La nave que traía a Visser aterrizó con suavidad a no más de treinta metros de distancia de donde estábamos nosotras.
Lo vi un instante al salir de la nave. Tenía el mismo aspecto de Ax, sólo que parecía mayor. Aunque Visser Tres se había instalado en un cuerpo andalita, era imposible confundirlo con uno de ellos después de haberlo conocido en persona. Había algo oscuro en él que se percibía a leguas y que hacía que la gente bajara la voz y quisiera escabullirse ante su presencia.
—A alguien se le va caer el pelo —vaticiné.
El rugido telepático de Visser inundó hasta el último cerebro del estanque yeerk.
<¡Bloquead todas las salidas! ¡Que nadie se mueva! ¡No quiero un solo movimiento! ¿Me habéis oído? Tengo tropas de seguridad en camino. Hasta que no os registren, que nadie se mueva. Si veis algún movimiento, ¡destruidles! ¡Fulminadles! ¿Me habéis entendido? ¡No voy a tolerar errores!>
Otros dos cazas-insecto descendieron en ese momento. Visser Tres había tomado precauciones. Sabía que podíamos haber adoptado cualquier forma, incluso la de un hork-bajir o la de un taxxonita, por lo que había decidido que el ejército hork-bajir de su nave espada nos registrara uno a uno.
—Estamos perdidas —dijo Cassie sin apenas mover los labios.
Nos hallábamos cerca de la cantina, en un lugar un tanto retirado donde no se nos veía con claridad. Además casi toda la gente estaba pendiente de Visser Tres. Sin embargo, detrás de nosotras había dos controladores humanos y un taxxonita que captarían el más mínimo movimiento que hiciéramos.
—A la cantina —indiqué en un susurro—. Modo de combate. Prepárate.
—Prepararme para… ¿De dónde has sacado eso? —preguntó al ver que empuñaba un arma.
Me volví para mirar de frente al taxxonita.
—¡Se ha movido! ¡Es un andalita! —grité y, acto seguido, apreté el gatillo.
¡SSIIIUUUMMMMM! El taxxonita se desplomó como un saco de patatas.
¡SSIIIUUUMMMMM! Uno de los controladores humanos cayó en redondo al suelo y segundos después le siguió el otro.
El camino estaba libre, aunque no por mucho tiempo. Entré a la cantina, que por suerte estaba vacía, y empecé a transformarme. Los que estaban fuera casi no se atrevían a respirar ni a apartar la mirada de su líder.
<¿Quién está disparando por allí? —bramó Visser—. ¡He dicho que nadie se mueva!>
Cassie y yo avanzamos golpeándonos contra las sillas plegadas y las mesas servidas. Aquel día les habían interrumpido la comida.
—¡Al fondo! —indiqué señalando hacia una puerta. La abrí de golpe. Era una despensa.
Y allí, sentado con toda tranquilidad sobre un cajón de latas de sopa, había un gorila saboreando un plátano.
—¿Marco?
<No, soy otro gorila —contestó—. ¡Pero bueno! ¡Llevo intentando ponerme en contacto contigo…!>
—¡Ahora no! —grité—. ¡Sujeta esto! ¡Me estoy transformando! —le pasé la pistola de rayos dragón.
<¡Guau!>
—¡Visser Tres está aquí. A Jake, Tobías y Ax los vigilan hork-bajirs y en una caseta hay cien kilos de puré de avena!
El gorila pestañeó.
<Seguro que se te ha ocurrido algo brillante pero suicida, ¿no, Xena?>
—No.
<¿En qué te estás transformando?>
—¡En oso! ¡Es hora de repartir zarpazos!
—¡No! ¡Un momento! —exclamó Cassie—. ¡El maldito puré de avena! ¡Es la clave! Si pudiéramos echarlo al estanque, se volverían locos y eso les entretendría un buen rato.
—Pero tendríamos que salir al exterior de este edificio, dar la vuelta y llegar hasta la caseta donde lo almacenan. Hay un buen trecho.
<¿Quieres decir —añadió Marco asintiendo como un gorila sabio— que la caseta está justo aquí detrás?> Señaló hacia la pared.
—Ahora que lo dices —sonreí—, llegaríamos mucho antes si atravesáramos la pared.
—Bien, primero derribamos la pared y después a los dos hork-bajirs que vigilan el material. ¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó Cassie.
—Pues… —dejé escapar un suspiro—. No sé.
<Buen plan>, alabó Marco.
—Vamos… —no me dejaron terminar la frase.
<No, no —cortó Marco alzando una de sus gigantescas manos—. Ahora me toca a mí. De acuerdo, ¡adelante!>