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El puré de avena lo almacenaban en una especie de caseta, como esas que la gente se construye en el patio trasero para guardar el rastrillo, la manguera y la cortadora de césped, aunque aquella de la que os hablo estaba vigilada por cuatro hork-bajirs con cara de malas pulgas que no parecían despistarse ni un segundo.

La cabaña debía de estar a unos quince metros del estanque, justo detrás de la cantina de los «humanos».

Tomé aliento. Muy bien, Marco seguía en libertad, aunque en paradero desconocido. Jake, Tobías y Ax habían caído en manos enemigas. Seguramente los tendrían encerrados en el edificio de seguridad. ¿Y Cassie? ¿Por dónde andaría? ¿Se encontraría bien? Tuve que reprimir las ganas de llorar ante la mera idea de que mi amiga pudiera estar herida.

«Está bien, manos a la obra —me dije sin más contemplaciones—. Eres la única que puede salvarlos».

La situación era la siguiente: Visser Tres estaba de camino, a Jake y a Tobías se les estaba agotando el tiempo y en una cabaña a una distancia de quince metros del estanque había cien kilos de puré de avena.

Debía encontrar un modo de hacer que todo funcionase. Bastaría con observar la escena desde fuera como hacen Jake o Cassie, pero lo cierto era que a mí esas cosas siempre se me han dado fatal. Yo sólo veo lo que tengo delante de mis narices. A mí se me da bien actuar.

«Vale, sea lo que sea, tengo que hacerlo antes de que llegue Visser Tres».

Prioridad número uno: rescatar a mis amigos. Sólo necesitaba un poco de tiempo…

¡PIIIIIIIIIII! ¡PIIIIIIIIIIIII! ¡PIIIIIIIIIII! Sonó una alarma y se encendieron unas luces.

Un ejército de hork-bajirs se apresuró hacia el almacén en donde yo había disparado a aquellos tipos.

Vaya, qué fallo más tonto. Debería haber pensado que tarde o temprano los iban a encontrar. Lo que faltaba, se darían cuenta de que no nos habían pillado a todos.

<Una vez más. Soy yo, Marco. Rachel, ¿estás ahí? Venga, responde. Nos estás empezando a preocupar a todos. ¿Dónde estás?>

¡BUM! ¡BUM! La gente corría hacia todas partes. Un gigantesco taxxonita pasó por mi lado con aquellas patas de aguja y su tremenda bocaza roja entreabierta para tomar aire.

¿Qué había dicho Marco?: «¿Nos estás empezando a preocupar? ¿Nos?». ¿Querría decir eso que se había puesto en contacto con los demás?

De repente, alguien me agarró.

—¿A ti qué te pasa? ¡A tu puesto! ¡Venga! ¡Hay más andalitas entre nosotros!

El hombre me soltó y, cuando hubo andado un metro, se detuvo y se volvió de golpe. Me observó desconfiado.

Me acerqué a él para que nadie viese el rayo, alcé la pistola y apreté el gatillo.

¡SSIIIUUMMM!

—¡Ahhh! —me había colocado tan cerca que la energía rebotó en el hombre y me alcanzó. Sentí un calambrazo en el estómago como cuando tocas uno de esos alambres eléctricos. Me doblé de dolor y retrocedí.

Numerosas cabezas se giraron con los ojos entornados.

—¡Es uno de ellos! —grité al tiempo que señalaba hacia el hombre que estaba en el suelo—. ¡Ha intentado dispararme con esto! —les mostré el arma para convencerlos.

Enseguida se juntó una multitud de humanos que rodeó el cuerpo y, mientras lo observaban, aproveché para escabullirme.

¡PIIIIIIIII! ¡PIIIIIIIII! ¡PIIIIIIIIIII!

<Oh, Rachel —insistía Marco—. ¿Dónde estás?>

—¿Dónde está la chica que estaba aquí hace un momento? —oí que decía una voz de la multitud.

Me giré y eché a andar. No debía correr.

—¡Rachel! —susurró una voz.

¡Qué susto! Eché mano de la pistola.

—¡Soy yo!

¡Cassie! Estaba allí mismo, delante de mí.

—¡No te puedes imaginar cuánto me alegro de verte! ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—¿Y tú?

—No importa —contesté—. Estoy metida en un buen lío.

—¡Qué raro! —replicó mi amiga.

—Vamos, larguémonos de aquí —nos fuimos y de camino le conté todo lo que sabía, que la verdad no era mucho.

—¿Qué vamos a hacer? —me preguntó.

—Esperaba que a ti se te ocurriera algo.

—Bueno, será mejor que primero rescatemos a Jake, Tobías y Ax.

—Sí, pero ¿cómo? Están rodeados de hork-bajirs y, para colmo, Visser Tres está al llegar.

—Hay que ver lo indefensos que parecen en estado natural, ¿verdad? —comentó mi amiga mirando hacia el estanque.

De repente, unos altavoces lanzaron un mensaje en una lengua que ninguna de las dos conocíamos. Acto seguido, la cúpula empezó a abrirse para dar paso a lo que en principio parecía un círculo; sin embargo, gracias a la luz que se filtraba, pudimos apreciar que se trataba del final de un túnel que, si no me equivocaba, debió atravesar una parte de la cueva de murciélagos.

A continuación envuelto en unos brillantes gases azules apareció un caza insecto.

—Adivina quién viene por ahí —murmuró Cassie.