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¡FWOOOOOSH! Una ola me golpeó las piernas desde abajo, y el agua me levantó de una sacudida y me lanzó por el túnel de plexiglás, en una dirección; a todos los demás los lanzó en la dirección contraria.

Vi al capitán justo delante de mí; lo golpeé con los pies, mientras me movía a unos veinte kilómetros por hora. Se agachó y el agua se lo llevó.

—¡Jake! ¡Rachel! —grité, pero nadie me respondió.

Entonces el agua me pasó por encima llenando el túnel por completo. Forcejeé para llegar a lo alto del túnel e intenté absorber una gran burbuja de aire, gris y revoltosa; en su lugar tragué un horrible sorbo de agua.

«¡Transfórmate, idiota!», me dije a mí mismo; necesitaba convertirme en delfín. ¡No!, en delfín no; éstos necesitan ir a la superficie para respirar. Tenía que ser un pez. Hacía mucho me había transformado en trucha, ¿podría todavía recuperar esa transformación?

Todo aquel rato había estado moviéndome a una velocidad increíble, transportado por el agua, y en ese momento me di cuenta de que no estaba solo, había un montón de peces conmigo, grandes y pequeños.

¡Aire, necesitaba aire!

¡Bump! Algo me rozó y me hizo rodar como una peonza. ¿Sería un cuerpo? Tal vez fuese uno de los otros. Me di la vuelta otra vez en el agua y aquel movimiento llamó la atención de un pez martillo, que decidió acercarse.

Di un pequeño grito de miedo y perdí algunas preciosas burbujas de aire de mis pulmones. Empecé a mover los brazos y las piernas lo más rápido posible contra corriente.

¿Transformarme en pez? ¡El pez martillo nos podría comer a todos en un momento!

Retrocedí hacia el túnel. Si conseguía colarme por el agujero que Ax había hecho y atravesar el túnel, llegaría a la superficie.

¡Aire! ¡Aire! ¡Me ardían los pulmones!

Atravesé a nado el túnel con aquella fiera persiguiéndome con toda tranquilidad.

¿Verdad que es raro sudar en el agua? Pues a mí me estaba pasando. Tenía el estómago en un puño, los brazos y piernas debilitados por el miedo y, para colmo, me daban continuos calambres.

No tenía tiempo para transformarme, sólo para nadar.

¡Allí estaba! ¿Era eso el agujero? ¡Sí! Un agujero, un agujero en el túnel. Un momento, aquel agujero era demasiado redondo, demasiado perfecto.

No tenía tiempo para preocupaciones; con un fuerte impulso empecé a subir por el agujero vertical. De repente saqué la cabeza a la superficie. ¡Aire! Respiré profundamente una y otra vez, a toda velocidad, emitiendo pequeños gritos sofocados.

¿Dónde estaba? Me encontraba en una especie de túnel vertical, de poco más de un metro de ancho, que se extendía todavía sobre mí más de un metro y terminaba en una rejilla de metal.

—El aire acondicionado —gemí, con una voz entre ronca y hueca. Me hallaba en una salida del aire acondicionado, así es como ventilan el túnel. Pero lo que a mí me preocupaba en aquellos momentos era que la rejilla estaba demasiado alta y que yo seguía en el agua.

¡El pez martillo! Metí la cabeza de nuevo en el agua y abrí los ojos para mirar.

Juro que casi me desmayo. El bicho aquel estaba subiendo hacia mí como una especie de misil lanzado desde un submarino. No pensé en nada, simplemente actué. Puse los pies en uno de los lados del túnel, y las manos en el de enfrente, y así me fue apoyando en las paredes para intentar subir a la superficie.

Tenía el trasero todavía en el agua cuando vi la horripilante cara del tiburón asomarse y mirarme. La cara de aquel animal, con aquellos ojos muertos en los extremos del martillo, es horripilante.

Aquella visión me hizo reaccionar y dar otro paso por las paredes del túnel, pero el plástico era resbaladizo y yo estaba demasiado débil para mantenerme allí arriba durante mucho tiempo.

—¡Vete a matar a otro, monstruo! —le grité.

La cabeza desapareció en el agua, pero yo sabía que todavía estaba allí. Esperando.

—¡Ahhh! ¡Ahhh! —se me resbaló la mano izquierda y casi me caigo. No aguantaría mucho más, me iba a caer.

Sólo podía hacer una cosa, adquirir su ADN. «Los animales languidecen cuando los adquieres —me dije—, excepto cuando no languidecen, como el delfín de Tobías».

¡Qué locura! No aguantaba más, pero si me caía mi única esperanza era agarrarme como fuera al tiburón.

El animal sacó el morro del agua otra vez. Era mi oportunidad.

—Si por casualidad me tuvieras que comer —le grité al tiburón—, hazlo rápido.

Me solté y le caí justo encima. Es curioso, porque a pesar de ser tan duros, estos bichos no están acostumbrados a tener un humano sobre su lomo pegando gritos y moviéndose presa del pánico a toda velocidad.

—¡PAFFFFF!

Golpeé al pez martillo de tal forma que quedó un poco atontado y los dos nos hundimos juntos, de nuevo hasta llegar al túnel principal.

Antes de que se espabilara del todo, saqué la mano y le agarré la aleta dorsal. «¡Por favor, por favor, te lo ruego, duérmete como los demás!», pensé.

Me concentré y, para mi infinito, profundo y agradecido alivio, el pez martillo se volvió pacífico y se tranquilizó.

Rodeé al gran monstruo con mis brazos, feliz por llevar manga larga, y flotamos hacia el agujero que Ax había hecho, hacia el aire, las estrellas y la libertad.

El tiburón todavía estaba en trance cuando saqué la cabeza a la superficie. Los muros de alrededor eran más altos de lo normal, ya que el agua se había derramado por todos los túneles, pero allí arriba vi caras ansiosas y preocupadas mirando hacia abajo.

—Eh, ¿qué hacéis, chicos? —pregunté.

—¡Marco! ¡Estás vivo! —exclamó Cassie.

—Sí, y quiero que conozcáis a alguien que he traído conmigo. Todos a bañarse, es la hora del pez martillo.