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<Y ahora, ¿qué? —preguntó Tobías—, ya hemos pasado la barrera de los vigilantes.>

<Habrá que echar un vistazo ahí dentro>, respondió Jake no muy entusiasmado con la idea.

<Dos de las grandes compuertas están abiertas —observó Rachel—; pinto, pinto, gorgorito…>

<¿Cara o cruz?>, sugerí yo.

<¿Un número del uno al tres?>, añadió Cassie.

<¿Qué significa todo eso?>, preguntó Ax.

<Estos son avanzados métodos humanos para tomar decisiones —contesté—. ¿Qué os parece la puerta del centro?>

<La del centro>, corroboró Jake.

Nadamos hacia ella. Desde lejos parecía grande, y de cerca lo era todavía más, lo bastante para que el submarino entrara por allí. Desde fuera el túnel parecía oscuro pero, una vez lejos de la verdosa luz del sol que se filtraba desde arriba, nos percatamos de que también había luz en su interior.

Dimos varias vueltas antes de entrar para no levantar sospechas. La puerta abierta y el pequeño túnel conducían a una piscina rectangular, un pequeño muelle para un barco, obviamente; lo más seguro es que lo utilizaran para el submarino. Allí había otros peces martillo, pero seguían ignorándonos.

Subí a la superficie una vez dentro del recinto, dejando que mi aleta dorsal se hiciera camino en el aire. Me giré hacia un lado para echar un vistazo con el ojo izquierdo. Los ojos del tiburón no están hechos para mirar fuera del agua, pero de algo serviría. Vi un muro de acero ondulado que formaba el muelle rectangular en el que nos encontrábamos; aparte de eso sólo podía mirar al techo sobre nuestras cabezas.

<No vamos a ver mucho más si nos quedamos con la forma de tiburón —comentó Rachel—, debemos salir y echar un vistazo por los alrededores.>

<¿Y nos convertimos en qué? —preguntó Jake—, necesitaríamos algo que no llamara la atención aquí, algo de lo que los controladores no se percataran y que tuviera buenos instintos.>

<Moscas —sugirió Cassie—, todos menos Tobías nos hemos transformado alguna vez en moscas.>

<Perfecto, me vuelvo a quedar fuera>, se quejó Tobías.

<Me temo que notarían la presencia de un ratonero de cola roja volando en un recinto sumergido —indiqué—, aunque probablemente también haya ratas en este sitio, así que tal vez aprecien que estés aquí para comértelas.>

<Tendremos que convertirnos primero en humanos —señaló Jake— para transformarnos en moscas, y todo bajo el agua, sin ahogarnos.>

¡Wiu-wiu wiu-wiu wiu-wiu!

<¿Qué es eso?>

<¡Una alarma! Tío, ¡nos han pillado! ¡Saben que estamos aquí!

Los peces martillo se alborotaron. Se agruparon y avanzaron hacia nosotros, primero eran sombras oscuras en el agua y después sombras definidas cada vez más grandes. Nos volvimos para hacerles frente. Jamás lo conseguiríamos, ¡debía de haber unos cincuenta! Se acercaban imparables, removiendo el agua con sus largas colas.

Entonces… nos pasaron de largo. Siguieron nadando hasta el extremo más lejano del muelle y…

¡GRRIIIIIIIIIIII! Distinguimos el sonido de una puerta mecánica abriéndose.

<Está claro que no son tiburones normales>, apuntó Cassie.

<Vamos a seguirlos —propuso Rachel—, puede que nos lleven al sitio que buscamos.>

<Sí, o quizá nos lleven directamente a la fábrica de embutidos Oscar Mayer —repuse—: lonchas de pez martillo, queso, galletitas y postre.>

Fuimos tras los tiburones. Los seguimos hasta el final del muelle, donde se había abierto una nueva puerta. Había una fila de tiburones esperando para entrar; el camino se había estrechado tanto que sólo se cabía de uno en uno.

<Estoy empezando a pensar que Marco tenía razón —comentó Tobías—, esto desde luego tiene toda la pinta de ser un matadero de tiburones.>

<No lo creo —contestó Cassie—, me juego el cuello a que se trata de algo médico; además, sentiríamos el olor de la sangre si se hubieran cargado a otros tiburones.>

<A no ser que los hiervan vivos —respondí—. Hervidos y enlatados, todo en un solo proceso, para convertirnos en carne de tiburón enlatada.>

<¡Ahhh!>, gritó Cassie de repente.

Estaba justo delante de mí, y antes de que pudiera reaccionar, ya sabía por qué estaba gritando. Unas garras de acero habían salido de cada lado y me estaban agarrando por detrás de la cabeza de martillo. Las garras me apretaban con fuerza, pero no me hacían daño. Me levantaron hasta dejarme vertical, estaba fuera del agua. Mis branquias boqueaban en el aire, mi cuerpo temblaba de miedo.

Estábamos todos en fila sobre una cinta transportadora hecha de tiburones, todos colgados en vertical. Había controladores humanos y hork-bajir manejando unos paneles de control con esa actitud del que lleva mucho tiempo haciendo el mismo trabajo.

