—Aquellos no eran peces martillo normales —afirmó Cassie—. Alguien los estaba dirigiendo de algún modo, los controlaban. Funcionaban en grupo y eso no es normal en esos animales.
Nos habíamos reunido en el bosque que estaba delante de la granja de Cassie.
—¿Serán controladores? —preguntó Rachel—. Recordad los caballos de la otra vez.
<No —respondió Ax—. Cassie me ha enseñado fotos de la estructura interna de un pez martillo y en su cerebro no cabe un yeerk. Esa estructura jamás podría albergar a un gusano de ésos.>
—Podrían ser implantes —sugerí—, ya sabéis, electrodos o algo así.
Se encogieron de hombros. ¿Cómo lo íbamos a saber? Todo lo que sabíamos era que un puñado de tiburones no muy normales casi nos meriendan.
<Estaban vigilando las instalaciones, eso está claro>, declaró Tobías.
—Razón de más para meternos allí —observé.
Rachel asintió y Jake me miró levantando las cejas. Sabía lo que mi amigo estaba pensando. Moví la cabeza ligeramente, diciéndole que no, no se lo iba a decir a los demás, todavía no. Quizá no se lo diría nunca.
Se encogió de hombros y lo dejó pasar. Era evidente que no estaba de acuerdo.
—Creo que Marco tiene razón. Hay que volver allá abajo —declaró Jake—. Están esos leerans de los que nos habló Erek, no podemos permitir que haya controladores leyendo la mente de los demás por ahí.
—¿Crees que la cosa aquella con forma de rana era un leeran? —le preguntó Cassie a Ax.
<Sí, yo diría que sí —contestó. Parecía incómodo—. Pero tampoco es que me sepa de memoria la enciclopedia de las formas galácticas vivas.>
—¿Dónde podemos conseguir esa enciclopedia? —interrumpí—. ¿Crees que la tendrán en la biblioteca municipal?
<La pregunta es: ¿cómo hacemos para echar un vistazo al interior de las instalaciones?>, preguntó Tobías.
—No te va a gustar la respuesta —repliqué.
El comentario hizo reír a todo el mundo.
—Deberíamos transformarnos en pez martillo —sugirió Cassie—. Los peces martillo vigilantes perseguían tanto a los delfines como al tiburón tigre de Ax. Me da la sensación de que persiguen todo lo que no sea un pez martillo. No hay peces martillo en Los Jardines, pero sí que los hay en el Mundo Oceánico. Tienen una piscina gigante con varias clases de tiburones. Llamé ayer y me dijeron que tienen un pez martillo muy grande, de unos cuatro metros de largo.
—Hum, perdona que te interrumpa —intervine—, pero ¿ha pensado alguien en el pequeño detalle de que tenemos que estar en nuestros cuerpos reales para adquirir el ADN de esos animales?
Me arrepentí al instante de haberlo dicho. Parecía que de repente era un valiente que no se echaba para atrás, y minutos después era el primero que se acobardaba.
No dejaba de pensar en el numerito del día anterior, no podía permitirme el lujo de ser un cobarde. Así que añadí:
—Pero bueno, ¿quién se va a asustar por unos tiburones de nada?
—Tú —contestó Rachel de forma terminante.
Me sentó como una patada. Quizás ella no lo dijo con mala intención, pero por más que pensé, no pude darle una respuesta adecuada. Me puse como un tomate y me volví fingiendo estar interesadísimo en un escarabajo que subía por un árbol.
—Debemos ir por la noche —señaló Cassie—. Esta noche, supongo, mañana hay que ir al colegio.
—Olvida el colegio ahora —añadí con brusquedad—. Además, hay una reunión de alumnos, así que podemos largarnos pronto y nadie nos echará de menos. Tenemos tiempo de sobra para volar hasta la isla.
—Pues venga —asintió Jake—, esta noche al Mundo Oceánico y mañana a la isla después de clase. Vamos a necesitar una buena excusa para nuestros padres por si volvemos tarde. No me pueden pillar otra vez.
Y ahí quedó eso hasta que hubo anochecido. Yo le dije a mi padre que me iba a casa de Jake a hacer los deberes y que a lo mejor volvía un poco tarde. Él respondió que le llamara si necesitaba que me fuera a buscar.
Volamos hasta el Mundo Oceánico y aterrizamos en el parque oscuro y solitario. Recuperamos nuestras formas de humanos salvo Tobías y Ax. Es curioso porque transformado en gaviota me sentía bien en aquel parque abandonado y tenebroso, pero con mi forma humana estaba fuera de lugar, tenía la sensación de que me iba a meter en problemas.
