Salimos de la habitación y según íbamos corriendo, me iba metamorfoseando. Me transformé en gorila. Nos dirigíamos a una pelea y, aunque el gorila no es un animal malo o agresivo, posee una fuerza increíble.
Cuando llegamos a la puerta, yo ya había terminado, Tobías ya estaba volando y Ax era Ax.
Abrí la puerta con fuerza, la verdad es que no me acordaba de que me había transformado en gorila y, del porrazo, la saqué de sus bisagras.
¡Qué visión tan espeluznante! Hork-bajir heridos, tirados por todas partes, un taxxonita se retorcía medio aplastado, mientras otro se lo comía. Rachel transformada en oso pardo, Jake en tigre y Cassie en lobo habían causado bastantes destrozos, pero estaban acorralados por unos hork-bajir que avanzaban despacio pero con decisión.
Visser Uno, mi madre, se acercaba a ellos a grandes zancadas, con aire desinteresado. A medida que avanzaba iba golpeando con los pies a los hork-bajir heridos, exigiéndoles que se levantaran y se pusieran a luchar. Media docena ya se habían unido a ella.
<Cinco minutos —recordé—, menos; para entonces debemos estar ya en el agua.>
<Con branquias>, añadió Tobías.
<Venga, vamos a salvar a Jake —resolví—; este chico, siempre le tengo que sacar las castañas del fuego. No va a aprender nunca.>
Eché a correr a grandes pasos hacia donde se encontraban nuestros amigos. Tobías se dirigía volando y Ax me seguía corriendo con la cola en posición de ataque.
<Por lo menos podré presentarle mi cola a Visser Uno>, comentó Ax alegremente.
<¡No! —grité—. Es mejor que vayáis vosotros a ayudar a los demás y yo me ocuparé de Visser Uno y de su grupo.>
Ax y Tobías siguieron adelante, y yo me lancé contra el grupo de hork-bajir que seguía a mi madre; no me habían visto llegar.
¡PUMMM! Le di un golpe a un hork-bajir que lo dejó inmóvil en el suelo.
¡SUUISH! Un hork-bajir se volvió y trató de golpearme con su brazo de cuchillas, pero como estaba herido fue bastante lento. Yo también era lento, pero no fallé. Le di con el puño de gorila en el pecho, con una fuerza superior a la de diez superhombres. El resto de los hork-bajir no se atrevieron a acercarse.
—¡Matadlo, cobardes! ¡Matadlos! —gritó mi madre volviéndose.
Uno de los hork-bajir se precipitó sobre mí de un salto, con los brazos y las piernas refulgentes de cuchillas asesinas. Intenté esquivarlo, pero los gorilas no son lo que se dice muy rápidos.
<¡Aaahhhh!> Sentí un dolor agudo. Aquel monstruo me había hecho un corte profundo en el brazo izquierdo, y la sangre brotaba tiñendo mi oscuro pelaje.
—¡Eso es! ¡Matadlo! —chilló Visser Uno con entusiasmo.
El hork-bajir me atacó de nuevo y me hizo un corte superficial pero más doloroso en el hocico blando de gorila. Ante mi debilitamiento progresivo, sus compañeros decidieron acercarse, pensando que había desaparecido el peligro.
Supongo que la gente piensa que como el gorila apenas es dos veces más fuerte que un hombre grande, y ni siquiera tan alto, tampoco puede tener demasiada fuerza, ¿no?
Se equivocan. Probad a golpear a un gorila en la cabeza con un martillo y lo único que pasará es que os hará coméroslo. Arnold Schwarzenegger utilizando su cuerpo entero no me podría torcer la muñeca si yo no quisiera. Cuando están en la selva, los gorilas son tiernos y dulces, pero yo no era sólo un gorila, yo era Marco con el poder de un gorila, y la parte de mí que correspondía a Marco no se sentía ni tierna ni dulce.
Agarré al enorme hork-bajir por su cuello de serpiente; lo sujeté con una sola mano y la cerré con todas mis fuerzas mientras me golpeaba con sus cuchillas. Aunque me cortó en el brazo una y otra vez, pude aguantar y con el otro brazo agarré a otro hork-bajir por la muñeca y simplemente los reuní en un abrazo no deseado. En circunstancias adversas pierdo los buenos modales.
