Al final le dije a Jake que debíamos intentarlo, debíamos averiguar qué estaba ocurriendo en la isla Royan, pero también le aclaré que no les dijera a los demás lo de mi madre. Mantenía la esperanza de poder ocultar mi oscuro secreto y evitar que sintieran lástima.
—La isla Royan es un islote privado a unos treinta y seis kilómetros de la costa —indiqué a los demás cuando estábamos reunidos en el granero de Cassie. El granero es también la Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje, un lugar donde Cassie y su padre curan animales salvajes que están heridos o enfermos.
Era un sábado por la mañana y estábamos planeando echar un primer vistazo de reconocimiento a la dichosa isla.
—Es de unos ocho kilómetros de largo y cinco de ancho, y tiene forma de media luna —continué.
—Muy poético —exclamó Rachel—, media luna.
—Eh, lo he leído en una guía turística, ¿vale? —repliqué con una mueca.
Me arrepentí de haber contestado de aquella manera. Con ese tono sólo conseguía que se me notara tenso.
—Bueno —proseguí tras respirar profundamente—, el caso es que Ax dice que los leerans pueden leer el pensamiento, así que debemos tener mucho cuidado y no acercamos demasiado a ellos.
—¿Cuánto es demasiado? —preguntó Jake a Ax.
<No sé —reconoció Ax—. Creo que un metro más o menos, pero no estoy seguro.>
—¿Y cómo llegaremos a la isla? —intervino Cassie—. ¿Por mar o por aire?
<Treinta y seis kilómetros son muchos para hacerlos a nado>, profirió Tobías.
Se encontraba en el techo, como siempre, echando un ojo a toda la nave y escuchando con su oído de ratonero.
—Podemos combinar las dos cosas —añadió Jake—. Volar hasta allí, descansar y convertimos en delfín.
<No todos podemos transformamos en delfín —interrumpió Tobías—. Yo creo que volaré hasta el final.>
Cassie miró de reojo a Tobías, creo que estábamos pensando lo mismo. Desde que Tobías había recuperado su capacidad para transformarse, parecía que ya no quería hacerlo.
—Ax se puede transformar en el tiburón de la primera vez que lo rescatamos —señalé—, eso servirá igual que un delfín y, si Tobías no quiere transformarse…
<Yo no he dicho eso>, corrigió Tobías enseguida.
—Tobías —añadió Jake tras mirar el reloj—, todavía puedes ir a Los Jardines y adquirir el ADN de un delfín. Los Jardines nos pilla de camino más o menos.
<Tengo que tener mi propio cuerpo para adquirir una transformación —aclaró Tobías— y no queda demasiado bien un ratonero posándose en un delfín, ¿no crees?>
—Ya, claro, es igual —dijo Jake y añadió con una sonrisa—: Ven con tu cuerpo de ratonero. Siempre has sido nuestra arma secreta con esa forma.
Tobías pareció considerarlo y, a continuación, dijo:
<No, tienes razón, quizá debería convertirme en delfín, treinta y seis kilómetros sobre el mar… no es exactamente el mejor sitio para volar; no es fácil conseguir corrientes térmicas en el mar. Lo haré, me convertiré en delfín. Como queráis, sí, me transformaré. No pasará nada, ¿verdad? Quiero decir que un delfín en el agua es como un pájaro en el aire, ¿no?>
Todos lo estábamos mirando. Tobías no suele atropellarse al hablar y a todos nos extrañó. Fue Cassie quien se dio cuenta primero.
—Tobías, ¿te da miedo el agua?
<¿Miedo, el agua, a mí?>
—Yo diría que eso es un sí —me reí—. No tienes miedo de volar a una altura de casi dos kilómetros por encima de la tierra y, sin embargo, ¿te da miedo el agua?
<No es el agua —repuso nervioso—. Es sólo que, ya sabes, que allí no hay aire, no puedes respirar y sientes presión por todas partes.>
—Bueno, ¿y si dejamos en paz a Tobías? —exclamó Rachel—. Si no le gusta el agua, pues no le gusta y punto.
<No pasa nada —respondió Tobías un poco tembloroso—. Estoy bien, me convertiré en un delfín y ya está. Viven en el agua, ¿no?>
—Pues venga —concluyó Jake—. Tobías tiene que ir a Los Jardines a jugar con los delfines y nosotros haremos nuestra parte, así que vámonos y esperemos que todo salga bien.
<Los delfines mantienen la respiración bajo el agua, ¿no? —preguntó Tobías—. Quiero decir que, bueno, supongo que sí lo hacen… pero si se les olvida…>
—Todo saldrá bien —le aseguró Cassie—. Ya verás. Una vez que te hayas convertido en delfín no volverás a tener miedo al agua.
<Al agua, Dios mío, al océano entero.>
No entendía por qué, pero el hecho de que Tobías tuviera miedo me hacía sentir mejor; supongo que por aquello de mal de muchos…
—Venga, vamos a transformamos —indicó Jake.
Minutos más tarde poseía unas grandes alas plegadas, con brillantes plumas blancas y sentía una pasión desmesurada por la basura.