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La vuelta a casa transcurrió sin incidentes. Conseguí que no me aplastaran y me sentí bien por haber superado el miedo. Por lo menos, eso era lo que me decía a mí mismo como consuelo. En realidad uno nunca acaba de superar el miedo del todo. El miedo cava un agujero como el óxido en el parachoques de un coche. Por mucha masilla y tierra que le pongas para allanar la superficie y por mucho que lo pintes para que no se vea, nunca queda como cuando era nuevo.

Cuando llegué a casa me encontraba exhausto. Mi hermano estaba en la cocina hablando por teléfono y, al mismo tiempo, untaba una galleta con mantequilla de cacahuete. Cuando me oyó entrar, cambió el tono de voz.

En otra época habría pensado que estaba hablando con una chica, pero por entonces estaba casi seguro de que hablaba con un controlador.

Fui directo a saquear la nevera: pollo a la barbacoa y puré de patatas. Lo puse todo en un plato y lo metí en el microondas.

—Te tengo que dejar —dijo Tom al teléfono y colgó.

—¿Qué hay? —le pregunté.

—No mucho —contestó y salió de la cocina.

Me subí la comida a mi habitación, encendí el ordenador y cuando iba a empezar a investigar, me paré un momento y permanecí en la silla masticando la comida y mirando fijamente a la pantalla negra con la mente en otra parte.

¿Qué significaba que Joe Bob Fenestre fuera «Fitey777»? A juzgar por el foro al que asistimos, Fitey777 era un claro enemigo de los yeerks, no como el tal YrkH8r, que parecía ser un controlador.

Allí había gato encerrado. No podía ser tan sencillo. Joe Bob Fenestre, dueño del mayor servicio on-line del país, tenía acceso a toda la información de Web Access America, así que probablemente conocería la identidad de todas las otras personas del foro. Incluso sabría quién había publicado la página web.

Una de dos, o Fenestre había descubierto la existencia de la invasión yeerk al disponer de libre acceso a todo tipo de información, o bien los yeerks se dieron cuenta de lo importante que era Fenestre y lo habían convertido en un controlador, cosa que no sería de extrañar.

Con lo cual estábamos como al principio. ¿Era Fenestre un enemigo verdadero de los yeerks?, o ¿era un controlador que utilizaba la página web como instrumento para descubrir a los enemigos de los yeerks?

Debíamos averiguarlo. Iría a casa de Marco para que éste buscara todos los artículos que hablaran de la casa de Joe Bob Fenestre, quien al parecer no vivía muy lejos y todos los días se desplazaba en su jet privado a las oficinas de Web Access America.

Estaba tan cansado que habría podido dormir una semana entera, pero no quería desperdiciar el fin de semana, los días de diario no tenía tiempo para nada. Al día siguiente era ya domingo y eso significaba que se acababa el fin de semana.

Bajé las escaleras. Mis padres acababan de entrar con bolsas de algún centro comercial. Habían ido de tiendas.

—Hola, Jake —saludó mi padre.

—Cariño, quedan más bolsas en el coche —dijo mi madre.

Fui a por las bolsas.

—Me voy —les dije.

—Pero ¿no has estado fuera todo el día? —me preguntó mi madre lanzándome una mirada desaprobadora.

—Pues sí —contesté encogiéndome de hombros.

—¿Sería muy doloroso si te quedaras a cenar con tu familia?

—¿Es la hora de cenar?

—Lo será en cuanto prepare el salmón que compré ayer —respondió—. Te encantó la última vez que lo hice. Lo compré para ti.

Me sentí fatal y culpable.

—Vaya —sonreí—, haberlo dicho antes. Marco puede esperar. Me quedo.

Si no es absolutamente necesario, preferimos no hablar por teléfono. Es muy fácil pinchar una línea, y además no me fío de Tom. Podría escuchar nuestras conversaciones. Así que no llamé ni a Marco ni a Rachel. Investigaría por mi cuenta. Si íbamos a colarnos en la enorme casa del tal Fenestre, debíamos saber qué nos aguardaba.

Empecé a hacer los deberes mientras mi madre preparaba la cena. Al rato mi padre gritó por las escaleras que en la tele iban a poner aquel combate que ya habían retransmitido por la televisión de pago. Bajé al salón con los deberes y me puse a hacerlos allí con un ojo pendiente de la tele.

Poco después cenamos, los cuatro fantásticos como en los viejos tiempos.

Mi padre empezó a hablar de una historia muy larga y aburrida del trabajo. Mi madre nos preguntó a Tom y a mí por el colegio. Luego mi padre recordó que había olvidado mencionar una parte importante de la historia, por lo que volvió a aburrirnos con el tema. Mi madre dijo que esperaba que nos gustara la ropa que nos había comprado en no sé qué centro comercial, y por supuesto Tom y yo soltamos la bromita de siempre, «¿qué marca? ¿Ni-su-padre-la-conoce?».

Todo parecía de lo más normal. Tom, mis padres con las manos entrelazadas como si fuera su primera cita, y yo.

Después del pescado con arroz y guisantes, pasamos al postre, tiramisú, un postre italiano empapado en no sé qué tipo de licor.

Quería creer que todo aquello era real, porque era eso lo que precisamente tratábamos de salvar. La razón de nuestra lucha y de todos los peligros a los que nos exponíamos era proteger momentos aburridos e insulsos como aquellos.

Me acordé del episodio del avión y de aquella vez en que estuvimos a punto de liberar a Tom, cuando bajamos al estanque de los yeerks. Sólo pensarlo me ponía de mal humor. Lo que quiere la gente es que la dejen en paz. Les gusta comer, aburrir a los demás con historias nefastas o bien contar los mismos chistes una y otra vez.

Claro que siempre aparece el que piensa que la vida aburrida y monótona de cada día no es suficiente. Y entonces empiezan las muertes. En esta lucha los grandes protagonistas son los yeerks, pero ha habido un sinfín de guerras que ha enfrentado a los humanos.

¿Es que no se dan cuenta de que lo importante en esta vida es estar con la gente que quieres, vivir en paz, aprender, trabajar, contar historias aburridas y chistes malos? ¿Qué esperan conseguir que sea mejor que todo eso?

—Estás muy callado, Jake —dijo mi madre—. ¿En qué piensas?

—Pensaba en lo bien que se está en casa —sonreí—. Deberíamos cenar juntos más a menudo —miré a Tom—. Me gusta. Espero que no nos ocurra nunca nada y que siempre estemos juntos.

El yeerk que Tom llevaba en el cerebro buscó en los recuerdos de mi hermano. Aquella sabandija abría sus recuerdos y los leía como si fuera un libro. Manipulaba a su antojo los hilos de la mente de Tom como un violinista toca las cuerdas de su instrumento para que salgan notas perfectas.

El yeerk encontró la respuesta que Tom hubiera dado. La transmitió a sus ojos e hizo que mi hermano dibujara una sonrisa cínica. Abrió la boca de Tom y le puso las palabras que habría dicho mi hermano, de ser capaz.

—Mamá, me parece que a Jake le está haciendo efecto el licor del tiramisú.

Me eché a reír como tocaba, pero al mismo tiempo pensaba:

«Llegará el día, yeerk, en que conseguiré que salgas de la cabeza de mi hermano y te destruiré por todo lo que has hecho a mi familia».