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—¿Cómo? —inquirió Rachel—. ¿No querréis entrar ahí a plena luz del día? Hay un montón de gente. Habrá que hacerlo por la noche, ¿no?, como siempre.

Eché un vistazo a los alrededores. El grupo no se entretuvo demasiado y empezaba a alejarse.

Pronto notarían nuestra presencia; el flujo de gente saliendo y entrando al centro de control era continuo. Y resultaba imposible imaginarse un animal que pudiera colarse en la sala y manipular un teclado sin llamar la atención.

Estaba confundido y a ninguno de los otros se les ocurría nada. Miré a Marco, que se encogió de hombros, y después miré a Rachel.

—Podríamos tratar de distraerlos —sugirió Rachel—. Provocar un incendio y, entonces, cuando todos salgan corriendo del edificio…

—Rachel, ésta es gente normal e inocente. Nada indica que sean controladores —señalé—. No podemos ir por ahí atemorizando y poniendo a todo el mundo en peligro.

Asintió como si hubiera comprendido.

De repente, me vino a la cabeza una idea.

—¡Ya está! Gente normal e inocente, ésa será nuestra siguiente transformación.

—¿Qué?

—Adquirimos el ADN de algunos de los trabajadores, nos transformamos y así entramos sin problema —pero me daba en la nariz que acababa de decir una barbaridad.

—Eso es una barbaridad —opinó Cassie horrorizada.

—A mí me parece una idea brillante —elogió Marco—, probablemente no muy ética, pero genial.

—Los humanos son los animales originarios de este particular entorno —observó Ax.

—Nos gusta pensar que somos más que simples animales —matizó Rachel.

—¿Por qué?

—No lo sé —contestó Rachel encogiéndose de hombros—, el caso es que es así. O, como mínimo, somos los mejores animales.

—¿Los mejores? —repitió Ax—. ¿Cómo defines «mejores»?

—Nosotros, a diferencia de los animales, somos capaces de crear espectáculos televisivos —explicó Marco—. En cualquier caso, ¿por qué tanto rollo con eso? Mirad a Ax. Él ha adquirido nuestro ADN para transformarse en humano. ¿Qué diferencia hay?

—Pues que tiene nuestro consentimiento —respondió Cassie.

—¿A quién le importa? El caso es que funcione —añadió Rachel.

—¿En qué nos distinguimos de los yeerks, entonces? —para sorpresa de todos, la pregunta venía de Marco. ¿Estaba tomando las dos posiciones o había cambiado de opinión?

—Nosotros no controlamos sus mentes —señaló Rachel—. Sólo utilizamos su ADN, como con cualquier otro animal.

Todos me miraron, como si a mí me tocara decidir sobre una importante cuestión moral allí mismo, en aquel pasillo.

¿Qué se suponía que tenía que hacer? Estábamos en guerra, ¿no?

¿Qué problema había si hacíamos algo que no nos gustaba mucho?

—La única razón de nuestra lucha —dije moviendo la cabeza de un lado a otro— es la liberación de las personas. Si nosotros mismos violamos ese principio y empezamos a utilizar el ADN de la gente sin permiso, puede que no seamos tan horribles como los yeerks, pero vamos en la misma dirección. Debemos buscar otro camino.

Cassie me miró como si verdaderamente se sintiera orgullosa de mí, y estuve a punto de ponerme rojo como un tomate.

—Y entonces, ¿cómo lo vamos a hacer, oh valiente líder? —preguntó Rachel.

—Los distraemos, pero nada de fuegos ni historias peligrosas. Haremos que miren algo tan fascinante, extraño e imposible de ignorar que no se percatarán de lo que está sucediendo detrás de ellos. Ax y Marco son los expertos en ordenadores, así que ellos son los que entran. Ax como humano, y Marco tal y como es.

—Es decir, un proyecto de humano —añadió Rachel y se echó a reír.

—Muy bueno, muy bueno —elogió Marco—. Y muy rápido, también.

—Gracias.

—Ax y Marco —continué tras exhalar un suspiro— entran en la sala. El resto inventamos algo que atraiga su atención de tal forma que no puedan apartar la vista durante un rato, y después salimos de allí pitando.