21

Estaba seguro de que era una casa preciosa, pero no veía nada. Con mi escasa visión sólo alcanzaba a ver paredes y puertas. Al menos en algo había acertado y era que los pasillos eran amplios, lo suficiente para que yo barriera el lugar como… bueno, como un rinoceronte.

Y los techos eran lo bastante altos para que Tobías, Cassie y Marco pudieran volar con facilidad e inspeccionar hasta el último rincón de la casa en busca de Ax y Rachel. Contaban con una visión superior a la de cualquier humano y un oído capaz de captar a una ardilla eructando a una distancia de un campo de fútbol.

Yo les ayudaba a abrir las puertas.

<Jake, abre esta puerta>, decía Marco y yo obedecía al momento. Me volvía hacia la puerta indicada, agachaba la cabeza y la reducía a astillas en un abrir y cerrar de ojos.

¡Crrrr-UNCH-Bang!

<Le estamos destrozando la casa a este hombre —dijo Cassie—. Espero que después de todo sea un controlador.>

<Estoy seguro de que se puede permitir arreglar las puertas>, matizó Marco.

<Ésa no es la cuestión ahora —replicó Cassie—. Jake, ¿puedes abrir esta puerta?>

¡Crrrr-UNCH-Bang!

<Nada —protestó Tobías—. ¡Nada, nada y nada! No están por ningún sitio y por lo menos habrá más de cien habitaciones.>

<Tobías tiene razón. No hay tiempo>, añadió Cassie.

<Lo estamos haciendo mal —declaré—. No podemos seguir buscando habitación por habitación. Tardaríamos horas. Vamos a ver, ¿cómo podemos encontrar a Rachel y Ax? ¿Dónde pueden estar?>

<En el sitio menos pensado —masculló Marco—. O como mínimo… ¡un momento! Estén donde estén, tendrán vigilancia por todas partes.>

<¡Claro! —exclamé—. Tenemos que barrer la mansión hasta que demos con una sala donde haya vigilancia.>

<Yo iré a la planta superior>, informó Tobías, y desapareció escaleras arriba.

Yo avancé hacia un amplio salón de estar y, por mucho que intentara no destrozar el mobiliario, me resultaba casi imposible por mi volumen y porque apenas veía donde pisaba. Así que allá donde iba se producía una serenata de madera resquebrajándose y vajillas de cristal y cerámica haciéndose añicos.

<¡Aquí arriba!>, gritó Tobías.

Acto seguido, se oyeron unos disparos.

<¡Tobías!>

<¡Estoy bien! Aquí arriba hay una zona vigilada por dos guardias armados. ¡Subid!>

Cuando me iba a dar la vuelta para dirigirme hacia las escaleras, Marco gritó:

<¡Cuidado! Tenemos a un grupo de hombres por detrás. Pero ¿cuántos guardias tiene contratados este lunático? Jake, para llegar a las escaleras hay que pasar por encima de estos hombres.>

<¡Estos tipos de aquí me están persiguiendo!>, gritó Tobías desde el piso de arriba.

Me volví y con el impulso tiré un sofá.

<¿Voy bien?>

<¡No! ¡Más a la izquierda!>

Obedecí la indicación y me llevé por delante una mesita de té. Arremetía contra todo lo que se interponía en mi camino que, la mayoría de las veces, no sabía si eran guardias, lámparas de pie o estanterías, excepto cuando se movían. Entonces se me aclaraba un poco la vista y olía a humano.

Bajé la cabeza y embestí.

¡BANG! ¡BANG! Me dispararon unos perdigones que, por suerte, no pasaron de mi capa de piel más externa.

De repente, sentí una punzada en mi hombro derecho. ¡Me habían alcanzado! Y, acto seguido, noté un impacto en el hueso de mi cara.

Aquello me puso furioso. Ataqué al tipo que me había disparado. Agaché la cabeza, lo embestí y lo mandé volando hacia atrás.

—¡Aaaahhhhhhhhhhh!

