7

Supongo que no nos habíamos parado a pensarlo. Veréis, como humanos lo único que teníamos que hacer para adquirir el ADN de un delfín era acariciarlo un poco cuando se acercara a los bordes de la piscina. Sin embargo, Tobías en su cuerpo normal de ratonero no tenía manos, sino garras, y si alguna vez habéis visto las garras de un ratonero, sabréis que no es para tomárselo a broma; los ratoneros cazan con las garras, no con el pico.

Jake y yo vimos a Tobías volando en círculos sobre la piscina de los delfines. No parecía decidirse.

<Puedes dejarlo si quieres, ¿eh?>, le grité en tono sarcástico, todavía con la excitación del viaje en la montaña rusa.

<Muy gracioso>, respondió Tobías cortante.

Se volvió, pegó las alas al cuerpo y comenzó a descender, rápido como una bala.

Era un sábado y como era temprano no había mucha gente en el parque, aunque había suficiente público, unos en las gradas y otros apelotonados cerca de la piscina, contemplando a los delfines. Por suerte, nadie miraba al cielo, excepto un chico, un niño pequeño que señaló hacia arriba y con una voz chillona, que de algún modo sobresalió del ruido de fondo, gritó:

—¡Mamá! ¡Ese pájaro va a atacar a los delfines!

—¡Tseeeeeeeeeer! —chilló Tobías con su voz de ratonero.

<Hum… ¿hemos hecho una tontería?>, sospechó Cassie demasiado tarde.

Uno de los delfines saltó en el agua y Tobías fue a por él.

—¡Oooooh! —profirió la multitud.

Tobías se lanzó, como si fuera a por un ratón, sólo que aquél era un ratón gigante. Sacó las garras, colocó las alas de forma que funcionaran como frenos en el aire, y lo alcanzó, para enseguida quedarse enganchado. Hincó las garras en la carne suave y elástica del delfín, mientras el animal se arqueaba en el aire. Era como un extraño baile aéreo: el delfín gigante y el pequeño ratonero chocando a tres metros por encima del agua. Sería precioso si no se tratara de una locura.

—¡Aaaaaaahhhhhh! —aulló la multitud y el delfín empezó a bajar.

<¡Me he quedado enganchado! —gimió Tobías—. La garra de mi pata izquierda está…>

No oímos más porque el delfín se había sumergido.

¡Plaaasssshhhhh!

Se oyó un tremendo chapoteo y entonces la multitud se acercó aún más para no perder detalle.

—¡Guauuuuuu!

—¿Es parte del espectáculo? —preguntó alguien.

—Seguro que no. Mira a los cuidadores de los delfines, están como locos.

Era verdad, los cuidadores estaban que se subían por las paredes. No hacían más que correr de un lado a otro de la piscina para llamar la atención del delfín, con la esperanza de que se acercara a los bordes de la piscina y pudieran arrancarle el pajarraco.

Pero a los delfines les encanta jugar, y aquello era un entretenimiento nuevo y divertido. Supongo que Tobías no le hacía daño, porque el delfín seguía manteniendo su sonrisa inmutable y pegaba saltos por toda la piscina. Se arqueaba en el aire y se sumergía hasta el fondo, mientras Tobías gritaba como loco.

<¡Aaaahhhhh! Me va a ahogar.>

Todos le dábamos consejos útiles.

<¡Mantén la respiración!>

<¿Ah, sí? ¿Tú crees que debo mantener la respiración?>, logró contestar a duras penas.

<No le pasa nada —intervine—. Todavía es capaz de ser sarcástico.>

<¡Suéltate, deja que se vaya!>, le gritó Ax.

<Vaya, no se me había ocurrido —repuso Tobías—. ¡Aaaahhhh!>

<Está empezando a adquirirlo —interrumpió Rachel—. Lo va a poner en trance.>

<Lo estoy adquiriendo… —informó Tobías—. Pero ¿sabéis qué? No parece funcionar. ¡Aaaahhhhh!>

<Voy a ayudarlo>, resolví.

<¿Cómo?>, preguntó Jake.

<¡Kamikaze!>

Me dirigí al lugar donde pensaba que Tobías podría salir. Plegué las alas, escondí la cola y gané altura.

De repente, el delfín se elevó en el aire en dirección hacia un aro que había colgado sobre la piscina para poder atravesarlo. Aquello se ponía feo, no había espacio suficiente para el ratonero enganchado en su lomo.

<¡Oh, no!>, gimió Tobías al darse cuenta.

Bajé como un cohete, hasta formar una bruma blanca. Calculé al milímetro mi objetivo, hice un último ajuste en la cola y…

¡PATA PAF!

Le di un golpetazo a Tobías y lo separé por fin del delfín, en el momento en que éste iba a pasar por el aro.

<¡Cuidado!>, gritó Tobías.

<Cuidado tú, te acabo de salvar la vida>, repliqué.

Tobías comenzó a mover las alas empapadas y a ascender poco a poco.

<Gracias, la próxima vez que me salves la vida intenta hacerlo sin romperme los huesos.>