Por suerte, había ido a dar con la grieta de una de las líneas de la mano y gracias a eso me salvé, pero mi cuerpo estaba destrozado.
Había perdido el ala izquierda, me la habían arrancado, y apenas podía mover la derecha. Para completar el cuadro, no veía por el ojo derecho, tenía cuatro patas rotas y lo peor de todo era que mi cuerpo verde y negro había reventado.
No sentía nada de dolor, pero estaba aterrorizado.
<¡Aaaaahhhhhh! ¡Aaaaahhhhhh! ¡Aaaaahhhhhh!>
<¡Jake, ¿qué ocurre?!>, gritó Cassie.
<Jake, ¿qué pasa?>
<Me han atizado una buena.>
<¿Estás bien?>, preguntó Tobías.
<No, estoy fatal. No puedo volar, no puedo moverme. Estoy como… estampado contra el techo.>
<¡Oh, Dios mío!>, se horrorizó Cassie.
<No le pasará nada si se transforma>, añadió Marco.
<No puede transformarse delante de todo el mundo —replicó Tobías—. Está aplastado contra el techo. Si lo hiciera, todos los pasajeros serían testigos.>
—Atención, abróchense los cinturones. Vamos a aterrizar.
<Me… me parece que estoy perdiendo las fuerzas —alcancé a decir a duras penas—. Me mareo… Creo que tengo todas las tripas fuera. Me estoy muriendo.>
<¡Transfórmate!>, gritó Cassie.
<¡No puede! —añadió Marco—. Le descubrirían y seguro que hay controladores en este vuelo.>
<¡No me importa! Es Jake. ¡No voy a permitir que se muera!>
A partir de ese punto, empecé a delirar. Perdí la concentración y pasé a oír voces en mi cabeza. Alguien estaba discutiendo.
<¡Jake! ¿Estás ahí?>, alguien preguntó. Creo que era Tobías.
<Sí.>
<¡Se está muriendo! —chilló Cassie—. ¡Un momento! Tengo una idea.>
«La buena de Cassie —pensé—, la buena de Cassie. Qué guapa es, y ella sin saberlo. Sí, me acuerdo de la primera vez que la vi… También estaba Rachel. ¿En el colegio? No, fue… fue…».
De repente, me rodearon unos monstruos. Les vi acercarse, planear en el aire y posarse. Tenían unos enormes ojos saltones cuyos diminutos compartimentos parecían emitir una luz. Su rostro era espantoso, con aquellos largos tubos maléficos que sobresalían como si fueran el mango de una aspiradora. Sus alas eran como de gasa.
Me sujetaron con sus garras.
<¡Pobre Jake!>, exclamó una voz desesperada.
<¿Reco… recogemos sus tripas o qué?>
<¡Date prisa de una vez!>
<Jake, ¡aguanta! ¡Aguanta, tío! No te nos mueras.>
<Jake, aguanta. Nosotros te salvaremos.>
Entonces se produjo un movimiento muy brusco.
<¡Aaahhhh! ¡Acabo de perder la pata que estaba sujetando!>
<¡No puedo más! Estamos todos moviendo las alas a la vez y hay demasiada turbulencia.>
<¡Seguid adelante! ¡No lo abandonéis ahora! Venga, ¡adelante!>
Mientras flotaba en el aire, me invadió una extraña serenidad, aunque al notar que había perdido la mitad de mi cuerpo me empecé a agobiar, pero era como si me quedara muy lejos, como si lo estuviera viendo en televisión y no me estuviese pasando a mí.
<Muy bien, Jake. Estamos en el cuarto de baño. ¡Jake, transfórmate!>
<Venga, Jake, ¡transfórmate!>
¿Por qué gritaban de aquella manera? Qué pesados.
<Jake, soy Cassie. Escúchame. Debes transformarte ahora mismo.>
Cassie. Sí, es ella. Me gusta Cassie.
<Jake, ¡venga! ¡Hazlo ahora! ¡Transfórmate en humano!>
¿Humano?
Bueno, ¿por qué no?
<¡Está cambiando!>
Empecé a experimentar los cambios al tiempo que recobraba las fuerzas. Sentí que me volvía la vida y que regresaba a mi forma humana a partir del modelo de ADN, códigos submicroscópicos que dan forma al ser humano como las palabras a un libro.
Todo me daba vueltas. Las imágenes borrosas empezaban a hacerse más claras. Me encontraba en una habitación diminuta. Enseguida me percaté de que estaba en el servicio de un avión.
Me miré en el espejo en el momento en que el rostro destrozado de una mosca desaparecía para dejar paso a una cara humana.
<¿Te encuentras bien?>, preguntó Rachel impaciente.
—Sí —contesté al tiempo que ejercitaba la mandíbula—, supongo.
El cuarto de baño estaba lleno de moscas. Y ¿sabéis lo más raro de todo? Mi primer impulso fue propinarles un manotazo.