<¡Tobías!, ¿dónde estás? ¡Tu mente de mosca te está dominando! ¡No te dejes!>
<Venga, Tobías —añadió Marco—, ¡espabila! No tenemos mucho tiempo.>
<¡Tobías! Soy yo, Aximili. Recupera tu propia conciencia.>
<Tu ¿qué? —se rió Marco—. ¿Qué Tobías recupere su qué?>
Entonces nos llegó una voz temblorosa e insegura.
<Humm…, ¿hola? Soy yo, o sea, yo: Tobías.>
Yo no paraba de describir círculos por todo el cuarto de baño. Di una voltereta y aterricé boca abajo en el techo. Mis patitas se aferraron a las diminutas irregularidades de la pintura, y gracias a la sustancia pegajosa de mis almohadillas, quedé firmemente fijado al techo.
<Tobías, ¿dónde estás? ¿Estás bien?>
<Sí, aunque ha habido un momento en que no controlaba>, repuso.
<Bueno, eso es normal cuando te transformas en un animal por primera vez, pero acabas por acostumbrarte a sus instintos.>
<En efecto —corroboró Marco—, y entonces «recuperas tu propia conciencia».>
<Tobías, ¿dónde estás?>
<Bueno… es liso. Humm, cuando aterricé era distinto, liso y blanco, además de húmedo. Hay humedad por la superficie y creo que por debajo de mí hay una especie de gran lago.>
<¿Estás boca arriba o boca abajo, Tobías?>
<Estoy de lado, sobre una superficie húmeda y creo que blanca, con un lago o algo así por debajo de mí.>
Tratamos de imaginar el lugar descrito.
<¡Madre mía! —gritó Marco—. Tobías, ¡estás en un váter!>
<Tobías, ¡sal de ahí antes de que alguien tire de la cadena!>, ordené, aguantándome la risa.
<Hum…,¿recordáis que os he dicho que al principio era diferente? Antes había más luz y ahora parece que se ha hecho de noche.>
Nos volvimos a quedar pensativos.
<¡Argh! ¡Qué asco!>, exclamó Marco divertido y asustado al mismo tiempo.
<Tobías, creo que ya sé por qué ha oscurecido, y es que alguien se ha sentado.>
<Espera un momento, ¿estás diciendo que estoy en el interior de un váter y que alguien se ha sentado? Pero entonces… ¡Oh, señor!>
<Peligro: lluvia de objetos>, advirtió Marco.
<¿Se puede saber de qué estáis hablando?>, inquirió Ax.
<Tobías, por cuestiones de seguridad y además para evitar eso que sólo pensarlo me entran ganas de vomitar, yo que tú, saldría de allí ya.>
<¿Cómo? La salida está bloqueada, para empezar.>
<Mira a ver si puedes colarte por la ranura que suele haber entre el asiento y la porcelana.>
<Oh.>
<Busca la luz. Tiene que haber algo de claridad por algún sitio>, sugerí.
<Ve hacia la luz>, animó Marco.
<¡Sal de ahí!>
<¡Ahí está! ¡La ranura!>
<No entiendo nada>, confesó Ax.
<¡Estoy fuera! ¡Lo conseguí! —exclamó Tobías—. ¡Qué asco! Creo que empiezo a arrepentirme de haber recuperado el poder de la metamorfosis.>
<Gajes del oficio de superhéroe. El glamour y tal, ya se sabe>, bromeó Marco.
<Hablando de glamour, será mejor que busquemos la puerta de embarque y entremos en el avión —les recordé a todos—. Rachel y Cassie ya estarán allí.>
<Por la corriente de aire, la puerta debe de estar por allí>, señaló Tobías.
<Muy bien, si volamos contra corriente, deberíamos llegar hasta la terminal. Una vez allí, debemos identificar el aroma del pañal y seguirlo hasta la puerta de embarque.>
<Eh, Tobías podría encabezar la excursión —sugirió Marco sonriente—, puesto que ya tiene experiencia en estos temas.>
<Cierra tu bocaza>, gruñó Tobías.
<¿Me podéis explicar qué es lo que ha ocurrido?>, insistió Ax de nuevo.
<Cuando seas mayor, querido>, replicó Marco.