Nos sumergimos y enseguida los divisamos. Eran tiburones martillo.
<Debe de haber unos diez>, advirtió Tobías.
<Diez suyos contra cinco delfines y un tiburón tigre —gritó Rachel—. ¡Pan comido!>
A veces admiro la temeraria valentía de Rachel, pero en otras ocasiones me dan ganas de abofetearla. Ya nos habíamos enfrentado a tiburones antes y habíamos vencido por poco.
Y la pesadilla se iba a repetir, pero esta vez con más contrincantes.
<Tranquilos, no sabemos si nos van a atacar>, profirió Jake con toda la calma posible sabiendo que se nos echaban encima diez tiburones.
<Estos tiburones normalmente no atacan a los delfines —interrumpió Cassie—, a menos que estén hambrientos o sean muchos más que ellos.>
<Vaya, yo he contado diez y nosotros somos cinco —repliqué—. ¿Se puede considerar eso como «muchos más»?>
<Esperemos que no tengan hambre —añadió Tobías enfadado—. Nunca he hecho esto antes, ¿algún consejo para luchar contra los tiburones?>
<Sí, no dejes que te muerdan.>
Los peces martillo se acercaban directos hacia nosotros. Venían como tropas bien entrenadas. Tuve una repentina y clara sensación del punzante dolor que experimenté cuando me mordieron aquella vez. Casi me parten mi cuerpo de delfín en dos, me dejaron la parte de la cola suelta, unida a mí sólo por unos jirones de carne y algunas tripas.
He pasado mucho miedo desde que me convertí en animorph, pero aquello resultaba espantoso. Hay pocas cosas en el mundo más temibles que ver acercarse a un bicho de ésos hacia ti, sobre todo cuando sabes que tiene intención de devorarte.
<Bueno, mirad, no necesitamos enfrentarnos a ellos —indicó Jake—. Mejor nos largamos de aquí.>
<¿Huir? ¿Así sin más?>, protestó Rachel.
<Estás invitada a quedarte aquí, Rachel>, le dije.
<Eh, luchamos contra yeerks, no contra peces martillo>, aclaró Cassie.
<Exacto, y yo me largo>, sentencié.
Moví la cola con un golpe seco para darme la vuelta y entonces casi me da un soponcio.
<¡Dios mío! —exclamó Cassie—. ¡Hay más detrás!>
Otros cuatro peces martillo se acercaban hacia nosotros. En total eran catorce, tocábamos a más de dos por cabeza.
Jake ya había dado la orden de retirada, pero no fue eso lo que me impulsó a hacer lo que hice. Huí, sí, así de sencillo. Estaba aterrorizado. Reuní todas mis fuerzas y con un golpe de cola me largué entre ambos grupos de tiburones.
<¡Moveos, moveos, moveos!>, gritó Jake.
No esperé a escuchar la orden y comencé la retirada. Todo me daba igual, tenía miedo, recordaba a la perfección aquellos dientes de tiburón desgarrándome la carne, podía sentirlo como si estuviera ocurriendo en aquel momento.
Me movía a velocidad de vértigo. Mis amigos me seguían de cerca, pero yo encabezaba al grupo.
<Dirígete hacia la playa, puede que no nos sigan hasta las aguas menos profundas>, gritó Cassie.
Los tiburones adivinaron nuestras intenciones y cambiaron su rumbo para pillarnos por el otro lado. Eran rápidos, quizá no tanto como nosotros, pero bastante.
Los dos grupos de tiburones se acercaban; el martillo y el yunque nos iban acorralando. Aceleramos y aceleraron. ¡Demasiado tarde! Dos de los más grandes nos cerraron el paso. Me di la vuelta a toda velocidad, no había escapatoria, nos tenían rodeados. Lo único que veía en aquellos momentos era los cientos y cientos de dientes puntiagudos, tan afilados como cuchillos.
<Concentrémonos en uno —apremió Jake—, intentemos hacer que sangre y el resto atacará al herido.>
Era una buena táctica, pero aquellos tiburones me daban mala espina; no sabía por qué, el caso era que notaba algo raro en ellos.
Jake se lanzó a por el más cercano de los monstruos y los demás lo seguimos. Cinco delfines y un tiburón tigre, moviéndose como posesos en el agua salada, se lanzaron implacables a por el desafortunado tiburón.
Todo ocurrió demasiado deprisa para que los demás reaccionaran, y supongo que al tiburón que habíamos elegido le pilló desprevenido, y no tuvo tiempo de escapar.
Jake lo golpeó con el morro y después lo embestí yo con todas mis fuerzas.
¡PAFFFFF! El impacto me sobresaltó y desorientó; durante unos segundos no pude ver nada. Era consciente de que los demás estaban golpeando también al tiburón rápidamente.
La sangre empezó a brotar de sus branquias y oscureció el agua.
<¡Es nuestra oportunidad, ahora empezará el frenético banquete!>, gritó Jake.
Pero había algo que no iba bien. Los otros tiburones no atacaban al herido. La sangre flotaba en el agua como un pañuelo de seda y los tiburones la ignoraban. Para nuestra sorpresa continuaron persiguiéndonos, era como si se hubieran hecho señales entre ellos, avanzaban al mismo tiempo, como si lo tuvieran perfectamente planeado.
Sabía que iba a morir, y lo peor de todo era que sabía exactamente cómo me sentiría.