Cuando llegué a lo alto de las escaleras se había completado la transformación, pero, como os podéis imaginar, si vas a enfrentarte a guardias armados la forma de humano no es la que más te conviene.
Mientras corría contemplé horrorizado cómo me salía una cosa del hombro del tamaño de la yema de un dedo, aplastada y del color del barro. Era la bala que había ido a parar al hombro. Por suerte para mí, al transformarme en un cuerpo más pequeño, no había traspasado mi piel.
La bala se cayó a la alfombra.
De repente, nos pasó un pájaro a toda velocidad, rozando las paredes con las alas y perdiendo unas cuantas plumas por el camino.
<¿Os habéis vuelto locos? ¿Qué hacéis transformados en humanos?>, preguntó Tobías.
—¿Todavía te persiguen?
<Sí, pero los he despistado temporalmente. La habitación en cuestión está al final del pasillo. Allí encontraréis una sala enorme que debéis cruzar para llegar a la puerta, flanqueada por una pareja de vigilantes. Acabo de venir de allí, y no se han movido de su sitio.>
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Marco.
Os juro que estuve a punto de pegarle un puñetazo. El próximo que me preguntara lo mismo…
—Hay que transformarse. Modalidad combate. Tobías, intenta ponerte en contacto con Rachel y Ax a través de la telepatía. Dile a Rachel que se transforme ya, esté donde esté. Dile que lo ordeno yo y que no hay más que hablar. Dile a Ax que…
<Vienen mis hombres —interrumpió Tobías—. ¡Meteos en esa habitación! Está abierta. ¡Yo los despistaré!>
Marco, Cassie y yo nos apelotonamos en la habitación, desde donde oíamos el ruido de pasos urgentes y pesados.
—¿Dónde estará ese pájaro loco?
—Lo que yo no entiendo es por qué perseguimos a ese pajarraco y destrozamos la casa a tiros.
—Porque no queremos perder el empleo, ¿verdad? —contestó el primer hombre.
Cuando pasaron de largo, yo ya me había convertido en tigre. El rinoceronte viene fenomenal cuando quieres arrollar todo lo que pisas, pero necesitaba visión, oído y reflejos, además de fuerza bruta. Y no hay nada mejor que un tigre para causar destrozos a punta pala.
Cassie se había transformado en lobo y Marco, en gorila, como era habitual en las luchas.
<¡Rachel! —grité en cuanto recuperé la capacidad de comunicarme por telepatía—. ¡Rachel! Si me oyes, ¡transfórmate! ¡Transfórmate ahora mismo! —a continuación me dirigí a Marco y Cassie—: ¡Venga! ¡Vamos allá!>
Marco abrió la puerta con sus dedos parecidos a los de un humano y echamos a correr por el pasillo. Llegamos a la sala que, sin exagerar, era tan grande como una cancha de baloncesto, y localizamos la puerta, donde dos tipos con cara de susto nos apuntaban con un arma.
Uno llevaba una pistola y el otro una metralleta pequeña. Nos separaba de ellos una distancia de nueve metros. Durante un momento, nadie se movió.
Calculaba que podía cubrir nueve metros en dos segundos, pero también preveía que al de la metralleta le habría dado tiempo a vaciarme diez cargadores y matarme. Si fallaba, la fuerza de mi salto, y también mi desesperación por defenderme, acabarían con la vida del tipo.
Era el momento de negociar.
<Escuchad, vosotros dos…>
Se me quedaron mirando como si se hubieran vuelto locos. Sabían que la voz que oían en sus cabezas procedía del tigre, pero jamás se habían imaginado una conversación con un animal, y menos estar cara a cara con un grupo de ellos, que además parecían furiosos.
<Sí, os habla el tigre. No es el momento de preguntarse cómo y por qué. Escuchad con atención: no quiero haceros daño, pero debo entrar en esa habitación. Aunque me disparéis, no seréis lo bastante rápidos para evitar que caiga sobre vosotros. ¿Veis esta garra? —levanté una de ellas, del tamaño de una sartén, y saqué las implacables garras amarillas—. Con esta garra, os puedo arrancar de cuajo la cabeza y mandarla rodando por los suelos como si fuera una pelota. Bien, no sé cuánto os pagan por este trabajo…>
—No lo suficiente —respondió el hombre de la metralleta—. No me puedo creer que esté hablando con animales, pero lo entiendo a la perfección.
—No nos pagan bien para nada —corroboró su compañero—. Tiraremos las armas y nos dejará marchar, ¿de acuerdo?
<De acuerdo. ¿Cassie? No los pierdas de vista.>
Cassie empleó sus agudos sentidos de lobo en los hombres. De haber maquinado algo extraño, Cassie lo hubiera olido antes de que intentaran nada.
<Marco, abre la puerta, por favor.>
Marco balanceó sus enormes brazos de gorila para propinar un golpe definitivo a la puerta.
<Marco, ¿y si pruebas con el mango primero?>
<Oh.>
Abrió la puerta. Y de un salto me colé en el interior.