Me llamo Marco. Siempre me ha gustado mi nombre: Marco. Me recuerda a Marco Polo, aunque ese no sea mi apellido, ¿o si? No os lo pienso decir.
Ninguno de nosotros, los animorphs, va a revelaros su apellido ni el lugar donde vive. No vamos a dar pistas para que los yeerks nos encuentren.
Y os preguntaréis quienes son los yeerks. Os lo diré.
Son una especie de parásitos, como la tenia, pero peor. Veréis, los yeerks no son de esos que se cuelan en tu estómago o en los intestinos. Qué va, se introducen a través del conducto del oído, acoplando sus cuerpos maleables a los pliegues y arrugas del cerebro, y se ciñen con fuerza a las neuronas hasta controlar por completo a su portador. Un yeerk es capaz de dominar a una persona más de lo que podéis imaginar.
Seguro que pensáis que no es para tanto, pero os equivocáis. Si tuvierais un yeerk en la cabeza en este momento, él movería tus manos y dedos, dirigiría los movimientos de vuestros ojos y decidiría si tiene hambre o no.
Si un yeerk entra en tu cerebro, te conviertes en su esclavo. Puede abrirte los recuerdos y leértelos como si fueran un libro. Puedes pensar, sentir, tener miedo, estar furioso o sentirte humillado, pero no puedes hacer nada por ti mismo. Es un tipo de esclavitud más dura que la que jamás ha existido en la Tierra, claro que esas sabandijas no son de este planeta.
Una persona que porta un yeerk en la cabeza es un «controlador». Si la víctima es un humano, se llama controlador humano. Si es un hork-bajir, se llama controlador hork-bajir pero, como casi todos los hork-bajir son controladores, muchas veces pasamos de decir su nombre completo.
Los yeerks, bajo el mando de una criatura malvada, Visser Tres, están invadiendo la Tierra, y nosotros, cinco chicos humanos y un andalita, luchamos para detenerlos. Sólo nosotros sabemos lo que está sucediendo, aparte de los yeerks, claro.
Y ¿cómo luchamos? Contamos con el poder que nos concedió un príncipe andalita antes de morir: el poder de la metamorfosis, que consiste en que podemos convertirnos en cualquier animal con sólo tocarlo.
¿Cómo saber quién es un controlador? Ahí está el problema. No hay forma de saberlo. Por mucho que mires a los ojos de la persona en quien más confías es imposible saber si detrás de esa mirada se esconde un parásito extraterrestre.
Ahora entendéis el por qué de mi negativa deciros mi apellido, mi dirección, o el estado donde vivo. Quiero seguir con vida. Quiero seguir con vida para luchar y algún día rescatar a la persona que más me importa en este mundo, la persona a la que durante años miré a los ojos sin sospechar que había dejado de ser mi madre hacía ya mucho tiempo.
Pero esto de ser un animorph no siempre supone peligros o batallas.
A veces, los poderes que poseemos pueden llegar a resultar útiles, y hasta divertidos.
Aquel día era un miércoles por la tarde. Después de clase habíamos decidido ir al nuevo centro comercial a pasar el rato. Es un complejo enorme que han construido al otro lado de la ciudad.
Había sido idea de Cassie, y eso era raro. A ella jamás se le ocurriría un plan como ése, pero era por un asunto de malos tratos a animales y, si Cassie está cerca, es mejor que nadie se meta con los animales.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡La comida está rica! ¡La comida está rica! ¡Squuuuaaaaakk!
Estábamos todos, Jake, Cassie, Tobías, Rachel y Ax. Ax había adoptado forma humana y Tobías también.
Tobías ha recuperado la capacidad de transformarse, pero sigue siendo un ratonero de cola roja, es decir, puede transformarse en su antiguo cuerpo humano, pero si permanece en él más de dos horas, se quedará para siempre atrapado en él y perderá la capacidad de cambiar. Tuvo que elegir y decidió vivir como un ave rapaz para poder conservar el poder de las transformaciones.
Yo no sé si hubiera sido capaz de tomar esa decisión. Fue muy valiente por su parte.
En cuanto a Ax, es un andalita. Ha adoptado una forma humana que utiliza para pasar inadvertido, de lo contrario, se armaría una buena. La gente huiría despavorida si viera a Ax con su verdadero cuerpo.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Prueba la hamburguesa selva tropical! ¡Está estupenda! ¡Squuuuaaaaakk!
Estábamos en un restaurante llamado Amazon café. Me gustaba porque era como subirte en una de esas atracciones temáticas de Disney World. Había montones de plantas y cosas así rodeando las mesas y parecía que estabas en la selva. Había docenas de aves, cocodrilos y serpientes, todos de mentira, sobre árboles también de mentira.
Por desgracia, algunas aves como los loros, eran de verdad. Estaban sueltos y se colocaban donde la gente, mayores y pequeños, hacían cola para esperar a que les dieran una mesa. La gente reaccionaba de distintas formas, había quien intentaba asustarlos o darles comida basura y quien le tiraba las colillas de los cigarrillos.
