—¿Una página web sobre los yeerks? —preguntó Marco incrédulo—. Y ¿de qué va? ¿Hay fotos de los gusanos? ¿Te llevan a páginas web de otros extraterrestres invasores? ¿O quizás anuncian una selección de parásitos en Yahoo?
Habíamos quedado, pero aquella vez no fue ni en el granero de Cassie ni en el bosque. Necesitaba un ordenador y, como el de Marco es mejor que el mío, fuimos a su casa.
El padre de Marco trabaja con ordenadores; por eso mi amigo siempre tiene lo último, al menos en términos humanos. Ax también estaba allí transformado en humano y con esa belleza tan inquietante que le caracteriza cuando adquiere esa forma. El nombre verdadero de Ax es Aximili-Esgarrouth-Isthill. Nuestro amigo extraterrestre es un andalita, es decir, una combinación de ciervo, ser humano y escorpión. Tiene el cuerpo recubierto de un pelaje azulado y un par de ojos adicionales situados en el extremo de unas antenas.
—¿Por qué va tan despacio-despaciooo? —preguntó Ax.
Ah, se me olvidaba mencionar que los andalitas no tienen boca así que, cuando Ax se transforma en humano, le encanta jugar con los sonidos que emite, algo novedoso para él. A los demás nos revienta, pero qué vamos a hacer, nadie es perfecto.
—Escucha, marciano, éste es el módem más rápido del mercado, ¿vale? —se defendió Marco—. Cincuenta y seis mil bits por segundo.
—¿Cincuenta y seis mil? ¿Ni siquiera millones-llones-miillonees? —se echó a reír—. Me gusta esa palabra. Produce unos sonidos muy bonitos.
—Sí —añadió Rachel poniendo los ojos en blanco—. Es un sonido alucinante. A veces me tumbo en la cama y me paso seis o siete horas repitiendo «millones» sin parar.
—Eso es sarcasmo, ¿no? —replicó Ax sin inmutarse.
—Sarcasmo-casmo-sarcasmo. Sí, tú lo has dicho —añadió Rachel y se echó a reír. Su largo melena rubia se agitó como un pañuelo de seda.
Rachel es mi prima, por lo que no la veo con los mismos ojos que los otros chicos. No es que sea simplemente guapa; es una de esas personas que brilla por sí sola allá donde vaya.
Sin embargo, Rachel pasa de todo eso y, por muy hortera que suene, mi prima es una guerrera. No sé qué hubiera sido de su vida, de no haber existido la guerra contra los yeerks. Es como si hubiera encontrado su lugar en el mundo. No sé si me entendéis, como si su destino estuviese escrito.
Yo soy todo lo contrario. Sería el chico más feliz de la Tierra si todo volviera a ser como antes; me gustaría ser aquel chico normal y corriente de hace algún tiempo. Rachel es distinta: ella esconde un instinto salvaje.
—Venga, vamos a ver la famosa página web —urgió Tobías—. Tengo que irme pronto. Alguien pretende instalarse en mi territorio y debo ir a defenderlo.
—¿De quién se trata? ¿Otro ratonero de cola roja? —le preguntó Cassie.
—Sí —contestó Tobías moviendo la cabeza con brusquedad como hacen los pájaros—. Y parece un tipo muy duro.
El Tobías que tenía delante era el mismo que había conocido en los servicios cuando dos chulos le sostenían boca abajo con la cabeza dentro del retrete. Pero Tobías había roto la regla número uno de las metamorfosis: nunca estés más de dos horas transformado porque, de ser así, te quedarás atrapado para siempre en esa forma.
Así que aquel niño era una ilusión. En realidad Tobías es un ratonero de cola roja, es decir, un ave rapaz, y como tal vive en el bosque y se alimenta de lo que caza. Por suerte, recuperó la capacidad de transformarse y, a pesar de que es un ave, puede volver a su antiguo cuerpo humano, aunque sólo sea durante dos horas. Si sobrepasara ese tiempo volvería a ser humano, pero perdería para siempre la facultad de cambiar de forma, y Tobías no está dispuesto a quedarse fuera de juego. De todos nosotros, ha sido él quien más ha cambiado y no sólo físicamente. Tobías ha tenido que renunciar a muchas cosas.
