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Nosotros, los animorphs, actuamos como ladrones profesionales. No es que vayamos por ahí robando cosas, pero cuando te conviertes en animal es bastante fácil colarse en los sitios por la cara.

Habíamos decidido ir a Web Access America que, por desgracia, se encontraba en otra ciudad: a unos trescientos kilómetros de la nuestra. Demasiado lejos. Ni siquiera transformándonos en pájaro podríamos cubrir esa distancia en dos horas. Y si parábamos para recuperar nuestra forma humana y volvíamos a transformarnos, no nos daría tiempo a ir y volver en un día.

Así que nos vimos obligados a recurrir a otro medio de transporte. Por eso, aquel sábado por la mañana nos hallábamos en la terminal del aeropuerto, mirando los aviones por la ventana.

—El vuelo dura hora y media —informó Marco—. Tenemos tiempo de sobra.

—Estupendo.

—Todo lo que hay que hacer es transformarse, subir al avión, intentar que no nos liquiden y recuperar nuestras formas cuando lleguemos al destino —añadió Marco—. Podemos volar con United o Northwest.

Me había quedado a solas con Marco mirando por la ventana. Los demás se habían desperdigado por el aeropuerto. Intentamos no aparecer juntos en público, no queremos que piensen que somos un grupo. Los yeerks están por todas partes. Se creen que somos andalitas pero, aún así, debemos adoptar toda clase de precauciones.

—¿United o Northwest? ¿Qué compañía prefieres? —repitió Marco.

—Me da igual —contesté encogiéndome de hombros—. Échalo a cara o cruz. A mí lo que me preocupa es que voy a viajar en avión convertido en mosca, y eso significa mucha gente preparada para borrarme del mapa de un manotazo. ¿Y si algo va mal? ¿Cómo se supone que vamos a transformarnos en un avión?

—¿Quieres que lo cancelemos?

Me paré a pensar. En la pista, un 747 empezaba a ganar velocidad para despegar.

—No, supongo que todo saldrá bien. Es arriesgado, pero merece la pena.

Marco esbozó una sonrisa sincera, lo cual resulta poco habitual, viniendo de él.

—Me acuerdo de cuando te negabas a tomar las decisiones importantes.

—Y ¿qué crees? ¿Que ahora me gusta? —repliqué—. Pero alguien tiene que hacerlo, ¿no?

—Pues sí —asintió.

—Espero que en el futuro no tenga que tomar decisiones tan peligrosas que puedan acabar con la vida de la gente. Todo llegará, supongo.

—¿En serio? —Marco sonreía con su típico gesto burlón—. ¿De verdad crees que algún día volveremos a ser chicos normales? ¿Crees que después de ser el líder de los animorphs te acostumbrarás a ser un mediocre?

—Pues sí —contesté sin dudarlo un momento y de todo corazón.

—Ya, claro —replicó Marco incrédulo—. Venga, vamos. Tenemos que buscar a los demás —entornó los ojos para consultar las salidas de los próximos vuelos—. United sale antes. Vamos allá, nos quedan quince minutos. Puerta de embarque diecinueve.

—¿Pondrán película en el avión? —pregunté imitando el tono burlón de mi amigo.

—¿En un vuelo de hora y media? Más bien un informativo aéreo.

No tardamos en encontrar a los demás, primero a Cassie y a Rachel, y después a Tobías y a Ax. Les explicamos el plan, y fue Tobías el que hizo la observación que a mí se me había pasado por alto.

—¿Cómo vamos a encontrar la puerta diecinueve una vez transformados en moscas? ¿Ven bien estos bichos?

Era la primera vez que Tobías se transformaba en mosca.

Aquella misma mañana había adquirido el ADN del insecto.

—Pues ahora que lo dices, su visión es pésima —reconocí—. Tienen ojos compuestos.

—Sin embargo, tienen un olfato muy fino —puntualizó Marco—. Son capaces de detectar excrementos o porquería desde muy lejos.

Marco y yo nos miramos.

—Eh, ni lo sueñes —exclamó Marco—. Primero: ¿dónde la encontramos? Y segundo: ¿qué hacemos con ella? Se la damos a la azafata de vuelo en la puerta y le decimos: «¿Nos guardas esto un momento, que volvemos enseguida transformados en moscas?».

La actividad en el aeropuerto era incesante. De una puerta de embarque cercana empezaron a salir pasajeros. Parecían cansados e incluso de mal humor. Algunos sonreían a los amigos y familiares que los esperaban. Imaginé que debía de tratarse de un vuelo largo, puesto que algunos de los pasajeros mostraban marcas en la cara de haberse quedado dormidos apoyados contra la ventana.

Había un matrimonio con un bebé que no dejaba de llorar en los brazos de su madre.

—Hay que cambiar al niño —dijo la madre.

—¿A quién le toca? —preguntó el padre.

La madre le pasó el bebé a su marido, que no pudo evitar soltar un gruñido.

—Me temo que te ha tocado el lote entero, cariño —añadió su mujer.

—Muy bien —dije volviéndome hacia Marco, Tobías y Ax—. Necesitamos un voluntario para un misión un tanto peliaguda y desagradable. Hay que conseguir como sea ese pañal.

Ax no entendía nada, con lo cual quedamos tres. Nos lo jugamos a piedra, papel y tijeras. Quien dijera algo diferente a los otros sería el elegido. Tobías y Marco dijeron papel y yo piedra. Apuesto a que hicieron trampa. En resumidas cuentas, me tocó a mí.

Minutos después aparecí con un pañal pestilente envuelto en papel higiénico.

—¿Quieres? —le ofrecí a Marco enseñándole el pañal.

—¿Qué es? —preguntó Ax.

—Un pañal —respondí—. Caca de niño.

—Pastel de chocolate —matizó Marco— que servirá de guía a las moscas.

—No entiendo nada —admitió Ax.

Solté un suspiro.

—No me apetece explicártelo ahora, Ax —dije y, pañal en mano, me dirigí hacia la puerta diecinueve, lo deposité en uno de esos enormes ceniceros y volví junto a los otros—. Eso será suficiente. Vamos a buscar a Cassie y a Rachel.

—¿Ves?, nunca seremos como Batman o Spiderman —protestó Marco—. Spiderman jamás tendría que seguir un rastro de caca de bebé.

—¿Quién es Spiderman? —preguntó Ax.