<¡Alto!>, bramó la espantosa voz.
De repente, el mundo pareció detenerse. Apenas se oía una respiración. Los hork-bajirs se habían quedado inmóviles, congelados. Cuando Visser decía «alto», había que pararse y punto.
Visser Tres avanzó apartando de su camino a humanos, hork-bajirs y taxxonitas. Se detuvo a un paso de nosotros. Sólo nos separaba una coraza de tres inmóviles hork-bajirs nerviosos y un taxxonita al que le daban espasmos.
Las antenas oculares de su forma andalita giraban como si considerara la situación y sus ojos principales me miraban directamente a mí.
<Ese barril sólo contiene basura.>
<Entonces no te importará que mi amigo dispare contra él y lo vuele en mil pedazos.>
Hablar con Visser Tres siempre representa un peligro mortal porque, como controla el cuerpo y la mente de un andalita, puede descubrir que en lugar de andalitas, como ellos creen, somos humanos.
<En ese estanque debe de haber un millar de yeerks —repitió con una risotada funesta—. El… el producto de ese barril puede que afecte a la mitad antes de que podamos limpiar el agua. Quinientos yeerks.>
Reflexionó unos segundos y añadió:
<A cambio, supongo que querréis que libere a vuestros amigos terroristas, además de una puerta abierta, ¿no?>
<Exacto>, confirmé.
Marco no dejó en ningún momento de apuntar al barril.
<Entonces, será mejor que os dé una respuesta>, declaró Visser Tres con tono sospechoso.
Antes de que siguiera hablando, adiviné sus intenciones. Aquella mirada y aquellos gestos resultaban delatadores.
¿Qué significaba para él quinientos yeerks menos? No le importaba lo más mínimo condenar a tantos a la locura perpetua. Representaría un revés, pero aparte de eso, le importaba un bledo.
A una sabandija como Visser Tres no le importaba nada excepto…
No quedaba tiempo para pensar ni para diseñar el ataque. Con mis cinco toneladas de elefante lo embestí justo cuando daba la orden:
<¡Destruidles…!>
Visser Tres retrocedió de un salto y chocó contra un taxxonita que se había quedado inmóvil.
Arrollé a los hork-bajir y, al llegar junto a Visser, enrollé la trompa por la parte superior de su cuerpo.
¡FAP! Sacudió su cola de andalita, pero falló.
Lo apreté con fuerza, flexioné los músculos del cuello y de la espalda y alcé a aquella bestia.
¡FAP! Volvió a sacudir la cola, y esa vez acertó.
Solté un bramido de dolor. La cortante hoja de la punta me partió un ojo por la mitad. El dolor era insoportable, pero no podía rendirme en aquel momento. Lo mantuve en algo y lo lancé un segundo antes de que volviera a atacarme con la cola.
Cruzó el aire y…¡SPLASH! Visser Tres cayó de lleno en el estanque.
Mientras tanto, yo rugía de dolor. Jamás había experimentado aquella intensidad.
<¡Oh, no, Rachel!>, gimoteó Cassie.
Traté de no prestar atención a mi amiga y olvidar el dolor. No había tiempo para quejarse. Debía seguir adelante. Por suerte, conocía la fisiología andalita lo bastante para saber que comen y beben a través de las pezuñas, así que, en aquellos momentos, Visser Tres estaba absorbiendo el agua del estanque.
Lo miré con el único ojo que me quedaba. Aquel monstruo parecía haber perdido los papeles.
<Y ahora ¿qué te parece si volamos el barril? —le pregunté—. Tal vez ahora te importe un poco más, ¿no?>