Estaba igual, pero diferente. Los mismos ojos oscuros, la misma boca, el mismo pelo de actriz de cine; sin embargo, había un alma diferente mirando a través de sus ojos. Eran ojos severos, malos, implacables y sin piedad, ni más tiernos ni más suaves que los ojos fríos y sin expresión de un tiburón martillo.
Me alegré. Veréis, siempre me ha atormentado la idea de que mi madre llevase mucho tiempo siendo un controlador cuando estaba en casa, es decir, antes de simular su propia muerte. Dios mío, cuántas veces me he preguntado si habría sido un yeerk el que me había dado las buenas noches con un beso, si él había bromeado sobre mi vanidad o se había reído con mis chistes tontos.
Creo que, en aquel momento, mis dudas se despejaron. Mi madre estaba diferente. Podía ver el demonio en sus huesos, y eso supongo que lo habría notado enseguida, ¿no? Claro que, por otra parte, no podía evitar pensar que allí no tenía que fingir, que estaba entre sus compañeros yeerks y que, por lo tanto, no tenía que disimular.
«No seas tonto, Marco. No te hagas ilusiones», pensaba.
—Estaba esperando cuatro técnicos nuevos. ¿Dónde están los demás? —me preguntó Visser mirándome con los ojos de mi madre.
Me quedé mudo.
—¿Dónde están los otros tres que se supone que vendrían contigo?
—¿Los otros tres? Hum…, tuvieron un problema. Creo que Visser Tres los mató por hacer algo mal —respondí moviendo la cabeza para romper el hechizo.
Probablemente era la mentira más idiota que había dicho nunca, pero funcionó.
—Si ese payaso de Visser Tres piensa que puede perjudicarme ante el Consejo de los Trece saboteando este proyecto, es que es aún más tonto de lo que yo pensaba —comentó mi madre levantando las cejas con desprecio.
Tragué saliva. De fuera llegaban unos rugidos tremendos y unos bramidos salvajes. Eran Jake, Rachel y Cassie, que seguían distrayendo a aquellas fieras. Podía imaginarme cuán desesperada era su situación.
—Estamos teniendo problemas con los bandidos andalitas que Visser Tres todavía no ha conseguido exterminar —comentó Visser Uno con calma.
Todo lo que yo podía hacer era asentir.
—Ya veo —añadió ella—, es bastante obvio que el cerebro en el que te has introducido te está dando problemas, seguro que eres consciente de que tu cuerpo es el del hijo biológico del mío.
Ni una pizca de emoción ni de culpa en su voz. Aquel gusano estaba allí sentado, utilizando el cuerpo de mi madre, sabiendo… sabiendo, como nadie más lo podía saber, el sufrimiento que mi madre debía sentir viéndome a mí.
—Sí, Visser —asentí.
—Debes aprender a controlar tu cuerpo. Mi portador me está montando un drama terrible —afirmó, tocándose la cabeza—, pero yo no dejo que sus llantos y gemidos me afecten.
—No, Visser —contesté con un suspiro—. Intentaré controlarlo mejor.
Quería destruir a ese monstruo, quería meterme en esa cabeza tan familiar, sacar al asqueroso yeerk y pisotearlo. Me sorprendía que Visser Uno no sintiese mi odio, cuando yo lo sentía latir por todas partes.
Pero no podía hacer nada más que quedarme allí de pie, con los brazos caídos, y ver cómo aquel yeerk loco, el más importante entre todos los vissers, se burlaba de que el cerebro y el corazón de mi madre estuvieran llorando al ver a su hijo esclavo de los yeerks.
¡BUUUUUM!
Parecía como si algo enorme hubiera chocado contra la pared exterior del edificio. Me imaginé a un hork-bajir lanzado por un elefante.
—En fin, creo que será mejor ver qué pasa ahí fuera —comentó Visser Uno con tono aburrido y casi sin pestañear—. Debo cerrar este proyecto con unos mil controladores tiburones para que los leerans los utilicen de aquí a dos meses. No necesito a Visser Tres y sus problemas con los andalitas. Ese idiota incompetente llegará pronto; me encantaría que los indeseables bandidos andalitas se deshicieran de mi molestia particular.
Se levantó y se alisó el pelo de la misma manera que mi madre lo solía hacer. La miré a los ojos, deseaba ver algún vestigio de mi madre en ellos, deseaba poder decirle:
—No te preocupes, mamá, no soy un controlador; estoy luchando, mamá. No me rendiré hasta salvarte.
Pero eso habría sido un grave error. No soy un sentimental de los que les da por cometer estupideces aunque a veces me gustaría serlo.
—Vete al laboratorio —Visser Uno interrumpió mis pensamientos—. A trabajar.
Pasó a mi lado y salió de allí, ignorándome por completo, como si ya se hubiera olvidado de que existía. Contuve la respiración cuando atravesó el umbral, pero Ax y Tobías ya habían desaparecido. Por un momento temí que Ax la atacara.
Después, a través de la enorme ventana circular, vi algo grande y sinuoso como una serpiente. Debía de medir unos quince metros de largo y era más gruesa que un taxxonita. Era de color amarillo y tenía una boca que parecía capaz de tragarse una barca.
Venía derecha hacia el recinto y, a cada lado, como guardias de honor, llevaba una docena de hork-bajir vestidos con extraños trajes de buceo rojos, propulsados por pequeños motores acuáticos atados a los tobillos.
Tenía el presentimiento de que conocía a aquella extraña serpiente.