Imaginaos lo mal que lo estaba pasando Cassie viendo aquello, así que se acercó a mí y me preguntó:
—Marco, ¿qué puedo hacer para salvar a esos pobres loros? La gente los trata fatal.
—Hummm. Loros, ¿no? Hablan, ¿verdad?
—Claro ¿Por qué? ¿Se te ocurre algo?
—Pues sí. Se me ocurre algo brillante —contesté.
Transcurrieron un par de días desde aquella conversación y volvimos al restaurante en cuestión. Estábamos justo delante de la gente que se dedicaba a fastidiar a los loros.
—Repite, bicho, «¡Howard Stern es el jefe!» —le ordenaba un niño a un loro de color verde chillón.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Amazon Café! ¡Es una aventura!
—Este loro es tonto. Di: «¡Howard Stern es el jefe!».
—Idiota —sentenció Rachel.
El niño se volvió y comentó:
—Sí, este pajarraco es idiota.
—No me refería al loro, si no a…
Jake le puso la mano sobre el hombro para tranquilizarla. Rachel se acelera enseguida. No tolera a los idiotas.
Rachel es alta, rubia y guapa, y parece que nada le intimida, aunque supongo que, como todos, llevará por dentro sus inseguridades, su propia dificultad para encajar en este mundo y la urgencia por estar a la altura de sus exigencias. Por supuesto, a ella no se le nota nada de eso, y si intentas alguna vez escarbar, procurará hacerte pedazos mucho antes de que te acerques.
—Venga, vamos allí —indicó Jake—. Ya casi es hora de que limpien las perchas de los loros, según Cassie.
—Lo hacen todos los días a esta hora —aseguró Cassie—. De hecho, ahí viene la encargada.
Una mujer de unos veintitantos, con uniforme de camarera, se acercaba hacia nosotros con una enorme jaula.
—¡Squuuuaaaaakk! ¡Pegatinas! ¡Pegatinas! ¡Squuuuaaaaakk!
—Está todo claro, ¿no? Rachel, Marco, Cassie y yo la seguimos hasta la parte de atrás. Tobías y Ax, vosotros os quedáis aquí vigilando.
—De acuerdo, cuerdo-erdo-do-do —dijo Ax—. ¡Mirad! ¿Es allí donde se fabrican los bollos de canela? Qué ricos, humo.
—Podemos ir cuando acabemos —añadió Jake de pasada.
Veréis, los andalitas no tienen boca. Se comunican por telepatía y se alimentan de los nutrientes de la hierba que absorben a través de las pezuñas, así que cuando nuestro amigo está transformado en humano, alucina con los sonidos que es capaz de emitir por la boca, y con los sabores que experimenta. Le encantan los bollos de canela, y según él, es lo mejor que los humanos han creado. Ni arte ni música: Ax cambiaría la Mona Lisa por una tienda de bollos de canela sin pensárselo dos veces.
—Atentos, la mujer se va —advirtió Cassie.
La mujer había metido a los cuatro loros en la jaula y volvía al interior del restaurante. La seguimos.
—Tan-tan-tantan-tan-tan… —canturreé imitando a Misión Imposible—. Vuestra misión, si la aceptáis, consistirá en devolver a los loros su dignidad: ser la mano ejecutora de la Madre Tierra.
Cassie puso los ojos en blanco y Jake ocultó una sonrisa.
—Es increíble que el responsable Jake haya permitido que usemos nuestros poderes para algo así. Creí que nunca llegaría este día —le pinché—. Será que le gusta Cassie —le dije a Rachel lo bastante alto para que se me oyera.
—Sé positivamente que, aunque dijera que no, Cassie lo haría de todos modos. Convencería a Rachel y probablemente a ti… Alguien sensato tenía que venir, ¿no?
—Sí, papá —me burlé.
Jake hizo un ruido con la garganta muy típico en él, y yo me reí.
Él ha sido mi mejor amigo desde siempre. Puede que sea el líder de los animorphs, pero para mí sigue siendo Jake.
Seguimos a la mujer hasta la puerta que conducía a una especie de almacén. Esperamos a que saliera a limpiar las perchas de los loros, y nos colamos en el interior del almacén.
—Tan-tan-tantan-tan-tan —tarareaba.
—¿Te he dicho ya que te calles, Marco? —me preguntó Rachel como de pasada.
—Venga, no os entretengáis —apremió Cassie.
Nos acercamos a la jaula. Cassie sacó a los loros uno por uno y nos los fue pasando a los demás. Los pájaros se quedaban inmóviles cuando les «adquiríamos».
Adquirir consiste en absorber el ADN de un animal, que siempre entra en una especie de trance durante el proceso.
Escondimos a los loros en un armario con buena ventilación. Cassie nos aseguró que allí estarían bien. A continuación, todo lo que teníamos que hacer era convertirnos en loros.