—¡Mirad! ¡Ahí está! —exclamé cuando la página web acabó de cargarse en la pantalla.
Cassie se inclinó sobre mí para ver mejor y apoyó una mano en mi hombro.
—¡Dios mío!, pero si esta página da a conocer al mundo entero la invasión yeerk. Esto no es ninguna broma. No tiene pinta de ser una de esas páginas llenas de bobadas. Esto es muy serio.
—¿Lo veis? —me volví para mirar a Cassie—. Una página web sobre los yeerks. ¿Qué te parece? ¿Te lo crees?
—No —contestó Cassie con un movimiento negativo de la cabeza—. Es muy raro.
—Como veis, hay cuatro iconos: «Quiénes son los yeerks», «Yeerks humanos sospechosos», «Tipos de yeerks» y el «Foro».
—¿Has visto de qué van? —preguntó Tobías.
Antes de que pudiera responder, Marco me agarró con fuerza del hombro y me preguntó:
—Supongo que has desactivado las cookies, ¿verdad?
—¿Cookies? —repitió Cassie—. ¿Desactivar las cookies? ¿De qué estáis hablando?
—Deberías pensar en integrarte de una vez en este siglo, Cassie —dijo Marco al tiempo que ponía los ojos en blanco—. Una cookie es una forma que tienen los navegadores de ofrecer a las páginas web información sobre la persona que se conecta a dicha página o, mejor dicho, sobre su nombre electrónico.
—Sí, Marco, no te preocupes, claro que las desactivé —aseguré guiñando un ojo a Cassie.
—«Desactivar cookies» —repitió Cassie soltando un bufido cargado de ironía—. Estos empollones de los ordenadores tienen la estúpida costumbre de inventarse nombres ridículos para todo. Lo único que pretenden es que la gente normal se sienta…
Siguió protestando durante un buen rato. Cassie sólo cree en cosas reales, como la gente y los animales. No es lo que se dice una amante de la tecnología.
—Bueno, y ¿qué es lo que has mirado, Jake? —me preguntó Marco al tiempo que le lanzaba una mirada de desdén y de pena a Cassie, que ésta, por supuesto, ignoró.
—Entré a los «Tipos de Yeerks». Hay un dibujo de algo parecido a un hork-bajir, junto a otros dos que no se parecen a nada de lo que nosotros conocemos.
Pulsé en la página en cuestión y enseguida apareció el dibujo del hork-bajir.
—No está nada mal —comentó Rachel.
—Está claro que quien sea que lo haya dibujado sabe muy bien cómo es un hork-bajir —añadió Marco.
Los otros dibujos aparecieron de repente en la pantalla. Uno se parecía al típico extraterrestre de la película Encuentros en la tercera fase; otro era como un cardassian, de Deep Space Nine y el tercero como un narn de Babylon 5.
—No es por nada, pero alguien ve demasiada televisión —exclamó Marco con una sonrisa irónica—. Ax, ¿has visto alguna vez algo como esto?
—Como ése, sí —repuso señalando al extraterrestre con forma de feto de Encuentros en la tercera fase—. Se parece a la fase madura de una especie llamada skrit na. Los skrit, es decir, la fase inmadura, son como cucarachas enormes. Eso podría ser un na, sólo que los na andan a cuatro patas, como toda criatura inteligente. Recuerdo que mi hermano Elfangor tuvo una aventura con los skrit na, pero nunca me habló demasiado sobre ellos. A las otras especies no las he visto en mi vida.
—Entonces, ¿qué nos dice todo esto? —pregunté.
—El dibujo del hork-bajir podría ser una coincidencia —apuntó Marco—, o quizá se trate de una combinación de información verdadera e inventada. O tal vez hay alguien por ahí que sabe mucho sobre los yeerks y las especies que han dominado, alguien que sabe más que Ax.
—Una combinación de verdades y mentiras —asintió Cassie— o una mera coincidencia.
—Ésa es una definición perfecta de Internet —añadió Rachel—, partes iguales de realidad y ficción.