Creo que, después de aquello, decidieron que ya era suficiente y se marcharon dejando a Visser Uno solo.
Había llegado la hora de la verdad. Me había quedado a solas con mi madre.
—Muy bien, andalita —dijo con calma—, ya veo que estás disfrutando con todas estas maravillosas transformaciones terrestres. Debes saber que no puedes escapar de este lugar; sin embargo, si te rindes por las buenas, puedo dejarte vivir.
No respondí, no podía. Los yeerks piensan que somos andalitas, y queremos que lo sigan creyendo. Siempre hemos temido que al hablar se nos pueda escapar algo que les deje ver que somos humanos. Si eso ocurriera, estaríamos acabados.
Pero además había una segunda razón. Veréis, sabía que si empezaba a hablar con mi madre nunca podría parar, lo soltaría todo. Le contaría muchas cosas porque ha pasado mucho tiempo desde la última vez que mi madre y yo hablamos. Hay tantas cosas que me gustaría contarle, de mi vida, de mis amigos, de lo que he hecho en el colegio, de cómo hago reír a algunos profesores.
—Si me matas, tú morirás conmigo, andalita —añadió Visser Uno pestañeando con esos ojos que me resultaban tan familiares.
—Ha tu ma el ga su fa to li —dijo una voz áspera y confusa, casi como un eructo.
Era una voz hablando un idioma alienígena que podía entender y sentir en la mente. Era como la telepatía, sólo que mucho más profundo. La voz parecía utilizar mis palabras en mi propio cerebro.
<No se deje engañar, Visser Uno, no es un andalita>, había dicho la voz.
Me volví, y allí, justo detrás de mí, había un controlador leeran, con sus tentáculos ondeantes. Podía haber aplastado a ese anfibio gigante sin el más mínimo esfuerzo, pero me quedé petrificado; sólo pude volverme a mirar a mi madre.
<No es un andalita —continuó el leeran—, es un humano.>
—No seas idiota —respondió Visser Uno con desprecio y sin cambiar la expresión de la cara—, es un gorila, y aunque se parecen a los humanos, no lo son, es una transformación andalita.
<Siento contradecirle, Visser, pero…>
Entonces, salí del trance en el que me había sumido, me volví y le pegué un puñetazo al leeran en toda su bocaza de rana al tiempo que en el muelle de al lado una inmensa serpiente amarilla surgía del agua.
—Visser Tres, supongo —comentó mi madre con desdén.
<Bueno, veo que las cosas se te complican, Visser Uno: nuestros viejos amigos, los bandidos andalitas, parece que han aniquilado a la mayoría de tus tropas.>
—No habría perdido a tantos si no hubieras intervenido —gruñó Visser Uno—, y si no fueras un incompetente y un traidor al imperio, ya te habrías deshecho de todas estas sabandijas.
<Sin duda el Consejo de los Trece disfrutará oyendo tus excusas por este fracaso>, respondió la gigantesca serpiente haciendo una mueca de desprecio demoníaco mientras se erguía ante nosotros.
—¡Lo que el Consejo va a oír es cómo has permitido a un puñado de andalitas salirse con la suya sin ser castigados!
<Si todavía vas a perder a los leerans, estúpido medio humano.>
—¿Igual que tú has perdido ya la Tierra, a pesar que yo te la había dejado en perfectas condiciones?
Aquella situación resultaba muy extraña. Mientras había una tremenda pelea llena de rugidos entre mis amigos y los hork-bajirs, yo había liquidado a un leeran delante de los dos vissers, que sólo parecían preocuparse por insultarse el uno al otro.
Las cuestiones políticas son iguales en todas partes.
De repente empezó a sonar una alarma a un volumen atronador, y una voz automatizada salió de los altavoces.
—¡Brr-REEET! ¡Brr-REEET! ¡Emergencia! ¡Emergencia! Los sellos de contención se romperán en tres minutos. Alerta máxima. Empieza la cuenta atrás. La cuenta atrás se hará a intervalos de diez segundos. Gracias y que tengan un buen día.
No sé qué me sorprendió más, si el hecho de que estaban proclamando el que millones de litros de agua iban a precipitarse en el recinto, o el que la voz del ordenador nos deseara un buen día.
Quería reírme, o por lo menos decir algo, pero sólo corrí.