El otro hombre se retiró para cargar su pistola. Me moví y lo lancé contra la pared. Sin un minuto que perder, salí al pasillo y me dirigí hacia las escaleras.

Estaba sangrando y el lateral derecho lo notaba debilitado. La pata derecha delantera se movía con lentitud. La bala que me habían disparado a la cabeza debía de haber rebotado y, aunque notaba esa parte resentida, no tenía nada que ver con la pesadez que sentía en el hombro.

Llegué a las escaleras y, al intentar subirlas de un tirón, me di cuenta de que los rinocerontes no están hechos para subir escaleras. No era capaz de levantar las patas lo suficiente para alcanzar el escalón siguiente. Mi peso y mi ímpetu eran más de lo que podía soportar la escalera de madera, que empezó a crujir.

¡BANG! ¡BANG!

<¡Tobías! ¿Qué ocurre ahí arriba?>

<Estoy volando en círculos y los tengo como locos persiguiéndome y disparando a tontas y a locas. ¡Están destrozando la casa!>

<No puedo subir las escaleras. ¡Necesitamos refuerzos! ¡Marco! ¡Cassie! ¡Transformaos! Tobías, ¡aguanta! ¡Mantenlos así todo el tiempo que puedas!>

De nuevo me invadió el sentimiento de culpa. ¿Y si Tobías moría por mi culpa? Sólo era un pájaro y se encontraba atrapado en una casa con dos tipos armados persiguiéndole.

Empecé a transformarme lo más rápido que pude y, entonces, se me ocurrió probar a comunicarme con Rachel y Ax, mientras disponía del poder telepático.

<¡Rachel! ¡Ax! ¿Me oís? ¡Rachel! ¡Ax!>

<… unh… soy yo, Aximili>, alcanzó a decir Ax a duras penas.

Sonaba un tanto confuso, lo cual no me sorprendía lo más mínimo.

<¡Ax! ¡Transfórmate! ¡Se ha acabado el tiempo!>

<Pero hay humanos vigilándome, príncipe Jake.>

<¡No importa! —decidí—. ¡Haz lo que te digo! ¡Transfórmate! ¡Vamos para allá! ¿Qué…?>

Se interrumpió la telepatía puesto que ya era más humano que rinoceronte.

<Sí, príncipe Ja…>, Ax enmudeció.

Empecé a encoger. Mi piel de armadura se convirtió en la tierna piel humana. Mi rostro volvió a adoptar su forma aplanada y delicada, pero mis patas eran todavía incapaces de subir los escalones. Arriba seguían oyéndose los disparos, y lo más triste de todo era que me alegraba. Si seguían disparando significaba que Tobías seguía vivo.

Marco y Cassie ya habían empezado el proceso de metamorfosis. En aquellos momentos eran un amasijo de plumas de casi un metro de alto; el pico se iba retrayendo y su piel humana comenzaba a salir.

Las cosas no podían ir peor. Un paso en falso y Tobías sería pasto de las balas. Ax probablemente se estuviera transformando delante de personas que podrían ser controladores. Y nadie sabía dónde estaba Rachel, ni siquiera si estaba consciente y con capacidad para recuperar su cuerpo. Puede que incluso estuviera muerta. Y para completar el cuadro, nosotros tres habíamos recuperado nuestras formas humanas y con ello nos volvíamos vulnerables y débiles ante el enemigo.

Y yo, por dentro, me martirizaba. No podía dejar de pensar que aquélla no tenía que haber sido una misión peligrosa para empezar, y que ahora estábamos metidos en un buen lío como nunca lo habíamos estado antes y del que quizá no saldríamos con vida.

—¡Vencha! —grité desvirtuando los sonidos al no tener formada la boca del todo—. ¡No queda chiempo!

Empecé a subir las escaleras arrastrando como podía mis piernas no del todo formadas. Las articulaciones no estaban listas todavía; no me habían salido los dedos de los pies y los tobillos no eran flexibles. Pero no quedaba tiempo y debía subir como fuera aquellas malditas escaleras con la esperanza de que aquello no fuera nuestra sentencia de muerte.