Erek el chee, era un chico que conocía de clase, pero era algo más que un simple chico. Los chee son una raza de androides. Se hacen pasar por humanos proyectando alrededor de sí una especie de campo energético holográfico que los hace parecer personas. Aunque Erek parece muy joven, es más viejo que Matusalén.
Los chee llegaron a la Tierra hace cientos de miles de años. Eran los compañeros de los pemalitas, cuyo planeta había sido devastado en una violenta invasión. Los pemalitas habían intentado escapar, pero todo sucedió demasiado deprisa y cuando llegaron a la Tierra, no quedaba ni un solo pemalita vivo.
Los androides chee, al ser inmortales, hicieron cuanto pudieron para salvarlos o al menos para preservar su espíritu: otorgaron una nueva vida a la esencia de los pemalitas mezclándola con los lobos y, de esta unión, nacieron los perros.
Supongo que habéis visto lo tiernos y simpáticos que suelen ser los perros, así que os podéis hacer una idea de cómo eran los pemalitas, y también de cómo son los chee.
Son pacíficos, lo que no quiere decir que sean débiles. Erek solito podría haber acabado con cada una de las personas que estaban en el centro comercial aquel día y después haber destrozado el edificio delante de nuestras narices. En serio. Pero los chee son pacifistas, qué se le va a hacer. También son enemigos de los yeerks; los observan y aprenden de ellos para, a su manera, hacer todo lo posible por retrasar la invasión de esos malditos gusanos.
Erek esperó hasta que hubiéramos terminado nuestra pequeña broma y yo estuviera saliendo del centro comercial con Jake. Nos habíamos separado de los otros para no parecer un «grupo».
—Hola, Marco —saludó Erek—. Hola, Jake.
No nos lanzamos a sus brazos, porque habíamos visto lo que ocurrió aquella vez que Erek perdió el control y se convirtió en una máquina de matar hork-bajir. Nos resultaba difícil tratar a alguien tan poderoso como si fuera un chico normal.
—¿Qué tal Erek? ¿Cómo va eso? —preguntó Jake, con cautela.
—Bien. Sabemos por nuestras fuentes que habéis estado haciendo un buen trabajo contra… contra nuestros grandes conocidos —bajó la voz—. Será mejor que hablemos en privado.
De repente, algo brillante nos rodeó y se hizo el silencio en el centro comercial, al tiempo que Erek dejaba de ser un humano para convertirse en un robot de cromo y marfil, con forma de perro delgado sobre dos patas.
—¿Qué has hecho? —le pregunté.
—He extendido mi holograma a vuestro alrededor así la gente que pase por aquí verá un grupo de guardias de seguridad hablando. No nos molestarán ni oirán lo que hablamos.
Aquello era una pasada, pero se me revolvió el estómago de sólo pensar que Erek no podía haber armado todo eso para hablar de deportes o de cualquier tontería.
—Hicisteis un buen trabajo rescatando a aquellos dos hork-bajir. Puede que sean las semillas de algo muy poderoso y bueno. Y habréis sido vosotros los responsables de la salvación de una raza entera.
—Nos gusta mantenemos ocupados —comenté al tiempo que me encogía de hombros—, ya sea salvando razas enteras o jugando a la Nintendo.
Erek se rió con su hocico de cromo, pero enseguida se puso serio otra vez.
—Necesito hablar contigo a solas, Marco.
—Bueno, no tengo secretos para Jake —dije—, creo que la combinación de sinceridad y confianza es la base de un buen matrimonio.
—Es sobre alguien que estuvo muy cerca de ti en otra época, Marco.
Se me paró el corazón, sabía exactamente de quién hablaba, y empecé a decir algo, pero no me salía nada. Lo intenté de nuevo.
—¿Mi madre?
Erek miró a Jake.
—No hay problema —dijo Jake— lo sé todo, soy el único que está al corriente.
—Marco —asintió Erek—, tu madre ha vuelto a la Tierra para supervisar un nuevo proyecto secreto que se está llevando a cabo en la isla Royan, o mejor dicho, bajo las aguas que la rodean.
La verdad es que no estaba escuchando lo que Erek decía, todavía estaba procesando eso de que mi madre había vuelto a la Tierra, y Jake, que lo comprendió enseguida, fue quien contestó.
—¿Qué están haciendo?
—No lo sabemos —contestó Erek—, pero tiene que ser algo importante para que Visser Uno lo supervise.
—A Visser Tres no le debe hacer ni pizca de gracia.
—Visser Tres no parece uno de los yeerks favoritos de Visser Uno, y viceversa —asintió Erek.
—Desde luego —corroboró Jake.
—Mira, no… No sabíamos si debíamos decíroslo, pero tras una investigación concienzuda pensamos que Marco tiene derecho a saber que su madre ha vuelto. De todas formas, hay algo que debéis tener claro: Visser Uno no ha llegado a la cima de la jerarquía yeerk por su amabilidad precisamente; es brillante y muy peligrosa.
Jake me miró para ver cómo reaccionaba.
—¿Os creéis que no sé cómo es Visser Uno? —respondí acalorado.
—Sé que lo sabes —replicó Erek—, pero los yeerks engañan a los humanos con suma facilidad porque juzgáis a la gente por sus caras y por sus ojos. La cara de Visser Uno es la de alguien en quien tú confías, Marco, aunque si los animorphs decidís investigar lo de la isla Royan, puede que os encontréis con la verdadera cara de Visser Uno.
Me daba cuenta de adónde quería llegar, y me estaba poniendo furioso, sin entender muy bien por qué.
—Mira, Erek, no soy idiota, ¿vale?
—Ya lo sé —replicó Erek moviendo su cabeza de robot—, pero quieres a tu madre y deseas salvarla, por lo que puedes cometer errores.
Juro que me hubiera abalanzado sobre Erek, pero sé que él me habría dejado golpearlo y todo lo que habría conseguido es hacerme daño.
—Todavía hay algo más —prosiguió Erek—. Tenemos razones para pensar que hay una nueva especie de controladores en la isla Royan. Creemos que se llaman leerans.
—Gracias, Erek —dijo Jake.
—¿Estará bien? —le preguntó Erek a Jake.
No quería oír la respuesta de Jake, así que me volví y salí del holograma. Una señora que pasaba por allí se quedó alucinada al ver a un chico salir directamente de un guardia de seguridad que estaba hablando con sus compañeros. Jake me siguió unos segundos más tarde.
—Erek no ha querido molestarte, lo sabes, ¿no? —aclaró Jake—, sólo quería decir…
—Ya sé lo que quería decir —espeté—. Se preguntaba si, llegado el momento, sería capaz de destruir a mi madre para proteger la misión. Eso es lo que quería decir.
Jake me agarró por un hombro y me dio la vuelta.
—¿Y bien?
Todavía estaba enfadado, pero sabía muy bien la causa; no era porque Erek me hubiera insultado ni nada parecido, sino porque tenía razón.
—No lo sé, Jake —contesté—. No lo sé.