Aterrizamos sobre el tejado de un McDonald’s que encontramos a unos quinientos metros del lugar. Nos ocultamos detrás de las salidas del aire acondicionado y de los extractores de humos, en medio de la peste a grasa y las oleadas de calor.
<¿Cuánto tiempo llevamos transformados?>, pregunté.
<¡No lo sé! —gritó Marco—. ¿Cómo voy a saberlo?>
<¡Podíamos haber sacado a Ax de allí!>, me acusó Tobías.
<¡Dios mío, tienen a Rachel y a Ax! —lloriqueó Cassie—. ¡Hay que sacarlos de allí!>
El pánico nos impedía pensar con claridad. Intenté tranquilizarme, pero con aquel ruido infernal de la salida de humos y aquel olor a hamburguesas, cebolla y ketchup me resultaba imposible.
<Creo… creo que llevamos unos treinta minutos —informé—. Nos queda una hora y media.>
<¿Para qué? —preguntó Tobías—. ¡Ese lugar es una fortaleza! Alambradas, perros y un campo de fuerza o algo por el estilo en las ventanas.>
<Controladores —añadió Marco—. Fenestre es uno de ellos. Era una trampa, si no, ¿por qué disparar contra unos pájaros?>
<Rachel y Ax deben recuperar sus formas naturales en menos de una hora y media o se quedarán atrapados para siempre —declaró Cassie—. Una hora y media, igual que nosotros. Si se transforman delante de los controladores… descubrirán que Rachel es humana, lo que significa que averiguarán que el resto también lo somos, excepto Ax, claro.>
<Lo sé —asentí, pero eso no era lo peor—. Veréis, Rachel sabe que no debe transformarse delante de controladores y, conociéndola, sé que es capaz de quedarse atrapada para siempre en ese cuerpo antes de revelar el secreto. Ella sabe que si los yeerks averiguan que somos humanos y no un puñado de andalitas renegados, como ellos piensan, tenemos los días contados.>
<No creo que quedarse atrapado en el cuerpo de un águila sea lo peor que le espera a Rachel>, anunció Tobías.
<Ah, sí, ¡ya te gustaría a ti! —soltó Marco con un sarcasmo hiriente—. Tal vez Rachel no quiera pasar el resto de su vida engullendo ratones y viviendo en árboles como tú.>
<¡No me refería a eso! —devolvió Tobías—. Puede que esté muerta o demasiado herida como para salvarse.>
<Ax estaba vivo, de eso estoy segura>, añadió Cassie un poco más calmada que los otros dos.
<¿Qué clase de investigación sobre la mansión de ese lunático hiciste, Jake? ¿Acaso no salía nada de eso?>, me preguntó Marco.
No respondí. Tenía que pensar con calma y no quedaba tiempo. Tobías y Marco no dejaban de pelearse. Cassie empezó a lloriquear, no cesaba de repetir que pronto irían a por sus padres, que una vez que tuvieran a Rachel, sería sólo una cuestión de tiempo.
Debía pensar en un plan, pero tenía miedo de que acabara también en desastre. Primero Rachel… Ax… y, tal vez, el resto.
<No sé qué hacer.> Sonó más bien a sollozo, no era mi intención pero me salió así.
<¿Qué?>, dijo Tobías.
<Tic-tac, tic-tac —añadió Marco enfadado—. Necesitamos un plan. Se nos acaba el tiempo.>
<Pues no tengo un plan, ¿vale?>, grité.
<¡No me vengas con esas! —protestó Marco a gritos—. ¡Tú nos has metido en ésta y nos vas a sacar!>
<¡Dejadle en paz!>, saltó Cassie para defenderme.
Pero las palabras de Marco habían sido como dardos envenenados directos al corazón, y la intervención de Cassie sólo hizo que empeoraran las cosas.
Tenía sentimientos encontrados. Por una parte, me sentía tan acelerado como un coche de carreras cuyo motor está a punto de explotar. Y, por otra, me encontraba abatido por el terrible hecho de que Marco tenía razón. Había fallado a mis amigos.
<Po… podríamos transformarnos en cucarachas —propuso Cassie—, colarnos en la mansión y…>
<No nos daría tiempo —rechazó Marco—. Tendríamos que transformarnos lejos de la primera alambrada y subir toda la colina, cientos de metros. Además, los controladores estarán alerta ahora, y seguro que nos esperan.>
<No>, dije de repente.
<No, ¿el qué?>, preguntó Tobías.
<No son controladores —aclaré con absoluta firmeza—. Siempre que nos hemos enfrentado a los yeerks, nos las hemos tenido que ver con hork-bajir, además de controladores. Allí no había ninguno, y todos llevaban armas normales. Y lo que es más, utilizaban perros, cosa que los yeerks jamás harían.>
<¿Qué clase de humano daría órdenes de disparar contra los pájaros?>, preguntó Marco.
<No lo sé, pero éstos son humanos sin más. El problema es que Rachel y Ax puede que no lo sepan. Hay que sacarlos de allí cuanto antes. No hay tiempo para andarse con remilgos.>
<Aún así, poseen armas —señaló Cassie—. Puede que no tengan pistolas dragón ni cuenten con escuadrones de hork-bajir, pero tienen armas, alambradas y perros, y estoy segura de que las puertas son bien gruesas.>
<Sí —asentí—, y nosotros no disponemos de la forma adecuada lo bastante rápida y fuerte para entrar en la casa sin que nos maten antes. Esperad un momento… Se me ha ocurrido una idea. ¿Estamos lejos de Los Jardines?>