Doblamos una esquina para entrar en una segunda habitación, donde se levantaba un brazo mecánico lleno de herramientas cuya utilidad no podía imaginar.

El brazo mecánico se movió hacia el tiburón que se encontraba a dos espacios por delante de Cassie. De repente apareció una aguja larga y gruesa, no sé de dónde, y el brazo la clavó en la parte posterior de la cabeza del tiburón.

<Pero qué… ¿qué nos van a meter?>, grité.

No había tiempo, la cinta transportadora seguía moviéndose, ¡demasiado deprisa!

El brazo mecánico se movía también con precisión maquinal y clavó la aguja en la cabeza de Cassie.

<No es nada —acertó a murmurar Cassie—, creo que sólo es una vacuna; espero.>

Pero lo que venía después sí era algo. El brazo mecánico dudo; sacó una especie de detector de metales o algo así, que movió a lo largo de la cabeza de tiburón de Cassie. Después extrajo un torno, nada que ver con el del dentista, sino con el que se utiliza como barrena para hacer agujeros en la madera.

El torno empezó a girar y se metió en la cabeza de Cassie.

<¿Qué ha sido eso?>, gritó Cassie alarmada.

Volvió a salir y colocó un pequeño aparato de metal brillante en el agujero. A continuación, cauterizó el agujero con un rayo láser verde, provocando un hilillo de humo.

<¡Cassie! ¿Estás bien?>, gritó Jake.

<Hum… sí, supongo que sí.>

Y entonces llegó mi turno; te producía una punzada cortante de dolor, pero a los tiburones no les importa el dolor.

El torno salió y, segundos más tarde, me dejaban caer en el agua salada. Me habían dejado en el mismo muelle en el que nos encontrábamos antes. Había tiburones martillo por todas partes. A mis amigos los iban soltando casi encima de mí.

<¿Qué ha sido todo esto?>, preguntó Tobías.

<Nos han metido algo —contestó Cassie—, directo a nuestro cerebro, pero… ¡Ay! ¡Ay! ¡Aaaayyyyy!>

Me llegó a mí unos segundos más tarde. ¿Cómo describir el dolor? Ya he dicho antes que los tiburones son inmunes al dolor, ¿no? Pues bien, aquello no lo resistiría ni un tiburón. Sentía que me iba a explotar el cerebro, como si hubiera un animal loco encerrado en mi cabeza e intentara salir con sus garras.

<¡Aaahhhh! ¡No! ¡Aahhh! ¡Basta!>, grité.

¡BUUUM! ¡BUUUM! ¡BUUUM! ¡BUUM! Un sonido extraño retumbó por el agua.

El dolor cesó de golpe y, en su lugar, sentí una oleada de placer. Era como el sabor de una presa en mi boca de tiburón: el placer favorito de un tiburón.

<¿Qué está ocurriendo?>, preguntó Ax.

<No lo sé, pero no está nada mal.>

Entonces, me pasó algo rarísimo… sentí como si el cerebro del tiburón, ese simple cerebro de máquina de matar, se abriera. Mi mente de tiburón miraba más allá de los ojos y, por primera vez, podía darse cuenta de cosas que no tenían nada que ver con encontrar una presa.

Los ojos del tiburón eran capaces de ver la forma del acero ondulado que formaba el muelle; su sentido del olfato reconoció olores como el aceite, el óxido, o el de las algas, que no tienen nada que ver con matar o comer.

<Sé que esto parece una locura —comenté—, pero creo que este tiburón se está volviendo inteligente.>

<Como los tiburones que nos atacaron>, intervino Rachel.

<Mi cerebro de tiburón se pregunta —añadió Cassie sorprendida—, se pregunta si habrá algo de comer más tarde.>

<Eso no es normal en un tiburón>, replicó Jake.

<¡No! —contestó Cassie perdiendo los nervios—, los tiburones no «se preguntan» las cosas. Ni siquiera pueden formar el concepto de un futuro y menos aún «preguntarse» algo. ¡Es imposible!>

<Entonces, ¿qué significa esto?>, preguntó Tobías.

<Son los yeerks. Han alterado estos cerebros. Por eso los tiburones eran capaces de trabajar todos juntos el otro día. Los yeerks están cambiando el cerebro de estos tiburones y nosotros acabamos de recibir la primera dosis del tratamiento>, respondió Cassie.

<¿Por qué?>, inquirió Rachel.

<Sólo hay una razón para manipular la fisiología de estos cerebros: hacer posible que los yeekrs entren en ellos. El cerebro del tiburón normal es demasiado pequeño, demasiado simple para que los yeerks puedan entrar y controlarlo, por eso lo están alterando. Van a necesitar canales auditivos para que los yeerks puedan entrar y salir cómodamente de los cerebros>, contestó Ax.

<Una nueva versión de hork-bajir —exclamé—. ¡Eso es! Los yeerks quieren hork-bajir que puedan ir por debajo del agua. Necesitan tropas de animales peligrosos y temerarios que puedan llegar a donde los hork-bajir no llegan: al agua. ¿Qué mejor soldado que un tiburón controlador si necesitas tropas en un entorno submarino?>

<Sí —afirmó Tobías con una mueca—, y qué peor pesadilla para una especie pacífica que enfrentarse a ellos.>