Supongo que pensáis que transformarse es divertido, y lo es, pero además es escalofriante, extraño y excesivo. Hasta que no lo pruebas es imposible entender lo raro que resulta. Tu cuerpo de siempre, tus brazos y tus piernas, tu cabeza y tu cara, todo cambia por completo. Sólo permanece la mente. Te quedas sin piernas, sin dedos, sin boca para hablar, y miras el mundo a través de los ojos de un animal.
En cuanto me concentré en el loro, empecé a notar los cambios. Mi piel se tornó verde, pero no ese tono que puedes tener cuando estás enfermo, sino un verde llamativo, intenso y brillante típico de las plumas de los loros.
—¡Vaya! ¡Es genial! —exclamé.
Los otros también cambiaron de color. Jake se volvió blanco como la nieve, blanco nuclear. Rachel era una mezcla alucinante de amarillo y naranja. Cassie…, bueno, ella posee un talento innato para las mutaciones. Desde sus hombros hasta abajo, se extendió una tonalidad carmesí, roja como la sangre, por los brazos hasta llegar a los dedos. Y después, desde el cuello hacia la cara. Era como llenar muy despacio un vaso con zumo de tomate. Lo último en cambiar fue la parte blanca de los ojos, que pasó a ser roja como la de todos los demás.
Una vez que mi cuerpo era totalmente verde, comencé a encoger. El suelo sucio también empezó a acercarse a mí a toda velocidad. Tenía la sensación de estar cayendo, como si hubiera perdido el conocimiento y fuera de cabeza hacia el suelo.
A medida que encogía, mis pies se convertían en pies de pájaro. Mis huesos humanos, sólidos y gruesos, se vaciaron. Todos mis órganos internos, pulmones, estómago e hígado, se revolvían de tal modo que hubiera gritado si no fuera porque no duele.
Cuanto más pequeño me hacía, más brillante se volvía el color de mi piel. Todo mi cuerpo se cubrió de dibujos que terminarían hinchándose para dar lugar a las plumas. Mis dedos se alargaron y adelgazaron hasta convertirse en plumas.
Mi cara se proyectó hacia delante. Los dientes, los labios, la nariz y la barbilla se hincharon como si estuvieran hechos de plastilina y alguien desde detrás los empujara con el puño.
La piel de los carrillos y los labios se endureció hasta formar un enorme pico de loro. No sólo la textura, sino el color eran como las uñas de un viejo.
Observé a mis amigos a través de la intensa mirada del loro, no tan buena, por otra parte, pero infinitamente mejor que la de los humanos.
<Que no se diga que no tenemos colorido> comenté por telepatía, que es como nos comunicamos cuando estamos transformados.
<Será mejor que nos metamos en la jaula antes de que vuelva la mujer>, apremió Cassie.
Justo entonces noté el cerebro del loro. Era una sensación extraña y eso que había experimentado con muchos tipos de cerebros y sensaciones. Recuerdo, por ejemplo, la mente del ratón, que no transmitía más que un pánico aterrador; la mente de la araña-lobo, llena tan solo de deseos de matar; y la mente implacable de la hormiga, que funciona como una máquina. Lo que jamás había experimentado al transformarme en un animal era inteligencia.
He sido gorila y delfín, y reconozco que esos dos animales son muy listos. El loro no llegaba a tanto, pero definitivamente contaba con cierta capacidad de pensar y razonar. Me percaté enseguida de que aquel animal podía sentir sensaciones más allá del puro instinto.
A pesar de ello, el cerebro del loro no logró imponerse a mi conciencia humana. Emergió y permaneció al mismo nivel que mi mente. Entonces, tras comprobar su complejidad, comprendí por qué Cassie se había enfadado tanto por lo que les estaban haciendo.
<¡Eh! ¡Estos bichos son inteligentes!> exclamé.
<Mucho —corroboró Cassie—. Demasiado para que se pasen el día en una percha que da asco y tengan además que aguantar insultos a todas horas. Deberían estar volando en la selva tropical, y no estar encerrados en un centro comercial.>
<No podemos ir por ahí liberando a todos los loros del país —puntualizó Jake—. Eso lo entendéis, ¿no?>
<Sí, pero podemos hacer que los del Amazon Café no quieran ver loros ni en pintura>, añadí.
Minutos después, la mujer entró, agarró la jaula con nosotros dentro y nos llevó hasta las perchas limpias.
<Qué lástima, no disponemos de tanto tiempo para insultarlos a todos>, comenté tras echar una mirada alrededor. Acto seguido intenté algo que nunca había probado en mutaciones anteriores: hacer que el animal hablara.
Y dejadme que os diga una cosa, no es nada fácil hablar cuando no tienes labios. Los sonidos se forman en la garganta, como a un ventrílocuo. Igual que yo, los demás también se percataron de eso, así que solo quedaba lanzarse a hablar con la gente que hacía cola.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Hamburguesas de carne de gato! ¡Squuuuaaaaakk!
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Prueba nuestros espaguetis con pelos!
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Los nachos están hechos con los pies!
Tobías, que andaba por ahí, sonreía al ver como la gente cambiaba de color. Ax se zampaba una pizza que había encontrado por ahí. Era capaz de haberla sacado de la basura. Con Ax nunca se sabe.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Intoxicación!
Aunque parezca mentira, mucha gente de la cola decidió marcharse y buscar otro restaurante. Creo que el encargado no tardó ni cinco minutos en decidir que tal vez lo de tener loros de verdad no era una buena idea. De todas formas, nos aseguramos de que el hombre entendiera el mensaje.
—¡Squuuuaaaaakk! Por cierto, ¿eso de ahí es tu nariz o un plátano?
—¡Squuuuaaaaakk! ¿Qué tienes en la cabeza? ¿Es un canguro?
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Es un tupé! ¡Es un tupé! ¡Squuuuaaaaakk!
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Queremos volver a nuestro hábitat!
Os podéis imaginar quien dijo eso último. Cassie, por supuesto. En mi opinión, aquello era demasiado elaborado para un loro.
Después de aquella perorata, nos largamos. Divisé a Tobías aplaudiendo con disimulo. Me sentía fenomenal hasta que por detrás de Tobías, entre la multitud, distinguí otro rostro que me era familiar. Se trataba de Erek el chee.