12

Tuvimos que memorizar la lista de nombres que habíamos obtenido porque no la pudimos anotar ni imprimir. La mayoría de ellos nos eran completamente nuevos, no los habíamos oído nunca antes, así que no nos decía nada. Sólo uno de ellos nos llamó la atención, Joe Bob Fenestre o «Fitey777», el propietario multimillonario de Web Access America.

—No me lo creo —declaró Marco—. ¿Un tipo así gastando su tiempo en foros en Internet? Venga, hombre. Si yo fuera él, me pasaría el día derrochando el dinero, contrataría a Michael Jordan para que me enseñara a mejorar mis triples y…

—Marco, tú ni siquiera llegas a la canasta —puntualicé.

—… contrataría al casting femenino de Los vigilantes de la playa para que me hicieran friegas de aceite solar por todo el cuerpo musculoso.

—Primero tendrías que comprarte los músculos, ¿no? —añadió Rachel—. No sabía que se pudiera hacer eso.

—Con miles y miles de millones en los bolsillos se puede comprar todo —continuó Marco—, hasta la felicidad, eso asumiendo que tu idea de la felicidad es poseer un jet privado, top models y tu propia pizzería Papa John’s en el sótano.

—Yo que tú donaría el cerebro a la ciencia cuando me muriera —añadió Rachel—. Tal vez con los microscopios logren verlo, si es que tienes.

No pude evitar soltar una carcajada, y Marco me miró con una ceja arqueada como si le hubiera traicionado.

—Lo siento —repliqué encogiéndome de hombros—, pero ha sido muy bueno.

Tomamos el autobús para volver al aeropuerto. Estábamos contentos porque todo había salido bien y habíamos conseguido nuestro objetivo. Sin embargo, yo no podía dejar de pensar en la vuelta a casa y en el hecho de que tendría que transformarme de nuevo en mosca, cosa que me horrorizaba. Pero ¿qué otra alternativa me quedaba?

Sentía auténtico pavor, sí, así de sencillo. Estaba casi muerto de miedo, pero mi mayor preocupación era que los demás lo notasen. Qué estupidez, ¿no?

Al entrar en el aeropuerto empecé a temblar. No sé si se percataron. Yo no me veía temblar físicamente, pero lo sentía. Habéis tenido fiebre alguna vez, ¿verdad? Pues así me sentía. Me entraban unos escalofríos que me comprimían los músculos del estómago y sólo deseaba hacerme un ovillo y meterme debajo de veinte mantas.

Los otros charlaban como si nada y, para que no se notara demasiado, yo añadía una palabra de vez en cuando o sonreía. Pero estaba sudando, y me tenía que secar el sudor de la frente con la manga hasta que ésta se empapó de tal manera que parecía que la hubiese metido de lleno debajo del grifo.

—Podríamos utilizar otro animal para colarnos en el avión —sugirió Cassie como quien no quiere la cosa.

Vaya, entonces se notaba, o al menos Cassie se había dado cuenta y me estaba echando un cable para evitarme el trago que me supondría reconocer que estaba muerto de miedo.

—¿Por qué? —preguntó Ax.

—No sé —respondió Cassie dejando entrever una ligera tensión en la forma en que apretaba la boca—. Podría ser divertido probar una forma diferente.

—Pues yo creo que no es momento de juegos —replicó Rachel—. Ahora que tenemos la experiencia anterior, ¿vamos a cambiar de forma? ¿No habíamos quedado en que era la mejor transformación para este caso? El hecho de que Jake se haya llevado un susto no significa que sea una mala idea.

Fin de la conversación. Cassie no podía continuar sin que se notase a la legua que me estaba protegiendo, y yo no lo iba a permitir.

—Lo de volver como moscas me parece bien —añadí con la mayor naturalidad posible—. Es sin duda la mejor forma de hacerlo.

Creo que Cassie se quedó un poco decepcionada.

—Oye, Jake —dijo Cassie fingiendo normalidad—, invítame a un bollo. Tengo hambre. Vosotros, seguid que ahora os pillamos.

—Qué disimulada —comenté—. Ya no queda dinero.

—¿Se puede saber qué te pasa? —me preguntó Cassie moviendo la cabeza de un lado a otro—. No tienes que hacerlo. No tienes que demostrar ante nadie lo valiente que eres.

—No me pasa nada, en serio. Gracias, no le des más importancia, ¿vale?

—Jake, puede que hayas engañado a los otros, pero a mí no. Tienes miedo, y es lo más normal del mundo después de lo que te ha pasado. No veo a qué viene tanta historia.

Intenté marcharme pero me sentí mal, así que me volví para mirarla.

—Viene a que se supone que soy el líder del grupo.

—Claro, y eso implica que no puedas ser humano, ¿no?

—Efectivamente, no puedo ser un humano de carne y hueso.

Cassie se echó a reír como si no supiera si hablaba en serio o bromeaba.

—Nadie espera que seas Superman. ¿Crees que los demás te van a perder el respeto por admitir que tienes miedo?

—No es cuestión de respeto, ni siquiera de sentir miedo, sino de enfrentarse a él para que no te domine.

—Si fuera un miedo irracional lo entendería —corroboró Cassie—, pero tú cuentas con una razón de peso, y es que has estado a punto de morir.

—No —repliqué moviendo la cabeza en sentido negativo—. Sueles tener razón, pero esta vez creo que te equivocas. Verás, si me rindo al miedo los demás harán lo mismo cuando se vean en una situación peligrosa y, créeme, siempre se encuentran razones para estar asustado. En menos que canta un gallo, estaríamos todos paralizados por el miedo y seríamos incapaces de seguir adelante.

—¿Verdad que nunca nos transformamos en hormigas porque a todos nos dan miedo, en especial a Marco? —señaló Cassie—. Jamás se nos ocurre lo de las termitas por lo que me pasó a mí. ¿Por qué esta diferencia contigo?

—La diferencia está en que habéis decidido que yo sea el líder —expliqué—. Ésa es la diferencia. Un líder es seguramente igual de débil, cobarde e indeciso que cualquiera, pero no puede demostrarlo. Todo el mundo dice que quiere que los líderes sean como ellos, pero yo no me lo creo. Lo que de verdad quiere la gente es que los líderes se comporten como ellos desearían ser. A Marco, Rachel, Tobías y Ax no les gustaría que yo fuera permisivo con el miedo, sino que les ayudara a superarlo.

Cassie se me quedó mirando fijamente tanto tiempo que tuve que apartar la vista porque empezaba a sentirme incómodo.

—No te hicimos ningún favor al proclamarte líder, ¿verdad? —preguntó Cassie.

—Hay otra cosa que un líder no puede hacer —contesté con una sonrisa fría—, y es quejarse de serlo.

—Sin embargo, escogimos a la persona perfecta —concluyó Cassie.

Reemprendí la marcha, pero mi amiga me agarró de un brazo.

—Mira, quizá tengas razón, pero apuesto a que hasta los generales, los presidentes o lo que sea tienen amigos a los que pueden contar la verdad, gente que nunca perdería la confianza en ellos, pasara lo que pasase.

En aquel momento, me entraron unas ganas enormes de romper a llorar y de abrazar a Cassie, pero, como os podéis imaginar, no hice ninguna de las dos cosas.

—Vamos —dije—. Nos están esperando.