15

Yo creía haber visto cientos de casas grandes hasta que divisé la mansión de Joe Bob Fenestre, el fundador de Web Access America y multimillonario.

Desde el aire parece un campus universitario o un centro comercial. Había una docena de edificios individuales. Dos casas para invitados, que hacían dos veces la mía. Una piscina con vestidores y un bar que llegaba hasta el borde de la piscina, que había sido diseñada con la forma del logotipo de la empresa. Un cobertizo para embarcaciones en el margen del río donde se distinguía un barco. Un establo lo bastante grande para alojar una docena de caballos. Un edificio que parecía un observatorio. Un invernadero con lechugas y otros cultivos, además de naranjos. Un garaje inmenso con capacidad para treinta o cuarenta coches. Un edificio de seguridad con guardias armados escoltaba la entrada a la casa. Y al fondo, sobre una colina, rodeada por una basta extensión de césped en la que se podrían celebrar perfectamente los mundiales de fútbol, se distinguía la casa.

<Este tipo sabe cómo vivir —comentó Marco satisfecho—. Algún día ése seré yo.>

<¿Quién? ¿Aquel que está cortando el césped?>, preguntó Rachel.

<¿Qué creéis que hay en el garaje? —preguntó Tobías—. ¿Ferraris, Porsches, Jaguars?>

<Desde luego lo que no tendrá son furgonetas ni coches familiares —contestó Marco—. Seguro que algún Rolls Royce.>

Sobrevolábamos los dominios de Fenestre a unos cuatrocientos metros de altura. Tobías era él mismo. Ax se había convertido en aguilucho, Rachel en águila de cabeza blanca y Cassie y Marco en águilas pescadoras. Yo había adoptado una de mis formas preferidas, la de halcón, una de las criaturas más rápidas que existen, capaz de distinguir una pulga en el lomo de un perro a unos treinta metros de distancia.

Las dudas sobre esta misión casi se habían disipado. Me sentía fenomenal: siempre que vuelo se me pasan todos los males. Cuando te encuentras flotando en una columna de aire caliente que te eleva hasta las nubes, con las alas extendidas y con el único ruido del viento golpeando tus plumas, lo cierto es que todo parece maravilloso. Es una sensación de libertad increíble.

Pero al mismo tiempo no se me escapaba ningún detalle. Había tres alambradas, una rodeaba el perímetro del complejo, los bosques, los jardines, la piscina, las pistas de tenis, etc.; la segunda estaba a unos quince metros de la primera, y la tercera protegía la casa y el césped.

<Este hombre es un poco paranoico, ¿no creéis? —comentó Rachel—. Fijaos en los puestos de observación en las esquinas de la casa. Hay vigilantes armados.>

<No perdáis de vista los rottweilers —señaló Cassie— entre la alambrada exterior y la siguiente. Van en parejas y acompañados de un vigilante armado.>

<El coronel Hogan jamás conseguiría salir de este sitio —dije. Marco y Tobías se echaron a reír, cosa que me encantó—. Bueno, ahora sabemos quién ve Los héroes de Hogan.>

Cassie, con sus ojos de águila pescadora diseñados para ver peces debajo del agua, informó:

<Veo una especie de alambrada bajo el agua. No la veo con claridad, pero hay una línea definida bajo el agua.>

<¿Este hombre está en un grave peligro?>, preguntó Ax.

<Qué va. Es una paranoia de los ricos>, contestó Marco.

<Muy bien, y ¿cómo vamos a entrar? —pregunté—. ¿Alguien tiene alguna idea brillante?>

<Podemos colarnos por alguna ventana abierta —sugirió Tobías—. He visto una en la parte trasera de la casa.>

<¿Y después? —preguntó Cassie—. Necesitamos libertad de movimientos para inspeccionar la casa, buscar la oficina del señor Fenestre y oír lo que está pasando.>

<Podíamos transformarnos de nuevo en moscas>, sugirió Marco.

<O en hormigas>, añadió Cassie lanzándole una indirecta a Marco, quien había jurado que jamás volvería a convertirse en hormiga.

De nuevo, me tocaba decidir.

<De acuerdo, Tobías permanecerá fuera para informarnos de lo que ve a través de las ventanas. Los demás entramos por la ventana abierta, como ha sugerido Tobías, la mitad nos transformamos en moscas y el resto en cucarachas. Nos separamos y el primero que encuentre a Fenestre llama a los demás. ¿De acuerdo?>

<¡Adelante!>, exclamó Rachel sacudiendo las alas y lanzándose hacia la ventana abierta.

Descendió, con las alas y las garras plegadas y la cabeza alta apuntando al objetivo.

Cassie se lanzó tras ella, después yo, seguido de Marco y Ax. Tobías aprovechó una corriente para elevarse hasta un punto desde el que se podía observar todo el complejo.

Descendíamos como balas.

Rachel se hinchó un poco para frenar, estiró las garras y entró por la ventana que…

¡TSAPPPPP!

<¡Para, Cassie! ¡No sigas!>

Cassie reaccionó a tiempo. Abrió las alas y dio un giro brusco a la derecha, evitando por los pelos la áspera pared de la mansión.

<¡Rachel! —grité—. ¡Rachel!>

Rachel estaba en el interior de la casa y no respondía. Con mi vista de halcón, pude distinguir una forma borrosa tirada en el suelo de una habitación.

Rachel había perdido el conocimiento. O, al menos, eso quería creer.