercaban en sentido contrario. Iban a cortarles el paso a los fugitivos. Los yeerks no perdían el tiempo.

<Esto es como una partida de ajedrez en la que el adversario tiene todas las fichas>, murmuré.

<Tobías, tú te conoces el bosque de cabo a rabo —señaló Rachel—. Al menos contamos con esa ventaja.>

<Sí, esperemos.>

Miré a izquierda y derecha. Sí, conocía el bosque a la perfección. Sabía dónde estábamos y reconocía cada árbol, barranco y riachuelo de la zona.

<Muy bien, chicos, a la derecha. Veréis una zanja. Ojo, os cierran el paso dos controladores, así que rodead por la derecha aquel montón de piedras de allí.>

Los hork-bajir dudaron, se detuvieron un instante y miraron a su alrededor confundidos.

<¿No me habéis oído?>

<Claro que te han oído —puntualizó Rachel—, lo que pasa es que tus indicaciones son demasiado complicadas.>

<Estupendo. En ese caso, vamos a jugar a seguir al líder —respiré hondo y me situé, sabía exactamente el punto en el que me encontraba. Plegué las alas para expulsar el aire de mis plumas con el fin de obtener la máxima velocidad en el descenso—. Muy bien, ¡ha llegado la hora de jugar a perseguir al gran pájaro!>

Pasé rozando sus cabezas.

<Sí, soy yo, el gran pájaro marrón con una bonita cola roja. Seguidme, y ¡no os alejéis!>

<¡Tobías! —gritó Rachel—. ¡Cuidado! ¡Una de las camionetas está a punto de arrollaros!>

Di un giro a la izquierda, y aquellos dos monstruos me imitaron.

¿Habéis volado alguna vez a máxima velocidad sorteando árboles en un bosque muy tupido? Probablemente no. Una cosa os puedo asegurar, es una experiencia vertiginosa, algo parecido a un videojuego a tope de velocidad en el que un falso movimiento implica quedar reducido a un amasijo de plumas y huesos.

<No me perdáis de vista, chicos, vamos a tener que dejarnos las plumas en esto>, exclamé. Me deslicé por entre los árboles tan juntos que rocé la corteza de sus troncos con las alas. Giré a la derecha con tanta brusquedad que casi me estrello contra un roble. Aleteé con fuerza para ganar altura antes de que los dos hork-bajir, no muy inteligentes por cierto, me pisotearan.

Desde arriba, Rachel me mantenía informado de la situación.

<¡Tobías! ¡Tres motos a tu izquierda, a punto de cerraros el paso!

»¡Detrás! ¡Tienes una camioneta justo detrás! ¡Han localizado a los hork-bajir!

»¡Cuidado, Tobías! ¡Un tipo con una pistola!>

¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!, las balas cortaron el aire y dejaron desnuda de hojas una rama cercana.

Empezaba a notar el cansancio de mis músculos, pero con la emoción del momento apenas si me importaba. Aquello era una locura, un ratonero atravesando como una flecha el bosque, esquivando por milímetros los troncos de los árboles, casi rozando los árboles más jóvenes y cruzando territorios que pertenecían a otros pájaros y de los que, de haber reducido la velocidad, habría sido pasto en un abrir y cerrar de ojos.

Me había convertido en la liebre, y los hork-bajir en los galgos que no me perdían de vista. Debo admitir una cosa, puede que los hork-bajir no sean muy buenos a la hora de seguir indicaciones, pero saben muy bien cómo cumplir una misión.

¡SSSIIIUUUMMM! ¡Por entre los árboles!

¡SSSIIIUUUMMM! Me elevé justo a tiempo para esquivar una formación rocosa que me salió al paso.

¡SSSIIIUUUMMM! ¡A la izquierda!

¡SSSIIIUUUMMM! ¡A la derecha!

¡SSSIIIUUUMMM! Todo recto, esforzando al máximo cada músculo de mi cuerpo.

—¡Chhiiiieeerrr! —exclamé producto del miedo y del nerviosismo.

Aquello era volar y lo demás son tonterías.

Sin embargo, la cosa se estaba complicando. No conseguía despistar a las motos ni a las camionetas y todavía faltaba bastante para llegar a la cueva.

<Oh, ¡Dios mío! ¡Se acerca un helicóptero por el sur! ¡En dos minutos lo tendrás encima, Tobías!>

<Si el helicóptero nos alcanza antes de esconder a los hork-bajir, estamos perdidos. Vaya, ¡un río! ¿Sabrán nadar?>

<Yo diría que no>, contestó Rachel.

<Hork-bajir, ¿sabéis nadar? Si es así, cortar el próximo arbusto que encontréis.

Acto seguido, la mitad de un arbolillo cayó al suelo.

<Muy bien, ¡no me perdáis de vista!>