—Lo mismo ocurre en «Quiénes son los yeerks» y el apartado sobre los controladores humanos, claro que no utilizan la palabra «controlador» —expliqué—. Hay una parte que es verdad, pero la mayoría es inventado. Según ellos, todos los políticos del país son controladores, y de ser eso verdad los yeerks habrían ganado hace tiempo.
De todas formas, pulsé sobre la lista. Mis amigos se apelotonaron para ver mejor.
—El Presidente —leyó Cassie en voz alta—. ¡Venga ya! El vicepresidente, el portavoz de Gobierno, el ministro de Justicia. ¡Madre mía!
—¡Eh! ¡Fijaos! —exclamó Marco—. También aparece Julio Iglesias, no sería de extrañar. Y el rapero Snoop Dogg, eso sí que no me lo trago. ¿Las Spice Girls? Son unas petardas cantando, pero dudo que sean controladores.
—Esto es ridículo —protestó Rachel—. Estamos perdiendo el tiempo. A un chiflado de Internet se le ha ocurrido la palabra «yeerk» por arte de magia y le ha dado por inventar toda esta paranoia. No significa nada de nada.
—Eso es lo que yo pensé al principio —admití—, hasta que vi este nombre —señalé con el puntero del ratón.
—¡Chapman! —exclamó Rachel—. Vaya, vaya.
Chapman es el subdirector del colegio y un yeerk de alta graduación.
Además es uno de los peces gordos de La Alianza: en teoría un grupo compuesto por chicos y chicas scouts, pero en la práctica una tapadera que les viene de perlas a los yeerks para reclutar nuevos miembros.
—Entonces, quien sea que haya creado esta página, si de verdad está enterado de la invasión de los yeerks, ¿cómo es que no ha mencionado La Alianza? —les pregunté.
—Es una buena pregunta —reconoció Cassie—. Quizá nunca haya oído hablar de ella.
—O tal vez todo esto no sea más que una trampa de los yeerks —conjeturó Tobías.
—Exacto —asintió Rachel—, y por eso no quieren que se sepa lo que realmente es La Alianza, ¿no creéis?
—Y, ¿por qué mencionar a Chapman?
—Bueno, es un apellido bastante corriente —observó Marco—. Quizás haya sido fruto del azar o una mera coincidencia.
Me separé del ordenador empujando la silla hacia atrás y miré a mis amigos.
—Si esto es verdad, tal vez tengamos aliados que puedan ayudarnos.
—Pero si resulta ser una trampa de los yeerks, entonces nosotros seríamos el ratón y esta estúpida página web, el queso —añadió Rachel.
Nos quedamos mirando sin pronunciar palabra al tiempo que nos encogíamos de hombros.
—¿Y el foro? —preguntó Cassie.
—Según lo que dice ahí, ahora mismo empieza uno —informé—. Yo no me he atrevido a entrar. No sé hasta qué punto es seguro, a pesar de haber desactivado las cookies. ¿Son seguros los nombres electrónicos?
—Lo serán en cuanto haga una cosa —sonrió Marco triunfante—. Veréis, tengo los códigos de acceso del sistema del trabajo de mi padre. Así que me puedo colar y…
—Perdón, príncipe Jake —interrumpió Ax—, pero si quieres puedo codificar el software de Marco de forma que nadie pueda identificarlo. ¿Por qué se llama software?
Miré a Marco. Mi amigo está muy orgulloso de sus conocimientos informáticos, pero lo cierto es que Ax nos saca tres siglos de ventaja en tecnología.
—¡Está bien! —exclamó Marco lanzando los brazos al aire como dándose por vencido—. Adelante, no te cortes.
—No hay mucho que pueda hacer en este sistema tan primitivo —dijo Ax—. Pantalla de dos dimensiones, teclado físico en lugar de una conexión telepática decente, códigos rígidos… No soy ningún arqueólogo experto en ordenadores reliquias.
Aún así, se sentó y en tres minutos había escrito un código que preparó el sistema de Marco a prueba de piratas informáticos.
—Muy bien, ¿vamos allá? —preguntó Cassie.
—Venga, hablemos de yeerks.