El Mundo Oceánico es un parque con instalaciones muy nuevas. Contiene varios acuarios gigantes, tan grandes como edificios de apartamentos. Además hay un túnel de plexiglás por el que caminas en una cinta transportadora que avanza muy despacio. El túnel va literalmente por el agua y los peces están por todas partes, a tu lado e incluso por encima.
Pero no habíamos ido allí como turistas, no podíamos simplemente mirar los tiburones y punto, teníamos que tocar a uno de ellos en concreto.
—Me gustaría saber cómo vamos a hacerlo —susurró Cassie mientras nos iba guiando hacia el acuario de los tiburones—. Los tiburones no son delfines, y aunque estén bien alimentados, no son lo que se dice animales de compañía.
—Si juntas el acariciar tiburones con el rodeo de delfines tendremos todo un espectáculo —comenté, pero nadie se rió; sólo Jake soltó una especie de media sonrisa.
Y mientras tanto tenía la sensación de que mis tripas se estaban transformando por su cuenta, como si el estómago se convirtiera en algún líquido abrasivo.
—Tengo una idea —exclamó Rachel—. El pez martillo no tiene que estar consciente para que lo podamos adquirir, ¿verdad? Pues nos transformamos en delfines y nos metemos en el acuario; seis delfines contra un pez martillo —se encogió de hombros como para que sacáramos nuestras propias conclusiones.
—¿Quieres decir —replicó Cassie indignada— que empecemos a golpear al pobre animal hasta dejarlo medio muerto, aunque ni siquiera nos haya atacado?
—Es un pez martillo, Cassie, un tiburón, la gente los come —se defendió Rachel al tiempo que movía las manos, como tratando de ser razonable.
—Y viceversa —añadí.
—Te muerden con sólo saltar a la piscina —intervino Jake—. Quiero decir: ¿cómo vamos a intentar siquiera tocarlo con nuestra forma humana? —miró a Ax—. ¿O con la forma andalita?
Cassie iba a decir algo, pero al final simplemente apretó las mandíbulas como suele hacer cuando no aprueba algo.
—Por mí pueden morirse todos los tiburones —comenté y me reí, como si fuera un chiste, pero no lo era.
<Son depredadores y se comportan como tales —interrumpió Tobías—. No son el demonio, sólo tienen hambre.>
—¿Así que estás con Cassie? —le pregunté.
<No, pero se trata de matar o de que te maten, de comer o de que te coman. Así funcionan, lo sé porque soy un depredador; lo único que digo es que hacemos lo que tenemos que hacer.>
Tobías se había hecho más fuerte desde que quedó atrapado en la forma del ratonero.
—Está bien —refunfuñó Cassie de mala gana—. Acabemos con esto de una vez.
Anduvimos hasta los acuarios. Eran tres óvalos gigantes, como piscinas. Estaban construidos de modo que dejaban espacio para los pasillos de plexiglás.
No se oía otro ruido más que nuestros pasos sobre el cemento, y el sonido de las pezuñas de Ax. Sólo veíamos sombras oscuras, que se hacían más intensas con la tenue luz de la piscina. Sólo sentíamos miedo.
El pasillo que conducía a los acuarios estaba flanqueado por arbustos bien alineados. Tobías iba volando por encima, cuando de repente se acercó en picado.
<¡Viene alguien!>
Saltamos a los arbustos; caí con brusquedad sobre los hombros y rodé un poco bajo el camuflaje de pequeñas hojas y ramitas. Ax también saltó, pero los arbustos sólo medían medio metro y Ax no puede rodar.
De repente ¡el haz de una linterna!
—¡Quieto! ¡No te muevas! Pero qué…
Oí el sonido del cargador de una pistola. Observé a trasvés de los arbustos y vi el círculo blanco de la luz de la linterna que se proyectaba sobre el lomo de Ax.
—Pero ¿qué narices eres tú? Eh, ¡capitán!, ¡aquí!, ¡aquí!
<Príncipe Jake, ¿qué debo hacer?>, preguntó Ax.
Se acercaban más pasos rápidos.
—¡Capitán! ¡Mire esto! ¡Guau!, pero ¿ve usted esto?
El primer vigilante mantenía la luz sobre Ax, pero le temblaba el pulso. No me extraña, Ax no es lo que uno esperaría encontrar una noche oscura en un acuario para turistas.
El capitán le dirigió una segunda luz, y oí cómo sacaban su pistola y la cargaban.
—¿Preguntas que qué es eso? —añadió el capitán con mucha calma—. Pues un andalita, hijo. No es más que un andalita.